No cabe duda de que mientras más tengo, más exitoso soy. Al menos ese es un pensamiento común en nuestra sociedad, donde la acumulación de bienes y servicios se persigue a toda costa. Nos encontramos en una sociedad de consumo, que nos ha convertido en la especie Diógenes del planeta Tierra. El problema es que enfrentamos una inusitada crisis global, que explotó en nuestras caras con la actual pandemia del coronavirus. Así, puso en jaque nuestra forma de vida. La economía se fue de bruces y recordamos la relevancia de una vida más simple, autónoma y que cultive buenas relaciones.

Sin embargo, las múltiples crisis seguirán tocando nuestra puerta, mientras no entendamos que, biofísicamente hablando, nuestro planeta no da abasto.

Deforestación ©Gryffyn_m Unsplash
Deforestación ©Gryffyn_m / Unsplash

Esta compleja realidad ha inspirado propuestas como el decrecimiento, un movimiento que – en términos simples – busca la disminución regular, progresiva y equitativa de la actual producción económica, con el objetivo de establecer una nueva economía adaptable y sostenible que respete la integridad de la naturaleza, y a su vez, mejore el bienestar de todas y todos. En definitiva, llama a vivir mejor con menos y a repensar la sociedad con valores como la sostenibilidad, la solidaridad, la equidad, la convivencia, la democracia directa y el buen vivir.

“Es una invitación a cuestionar el modelo de desarrollo imperante en el mundo, principalmente el modelo neoliberal y capitalista. Por eso se llama decrecimiento, para ser provocador y llamar a repensar el paradigma actual. No quieren hablar tampoco de ‘desarrollo’, porque incluso ese concepto es cuestionado, ya que implica que muchos países o sociedades tienen que transitar linealmente muchas etapas, ¿según quién? Entonces, no se habla de modelo alternativo de desarrollo, sino que es alternativa al desarrollo”, explica Marcela Márquez, especialista en dimensiones humanas del Centro de Humedales Río Cruces, e investigadora adjunta en el Instituto de Conservación, Biodiversidad y Territorio de la Universidad Austral.

 

Casa pequeña o tiny house, una forma de decrecer ©Minga Tiny House
Casa pequeña o tiny house, una forma de decrecer ©Minga Tiny House

Al igual que otras ideas y propuestas, como las del buen vivir que surge de las cosmovisiones indígenas del sur global, el decrecimiento busca dar un vuelco radical al sistema al que estamos (mal)acostumbrados.

La socióloga, antropóloga e integrante del Centro de Análisis Socio Ambiental (CASA), Gabriela Cabaña, relata que “lo interesante de este paradigma es que surge desde un contexto académico que recoge varias luchas, como cuando emerge en Francia hace como 10 años uno de los libros más importantes que se llama Farewell to growth, que recogía las luchas decoloniales de África, y que se inspiraba en el cuestionamiento del desarrollismo. Cuestiona esta idea de que teníamos que destruir la naturaleza para ganar más divisas y que la economía crezca, y que se instaló a nivel mundial sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Este modelo para enriquecernos se ha basado en el extractivismo, en relaciones coloniales, y en el empobrecimiento de ciertos territorios a costa del enriquecimiento de otros”.

Agricultura ©Skeeze | Pixabay
Agricultura ©Skeeze | Pixabay

En ese sentido, el decrecimiento contempla acciones desde la escala individual y colectiva, hasta la política pública. “No se trata de vivir en la montaña, aislado del mundo sin celular, y sin nada más que mi espíritu, sino que tiene que ver con cambiar en nuestro contexto urbano o rural la forma en que vemos nuestro consumo. Tiene que ver con toda una serie de actividades, como reducir la carga laboral de tal forma que la mitad de tu tiempo se invierta en actividades comunitarias, que permita la subsistencia de la comunidad misma. La mayor autosuficiencia, a través de la producción de alimentos en huertas comunitarias, entre otros”, ejemplifica Matías Guerrero, investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES UC), y del Instituto de Ecología y Biodiversidad.

El también biólogo y estudiante de doctorado de la Universidad de Chile agrega que “tiene un impacto desde lo micro-cotidiano hasta la escala societal y comunitaria. Normalmente, el modelo actual de crecimiento económico tiene al individuo como unidad básica. Podríamos decir que el decrecimiento tiene a la comunidad como unidad básica”.

Huerta ©Minga Tiny House
Huerta ©Minga Tiny House

Modificar el modelo socioeconómico actual constituye, sin duda, un desafío mayúsculo, más aún cuando en la misma economía hay conceptos o visiones que son disputados, como lo que se entiende, precisamente, por “desarrollo” y “crecimiento”.

