“Macacos ‘pandilleros’ causan pánico en Japón”, “42 personas han resultado heridas en la ciudad de Yamaguchi, incluidos niños y ancianos”, “Una niña de cuatro años fue arañada en un apartamento, mientras que en otro caso un mono irrumpió en un aula de una guardería”, se leía estas semanas sobre un grupo de macacos japoneses (Macaca fuscata) que aterrorizó a una pequeña localidad de Japón. Lo último que se supo es que un miembro de la “banda” fue capturado y sacrificado ¿Era el cabecilla? 

Pese a que en el pasado fue una especie en peligro, el número de macacos japoneses ha aumentado y hoy está catalogada como de preocupación menor por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Según una investigación del año 2021 de la Universidad de Yamagata, “la raíz de estos conflictos es sin duda la disminución de la distancia espacial entre las personas y los macacos. (…). Este comportamiento no solo despierta un sentimiento de miedo en los residentes y empeora las relaciones entre las personas y los macacos, sino que también aumenta el riesgo de infecciones zoonóticas”.

Las conductas agresivas de primates no son un hecho aislado, sino más bien recurrentes en la mayoría de los lugares donde las personas se relacionan con ellos. En Argentina, por ejemplo, han tenido conflictos en el Parque Nacional Iguazú, donde los monos caí o silbadores, acostumbrados a ser alimentados por los visitantes, comenzaron a “asaltar” turistas en un hotel cercano, con comportamientos agresivos hacia las personas que intentaban ahuyentarlos. Un problema que ya se había visto con otras especies, como los coatíes, donde algunos ejemplares escuchaban el sonido de una bolsa o envase de comida y llegaban corriendo en grupo hacia los turistas para exigir alimentos con mordeduras y rasguños.

Coatí mirando a cámara. Foto: Evelyn Pfeiffer.
Coatí mirando a cámara. Foto: Evelyn Pfeiffer.

Sin duda a menor escala, este tipo de conductas también está presente en ejemplares de fauna nativa en nuestro país. “Es común ver a zorros acercarse cuando ven estacionarse un auto para pedir comida a los turistas ¡Incluso en Parques Nacionales! La gente los alimenta y los zorros se acostumbran. Y cuando las personas no los alimentan, por cualquier razón, incluida la baja de turistas por la pandemia, los zorros no entienden qué está pasando y pueden generar comportamientos agresivos exigiendo su comida”, asegura Antonieta Labra, doctora en ciencias biológicas y miembro del directorio de la ONG Vida Nativa.

En muchos casos, el hecho de que los animales se habitúen a los humanos no genera agresiones, pero sí conduce a problemas de conservación. Un caso emblemático es lo que ocurre con los pudúes. “En la medida que se acostumbran al humano, se vuelven mucho más confiados y es un problema, porque se empiezan a acercar a los caminos donde pueden ser atropellados, o a las casas donde hay perros y son atacados”, cuenta Belén Bustamante, veterinaria de Chiloé Protegido, ONG que se enfoca en rescatar animales salvajes en la isla. Agrega que  reciben algún pudú atropellado, apaleado o atacado por jaurías prácticamente todas las semanas. “A veces no entendemos las consecuencias de una acción que pareciera tan inofensiva como darle una manzana a uno de estos animalitos”, señala.

Pudú. Foto: Evelyn Pfeiffer.
Pudú. Foto: Evelyn Pfeiffer.

La pandemia nos abrió los ojos

Se calcula que abril de 2020 fue el punto más alto de los confinamientos por efectos de la pandemia, con casi el 60% del planeta bajo algún tipo de restricción de movimiento. Esto se convirtió en una oportunidad única para analizar el impacto de la actividad humana en la vida salvaje: cesaron los desplazamientos por aire, tierra y mar, disminuyó el ruido en las ciudades y los océanos (en Santiago disminuyó el ruido nocturno en un 65%) y, por supuesto, también mejoró la calidad del aire en las ciudades.

Fue tal el fenómeno, que un grupo de científicos denominó esta fase como la antropausa. El humano se había detenido y con esta pausa nos dimos cuenta de que no estábamos solos: animales en todas partes del mundo comenzaron a merodear las ciudades, pero no solo eso, muchos comenzaron a cambiar sus conductas.

Guananco con las Torres del Paine de fondo. Foto: Pía Vergara.
Guananco con las Torres del Paine de fondo. Foto: Pía Vergara.
Pareja de Guanacos. Foto: Pía Vergara.
Pareja de Guanacos. Foto: Pía Vergara.

