En el mundo, la agricultura industrial ha sido uno de los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad, así como de la crisis climática y de la disminución de polinizadores nativos, lo que ha acarreado severos impactos no solo en los ecosistemas, sino también en las comunidades humanas.

Uso de pesticidas en agricultura intensiva (referencial) @Photothèque AT / Flickr
@Photothèque AT / Flickr

Ese sería el caso de Chile, el cual no solo posee “punto calientes” (hotspots) de biodiversidad reconocidos a nivel mundial, sino que también se ha catapultado como “potencia agroalimentaria”, de la mano de la agricultura industrial. Así, la producción de alimentos se ha caracterizado por los monocultivos a gran escala, y por el uso de insumos externos como polinizadores exóticos, fertilizantes y plaguicidas. A esto se suma otro hecho revelado por un reciente estudio publicado en la revista científica Sustainibility, que muestra que en el país se usan 44 pesticidas que están prohibidos en la Unión Europea por sus efectos adversos en abejas.

Pese a los antecedentes disponibles, el impacto real de la agricultura intensiva está lejos de conocerse a cabalidad.

Así lo advierte Patricia Henríquez-Piskulich autora principal del estudio, entomóloga y estudiante de doctorado de la Universidad de Melbourne (Australia): “Lo problemático es que no sabemos lo que realmente está pasando en Chile porque no se han realizado estudios para evaluar las consecuencias de la agricultura industrial. Lo que sabemos gracias a estudios de otros países, es que grandes monocultivos generalmente albergan una menor riqueza y abundancia de polinizadores. Además, disminuyen el acceso de los polinizadores a hábitats naturales, reduciendo de manera importante los recursos florales y de nidificación. En las especies polinizadoras esto tiene como consecuencia una menor sobrevivencia y una reducción en la cantidad de crías que éstas pueden producir. Bajo este modelo productivo, los polinizadores son expuestos a múltiples pesticidas, los cuales tienen efectos negativos sobre su desarrollo, reproducción y sobrevivencia”.

Manuelia sp. sobre Haplopappus (Asteraceae) en matorral xérico ©Cristian Villagra
Abeja nativa Manuelia sp. (referencial) ©Cristian Villagra

La investigación fue realizada por los científicos chilenos Patricia Henríquez-Piskulich, Constanza Schapheer y Cristian Villagra, y el académico belga Nicolas J. Vereecken. Entre los datos más preocupantes indican que 44 plaguicidas aprobados por el Estado de Chile y usados profusamente a nivel nacional, han sido prohibidos por la Unión Europea, debido a las consecuencias “subletales” que han generado en abejas de miel y especies nativas que han sido evaluadas en distintas partes del mundo.

Dichos efectos “van desde daño fisiológico, al sistema nervioso, del desarrollo, fertilidad y sobre los microorganismos simbiontes de las abejas, entre otros. Estos efectos, que no muestran mortalidad inmediata en insectos polinizadores, sí determinan a largo plazo la muerte de los individuos contaminados por estos plaguicidas, por ejemplo, al afectar sus habilidades cognitivas pueden gatillar problemas en la navegación y orientación espacial en abejas”, detalla Cristián Villagra, doctor en Ecología y Biología Evolutiva, e investigador del Instituto de Entomología de la UMCE.

Abeja de la miel @pixabay
Se ha estudiado impacto de plaguicidas en la abeja de la miel @Pixabay

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Cabe destacar que el listado de 44 pesticidas sería conservador y, de cierta forma, una subestimación, considerando que solo se enfoca en abejas que han sido estudiadas, sin contar las consecuencias que podrían provocar en una amplia gama de organismos de ecosistemas terrestres o acuáticos (ya sean mamíferos, aves, reptiles, artrópodos, entre otros).

De hecho, evidencia reciente ha reportado el impacto de estas sustancias en mamíferos empleados como “modelos” para evaluar potenciales efectos en el humano. Tal es el caso de los plaguicidas neonicotinoides que muchas veces se presentan como “menos nocivos”, y que en roedores generarían daños en el desarrollo embrionario, y alteraciones en el cerebro, hígado y material hereditario. Inclusive, se ha documentado cómo los neonicotinoides han afectado a girasoles, pese a que están hechos para las plantas.

Agricultura, tractor rociando pesticidas (referencial) @Aqua Mechanical / Flickr
@Aqua Mechanical / Flickr

Por ello, los investigadores llaman a actualizar la normativa chilena. Villagra sostiene que “el hecho que se sigan utilizando en Chile se debe a que no contamos con una legislación que actualice las listas de plaguicidas de forma dinámica y considerando la información científica publicada en revistas con revisión de pares. Esta actualización también debería ir a la par de los puertos de destino de nuestros productos agrícolas”.

