«Insectagedón»: el alarmante declive mundial de los insectos y la gran deuda en Sudamérica
Polinizan, mantienen los suelos sanos y son eficientes controladores biológicos. Así, nos permiten algo tan esencial y cotidiano como la ingesta de alimentos, y el acceso a fuentes de agua o a la naturaleza misma. Esa es parte de la obra de los insectos, cuya declinación ha encendido las alarmas a nivel mundial. Factores como el cambio de uso de suelo, la crisis climática y las especies exóticas han diezmado sus poblaciones, lo que podría acarrear graves consecuencias ambientales y económicas. Sin embargo, la falta de investigación en Sudamérica, el extractivismo, los sesgos en la información y la poca valoración de la entomofauna dificultan su recuperación. Aquí te contamos lo que se sabe y las razones para coexistir con los animales más numerosos del planeta.
Ni mamíferos ni aves. La gran mayoría de los animales en el planeta son insectos. Los mismos que suelen ser considerados como “molestos” o “perjudiciales”, inspirando incluso piezas publicitarias como aquella de Raid que sentencia que “una casa sin insectos es una casa verdaderamente limpia”. Una alusión generalizada y poco justa para aquellos organismos que no solo polinizan los alimentos que ingerimos día a día, sino que mantienen los suelos sanos, permitiéndonos incluso abastecernos de agua. En definitiva, cumplen una serie de funciones que – literalmente – nos mantienen con vida.
Si retrocedemos en el tiempo, muchos recordarán jardines rebosantes en criaturas diminutas, o los viajes en auto que terminaban con malogrados artrópodos estrellados en las ventanas. Hoy la realidad es muy distinta, pues la entomofauna se ha reducido de forma dramática en varias partes del mundo. Tan así, que algunos hablan del “Armagedón de los insectos” o “Insectagedón”.
“Vale la pena recordar que a nivel global los insectos corresponden a más de tres cuartas partes del total de plantas y animales terrestres. De un estimado conservador de ocho millones de estas especies (de los cuales 75% son insectos), ¡alrededor de un millón están amenazados de extinción! Desde hace unos diez años aproximadamente se ha vuelto común el reporte de disminuciones locales de abejas nativas y mariposas en distintas partes del mundo. Existen varios estudios realizados en distintos lugares del planeta que han demostrado fehacientemente que las poblaciones de insectos están decayendo”, explica Cristián Villagra, Doctor en Ecología y Biología Evolutiva, e investigador del Instituto de Entomología de la UMCE, en Chile.
Precisamente, el tema volvió a la palestra hace un tiempo, luego de que la revista científica Proceedings of the National Academy of Science (PNAS) publicara el artículo “Disminución de insectos en el Antropoceno: muerte por mil cortes”, donde se analiza este fenómeno desde perspectivas geográficas, ecológicas, sociológicas y taxonómicas, además de evaluar las principales amenazas que afectan a la entofomauna. Si bien hay variaciones, allí se calcula, por ejemplo, que el descenso en la abundancia de insectos es de un 1 a 2% al año, o de 10 a 20% por década en casi todos los continentes.
De acuerdo con la abundante evidencia recogida en PNAS, los principales factores estresantes que están diezmando a los insectos son el cambio de uso de suelo (por acciones como la deforestación), la crisis climática, la agricultura, las especies introducidas, la nitrificación y la contaminación.
“El cambio de uso de suelo es la principal causa de pérdida de hábitat y por lo tanto la mayor amenaza para la biodiversidad de insectos. En Chile y muchas otras partes de Latinoamérica predomina un modelo económico que se sustenta en el extractivismo y la exportación de materias primas, y esas prácticas conllevan a una serie de externalidades medioambientales. Por ejemplo, la minería es una actividad altamente contaminante, que destruye superficies enormes de hábitats nativos y las medidas de ‘mitigación’ y/o ‘compensación’ son insuficientes, además no están basadas en evidencia científica y no hay un seguimiento que compruebe su efectividad. Por lo tanto, es imperativo plantearse un cambio profundo de estas prácticas y del modelo económico”, advierte Constanza Schapheer, entomóloga del Laboratorio de Sistemática y Evolución de la Universidad de Chile.
