Hasta antes del incendio, el Jardín Botánico Nacional era, para quienes lo recorrían, un santuario verde de la Ciudad Jardín y un sitio prioritario de conservación. No era solo un paseo: era un laboratorio vivo donde convivían alrededor de 1.300 especies (entre ellas endémicas y amenazadas, como la Sophora toromiro) y donde, cada año, unas 200 mil personas aprendían y se maravillaban bajo la sombra de árboles centenarios.

Jardín Botánico Nacional de Viña de Viña del Mar antes del incendio. Créditos: Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar.
Jardín Botánico Nacional de Viña de Viña del Mar antes del incendio. Créditos: Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar.

Sin embargo, febrero de 2024 partió con un golpe al alma de Viña del Mar. El fuego arrasó con el 90% de sus 400 hectáreas y cobró la vida de cuatro personas: Patricia Araya, funcionaria del Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar dedicada al área de horticultura, y tres de sus familiares. Solo dos hectáreas quedaron ilesas; el resto del bosque esclerófilo y las masas de pinos, cipreses y eucaliptos fueron consumidas o derribadas. La pérdida no fue solo ecológica: fue también afectiva, porque ese jardín es parte de la vida y memoria de la ciudad.

«Acá no solamente se genera un daño directamente o puramente ambiental, sino que se genera un daño social muy grande, este es un jardín que está en la mitad de la ciudad. Entonces, la sensación de miedo, la sensación de pérdida de un lugar prístino genera mucha ansiedad», comenta Suzanne Wylie, directora ejecutiva de Fundación Reforestemos.

Créditos: Miranda Sepúlveda.

«Uno nunca está preparado para un evento de esta magnitud. Sobre todo porque se produjeron fenómenos que no teníamos previstos», afirma por su parte Alejandro Peirano, director del Jardín Botánico de Viña del Mar. Peirano es ingeniero agrónomo y desde 2019 encabeza el Jardín Botánico Nacional, liderando la gestión y recuperación del parque tras el incendio.

Hoy, sobre las cenizas, el desafío es recomponer ese corazón ecológico. Voluntarios, equipos técnicos y organizaciones empujan la restauración para que el jardín vuelva a nacer, con el mismo espíritu que lo convirtió en refugio y en un lugar para construir recuerdos por tantas generaciones.

El Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar reabrió con una hoja de ruta clara: reconstruir desde el suelo y las especies nativas, y reordenar el paisaje para que la flora pueda convivir con más calor y menos agua.

«En general, ya recuperamos el jardín botánico en su totalidad. Hay cambios macro que se sufrieron y que también han obligado a tomar decisiones como, por ejemplo, eliminar los eucaliptos y los exóticos que están en la parte periférica del jardín. Porque queremos que con esto se vuelva a colonizar con especies nativas. Y bastó con cortar los árboles y ya con eso empezaron a aparecer los lilenes, los molles, los peumos, los quillajes. Solo bastó con eso», afirma Peirano.

Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Cristián Risco.

Del mismo modo, la naturaleza hizo su parte y el clima acompañó. «Yo creo que se superó lo que esperábamos. Nosotros sabemos que la naturaleza es muy sabia y siempre se recupera, sobre todo el bosque esclerófilo, lo teníamos claro. Además que tuvimos la bendición de que el año 2024 fue lluvioso (…) y el 2025 relativamente lluvioso también», señala el director.

El suelo también es protagonista. Adriana Arancibia, ingeniera agrónoma y jefa de Horticultura del Jardín, explica que la restauración comenzó por reactivar la vida subterránea: «Otras medidas adicionales para ir recuperando el jardín fue recuperar la microflora del suelo. Se estuvo aplicando un ensilaje de microorganismos que eran parte de un proyecto que se hizo por el anterior incendio del año 2022».

Brote de Haya Roja. Créditos: Loreto Andaur.

Ese sistema, apoyado por Mavida y CONAF, comenzó con la recolección de microbiología del sotobosque, que luego fue multiplicada mediante un proceso de ensilaje, es decir, en un ambiente sin oxígeno donde los microorganismos se reproducen rápidamente. Después se llevaron a un medio líquido, lo que permitió aplicarlos a través del riego en las nuevas plantaciones.