Por este y otros motivos, el estudio propone a la agroecología como otra forma de producir alimentos, considerando no solo la biodiversidad, sino también los saberes locales y ancestrales.

En palabras de Constanza Schapheer, entomóloga del Laboratorio de Sistemática y Evolución de la Universidad de Chile, el modelo actual “no considera la biodiversidad presente en el campo y además conlleva a una simplificación del paisaje, esto quiere decir que en muchas hectáreas de superficie encontraremos sólo una especie de planta. Este tipo de producción es muy costosa desde el punto de vista medioambiental y la agroecología surge como una alternativa ya que, a diferencia de la agricultura industrial, considera la biodiversidad nativa como parte del sistema agrícola e incluso se beneficia de ellos, minimizando el uso de los ‘inputs externos’”.

Agricultura bajo la lupa

Desde su aparición en el Neolítico, la agricultura cambió drásticamente la vida de nuestra especie. A partir de ese periodo, los humanos practicamos la agricultura a pequeña escala y muchas de las técnicas desarrolladas por nuestros ancestros y comunidades locales tienen bajo costo medioambiental, a pesar de lograr buenos rendimientos, asegura Schapheer.

La investigadora relata que, posteriormente, “la agricultura industrial nace en la ‘Revolución Verde’, por las décadas del 50-60 y consiste en producir monocultivos a gran escala, esto demanda una gran cantidad de terreno y de ‘inputs externos’ como plaguicidas, fertilizantes y colmenas de abejas de miel, es decir, elementos que se incorporan desde el exterior”.

Agricultura (referencial) ©PublicDomainPictures Pixabay
Agricultura (referencial) ©PublicDomainPictures Pixabay

Esto trajo ciertas ventajas en los últimos 70 años, como el aumento significativo en la producción de alimentos a nivel mundial. Pero no todo lo que brilla es oro, pues este modelo productivo ha desencadenado la continua y masiva liberación de gases de efecto invernadero; el uso insostenible del agua y de ecosistemas terrestres; y la contaminación del suelo y de fuentes hídricas superficiales y subterráneas por el uso de fertilizantes y plaguicidas.

Además, el mercado actual y la alta demanda de la agricultura intensiva han derivado en un nivel de desperdicio de alimentos sin precedentes. Eso sin nombrar otros aspectos, como la menor densidad (calidad) nutricional de varios alimentos, entre otros.

En efecto, como ya han alertado varios reportes internacionales de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica (IPBES), las Américas alimentan con cultivos y animales domésticos a un sinnúmero de países en el mundo, lo que ha sido a expensas de los ecosistemas y comunidades locales. Un ejemplo decidor proviene de la provincia de Petorca, en Chile central, que enfrenta una grave crisis hídrica y vulneración de derechos humanos por las plantaciones de paltos, muchos de los cuales se destinan a la exportación.

Cultivos de paltos en Petorca ©Modatima
Cultivos de paltos en Petorca ©Modatima

En ese sentido, Villagra sostiene que “dentro de los cultivos de fruta de exportación, son especialmente controversiales aquellas especies cuyos requerimientos hídricos no coincidan con el tipo de bioma donde se están cultivando. Un ejemplo de esto es el caso de cultivos de fruta tropical de exportación en la zona norte-centro de Chile, que tiene un clima del tipo desértico y mediterráneo (más bien seco). En este caso se genera un impacto aún mayor de las prácticas agrícolas industriales ya que la mantención industrializada de estas especies suele requerir un consumo de recursos que, en general, ha ido en desmedro de la continuidad de la biodiversidad nativa y también sobre la calidad de vida de las personas de estas localidades, al generarse graves crisis por déficit hídrico”.

Además, dentro de la biodiversidad afectada se encuentran organismos como los polinizadores, que en su mayoría corresponden a insectos como las abejas (nativas o exóticas en el caso de la abeja de la miel), junto a avispas, moscas, mariposas, polillas y escarabajos, por nombrar solo algunos.