Esto sin contar otras amenazas adicionales que enfrentan estos animales a niveles locales y regionales, como el uso de insecticidas y herbicidas, la urbanización y la contaminación lumínica. Cabe destacar que múltiples presiones se ciernen sobre los insectos de forma simultánea y sinérgica, lo que – en definitiva – hace que no les demos respiro.
Pero eso no es todo.
Se suma un estudio reciente, publicado en One Earth por los científicos argentinos Eduardo Zattara y Marcelo Aizen, donde se utilizó información de la Global Biodiversity Information Facility (GBIF), una iniciativa intergubernamental que reúne datos de biodiversidad de múltiples fuentes alrededor del mundo, para dejarlos disponibles de forma gratuita y online.
En dicho trabajo, los investigadores observaron que el número de especies de abejas que se encuentran anualmente en los datos de GBIF ha disminuido desde la década de 1990, y que entre los años 2006 y 2015 se reportaron un 25% menos de especies que antes de 1990.
“Si bien en nuestro estudio no analizamos las causales de declinación sino sus patrones, hay cierto consenso en que los principales causantes son los mismos que están generando pérdidas de biodiversidad en todos los grupos de organismos silvestres: cambio en el uso de la tierra, invasiones biológicas y cambio climático”, explica Eduardo Zattara, investigador adjunto y profesor asistente en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medio Ambiente (INIBIOMA), perteneciente a la Universidad Nacional del Comahue y CONICET (Argentina).
Zattara, quien también es investigador asociado del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian y de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, detalla que “los cambios en el uso de la tierra involucran el reemplazo de hábitat silvestres y heterogéneos por grandes extensiones de hábitat artificial homogéneo, a menudo con prácticas de manejo que son fuertemente agresivos para la flora y fauna nativas. Como ejemplos, tenemos el desmonte de bosques nativos para plantar grandes extensiones de maíz y soja, asociadas con un despliegue intenso de agroquímicos y un drenaje de recursos naturales asociados, como el agua. O la expansión de las áreas residenciales suburbanas que eliminan el hábitat natural para instalar construcciones y parques que ofrecen muy poco a las especies nativas desplazadas”.
La introducción de especies exóticas ha sido otro factor relevante, al impactar a los animales nativos por competencia de recursos, depredación o transmisión de enfermedades. Así se ha visto con el abejorro colorado o mangangá (Bombus dahlbomii), que se ha transformado en el desafortunado ícono – tanto en Chile y Argentina – de los impactos de los abejorros europeos introducidos en su territorio.
Schapheer agrega que “otro caso similar es el de las chinitas chilenas que son depredadas por la chinita arlequín (especie introducida). Sin embargo, más allá de los casos más emblemáticos tenemos una amenaza fantasma: la extinción de especies que ni siquiera están descritas o de las cuales desconocemos sus funciones ecosistémicas y, por lo tanto, el efecto de su desaparición sobre procesos ambientales”.
Por último, la crisis climática está desencadenando un desajuste generalizado entre muchas especies y su entorno, resultando en alteraciones en las temperaturas medias, mayor frecuencia de eventos meteorológicos extremos, cambios en las precipitaciones, aumento en la ocurrencia de incendios, entre otros.
Sin embargo, la real envergadura de este problema está lejos de conocerse.
Una avalancha de certezas y dudas
Los insectos son fundamentales para la vida en la Tierra y, por lo tanto, para la misma humanidad.
Para ponerlo en perspectiva, estos artrópodos son la base de las redes tróficas, siendo el alimento de un sinnúmero de mamíferos, aves y reptiles, entre otros. En tanto, los insectos detritívoros descomponen materia orgánica, mientras otras especies polinizan plantas. Por último, están los depredadores, los cuales mantienen las poblaciones de otras especies bajo control.
