Los lectores un poco más “maduritos” probablemente recordarán a Chilly Willy, un antiguo corto animado del mismo dibujante del Pájaro Loco, donde el protagonista era un pingüino amigo de un oso polar. Probablemente a partir de su creación (1953) surgió la creencia errónea de que estas aves viven también en el Ártico, pero lo cierto es que pingüinos y osos polares no se toparían más que en un zoológico, porque los primeros son exclusivos del hemisferio sur y los segundos del hemisferio norte.

Pingüino Papua. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüino Papua. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Tampoco es cierto que los pingüinos sean sinónimo de Antártica, pues solo 5 de las aproximadamente 18 especies existentes se encuentran en el continente blanco y, de ellos, solo los emperadores y los adelia son residentes permanentes. Barbijo, papúa y macaroni son las otras especies presentes, pero ellas se reproducen en la península antártica y en islas subantárticas. 

Más allá de adorarlos, lo cierto es que sabemos bastante poco de pingüinos. Su nombre, por ejemplo, derivaría del alca gigante (Pinguinus impennis), un ave del hemisferio norte que se extinguió a fines del siglo XIX y que los marineros llamaban pen gwyn, que significa “cabeza blanca” en gaélico. Así el nombre común de los Sphenisciformes se perpetuó como pingüinos.

Pingüinos Papua en Isla Danco. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüinos Papua en Isla Danco. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Para entender sus orígenes, hay que remontarse hace aproximadamente 62 millones de años, la misma época en que se extinguieron los dinosaurios. Fue ahí cuando aparecieron los primeros linajes de pingüinos de los que se tiene conocimiento, con registros fósiles que muestran que la diversidad de pingüinos en el pasado era mucho mayor que la actual y que también existían marcadas diferencias de tamaño, con especies que medían 2 metros de alto y otras solo 40 centímetros.

En algún momento de su historia evolutiva, estas aves decidieron que sacarían mejor provecho de sus alas sin las empleaban para desplazarse dentro del agua, en lugar de sobrevolar el mar en busca de alimento. Así se inició un lento proceso evolutivo que los llevó a perder su capacidad de volar, logrando en su lugar una extraordinaria capacidad de buceo. Para ello, los huesos de las alas se comprimieron y las articulaciones se atrofiaron, hasta formar aletas en vez de alas. Las patas, a su vez, fueron retrasando paulatinamente su posición para favorecer su efectividad bajo el agua y usarlas como timón.

Pingüino Papua y pichones en Islas Aitcho. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüino Papua y pichones en Islas Aitcho. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Incluso los colores de su plumaje están acondicionados para la vida marina, ya que cuando nadan sumergidos, su dorso oscuro pasa desapercibido para quien observa desde arriba al confundirse con los tonos oscuros de las profundidades marinas. Y, a la inversa, su torso blanco se confunde con la luminosidad de la superficie si se observa desde abajo.

Juliana Vianna doctora en Ciencias Biológicas, académica e investigadora de la Pontificia Universidad Católica de Chile, lideró un grupo de científicos que estudió la historia evolutiva de la familia de pingüinos que existe en la actualidad (Sphenisciformes), demostrando que estos pingüinos surgieron y se diversificaron hace unos 21 millones de años en las aguas de Nueva Zelandia y Australia, lo que indica que primero habitaron zonas templadas y luego fueron colonizando hacia aguas más frías del hemisferio sur. “A medida que las capas de hielo comenzaron a extenderse, los pingüinos migraron y empezaron a separarse completamente de otros grupos, formando la diversidad de especies que hoy existe”, explica Juliana.

Al haber evolucionado para entornos marinos, los pingüinos tuvieron que adaptarse a repetidas modificaciones en el clima durante millones de años. La gran pregunta es si ahora serán capaces de adaptarse al acelerado ritmo del cambio climático que estamos enfrentando.

Pingüinos Barbijo en Hydrurga Rocks. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüinos Barbijo en Hydrurga Rocks. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Un futuro sombrío

Durante el verano, el aumento de las temperaturas, nutrientes y luz solar en el océano Austral permite que proliferen los microorganismos que realizan fotosíntesis y que constituyen el primer eslabón de las tramas alimentarias. Este fitoplancton es alimento para el zooplancton, donde se encuentran pequeños crustáceos como los eufáusidos, llamados comúnmente “kril”. El kril antártico (Euphausia superba) es clave para toda la vida en el continente, ya que es la base alimenticia de peces, aves, focas y ballenas. En el caso de los pingüinos, el adelia y el barbijo se especializan en este pequeño crustáceo, desplazándose grandes distancias en busca de su presa favorita.

Una de las consecuencias directas del cambio climático es que está modificando la disponibilidad y distribución del kril, ya que su sobrevivencia depende directamente del hielo marino. En su etapa juvenil necesita alimentarse de las algas que crecen bajo él y, además, lo utiliza como refugio y protección para sobrevivir durante el invierno. Así, la abundancia de kril se relaciona estrechamente con la extensión de la cobertura de hielo marino del año anterior.

Hielo marino. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Hielo marino. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Durante las últimas cuatro décadas la península Antártica ha sido una de las zonas más afectadas por cambios en las condiciones ambientales, con aumento de temperatura del aire y del océano, además de la disminución de hielo marino. De hecho, desde que existen registros de cobertura de hielo satelital (década de 1980) se ha observado que la formación de hielo ocurre casi dos meses más tarde que hace 30 años, lo que puede tener series implicancias para la sobrevivencia de la larva de kril, según estudios del Instituto de Ciencias Marinas y Limnológicas de la Universidad Austral de Chile, liderados por Andrea Piñones.