El año pasado se viralizó el video de un violento enfrentamiento entre dos bandas de monos en Tailandia, peleándose por una banana que les tiró un visitante. Como ya no había turistas que los alimentaran, los animales comenzaron a organizarse y pelear entre ellos para conseguir un poco de comida. 

Lo mismo ocurrió en Estados Unidos, pero con las ratas. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) advirtió que los roedores, en busca de comida, podían presentar un «comportamiento poco común o agresivo». Según la agencia, el cierre de los restaurantes llevó a la disminución en el volumen de alimentos disponibles para las ratas, presentando conductas combativas entre ellas o intentos desesperados para ingresar a las viviendas.

“Hay especies que son mucho más sensibles al ser humano que otras. Algunas son muy tímidas y rehúyen a nuestra presencia, en cambio, otras se denominan sinantrópicas, que tienen la capacidad de adaptarse al ser humano y sacan beneficios de nosotros, como las ratas o las palomas. Con el confinamiento se le dio un espacio a la fauna que suele evitar nuestra presencia y que antes estaba arrinconada por nuestras ciudades, el ruido y los autos, lo que hizo mucho más evidente el impacto que generamos y cómo le hemos quitado territorio a la fauna salvaje”, asegura Cristóbal Briceño, académico de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la Universidad de Chile. 

Sin duda, los ocho pumas que ingresaron a la ciudad de Santiago durante la pandemia fueron los casos más visibles de cómo la fauna existe en torno a las ciudades, pero manteniéndose al margen de ella. “La pandemia nos permitió estudiar sus conductas y darnos cuenta de que existen tres tipos de pumas: uno es el puma 100% silvestre, otro es el que ha vivido en cautiverio y que está improntado con el ser humano, y un tercer tipo, que ya se había detectado en California, que es un animal acostumbrado al ser humano, pero que es totalmente independiente. Le pusimos un radiocollar a uno de los animales que ingresaron a la ciudad para estudiarlo y vimos que en un año y medio rodeó todos los cerros de Santiago, desde Recoleta al Cajón del Maipo y que, lamentablemente, terminó muerto por envenenamiento cerca de Colina. Era un animal que siempre veía la ciudad a distancia y que estaba acostumbrado al hombre, pero sin acercarse al hombre, dando cuenta de cómo estos carnívoros han adaptado su comportamiento”, cuenta el experto en felinos silvestres Agustín Iriarte

Puma alimentándose. Foto: Pía Vergara.
Puma alimentándose. Foto: Pía Vergara.

Fotógrafos y fauna silvestre

En pocos años, las redes sociales se han llenado de fotos de pumas, la mayoría de ellos en el Parque Nacional Torres del Paine o sus alrededores. “Hay una especie de fiebre por el puma. Todos quieren verlo, todos quieren hacer documentales sobre él, todos quieren sacarle fotos”, asegura Pía Vergara, directora de la Fundación Cerro Guido Conservación y una de las primeras fotógrafas que comenzó a rastrear pumas en la zona. 

El proyecto de conservación de la estancia se inició en enero de 2019 como una forma de lograr la coexistencia entre la fauna salvaje, especialmente de los pumas, y la cultura ganadera de la Región de Magallanes, dos mundos que siempre han estado en conflicto. “Cuando comenzamos este proyecto, los pumas eran sumamente tímidos. Te veían a 500 metros y arrancaban. Hoy, después de tres años y medio, siguen siendo tímidos, pero ya te toleran y dejan que te acerques a unos 100 metros. Te das cuenta de inmediato cuando te cruzas con un ejemplar que viene del parque (Torres del Paine), porque son mucho más confiados e indiferentes al ser humano. Suponemos que sí es un cambio de conducta, pero lo cierto es que sabemos muy poco de estos felinos y que el turismo de observación de estos animales es una actividad bastante reciente”, explica. 

Pumas cachorros. Foto: Pía Vergara.
Pumas cachorros. Foto: Pía Vergara.

En esta área han ocurrido dos hechos importantes: las poblaciones de pumas han crecido porque hoy ya no los cazan, y estos imponentes animales están mucho más visibles. Según Nicolás Lagos, especialista en felinos salvajes y autor del libro En el Límite: Puma en Torres del Paine, “antes los mataban y las estancias alrededor del parque tenían ‘leoneros’ que se dedicaban a cazarlos. Hoy los pumas están protegidos, se dieron cuenta de que el humano ya no representaba un peligro y empezaron a tolerarnos. En el sector turístico, los pumas están muchos más habituados y se han acostumbrado a ver a las personas como un elemento más del paisaje. Algunos arrancan, pero la mayoría hace su vida normal, jugando a 20 metros de ti o pasando al lado tuyo acechando un guanaco sin inmutarse”.