Villagra profundiza: “los insectos nos ayudan a mantener el suelo y fuentes de agua gracias a su rol en el reciclaje de nutrientes, formación de suelo, descomposición y su importantísimo rol en la purificación del agua. Además, los insectos contribuyen al control biológico de plagas, son los principales polinizadores de plantas nativas y cultivables, además de grandes dispersores de semillas. Finalmente se ha reconocido el valor cultural, estético y recreacional que han significado para la humanidad la gran diversidad de formas y modos de vida que presentan los insectos. Al ignorar el insectagedón se pone en riesgo las funciones y relaciones que tienen los insectos con procesos ecosistémicos claves para la subsistencia de nuestra especie. En resumen, dependemos de los insectos para mantener la salud y sobrevivencia de nuestra especie”.
Por ello preocupa tanto la declinación en sus poblaciones que se ha reportado en el mundo.
Por ejemplo, el ecólogo mexicano Rodolfo Dirzo realizó junto a sus colegas el primer metaanálisis en el trabajo “La defaunación en el Antropoceno”, que reportó pérdidas globales de insectos como escarabajos, libélulas, saltamontes y mariposas. Ya en 16 estudios, como señala la reciente publicación en PNAS, las poblaciones de insectos habían disminuido en un 45% en las últimas cuatro décadas.
Mientras tanto, análisis efectuados en el noroeste de Alemania encontraron caídas pronunciadas en las poblaciones de insectos voladores, por ejemplo en una reserva donde la masa de insectos capturados en trampas se redujo en un 78% en un periodo de 24 años. Otros análisis enfocados en las moscas florícolas, por ejemplo, han demostrado una fuerte caída de hasta un 80%, en abundancia total y biomasa, advirtiendo de esa forma las graves consecuencias que podría acarrear para el funcionamiento de los ecosistemas.
Pese a lo anterior, habría algunos grupos en ciertos países que no estarían experimentando grandes cambios o declives. Ese sería el caso de especies de polillas en Gran Bretaña, que han aumentado sus poblaciones, o lo que se observa en algunos sitios con la famosa abeja melífera (Apis mellifera), cuya asociación con el humano le ha significado ciertas ventajas, incluso en Sudamérica donde fue introducida y su expansión ha sido tal, que muchos creen que es autóctona de estos territorios…cuando no lo es.
Pero si hablamos de desacuerdos, otro estudio publicado en Biological Conservation en 2019 estimó que un 40% de todas las especies de insectos estarían en riesgo de extinción en las próximas décadas. Luego de eso, otros trabajos refutaron sus conclusiones, como una investigación encabezada por el Centro Alemán para la Investigación Integrativa de la Biodiversidad (iDiv) que indicó que se registran disminuciones en la abundancia de insectos terrestres y un aumento de la entomofauna de agua dulce. De hecho, el autor principal del último trabajo señaló en el medio español SINC que “la idea de ‘apocalipsis’ de insectos ha sido tratada de forma sensacionalista en los medios. Pocos científicos la pondrían en términos tan crudos, pero es cierto que hay evidencia de dramáticas disminuciones en algunos tipos de insectos en algunos lugares”.
En ese entonces, las afirmaciones del investigador europeo produjeron cierta irritación en entomólogos sudamericanos, dada la escasa y pobre representatividad de los países del hemisferio sur en el estudio alemán. En ese sentido, la falta de investigaciones sistemáticas y a largo plazo en el sur global es evidente.
Por ello se habla también de un considerable sesgo de información, pues la gran mayoría de los estudios demográficos de insectos provienen de Europa y Estados Unidos, áreas que por cierto sustentan menos del 20% de la diversidad global de especies de insectos.