«Eso nos dio un buen resultado porque, con el riego, los microorganismos se fueron inoculando y repoblando distintos sectores del jardín, facilitando así la recuperación del bosque esclerófilo», afirma Arancibia.

En paralelo, el equipo acordó convertir la tragedia en oportunidad: plantar nativas de bajo requerimiento hídrico y alta tolerancia al calor y la radiación, agrupadas en bosquetes que se protegen entre sí y frenan a las invasoras. «Muchos piensan que si se regenera solo no hay que intervenir. Es engañoso: junto con los rebrotes nativos avanzan invasoras y, en un jardín botánico, lo que debe florecer es la biodiversidad propia. Cada árbol plantado es un motor que impulsa a otros», resume Wylie.

Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Loreto Andaur.
Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Loreto Andaur.

En las laderas de exposición norte, las pullas sorprendieron por su resiliencia: «Para mí, las pullas fueron las más resilientes. Con las primeras lluvias, sus brotes nos dieron aliento y esperanza de que el jardín iba a recuperarse. Del bosque esclerófilo, los peumos rebrotaron desde abajo: fueron lo más notorio al inicio», cuenta Arancibia.

El Jardín en la actualidad

Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Loreto Andaur.
Foto del costado del invernadero Otto Zoellner. Créditos: Loreto Andaur.

Hoy, el Jardín Botánico vuelve a ser un espacio de conservación, educación ambiental y vínculo comunitario, demostrando que el renacimiento de los ecosistemas es posible con voluntad y colaboración. Volver a caminar por sus senderos significa encontrarse con prados abiertos, colecciones únicas y rincones que invitan tanto al descanso como al aprendizaje.

Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos Loreto Andaur
Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Loreto Andaur.

Ese “volver a latir” del Jardín Botánico también se hace visible en terreno. Uno de los casos más llamativos fue el de una imponente patagua, ubicada en una zona húmeda. A simple vista, tras el incendio de febrero, parecía completamente perdida. «Se veía toda quemada y, mientras retirábamos especies invasoras como el eucalipto aromo, nos generaba impotencia pensar que también tendríamos que sacarla», recuerda Arancibia.

«Felizmente, con las primeras lluvias empezó a rebrotar y hoy está muy bonita. Aún hay que mejorar su estructura, pero ya tomó un buen crecimiento y se ha recuperado bastante. Estamos felices de no haberla dado por muerta, porque finalmente sí se recuperó y además es un árbol bastante añoso. En realidad, yo no había conocido uno tan grande», añade.

Patagua del Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos Loreto Andaur.
Patagua del Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Loreto Andaur.

«El Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar es el más grande de Chile. Y aunque el tamaño no define la calidad, sí permite una gran diversidad de ambientes. Aquí uno puede recorrer prados centrales amplios, instalar una manta y disfrutar de la tarde, pero también descubrir colecciones botánicas únicas, como la del toromiro, que es de las más importantes no solo en Chile, sino quizás en el planeta», destaca Peirano.

A esa experiencia se suma un fuerte componente educativo. También agrega que «contamos con un área de educación que ofrece talleres de huerto, de bombas de semillas, de cabeza de pasto, visitas guiadas y muchas otras actividades. La idea es que la gente no venga solo a mirar lo verde, sino que se lleve aprendizajes: entender el suelo, el clima, por qué las plantas crecen mejor en un lugar que en otro. En resumen, queremos que la visita sea entretenida, pero también formativa, entregando una mirada más profunda sobre cómo funciona la naturaleza. Por eso decimos que este es un jardín entretenido».

Patagua del Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos Loreto Andaur.
Sakura. Créditos: Loreto Andaur.
El Jardín Botánico es un hotspot de hongos. Créditos: Loreto Andaur.
El Jardín Botánico es un hotspot de hongos. Créditos: Loreto Andaur.
Jardín francés Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar. Créditos: Loreto Andaur.
Jardín francés. Créditos: Loreto Andaur.
Video de la entrada a la Selva Valdiviana. Créditos: Loreto Andaur.
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