La economista y directora ejecutiva del Observatorio de Políticas Económicas (OPES), Javiera Petersen, sostiene que “en la dimensión política del decrecimiento, estoy muy de acuerdo. Ha puesto un super buen énfasis en los cambios sociales y culturales que deben acompañar cualquier transición económica que busque el desarrollo económico que, como concepto, hay que discutir. Sin embargo, creo que el decrecimiento como estrategia está errado. El cambio de paradigma que ha ido acompañando muy bien el decrecimiento, es justamente el que yo creo que tiene que acompañar la forma en la que nosotros entendemos el desarrollo”.

Si bien concuerda con la necesidad de disminuir el consumo actual, la economista destaca que existen políticas públicas como la conversión de productos, la economía circular o la tecnología de nuevos materiales, que también apuntan a repensar nuestra relación con lo material. “Creo que este cambio de paradigma no se puede leer desde la idea de dejar de lado la búsqueda por mejorar las condiciones de los países más pobres, y a mi juicio, encontrar esta estrategia de crecimiento, que haga que los países más pobres (incluido Chile) puedan realmente cerrar las brechas de desigualdad de ingresos, es totalmente compatible con una agenda sustentable”.

Aún así, todo indica que el decrecimiento ha sumado adherentes en los últimos años, más todavía en medio de remezones globales como la pandemia del COVID-19.

Uno de los principales cuestionamientos del decrecimiento tiene que ver con “la obsesión” con el crecimiento basado en el Producto Interno Bruto (PIB). Este indicador fue creado en la década de 1930 por el economista Simon Kuznets, y expresa el valor monetario de la producción de bienes y servicios de demanda final de un país o región, en un período determinado. De esa forma, ha sido considerado ampliamente como un reflejo de la riqueza. Hasta nuestros días.

Minería (referencial) ©Rita E /Pixabay
Minería (referencial) ©Rita E /Pixabay

Pese a ello, este indicador está lejos de medir el impacto social o ecológico de las actividades económicas. Menos aún refleja la distribución de la riqueza, donde las mayores ganancias contabilizadas se la lleva un grupo minoritario de la población.

Al respecto, Petersen asegura que “bien se sabe que la medición del PIB no incluye las cosas que generan externalidades negativas como, por ejemplo, una actividad muy contaminante que genera mucha pérdida de bienestar. Además, existen actividades muy importantes en la sociedad, y que al no estar remunerada o ‘reconocidas’ en los mercados formales, no son tenidas en cuenta en el PIB. Un ejemplo son todas las tareas de cuidado, y que finalmente durante la pandemia nos dimos cuenta de que son esenciales para generar bienestar a todas y todos”.

No por nada diversos economistas han cuestionado la representatividad de este indicador, incluido el propio creador del PIB, quien enfatizó en varias ocasiones que no sirve para medir el bienestar real de la sociedad.

El meollo del asunto está en que sin naturaleza no hay bienestar humano posible.

Crecimiento y biodiversidad: la hora de poner límites

Mientras la crisis climática ha logrado posicionarse en mayor medida en la opinión pública, la pérdida de biodiversidad sigue subrepresentada en diversas agendas, aunque nuestra vida dependa – literalmente – de ella.

Picaflor gigante sobre Puya chilensis ©Paula Díaz Levi
©Paula Díaz Levi

Ya hace un par de años, y en lo que fuera un histórico informe, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) alertaba sobre el declive estrepitoso y sin precedentes de la biodiversidad mundial. Nuestra especie está sobrepasando los límites planetarios, que se refieren a la capacidad de la biosfera para recuperarse de las perturbaciones y regresar a un estado de estabilidad y resiliencia. De esa manera, hemos aumentado el riesgo de generar cambios ambientales abruptos o irreversibles a gran escala, si es que no ejecutamos una transformación radical.

Para el movimiento que protagoniza este artículo, la transformación radical está en decrecer.

En cuanto al vínculo del modelo económico con la devastación ambiental, la directora ejecutiva de OPES señala que “el crecimiento, entendido como el aumento del PIB, evidentemente supone un riesgo y de hecho así es como lo hemos visto. Esta crisis climática no llega por nada. Creo que tiene que ver porque la dinámica que más caracteriza al sistema económico en el que estamos viviendo, es la socialización de los costos y la privatización de las ganancias, en un sistema que busca la acumulación de capital y que no reconoce los límites naturales del planeta”.

Más allá de meras percepciones, la evidencia actual entrega decidores antecedentes sobre la relación entre crecimiento económico y la naturaleza.