Consultado al respecto, el investigador de INIBIOMA sostiene que “el hemisferio norte tiene mayor densidad poblacional y concentración económica de recursos de investigación, y un historial más largo de naturalismo convencional, es decir, de actividades científicas asociadas a las metodologías prevalentes en la actualidad, en desmedro de otro tipo de naturalismos asociados a los pueblos nativos de las Américas, África, Asia y Oceanía. Además, tiene una fracción más amplia de su población cuya calidad de vida es suficientemente alta para interesarse e involucrarse en actividades de ciencia ciudadana. Por otro lado, una mayor fracción de países del hemisferio norte han incentivado las tareas de digitalización y apertura de datos contenidos en registros, catálogos, colecciones y museos”.
En definitiva, en la ciencia no siempre reina la certeza.
La deuda en Sudamérica
En países de América, África y Asia falta bastante información sobre la entomofauna. Aun así, hay algunas “pistas” al respecto. Por ejemplo, se ha constatado en áreas de Costa Rica la disminución gradual de los insectos tropicales desde finales de la década de 1970, y de forma más intensa desde el año 2005. La perturbación, dicen, se debería principalmente al clima más cálido y errático que fomentaría la pérdida de polillas y otros insectos.
Por otro lado, en Argentina se espera que esta declinación esté ocurriendo también por los efectos del cambio en el uso de la tierra, especies exóticas y cambio climático, aunque faltaría información. Por ello, respecto al estudio sobre el declive en los reportes de abejas que publicó recientemente, el investigador argentino reconoce que “en Sudamérica, la cantidad de datos disponible es mucho menor, y las tendencias que arroja nuestro análisis son menos fiables. Por lo tanto, es prematuro afirmar la caída de más del 30% que vemos en las últimas décadas (desde más de 1200 especies reportadas de abejas en GBIF entre 1996 y 2005, a alrededor de 800 especies para el período entre 2006 y 2015) sea un reflejo fiel de la caída real de biodiversidad de abejas en la región”.
De todos modos, hay casos evidentes. Zattara añade que “en el Grupo de Ecología de la Polinización del que formo parte, venimos siguiendo desde hace casi tres décadas la declinación del abejorro gigante patagónico o mangangá, Bombus dahlbomii, única especie nativa de este género en la Patagonia, tanto chilena como argentina. Es un caso emblemático en el que podemos aislar la principal causa, que ha sido la introducción con fines agrocomerciales de dos especies de abejorros europeos en Chile (Bombus terrestris y Bombus ruderatus), puesto que las poblaciones de mangangá han declinado en todo lugar al que llegaron los abejorros europeos, incluso en áreas alejadas de zonas agrícolas y en las que el cambio climático aún no se siente fuertemente”.
Sin embargo, hasta hoy el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) continúa introduciendo en Chile miles de colmenas de abejorros europeos.
Y en el caso de Chile, Schapheer precisa que “a pesar que no se ha hecho un estudio sistemático y a largo plazo de las poblaciones de insectos en nuestro país, sí existen publicaciones científicas y la lista del Ministerio del Medio Ambiente que han demostrado que es muy probable que también estemos en presencia de un declive de las poblaciones. Sobre todo en los grupos que son más dependientes de los hábitats nativos que actualmente están siendo fuertemente amenazados por la acción humana”.
Para hacerse una idea, en Chile hay más de 10 mil especies descritas de insectos, de las cuales más de la mitad son endémicas, es decir, solo viven en este país. Sin embargo, solo 76 especies están clasificadas según estado de conservación, con un 66% bajo algún grado de amenaza (ya sea “vulnerable”, “en peligro” o “en peligro crítico”). Dicho de otra forma, se sabe menos del 1% de los insectos del territorio chileno.