Abeja nativa Callistochlora chloris (Halictidae) sobre pata de guanaco ©Cristian Villagra
Abeja nativa Callistochlora chloris ©Cristian Villagra

Un aspecto relevante es que en Chile se han descrito más de 450 especies de abejas nativas, de las cuales el 70% son endémicas, o sea, solo viven en este país. Se estima que la cifra sería mucho mayor, con alrededor de 800 especies. Pese a ello, han sido poco estudiadas, mientras la agricultura convencional ha golpeado zonas como Chile central, que constituye precisamente un “hotspot” por su alta diversidad de abejas. Además, el actual modelo implica la constante y masiva introducción de polinizadores exóticos, como la abeja de la miel (Apis mellifera) y el abejorro europeo (Bombus terrestris), poniendo en riesgo y en directo peligro a especies autóctonas como el abejorro colorado (Bombus dahlbomii).

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Consultada por el rol que tendrían las especies nativas en la polinización de cultivos agrícolas, Henríquez-Piskulich explica que se sabe muy poco. “En Chile sólo se han realizado estudios con el abejorro colorado o moscardón (Bombus dahlbomii) y su potencial como polinizador de tomates de invernadero. Esta es sólo una de las más de 450 especies de abejas descritas para Chile. Tampoco hay información sobre polinizadores pertenecientes a otros grupos como las moscas florícolas. Esto recalca la importancia de la ciencia y la necesidad de completar estos vacíos de conocimientos que tenemos”.

Abejorro colorado (Bombus dahlbomii) visitando flores de arándano en Villarrica ©Marianela Castillo Arias
Abejorro colorado visitando flores de arándano en Villarrica ©Marianela Castillo Arias

Aun así, estudios en el extranjero han demostrado que los polinizadores nativos aumentan la calidad y producción de los cultivos, favoreciendo la economía. Incluso, en algunos cultivos la productividad se encuentra limitada por la baja disponibilidad de polinizadores. En síntesis, sería posible desincentivar la introducción descontrolada de especies foráneas, valorando y aprovechando las contribuciones de la biodiversidad local.

No obstante, los numerosos beneficios de proteger la biodiversidad nativa no se limitan a los polinizadores, pues animales (como los insectos) y microorganismos (como hongos, bacterias y protozoos) son fundamentales para mantener la salud de los suelos, aunque no se vean a simple vista. Como es de esperarse, eso repercute directamente en la producción de alimentos.

Suelo. Edisonjimenez10 / Pixabay
Suelo. Edisonjimenez10 / Pixabay

Schapheer agrega que “los invertebrados y microorganismos del suelo son quienes reciclan los nutrientes y los vuelven disponibles para las plantas, por lo tanto, son los responsables de la fertilidad y, en gran medida, del crecimiento de los cultivos. Prácticas como la aplicación de plaguicidas, fertilización nitrogenada y la labranza donde se invierte el suelo son muy dañinas para estos organismos”.

Considerando los evidentes costos ambientales de la agricultura industrial, han surgido varias propuestas, entre ellas la conservación en los campos de espacios seminaturales (incluyendo por ejemplo bosque y matorral nativo), para así promover la diversidad y heterogeneidad del paisaje, sin aniquilar de lleno la biodiversidad local (lo que se ha vuelto una tradición en Chile).

Pero si hay una alternativa que resuena cada vez con mayor fuerza es la agroecología.

La esperanza de una alimentación justa y sostenible

Definida como disciplina científica, práctica y movimiento político, la agroecología aplica en la agricultura conocimientos basados en la ecología y también en saberes locales y ancestrales, con el fin de producir alimentos sostenibles, en respuesta a la actual crisis agrícola y alimentaria. De ese modo, propone una visión sistémica de la comida, considerando no sólo la regeneración del suelo y las relaciones ecológicas de los agroecosistemas, sino también la dignificación de las y los agricultores.

La agricultura es una de las formas de subsistencia en los Andes centrales. La sra. Soria y su cultivo de quinoa con el volcán Isluga de fondo. ©Nicolás Lagos
Cultivo de quinoa con volcán Isluga de fondo (referencial) ©Nicolás Lagos

Para los investigadores, la agroecología es una necesaria alternativa para Chile desde varios puntos de vista. De partida, nos encontramos en un escenario de cambio global que nos obliga a producir alimentos con bajo costo ambiental, sumado a que “los sistemas de producción agroecológica son más resilientes a cambios medioambientales”, asevera Schapheer, quien es ingeniera agrónoma de formación.

La soberanía alimentaria sería otro motivo, agrega, pues Chile importa una parte considerable de alimentos como cereales y leguminosas, por lo que, de adoptarse prácticas agroecológicas, sería posible volver a producir cultivos para el consumo interno, sin enfocarse solo en la exportación de fruta. En cuanto a la seguridad alimentaria, Schapheer argumenta que “Chile tiene tasas no despreciables de enfermedades que derivan de una mala alimentación, la agroecología plantea el desarrollo local y la producción de alimentos nutritivos de acuerdo a las necesidades de las comunidades”.

