Alma. Así ha sido bautizada una cóndor hembra que visita las terrazas de los edificios de la comuna de Vitacura, en Santiago de Chile. Se trata de una visita que ha sido celebrada por muchos y repudiada por otros. Pero ¿por qué y cuáles son las consecuencias?

Ya es sabido que en distintas comunas de Santiago se pueden recibir visitas de estos increíbles animales emplumados. Su gran tamaño, el contraste entre la seca piel de su cabeza y su radiante collar blanco, asombran a cualquiera. ¡No es común tener la posibilidad de encontrarse con esta magnífica ave tan de cerca!

Pero ¿qué hace un cóndor en una terraza?

Volando en zona residencial ©Francisca Santa María
Volando en zona residencial ©Francisca Santamaría

La ocasión resulta ser emocionante. Ver sus detalles, gestos y cruzar las miradas. Sentir su bellísimo semblante y su falta de miedo frente a la presencia humana. Sin embargo, este encuentro no debiese darse de manera natural.

Los cóndores habitan en zonas rocosas de la alta cordillera, pero las montañas no son un requisito para su avistamiento, ya que pueden moverse más de 100 kilómetros en búsqueda de su alimento. Es así como en lugares amplios y de fuertes vientos también se les puede ver en la costa, como es el caso de Patagonia.

Los ejemplares machos suelen alimentarse en lugares donde la pendiente es mayor, mientras que las hembras frecuentan las llanuras y valles (Carrete et al. 2010, Lambertucci 2012). Posiblemente ese es el motivo de que a Alma, una cóndor hembra, se le vea tan a menudo en la zona oriente de Santiago, mientras que al macho se le ve en menor frecuencia.

Macho sobre un edificio ©Francisca Santa María
Macho sobre un edificio ©Francisca Santamaría

De cierto modo, este comportamiento que nos parece tan extravagante, a ellos les resulta natural, ya que un edificio situado en la zona precordillerana pareciera ser un perfecto acantilado de concreto frente a sus ojos.

Pero la realidad es que este comportamiento no se repite sólo porque las terrazas les parezcan atractivas para posarse y tener una visión amplia de su alrededor, sino porque las personas de ese sector los han alimentado en variadas ocasiones.

¿Cuáles son las consecuencias de esto?

Derribando mitos y poniendo las cosas claras

La dieta del cóndor consiste principalmente en carroña, es decir, de animales muertos. También se les ha observado asaltando nidos, alimentándose de crías o animales pequeños con poca movilidad, incluso picoteando frutos de algunos árboles. Y sí, es verdad que la comida de estas aves ha disminuido durante las últimas décadas. Lamentablemente la acción humana ha deteriorado el ecosistema del planeta, poniendo en riesgo muchas especies y acelerando el cambio climático al punto de la disminución y desaparición de otras.

Antiguamente su dieta en la costa consistía en ballenas y otros animales que varaban en las orillas del mar, mientras que en las montañas una parte importante eran los guanacos y animales domésticos, de los cuales se alimentaban al encontrarlos muertos. No es novedad que dichos recursos han disminuido su población y que muchas veces los animales que mueren como parte de un ganado son retirados al ser posibles vectores de enfermedades. Sin mencionar que aquellos que no, muchas veces han sido tratados con antibióticos o desinflamatorios de los cuales no se ha evaluado el efecto que podría tener sobre estas aves.

Entonces, si como humanos hemos deteriorado su hábitat, ¿podemos ayudarlos dándoles de comer? ¿Es esta situación, una razón para alimentarlos durante sus visitas?

La respuesta es ¡NO!

Sobrevolando zona oriente,-Alma-Francisca-Santa-María
Sobrevolando zona oriente ©Francisca Santamaría

En la Patagonia Chilena y Argentina, un grupo de científicos liderado por Sergio Lambertucci, investigador de Inibioma, explicaron a BBC Mundo que muchos cóndores de ese sector han sido capaces de cambiar sus hábitos frente a la baja de recursos marinos de nuestras costas, viajando de Chile a Argentina en búsqueda de su alimento.