Por ello, la deuda en Latinoamérica y Sudamérica es notable, partiendo por la imperiosa necesidad de conocer a las especies que todavía no han sido descritas por la ciencia. Así lo asegura Villagra: “Para Sudamérica lamentablemente aún incluso queda por describir una parte considerable de su entomofauna antes de que la degradación ambiental que acompaña al modelo de desarrollo extractivista las haga desaparecer. Este fenómeno, donde las especies se pierden sin siquiera ser conocidas, fue acuñado por el entomólogo E. O. Wilson como ‘Centinelan Extintion’, en los años noventa, justamente a partir del caso de la extinción de especies de artrópodos a causa de las perturbaciones causadas por el humano”.
De la indiferencia a la coexistencia
Ante la precipitada caída de los insectos, hay gobiernos que han tomado acciones, como en la Unión Europea y las restricciones al uso de plaguicidas (incluyendo neonicotinoides); en Estados Unidos, donde se ha legislado para aumentar el financiamiento a la protección de los insectos polinizadores; y en Costa Rica con su iniciativa BioAlfa, incluyendo un esfuerzo de $100 millones para inventariar y secuenciar el código de barras de ADN de cada criatura multicelular en ese país durante una década.
Mientras tanto, en otros países de América Latina se erige la necesidad de financiar la investigación entomológica que permita describir especies y evaluar las tendencias demográficas de los insectos. Asimismo, ampliar el uso de tecnologías y métodos es fundamental, motivando acciones como el monitoreo acústico del abejorro colorado o mangangá, una iniciativa colaborativa entre Argentina, Chile y Estados Unidos, que cuenta con el apoyo de la National Geographic Society. Asimismo, las herramientas de ciencia ciudadana como iNaturalist son grandes aliadas para apoyar los esfuerzos científicos.
Por otro lado, la presión ciudadana es necesaria para que los tomadores de decisiones impulsen políticas públicas que promuevan la conservación de la biodiversidad. Con ello, se podría mitigar el conjunto de amenazas que enfrentan los insectos en la actualidad.
La forma en que se hace agricultura en Sudamérica es una de ellas. Schapheer, quien es agrónoma, subraya que “acá se practica la agricultura industrial de la revolución verde de los años 50 y que está optimizada para que sea un buen negocio y no necesariamente para que produzca alimentos saludables, de alto valor nutricional y a un bajo costo medioambiental. Afortunadamente existen alternativas como la agroecología que, además de incorporar los avances científicos a la producción, considera la dimensión política, social y los saberes locales, debemos recordar que en Latinoamérica se practica agricultura hace miles de años (¡la agricultura no se inventó en la revolución verde!) por lo que desechar ese conocimiento sería un completo despropósito”.
La reducción del uso de insecticidas y herbicidas, así como la propagación y conservación de la flora nativa son otras recomendaciones. Así se pueden establecer corredores biológicos o áreas verdes en las ciudades que refugien a estos animales. Esto sintoniza con la idea de “compartir la tierra” (Land-sharing) para coexistir con la naturaleza en áreas ocupadas por los humanos, minimizando los efectos de la antropización sobre las comunidades de insectos. La construcción de casas u “hoteles” para insectos podría ser otra alternativa, aunque no se han estudiado sus alcances.
Pero nada de eso tendría sentido sin la apremiante educación ambiental que cambie las actitudes de los humanos hacia los insectos, disipando las percepciones erróneas y entendiendo su crítica relevancia para el planeta.
Para Schapheer, el insectagedón requiere de la interdisciplina. “Me gustaría invitar a gente de ciencias sociales para que se interesen en estudiar por qué ignoramos o en los peores casos repudiamos a los pobres insectos y qué podríamos hacer al respecto. En lo personal pienso que los entomólogos debemos estar dispuestos a hacer educación y divulgación, las personas tienen ‘el bichito’ solo hay de despertarlo. Una de las dificultades que tenemos con los insectos es la escala (son muy pequeños) pero una vez que una persona lo ve a través de la lupa su percepción cambia muchísimo y lo ve como un animal, no como pieza de colección o algo que se debe destruir”.