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Los caminos arrieros de Ñuble y Biobío que hoy inspiran al montañismo mundial
«Rutas Arrieras» es un proyecto que busca rescatar y visibilizar los antiguos caminos de los arrieros del sur de Chile, no solo como senderos físicos, sino como expresiones vivas de memoria, cultura y conocimiento territorial. A través de relatos orales, registros audiovisuales y encuentros comunitarios, esta iniciativa construye un mapa desde la voz de quienes habitan y recorren la cordillera. Actualmente, el proyecto ha sido nominado al Mountain Protection Award 2025 de la UIAA, uno de los máximos reconocimientos internacionales en el ámbito del montañismo.

En la precordillera de Ñuble, donde los caminos se vuelven huella, los arrieros aún transitan hacia la veranada, como lo hicieron sus padres, abuelos y bisabuelos. Pero cada vez son menos.
Son rutas marcadas por los cascos de los caballos y el olor a cuero, por una sabiduría heredada lejos de los libros y por la resiliencia de comunidades que viven en estrecho vínculo con la montaña. Rutas que hoy están en riesgo. Ya sea por el cambio climático, las migraciones del campo a la ciudad o la simple erosión del tiempo.
La casa de Javier Sepúlveda queda en las afueras de Antuco, entre lomas suaves y senderos que huelen a boldo y tierra húmeda. Desde ahí se ven los cerros que lleva recorriendo casi 40 años, guiando a su piño en busca de forraje. Su abuelo, bisabuelo y tatarabuelo se dedicaban al arreo de animales. Él siguió sus pasos apenas pudo.

“Siempre me gustaron los animales. Me llamaban mucho la atención las cabras, los caballos. Aprendí casi solo a andar a caballo; ahí acompañaba a mi abuelo con sus animales”, recuerda.
De pequeño, acompañaba a su padre a las veranadas. Dormían bajo ramadas, cocinaban en fogones y madrugaban antes del primer sol para reunir el ganado. En esos primeros viajes, el cerro se le fue volviendo casa. Cada piedra, un hito. Cada paso del animal, una coordenada grabada en la memoria.
Con el tiempo, esas rutas se hicieron suyas. Hoy, Javier sigue subiendo cada temporada, arreando a sus animales hacia las partes altas, como lo hicieron sus antepasados y es uno de los pocos de su familia que aún lo hace.
Un proyecto para visibilizar lo que no está en los libros
El proyecto Rutas Arrieras, de Fundación Madrugada, financiado por el programa PAOCC del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, busca registrar las rutas invisibles de los arrieros. No solo como caminos físicos, sino como conocimiento vivo que entrelaza paisaje, memoria y subsistencia. Una red de senderos ancestrales que sostiene un modo de vida tan sacrificado como profundamente arraigado al territorio.

Esta iniciativa nace en conjunto con comunidades arrieras del corredor cordillerano Laguna del Laja – Huemules de Niblinto en la zona precordillerana de las Regiones del Ñuble y Biobío, propone la creación de rutas geolocalizadas en formato .kmz y mapa digital como herramienta para conservar y activar estos senderos ancestrales que hoy son cada vez más escasos.
La iniciativa fue recientemente nominada al Mountain Protection Award 2025 de la UIAA, el reconocimiento más importante del montañismo a nivel mundial. Uno de sus principales aportes es la recopilación de relatos orales, cápsulas audiovisuales y encuentros comunitarios, con el objetivo de mapear el territorio a partir de estas narraciones colectivas. Cada ruta lleva el nombre de quien la transita, y su trazado se reconstruye a través de la voz y la memoria del propio arriero.