Si bien es destacable cómo una actividad turística está favoreciendo la conservación de esta especie, también existe preocupación de las implicancias que podría traer para los visitantes, ya que son animales salvajes y potencialmente peligrosos. Por ello se decidió normar el avistamiento en forma segura, primero, exigiendo que los grupos de turistas solo ingresen con guías habilitados al sendero entre Laguna Amarga y Lago Sarmiento donde se concentra la mayor cantidad de estos felinos en la región. Y, segundo, guías de observación, expertos en la especie, entidades de gobierno como Conaf y centros de investigación trabajan en generar protocolos de avistamiento seguro.

Puma mirando a cámara en un acantilado. Foto: Pía Vergara.
Puma mirando a cámara en un acantilado. Foto: Pía Vergara.

“El puma no es un animal agresivo por esencia, pero sí pueden ocurrir accidentes. Por eso es tan importante establecer protocolos de seguridad para las personas y para el animal, interfiriendo lo menos posible en su diario vivir”, asegura Pía.

Cóndores que se alimentan de basura

Desde el año 2002, cuando se instaló el relleno sanitario Loma Los Colorados en Tiltil, los cóndores comenzaron a rondar el lugar. Las razones que los han llevado a alimentarse en los rellenos sanitarios en la zona central son principalmente dos: la ubicación de vertederos cerca de sus rutas de vuelo y la escasez de sus fuentes naturales de alimento, principalmente guanacos y vacunos muertos por otros predadores o de forma natural. “Los cóndores tienden a utilizar estos rellenos como focos de alimentación, que claramente son de menor calidad y presentan mayor peligro para su salud”, cuenta Eduardo Pavez, veterinario y ecólogo, experto en estas aves.

De hecho, un estudio del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES UC) de 2019 mostró que más de un 30% de la dieta del cóndor en la Región Metropolitana se compone de desechos de origen humano. La investigación analizó los restos no digeridos que regurgitan estas aves, identificando que el 99% contenía restos de mamíferos -cabras, caballos, ovejas y conejos, entre otros-, un 7% aves, y un 31% de basura, principalmente conformada por plásticos, seguido de papel y textiles. 

Condór sobrevolando vertedero. Foto: Jean Paul de la Harpe
Condór sobrevolando vertedero. Foto: Jean Paul de la Harpe.

Desde 2005, se han implementado medidas para reducir la presencia de estas aves en los rellenos sanitarios, como instalar comederos cercanos, usar frentes más pequeños de trabajo, cubrir los frentes rápidamente, o contar con personas dedicas a espantarlas. 

También ha llamado la atención la presencia de cóndores en los techos de edificios de la zona precordillerana de la región e, incluso, un par de ejemplares han sido vistos más de una vez en las mismas terrazas. “Recordemos que los cóndores son muy grandes y planean, por lo que buscan lugares seguros para posarse y, de cierta forma, estos techos pegados a los cerros, les han parecido un buen lugar para ello”, explica Pavez.

Uno de los problemas, es que los habitantes del sector han comenzado a alimentarlos e interactuar con ellos, olvidando que se alimentan de carroña, por lo cual sus picos y garras pueden tener un alto contenido bacteriano. “Si bien no suelen ser agresivos, sí podrían reaccionar con un picotazo o rasguño frente a algo que ellos consideren una amenaza, por ejemplo, un humano o un perro intentando ahuyentarlos de su terraza”, concluye.

Los pequeños animales también han cambiado

Se ha demostrado que el ruido de las ciudades limita la sobrevivencia de ciertas especies de aves, porque el canto no se escucha y les impide a los machos seducir a las hembras para reproducirse, o bien, no pueden dar señales de aviso a su bandada para protegerse de los depredadores. Sin embargo, otras se han adaptado, presentando diferencias morfológicas y de comportamiento en comparación con poblaciones de ambientes silvestres. Por ejemplo, algunas compensan el aumento del ruido citadino cantando durante más tiempo, otras cantan más agudo y otras, con más fuerza. 

En el caso de Chile se ha demostrado que los chincoles (Zonotrichia capensis) que habitan en ambientes urbanos no solo presentan menor tamaño, masa e índice de condición corporal que los chincoles de ambientes silvestres, sino que, además, cambian su estructura de canto, aumentando los kHz en los cantos de individuos. 