Por último, pero no por ello menos importante, la conservación de naturaleza y de los saberes locales son de importancia capital para la agroecología, pues busca que la producción de alimentos, la biodiversidad y las comunidades coexistan en armonía y se beneficien mutuamente.

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Por todo lo anterior, la investigación que motiva este artículo propone cuatro estrategias fundamentales para un cambio positivo en la producción de alimentos en Chile, que resguarde a la biodiversidad, polinizadores nativos y comunidades. La investigadora doctoral de la Universidad de Melbourne puntualiza que “buscan abordar de forma holística los problemas que la agricultura industrial ha provocado en países con hotspots de biodiversidad, como es el caso de Chile. Si no tomamos en cuenta todas las aristas, podría ser difícil lograr una producción sostenible que garantice la seguridad alimentaria. En este caso los beneficios exceden los costos, lo que se necesita es voluntad política para transitar hacia estrategias agroecológicas”.

Imagen estudio estrategias de agroecología para Chile ©Henríquez-Piskulich, P.A.; Schapheer, C.; Vereecken, N.J.; Villagra, C. Agroecological Strategies to Safeguard Insect Pollinators in Biodiversity Hotspots: Chile as a Case Study. Sustainability 2021
Imagen estudio estrategias de agroecología para Chile ©Henríquez-Piskulich, P.A.; Schapheer, C.; Vereecken, N.J.; Villagra, C. Agroecological Strategies to Safeguard Insect Pollinators in Biodiversity Hotspots: Chile as a Case Study. Sustainability 2021

En términos muy generales, la primera estrategia consiste en proteger, restaurar y compartir la tierra, por ejemplo, manteniendo paisajes diversos, complejos y heterogéneos que incorporen e integren la naturaleza nativa, como la fauna, flora y funga, con sus respectivos hábitats.

La segunda apunta a los “insumos internos” que permitan la sostenibilidad y protección de los polinizadores. Dicho de otra manera, la conservación y uso de la diversidad local – como los insectos nativos que polinizan o ayudan al reciclaje de nutrientes – podrían mejorar el rendimiento de los cultivos, fortalecer la soberanía alimentaria, y disminuir los efectos negativos de la agricultura intensiva.

La tercera alude a la investigación y desarrollo tecnológico localizados, ya que los países de menores ingresos – incluyendo aquellos con hotspots de biodiversidad como Chile – dependen del mercado agrícola globalizado y de la importación de paquetes tecnológicos para sostener su producción, sin considerar muchas veces los graves impactos que estos insumos generan en la naturaleza local. Un reflejo de esto es la constante importación de abejorros europeos en territorio nacional para los cultivos comerciales, en desmedro del abejorro colorado que se encuentra en peligro de extinción. Por lo tanto, los científicos se inclinan por realizar estudios focalizados para conocer y comprender de forma rigurosa la biodiversidad chilena.

Equipo del profesor Villagra estudiando a polinizadores del matorral costero, V Región ©C. Kraus
Equipo del profesor Villagra estudiando a polinizadores del matorral costero ©C. Kraus

Por último, abogan por la planificación territorial e implementación de políticas agroecológicas. El estudio es categórico en cuestionar las desigualdades sociales asociadas al modelo agrícola convencional, que se traducen en “zonas de sacrificio” y en comunidades privadas de sus derechos y de los beneficios básicos que entregan los ecosistemas (como el acceso a agua en buena cantidad y calidad). Reconocer la inevitable interdependencia entre bienestar humano y naturaleza es crucial para garantizar la soberanía y seguridad alimentaria, de acuerdo con las particularidades de cada territorio.

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En definitiva, se requiere no solo de un cambio radical de paradigma, sino también de la toma de decisiones que se basen en la evidencia y justicia socioambiental.

Para Schapheer, “la fortaleza de la agroecología es justamente que considera tanto la dimensión de la biodiversidad como de las comunidades que al fin y al cabo forman un gran todo. Ahí está la clave, las prácticas ancestrales y saberes locales en su mayoría se relacionan con la biodiversidad de manera respetuosa en gran medida porque no existe la dicotomía, sino que se entienden como parte del sistema. Si la agricultura se concibe de esta manera, la justicia socioambiental y la soberanía alimentaria llegan solas. Claro que no podemos ser ingenuos, Chile basa su economía en el extractivismo, por lo que el cambio requiere una fuerte participación ciudadana, voluntades políticas y una repartición equitativa de los recursos”.

 

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