Cada línea en el mapa refleja un ciclo que se repite año a año. Cuando el invierno se instala en las quebradas, las temperaturas bajan y el forraje escasea, los animales —principalmente cabras, vacas y algunos caballos— son arreados cerro arriba hacia las veranadas, donde el pasto es más tierno y el agua brota limpia desde la nieve derretida.
“En la invernada es la época de pariciones y cuidado. Pero cuando el clima lo permite, suben con los piños. Y en la veranada los animales se desarrollan y luego bajan nuevamente”, explica Paulo Acevedo, asesor técnico de Prodesal San Fabián.
La subida y bajada ha sido una coreografía que ha regido la vida de estas familias por generaciones. Y allí, en lo alto de la cordillera, pasan semanas o incluso meses, a veces con la única compañía de los animales. Enfrentan nevazones, caminos estrechos, acantilados, y también la pérdida inevitable de animales ante el acecho del puma. Pero no lo ven como una amenaza a erradicar, sino como parte del equilibrio natural al que también pertenecen.

“Los arrieros son parte de la montaña. Reconocen jerarquías. El puma, por ejemplo, está antes que uno allá arriba. Asumen que perder animales es parte del costo de habitar ese ecosistema”, explica Alejandra Sepúlveda, gestora del proyecto desde Fundación Madrugada.
“La idea es poner en valor, a través de estos relatos, que estas comunidades forman parte de un ecosistema integral. Justamente, la visión que separa humano y naturaleza, o ciencia y cultura, pierde sentido en este contexto y lo hará cada vez más, pues el planeta no puede sostener esas divisiones, y estas comunidades reflejan una realidad distinta”, afirma Alejandra.
La narrativa como herramienta de reivindicación
El equipo del Programa de Desarrollo Local (Prodesal) de San Fabián ha sido clave en la conservación de la memoria de la cultura arriera, y un colaborador activo en esta iniciativa. Desde hace más de una década, sus profesionales han acompañado a las comunidades arrieras no solo en sus labores productivas, sino también en la puesta en valor de su cultura, conectando saberes tradicionales con herramientas modernas de apoyo técnico y desarrollo rural.

Andrés Muñoz, coordinador de Prodesal en San Fabián, explica cómo han construido vínculos con estas comunidades a lo largo de los años:
“Los arrieros son nuestros usuarios, pero sabemos que son parte de la riqueza de nuestra comuna. La labor de Prodesal ha sido estar cerca, conocer sus ciclos, sus necesidades, y facilitar los procesos para que puedan sostener esta forma de vida que ya casi no se ve”.

Gracias a esa relación de confianza y acompañamiento continuo, Fundación Madrugada pudo establecer un puente genuino con las comunidades y comenzar un trabajo de investigación participativa. Para los equipos técnicos de Prodesal, el compromiso con el mundo arriero va más allá de la productividad: también es una labor de resguardo patrimonial.
“Siempre hemos creído que el arriero no es solo un criancero más. Tiene una relación distinta con el territorio. Y nuestro trabajo también es ayudar a que no desaparezca. Ya van quedando las últimas generaciones de arrieros”, comenta Acevedo.
El proyecto de Fundación Madrugada ha logrado dar voz al arriero no solo como actor productivo, sino como guardián del paisaje. Estas rutas son mucho más que caminos logísticos: son ejes de interpretación territorial que permiten al visitante conectar con la historia, los ciclos naturales y el modo de vida cordillerano.

La propuesta es presentar estas rutas patrimoniales dialogando con la ciencia, el patrimonio cultural, el diseño y el deporte de montaña.
“Queremos que estos mapas no sean solo rutas, sino también relatos y testimonios de una cultura que está en riesgo de desaparecer”, subraya Alejandra Sepúlveda.
Los desafíos por conservar el patrimonio
En San Fabián, la comunidad arriera envejece. Son cerca de una docena de hombres mayores de 60 años —algunos octogenarios, aún ágiles a caballo— quienes mantienen viva esta práctica ancestral. Sus rutas ya no se transitan con la frecuencia de antaño. Hay senderos que no pisan desde hace una década. Entre ellos, circulan relatos sobre el legado del Ejército Libertador, que en 1800 cruzaba por esas huellas hacia Argentina, o sobre “Los Pincheira”, famosos por sus historias de robo de ganado.