Tala para plantación forestal ©Matías Barceló
Tala para plantación forestal ©Matías Barceló

Partiendo por ejemplos más recientes, en un trabajo publicado en la revista científica Conservation Letters, un grupo de investigadores sintetiza la evidencia disponible, constatando que el crecimiento económico contribuye a la pérdida de biodiversidad, esto debido al mayor consumo de elementos de la naturaleza y a las emisiones de gases de efecto invernadero que genera. Junto con abordar los efectos del cambio de uso de suelo, la crisis climática y las especies exóticas, cuestionan la “contradicción” de las políticas internacionales – en materia de biodiversidad y sostenibilidad – que abogan por el crecimiento económico, señalando que no han logrado frenar realmente la hecatombe ambiental.

Así, ejemplifican cómo durante el último siglo el crecimiento del PIB mundial se incrementó al unísono con una expansión de las áreas urbanas, infraestructuras y otros materiales fabricados por nuestra especie, reemplazando ecosistemas a niveles masivos.

Expansión inmobiliaria en dunas de Concón ©Diego Bravo 2
Expansión inmobiliaria en dunas de Concón ©Diego Bravo

“Cuando uno busca crecer económicamente, lo que está buscando es aumentar la producción de bienes y servicios, y esa producción conlleva un aumento del metabolismo social. El metabolismo social es el flujo de materiales y energía que ocurre entre la sociedad y la naturaleza. Entonces para crecer tengo que producir más, y para producir más tengo que extraer o usar energía y materiales para meter a esa máquina de producción. Eso hace que la búsqueda incesante del crecimiento económico venga asociada a una inevitable pérdida de biodiversidad sin límites”, puntualiza Márquez.

Similar es el caso de la crisis climática, donde el crecimiento económico y demográfico mundial ha impulsado un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano, lo que ha provocado concentraciones atmosféricas sin precedentes que han calentado el clima, como recoge el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Además, el crecimiento económico también se relaciona con el comercio internacional y la expansión de rutas de transporte, lo cual incentiva la introducción y propagación de especies exóticas a nuevas regiones del planeta, erigiéndose como una de las principales causas de la extinción de plantas, anfibios, reptiles, aves y mamíferos.

Algunos dirán que, si utilizamos “recursos” con mayor eficiencia, se podría lograr el crecimiento económico al mismo tiempo que se reducen los impactos ambientales, lo que se conoce como desacoplamiento. En teoría, el uso de elementos de la naturaleza podría disminuir en términos absolutos mientras que el PIB crece. Suena bien.

©Paula Díaz Levi
©Paula Díaz Levi

Sin embargo, Márquez precisa que “no hay evidencia de que se pueda desacoplar el crecimiento económico de la degradación ambiental. Entonces, la gente puede pensar que eso ocurre independientemente, pero no hay evidencia de que eso ocurra”.

En efecto, lo mismo sugiere la literatura, como la citada investigación en Conservation Letters que sostiene que, hasta ahora, no se ha producido un desacoplamiento absoluto sostenido. Coincide otro estudio donde se señala que un enfoque en la eficiencia por sí solo no bastaría para reducir el uso de la naturaleza a niveles sostenibles en los países industrializados.

Si bien se han reportado algunos casos en el hemisferio norte donde la utilización de materiales domésticos se redujo en términos absolutos, mientras sus economías crecieron, esto fue posible por la importación de bienes producidos de forma intensiva en países del hemisferio sur, según recoge Thomas Wiedmann y sus colegas en esta investigación.

O sea, el costo ambiental se lo llevaron otros: los que habitamos el sur global.

Extracción de huiro palo ©Diego Bravo
Extracción de huiro palo, alga que se exporta ©Diego Bravo

Pero eso no es todo, ya que la desigualdad tiene un rol relevante en este asunto.

Una muestra de ello es el alto impacto ambiental de países ricos, o la huella energética de personas con mayores ingresos que los catapulta como grandes responsables de la crisis actual. Así lo sugiere un reciente estudio realizado en 86 países por investigadores de la Universidad de Leeds, y que fue publicado en Nature Energy. Para hacerse una idea, la décima parte de las personas más ricas consume alrededor de 20 veces más energía en general que el resto, donde sea que vivan. Esto podría duplicarse para 2050 si no se le pone freno.

Lo anterior va en línea con el libro “El ecologismo de los pobres”, donde el académico catalán Joan Martínez Alier refutó la idea que esgrime que los ricos son más ecologistas que los pobres. Allí plantea la existencia de un segundo tipo de ecologismo – diferente al del hemisferio norte – donde grupos humanos luchan para “obtener las necesidades ecológicas para la vida: energía, agua y espacio para albergarse”.