Guanaco sobre nieve. Foto: Pía Vergara.
Guanaco sobre nieve. Foto: Pía Vergara.

Entre los anfibios, las ranas también modifican sus vocalizaciones en presencia de ruido antrópico, por ejemplo, en grupos a orillas de carreteras, los machos se ven obligados a “cantar” de manera más ruidosa, porque si no, las hembras no escuchan los sonidos de apareamiento y no logran reproducirse. 

Los reptiles tampoco están exentos a los cambios de comportamiento frente a las interacciones humanas. En Chile, se realizó un estudio en la zona central con altos índices de concurrencia de personas, donde se demostró que tres especies de lagartijas aceptan una mayor proximidad de humanos antes de huir. “Se han adaptado, porque de otra forma estarían huyendo todo el día de las personas, con el consecuente gasto energético que ello significa”, cuenta su autora, Antonieta Labra. El problema es que este acostumbramiento sí les podría generar mayor riesgo de depredación, ya que al no escapar o demorarse en hacerlo, se pueden enfrentar a personas que sí les quieran hacer daño o con mascotas acompañantes que las cacen.    

“Los animales se adaptan al humano y desarrollan cambios conductuales, en la forma de comunicarse o, también, en el uso de algunos recursos, como los alimentos. Pero, lamentablemente, hay especies que no logran adaptarse a nosotros y empiezan a replegarse a sitios que tengan mejores condiciones para su sobrevivencia. El problema es que cada vez quedan menos lugares donde pueden replegarse, a veces solo son pequeños manchones los adecuados, donde las especies empiezan a perder su variabilidad genética y terminan extinguiéndose. La fauna que no se adapta, se muere”, asegura la investigadora.

Guanacos arrancando de puma. Foto: Evelyn Pfeiffer.
Guanacos arrancando de puma. Foto: Evelyn Pfeiffer.

Qué hacer (y no hacer) frente a la fauna nativa

Difícilmente podemos cambiar nuestras ciudades o evitar la expansión de ellas, pero sí podemos tomar algunas medidas para convivir de mejor manera con la vida salvaje. 

Lo primero es que, si observamos fauna en su ambiente natural, no podemos olvidarnos que la buena experiencia tiene que ser mutua, lo que significa no perturbar a los animales. “Es importante darse cuenta de cuándo estás afectando al animal y lo estás poniendo nervioso. Si el animal deja de comer, se paraliza, o trata de huir, obviamente son señales de dejarlo tranquilo”, comenta Nicolás Lagos.

Interaccciónde seres humanos con pingüino. Foto: Evelyn Pfeiffer.
Interacción de seres humanos con pingüino. Foto: Evelyn Pfeiffer.

Uno de los puntos fundamentales es hacer observaciones cortas, de solo unos minutos, procurando no hacer movimientos bruscos, ni ruidos. Según Pía Vergara “en pumas es importante observar en grupos pequeños, no acercarse a menos de 50 m, no darles la espalda, no agacharse, no correr, mantener silencio y usar colores que se mimeticen con el entorno”.

También es importante no tocar a los animales y menos rodearlos o retenerlos, ya que podemos causarles estrés, enfermedades o la muerte. Hay animales muy sensibles a la manipulación del hombre, como los anfibios, cuya piel absorbe con facilidad las toxinas.

Interacción de seres humanos con elefante marino. Foto: Evelyn
Interacción de seres humanos con elefante marino. Foto: Evelyn Pfeiffer.

Tampoco se debe obstruir o cortar el paso de un animal. Por ejemplo, si uno se encuentra con fauna marina en la playa, nunca se debe caminar entre el animal y el mar, porque que lógicamente es su vía de escape y obstruirla constituye una amenaza. 

Ya vimos que alimentar a la fauna es una pésima idea, porque genera conductas agresivas. Además, afectamos su salud con elementos que no pertenecen a su dieta y que no pueden digerir, y generamos desequilibrios en toda la cadena trófica, porque el animal al no tener la necesidad de cazar su comida deja de cumplir su rol ecológico. Un zorro o un ave rapaz que deja de cazar implica que, por ejemplo, los ratones se quedan sin depredadores. 

Por último, hay un tema fundamental que plantea la fotógrafa: “Tenemos que cambiar esa idea de querer la mejor foto para tener muchos ‘likes’, sino que debemos hacernos conscientes de que lo fundamental es la conservación de la especie y que la observación no se puede hacer de cualquier forma. Si vas a visitar a alguien a su casa, acatas sus normas y no irrumpes por todas partes. Acá es lo mismo. Estás en su territorio y debes hacerlo con respeto”.

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