“Hay sectores donde la densidad de krill se ha mantenido constante, en otros ha disminuido.  A modo comparativo, en los años 1920s-1930s la densidad de kril promedio en el mar de Bellingshausen era 8 veces más que la que se encontraba en otros sectores del océano Austral, hoy en día ese factor se ha reducido a solo 2 veces. En cuanto al desplazamiento, existe una posibilidad que el kril también esté migrando a lugares donde las condiciones ambientales sean más favorables, es decir, donde sí exista alimento y hielo marino, posiblemente hacia el sur de su hábitat actual”, explica Andrea.

Pingüino Papua en Isla Danco. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüino Papua en Isla Danco. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

El problema es que el kril no solo es alimento para la fauna antártica, sino que se ha convertido en un importante producto alimenticio para consumo humano. Desde el año 2010, la industria pesquera de este crustáceo ha crecido de manera constante, con buques de diferentes nacionalidades, liderados por Noruega, Corea del Sur y China.

Lucas Krüger, biólogo del Instituto Antártico Chileno (INACH), se ha especializado en investigar a los predadores tope, sus relaciones con los cambios ambientales y los efectos que está teniendo la pesquería industrial en toda la ecología de los animales marinos antárticos.  Según él, lo más preocupante es que las poblaciones de kril varían mucho de un año a otro. “Hay años en que la biomasa estimada de kril es muy baja y nos preocupa si seremos capaces de predecir estos momentos y si las pesquerías podrán responder sin dañar los ecosistemas. Cuando los niveles de kril son altos, probablemente la pesca no tiene tanto impacto, pero son muy preocupantes estos periodos de baja, porque eso va a generar solapamiento de los barcos pesqueros con la fauna que se alimenta de kril, generando competencia por interferencia o por compartir el mismo espacio”, explica.

Pingüino adelia. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüino adelia. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Cuando la casa se derrite

El clima de la Antártica es frío y seco, recibiendo uno de los menores porcentajes de precipitaciones líquidas del mundo. Sin embargo, las cosas podrían cambiar.

Según la investigación «Presente y futuro de la precipitación en la Antártica» publicada en la Revista Geophysical Research Letters, la intensidad, cantidad y frecuencia de precipitaciones aumentará significativamente con los años. El estudio afirma que, si las emisiones de los gases efecto invernadero siguen en niveles altos, en 80 años más, la lluvia podría aumentar hasta en un 240%.  

La lluvia puede tener efectos catastróficos para los pingüinos, ya que podría reducir la calidad de muchas zonas de anidación por charcos y acumulación de barro por el guano acumulado, o bien los polluelos podrían morir de hipotermia, ya que las plumas que cubren su piel no son impermeables como en el caso de los adultos.

Pingüinos Papua y Barbijo en Caleta Cierva. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüinos Papua y Barbijo en Caleta Cierva. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Por otro lado, las precipitaciones líquidas aceleran el derretimiento del hielo marino, el cual es clave para las distintas especies de pingüinos. “El emperador se enfrenta a un problema muy complejo, porque se reproducen arriba de las plataformas estables de hielo. Cuando los pichones terminan de crecer, estas plataformas tienen que estar estables hasta que sean capaces de irse al mar, lo que ocurre a principios de enero. Si la plataforma se desestabiliza y desaparece antes, los pichones van al agua sin estar listos con su cambio de plumaje y pueden morir. Esto ya ha pasado con colonias que están más al norte y se estima que pasará de manera mucho más frecuente”, explica Lukas.

De hecho, algunos estudios indican que las colonias de emperadores podrían extinguirse de aquí al 2100 si el hielo marino sigue disminuyendo a las tasas actuales.

Virus letales, la guinda de la torta

Pingüinos adelia. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüinos adelia. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

Como si los pingüinos no tuvieran ya bastantes desafíos que sortear, ahora hay que sumar la posible llegada de la influenza aviar a la Antártica. El virus H5N1 ya llegó a Chile la semana pasada, reportándose distintos casos en aves silvestres en el norte del país.

Los primeros brotes del virus aparecieron en Asia y Europa, luego pasaron a América, avanzando desde el norte hacia el sur a través de las aves migratorias. Esta influenza aviar es muy patogénica y en algunas especies provocar la muerte en menos de 48 horas con mortalidad de hasta el 100%, afectando múltiples órganos del animal.

“Si un ave migratoria se contagia de manera leve, puede llevar el virus desde una zona afectada a otra zona no afectada, contaminando el lugar”, explica Víctor Neira, académico e investigador del Laboratorio de Virología Animal de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias (Favet) de la U. de Chile. “Eventualmente es posible que el virus siga avanzando hacia el sur e incluso llegar a Antártica. En el caso de los pingüinos puede ser bastante problemático, ya que viven en colonias y nidifican en esta época, por lo que si entra el virus se puede generar una crisis sanitaria importante y, por supuesto, mortalidad”, agrega.

Pingüinos Papua. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer
Pingüinos Papua. Créditos: ©Evelyn Pfeiffer

El especialista ha estudiado distintos virus en pingüinos del continente blanco para determinar cuál es el estatus sanitario de estas aves, tener evidencias de cómo pueden ser afectadas y tener una línea base para caracterizar los virus que eventualmente podrían llegar. “En el caso de las influenzas se ha observado que sí está presente en pingüinos antárticos, pero las cepas existentes son autóctonas del lugar, es decir, llevan mucho tiempo en Antártica y, además, no son tan patogénicas. En nuestros estudios también encontramos un virus de influenza H5N5 que no es tan patogénico, pero que es propio de Norteamérica, eso quiere decir que sí hay movimientos de virus desde el resto del mundo hacia Antártica. Por eso preocupa tanto el subtipo de influenza aviar que ya llegó a Chile”, explica.

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