En ese sentido, “si vas a comunidades locales, rurales o indígenas, tienen prácticas de protección de la naturaleza mediante otras formas de mirar la naturaleza. Se empieza a juntar una serie de evidencia que da cuenta que el crecimiento económico en los países ricos no genera tanta conservación de la naturaleza, dado que su explotación y consumo lo tercerizan en otros países. Si agregas esa terciarización, te das cuenta que sí están explotando la naturaleza, y que incluso la están explotando más que los países ‘subdesarrollados’ que no tienen una capacidad de consumo tan grande como los países ‘desarrollados’”, argumenta Guerrero.

©Paula Díaz Levi
Salmonera en el sur de Chile (referencial) ©Paula Díaz Levi

Las empresas noruegas que desarrollan la salmonicultura en el sur de Chile, o la palta que deleita a Europa, acarreando abusos y penurias en Petorca, son algunos de los incontables ejemplos.

Por eso, muchos abogan por el desarrollo sostenible, aunque los cuestionamientos no se quedan atrás.

Objetivos de Desarrollo Sostenible: ¿una “cortina de humo”?

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se establecieron en 2015 con el fin de “erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible”.

No cabe duda de que, en general, son metas absolutamente necesarias, coherentes y justas, pero lo cierto es que los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible tampoco se han escapado de las críticas, en especial el número 8 de “Trabajo decente y crecimiento económico”.

Un estudio publicado en la revista Nature que se titula “La destrucción ambiental no se evita con los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, comparó los indicadores de los ODS con un conjunto de medidas externas, evidenciando que, aunque la mayoría de los países presentaron progresos en ese ámbito, tendría poca relación con la conservación real de la biodiversidad, representando más bien el desarrollo socioeconómico. De esa manera, los autores señalan que “es probable que los ODS sirvan como una cortina de humo para una mayor destrucción ambiental a lo largo de la década”.

Deforestación en el sur ©Matias Guerrero
Deforestación en el sur ©Matias Guerrero

En la misma línea, otra investigación que vio la luz en Sustainability Science, asegura que los ODS priorizan el crecimiento económico por sobre el uso sostenible de los ecosistemas. A través de una revisión de la literatura, concluyeron que existen contradicciones entre dicho crecimiento y el uso sostenible de los ecosistemas en los procesos de industrialización.

Asimismo, cuestionan el potencial “transformador” de estos objetivos, indicando que sería limitado y que parte de las medidas propuestas refuerzan las tendencias actuales hacia una menor sostenibilidad. Pese a ello, rescatan su relevancia estratégica. Como bien reza el artículo, los ODS son “necesarios pero insuficientes para llevar a la humanidad hacia un desarrollo sostenible a largo plazo”.

Al respecto, la socióloga de CASA sostiene que “la burocratización de la sustentabilidad como sello le ha quitado todo el potencial de cambio y está absolutamente neutralizado, por eso es que yo creo que conceptos más radicales como el decrecimiento son más necesarios. Sé que es una palabra que incomoda, pero es una incomodidad necesaria porque nos hemos acomodado mucho a palabras que han perdido su llamado de atención, como fue lo que pasó con la sustentabilidad en las últimas décadas”.

Agricultura referencial Ministerio de Agricultura
©Ministerio de Agricultura

En paralelo, y dado que Petersen no se adhiere al decrecimiento, aunque comparte algunas ideas, asegura que existen otras medidas o iniciativas que pueden cuajar en un modelo de desarrollo que se centre en la generación de valor, el cuidado del medioambiente y el bienestar de las personas. Condicionar las líneas de crédito a grandes empresas para que cumplan requisitos ambientales, un plan de inversión pública verde, condiciones tributarias como las impulsadas por la Tax Justice Network son algunas. “Hay cambios tecnológicos que van a resultar en cambios de comportamiento y cambios culturales, eso es lo que yo creo que debemos poner en el centro. Cómo nosotros vamos a entender nuestra relación con el consumo. Yo no creo que la agenda de sustentabilidad sea incompatible con generar un bienestar material en los países más pobres, de manera que los países puedan cerrar esas brechas de desigualdad tan apremiantes”.

Los ingredientes para una transformación radical

Las ideas para decrecer son varias, y van más allá de consumir menos en la rutina diaria. Más bien se trata de desmantelar las estructuras actuales, para rearmar la sociedad completa.