Pero hoy esa memoria se enfrenta a las limitaciones de la modernidad: normas viales que prohíben el paso de animales, caminos convertidos en servidumbres forestales y proyectos hidroeléctricos, como el Embalse Punilla, que han alterado rutas históricas y fragmentado el territorio. A esto se suma la ausencia de relevo generacional, un proceso silencioso que amenaza con interrumpir una línea cultural de siglos.
Sin embargo, el potencial del territorio sigue intacto. Así lo plantea Evelyne, representante de la Asociación Chilena de Guías de Montaña (ACGM), quien ve en estas rutas una oportunidad única para impulsar un turismo de montaña que fomente la economía local:
“Los montañistas siempre hemos estado ligados de alguna manera con los arrieros. Sabemos que no se trata solo de llevar a alguien a ver un lugar bonito y volver. Lo que se busca es comprender el territorio, que lo lean a través de quienes lo han habitado siempre. Y los arrieros son clave en esa lectura”.

Desde la perspectiva de los guías, incorporar la cultura arriera al relato de montaña no solo enriquece la experiencia del visitante, sino que genera identidad, sentido y arraigo. Las rutas no son solo desafíos físicos, sino senderos narrativos que pueden abrir puertas al desarrollo local si se articulan de forma respetuosa y colaborativa.
“Es un lugar con un potencial tremendo. Hay paisajes vírgenes, cultura viva y una historia que no ha sido contada desde la voz de sus protagonistas. Por ello quisimos apoyar el proyecto en su nominación”, concluye Evelyne.
Una historia en cada paso
Esta nominación internacional no es solo un logro simbólico: si se obtiene el premio, este traerá consigo un incentivo económico, acompañamiento técnico, apertura de redes y posibilidades reales de financiamiento. Para Fundación Madrugada, representa una oportunidad concreta para avanzar en la consolidación de un modelo de gobernanza que integre a las comunidades locales, la academia, organizaciones territoriales y actores del sector público y privado.
Más allá del galardón, el objetivo es que esta acción trascienda y se convierta en un proyecto sostenible: uno que permita a los visitantes recorrer estas rutas con respeto, que impulse un turismo de montaña con identidad local, y que reconozca a los arrieros como parte fundamental del ecosistema biocultural.

Porque estas rutas no hablan solo de ganado que sube y baja. Son tramas de paisaje y memoria, cargadas de relatos sobre bordadoras, aperos artesanales, perros leales y caballos que conocen el camino mejor que cualquiera. Un sistema de supervivencia donde se entrelazan estética, familia y naturaleza en cada paso.
Para Javier, la montaña no es solo trabajo: es también escuela, altar y archivo vivo. Por eso, además de subir con sus animales, se ha convertido en un cuidador de memorias, organizándose con otros arrieros para preservar las tradiciones antes de que se borren con el viento.
“Para mí, esto es la identidad del pueblo. Hay arrieros bien antiguos, de más de 90 años, y la sabiduría que tienen, los saberes que me transmiten hacia las nuevas generaciones, para mí es motivo de orgullo”, comenta Sepúlveda, quien a sus 45 años es uno de los arrieros más jóvenes de la zona.
Para él, ser arriero no es solo trasladar animales: es leer la montaña, saber cuándo va a llover por el color del cielo, entender los ciclos del pasto y del río, o reconocer la huella del puma. Una relación íntima con un territorio que no perdona el descuido, pero recompensa la constancia.“No hay más cama que mi montura, ni más techo que las estrellas”, sentencia.

Rutas Arrieras apuesta a que esas huellas vuelvan al diálogo colectivo: un camino donde la voz del arriero conversa con la urgencia ambiental, el diseño patrimonial y el turismo responsable. Es ahí, en ese cruce entre memoria y proyección, donde estos antiguos caminos se transforman en puentes hacia un futuro posible, donde naturaleza y cultura caminan juntas, con sentido de pertenencia y cuidado compartido.