Esto es parte de la adaptación de las especies, por lo que al darles de comer sólo estamos generando un acostumbramiento nocivo para la ellos, además de ser riesgoso para los humanos.

¿Por qué es riesgoso para las personas?

Como ya se ha mencionado por las autoridades y en diferentes artículos, los cóndores se alimentan de carroña, por lo cual sus picos y garras pueden tener un alto contenido bacteriano. Si bien no suelen ser agresivos, sintiéndose en confianza sí podrían reaccionar con un picotazo o rasguño frente a algo que ellos consideren una amenaza, por ejemplo, un humano intentando sacarlos de su terraza.

¿Y por qué resulta ser nocivo para ellos?

En primer lugar, muchas veces se les comparten alimentos que no son parte de su dieta, como bebidas y jugos artificiales, o restos de alimento humano. Esto puede generar consecuencias negativas en su proceso digestivo.

Alma ©Francisca Santa María
Alma ©Francisca Santamaría

En segundo lugar, las aves comienzan a acostumbrarse a recurrir a los edificios en búsqueda del alimento, en vez de buscarlo en su entorno natural, lo cual no les permite adaptar sus costumbres para que su dieta sea sostenible en el tiempo. Los cóndores se caracterizan por su longevidad, por lo cual la alimentación errada de un grupo de personas, pueden determinar sus hábitos alimenticios para más de 40 años de vida.

Por otro lado, el habituarse a frecuentar estos lugares, los acerca cada vez más a la urbanización, donde muchas veces como control de plagas se usa veneno, siendo la ingesta de animales envenenados una de las grandes amenazas de esta especie.

En la Patagonia se ha descubierto que el cóndor andino tiende a alimentarse lejos de los caminos y perturbaciones usualmente asociadas a estos, como colisiones con cables eléctricos y accidentales con vehículos (Speziale et al. 2008, Lambertucci).

La presencia de Alma en el sector residencial no es un más que un llamado de atención para la especie humana; se está acostumbrando a frecuentar un lugar que es de alto riesgo para ella.

Las garras de Alma sobre la baranda ©Francisca Santa María
Las garras de Alma sobre la baranda ©Francisca Santamaría

Algunas personas argumentan que como esta pareja de cóndores ya parece estar acostumbrada, el compartir alimentos con ellos no genera un gran impacto.

Sin embargo, no hay que olvidar que los cóndores adultos tienen alrededor de una cría cada dos años. Cuando este polluelo nace, permanece alrededor de 6-8 meses en el nido y luego, al aprender a volar, vive alrededor de un año más dependiendo de sus padres (Pavez y Tala 1995, Lambertucci y Mastrantuoni 2008).

“¿Qué pasará cuando esta pareja tenga una cría? ¿Serán capaces de retomar sus antiguos hábitos y guiarlo en la búsqueda de carroña como corresponde a su especie o traspasarán su costumbre a este nuevo integrante del grupo?”, me pregunto. Y más allá de los hábitos que puedan traspasar a las nuevas generaciones, dado los riesgos de envenenamiento y colisión a los que están expuestos, ¿vivirán Alma y su pareja lo suficiente, para poder dar vida a nuevas generaciones?

Las características de los cóndores; el largo periodo que pasan las aves más jóvenes antes de reproducirse (alrededor de 6-8 años), su baja tasa de reproductividad, la dependencia de los polluelos de sus padres de alrededor de 2 años, etc., la hacen presentarse como una especie sumamente vulnerables frente a cualquier perturbación de su hábitat y acción humana, teniendo un gran impacto en su disminuida población.

Almar-arreglando-su-plumajeFranciscaSantaMaría
Alma arreglando su plumaje ©Francisca Santamaría

Hoy necesitamos tomar consciencia de nuestros actos. Es urgente que comencemos a valorizar los espacios naturales y a conocer las especies que nos rodean. Solo de ese modo podremos cuidarlas y actuar en pos de un ecosistema sano para todos.

Si recibes esta inesperada visita en tu casa, atesórala, puede ser una de las últimas que veas, pero ¡no la alimentes!

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