“El único crecimiento sustentable es el decrecimiento”. Kamiel Choi / Pixabay
“El único crecimiento sustentable es el decrecimiento”. Kamiel Choi / Pixabay

Reimaginando el futuro después de la pandemia, la carta abierta “Decrecimiento: nuevas raíces para la economía” sintetiza una serie de propuestas, como poner la vida al centro del sistema económico (y no al revés), fomentando la asistencia médica, educación, energías renovables y agroecología. Tal como dijera el economista e intelectual chileno, Manfred Max Neef: “La economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la economía”.

También democratizar la sociedad para que las personas participen de forma efectiva en las decisiones que afecten sus vidas, lo que incluye la reducción del poder de las corporaciones y del sector financiero. Asimismo, apuntan a sistemas políticos y económicos basados en el principio de la solidaridad, redistribución y justicia (incluyendo la justicia climática).

Casa pequeña o tiny house, una forma de decrecer ©Minga Tiny House
Casa pequeña o tiny house, una forma de decrecer ©Minga Tiny House

Paralelo a ello, buscan organizar a la sociedad en torno a la provisión de mercancías y servicios esenciales, asegurando necesidades básicas como el derecho a la alimentación, la vivienda y la educación a través de servicios básicos universales o el ingreso básico universal. Para el movimiento, dichos requerimientos también deberían ser desmercantilizados. Asimismo, apuntan a un ingreso mínimo y máximo definido de forma democrática.

El mandala del micelio. Los micelios juegan un papel crucial en la descomposición de las formas de vida antiguas, haciendo que los nutrientes estén disponibles nuevamente para el sistema y sus formas de vida en crecimiento, convirtiéndose así en un emblema del decrecimiento. Gentileza Degrowth.nl
El mandala del micelio. Los micelios de los hongos juegan un papel crucial en la descomposición de las formas de vida antiguas, haciendo que los nutrientes estén disponibles nuevamente para el sistema y sus formas de vida en crecimiento, convirtiéndose así en un emblema del decrecimiento. Gentileza Degrowth.nl

En el ámbito laboral, en tanto, proponen reevaluar qué trabajos son necesarios para una buena calidad de vida, poniendo más énfasis – por ejemplo – en las labores de cuidado. Para la antropóloga de CASA, esta necesidad ha quedado de manifiesto en el país con el estallido social y la pandemia. “En Chile no somos una sociedad que dé espacio a los cuidados. En una jornada laboral de 45 horas a la semana, nadie puede cuidar de si misme ni mucho menos de un otre. La gente que lo intenta termina cansada, deprimida, enferma y enojada, entonces seguimos asumiendo un modelo que se basa en la invisibilización del trabajo de cuidado, que se llama trabajo doméstico”.

Centro de Análisis Socio Ambiental (CASA)
Centro de Análisis Socio Ambiental (CASA)

Además, proponen reducir las horas de la jornada laboral y compartir el trabajo entre más personas. Para complementar los ingresos y no “empobrecer” con lo anterior, Cabaña indica que “podemos tener una renta básica universal que garantice que la gente sea libre con su vida y haga lo que estime necesario, y no tener que tomar empleos que sean dañinos o sin sentido”.

Por su parte, Petersen señala que la “desigualdad, sustentabilidad, disminuir brechas de ingreso y disminuir la jornada laboral es central, y eso está totalmente en línea en las cosas que se pueden hacer, para poder cambiar este eje que ha dado una organización al sistema económico que conocemos, que es la socialización de los costos y la privatización de las ganancias. Cambiar eso creo que también está en el centro de una agenda que una estos dos aparentes disimiles objetivos, que es lo sustentable con la disminución de brechas”.

Cortesía Centro de Análisis Socio Ambiental (CASA)
Cortesía Centro de Análisis Socio Ambiental (CASA)

A fin de cuentas, Guerrero destaca que el decrecimiento trae consigo “un cambio ideológico de cómo vemos funcionalmente a la sociedad, y en ese sentido la acumulación exacerbada de bienes y servicios deja de ser el norte, y pasa a ser el compartir los bienes y servicios. Es otra forma de desarrollo”.

Para ello es fundamental entender que hay varias formas de entender la prosperidad o buen vivir, en sintonía con las particularidades de cada grupo humano y el lugar donde habita. Márquez subraya que “al final el decrecimiento no es un modelo impuesto, lo que busca es hacernos repensar, cambiar el switch y que cada país y territorio busque su forma de avanzar hacia el futuro, siempre teniendo en cuenta la justicia ambiental, la equidad y el bienestar. La felicidad aquí es super importante”.

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