Han sido concebidos como dioses, monstruos o símbolos de la navegación desde tiempos inmemoriales, y han asombrado hasta nuestros días a los primates denominados como seres humanos. Lo cierto es que los pulpos sobresalen entre los animales invertebrados, ya sea por su apariencia “alienígena”, su inteligencia o por ciertas conductas que hacen volar nuestras cabezas.

Pulpo ©Eduardo Sorensen | Oceana Pisagua
Pulpo en Pisagua ©Eduardo Sorensen | Oceana

Quizás algunos estén más familiarizados con este grupo por celebridades como el pulpo Paul, que acaparó la atención de los hinchas del fútbol durante el Mundial del 2010, o por la reciente producción de Netflix “Mi maestro el pulpo”, que ha cautivado a miles de espectadores alrededor del mundo.

Como sea, lo que solemos ver sobre ellos es solo un ápice de su intrincado mundo, del cual queda mucho por conocer y desentrañar.

“Los pulpos son moluscos y pertenecen a un grupo dentro de los cefalópodos”, introduce Christian Ibáñez, profesor asociado de la Universidad Andrés Bello y uno de los contados científicos chilenos que investigan a estos animales. “Hay diferentes tipos de pulpos, hay pelágicos y bentónicos [de fondo]. Los bentónicos son los más conocidos porque son más conspicuos, algunos son de importancia económica y se cultivan en algunos países. Son exclusivamente marinos, entonces, están en el Atlántico, Pacífico, Índico, Antártica y en el Ártico, y viven desde la zona intermareal hasta los 4 mil metros de profundidad aproximadamente”.

En efecto, los protagonistas de esta nota son cefalópodos, nombre que viene del griego que significa “con los pies en la cabeza”, y que agrupa a pulpos, calamares, sepias y nautilus. Se estima que existen más de 800 especies de cefalópodos en el mundo, de los cuales se han descrito alrededor de 248 especies de pulpos.

Órdenes de cefalópodos (referencial). Citron / Wikimedia Commons
Órdenes de cefalópodos (referencial). Citron / Wikimedia Commons

Mientras tanto, se calcula que en Chile existen alrededor de 80 especies de cefalópodos, donde la mayoría habita en áreas oceánicas, mientras que una porción menor mora en zonas costeras. De este gran grupo, se han descrito no más de 10 especies de pulpos en Chile, siendo los más conocidos el pulpo del norte o de los changos (Octopus mimus), el pulpo pigmeo (Robsonella fontaniana), y el pulpo del sur (Enteroctopus megalocyathus).

El investigador postdoctoral del Núcleo Milenio de Ecología y Manejo Sustentable de Islas Oceánicas (ESMOI), Sergio Carrasco, detalla que “en Chile hay tres especies costeras que son bien comunes. Uno es grandote, que es el pulpo del sur, hay uno mediano que puede alcanzar un metro de largo, que es el pulpo del norte, y hay otro que es más chiquitito, como tu mano haciendo una cuarta. Ese es el tamaño máximo que alcanza, este chiquito está en todo Chile, el asunto es encontrarlo. Además, hay otras especies que son un poco más profundas que no vas a encontrar buceando, que están a más de 100 metros”.

Pulpo del norte o de los changos (Octopus mimus) en Juan Fernández ©Sergio Carrasco
Pulpo del norte o de los changos (Octopus mimus) ©Sergio Carrasco

Tanto el pulpo del norte como el del sur son de interés pesquero, siendo de las especies más estudiadas en Chile por su uso comercial. Por ello, si bien se han logrado notables avances en la materia, falta mucho por dilucidar en el país sobre la biología, ecología y etología (conducta) de estos moluscos. Lo que sí se sabe, considerando toda la evidencia internacional, es que estos animales poseen peculiaridades que los distinguen de los demás animales invertebrados.

Así lo señala la investigadora de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, María Cecilia Pardo, quien trabaja en la ecología y evolución de estos animales marinos: “Tienen ciertas características que resaltan, partiendo por conductas que son más complejas comparados con otros animales invertebrados. Destacan porque son capaces de desarrollar aprendizajes, y conductas de manejo de objetos, y eso no es menor, porque si tú te das cuenta, ese tipo de comportamientos se ha visto evolucionando en grupos más especializados, de animales vertebrados, no en invertebrados”.

Pulpo pigmeo (Robsonella fontaniana) en desembocadura del río Biobío ©Christian Ibáñez
Pulpo pigmeo (Robsonella fontaniana), desembocadura río Biobío ©Christian Ibáñez

¿“Aliens” a proeza de la naturaleza?

Aunque algunos los equiparan con “aliens” por sus singularidades, son terrícolas por excelencia. De hecho, se calcula que estos cefalópodos – como los conocemos hoy – llevan más de 100 millones de años en este planeta, como un legado del Mesozoico que sobrevive hasta nuestros días.

Más bien, podríamos definir a los pulpos como una maravilla ingenieril de la naturaleza.

De partida, estos moluscos poseen tres corazones, así como un sofisticado y pequeño cerebro “que es como un anillo por el cual pasa el esófago, y gran porcentaje de su cerebro está asociado al sistema nervioso, y principalmente a la visión, entonces los pulpos tienen un sistema nervioso bien especializado y más complejo que otros moluscos. Si uno lo compara con sus hermanos, como caracoles, babosas o almejas, es más complejo”, explica el académico de la Universidad Andrés Bello.

En cuanto a sus característicos ocho brazos, poseen 200 ventosas en promedio, distribuidas en dos hileras en cada extremidad. Estas ventosas “inteligentes” – como han sido calificadas – presentan una gran cantidad de receptores nerviosos y quimiorreceptores, que son neuronas especializadas que le permiten identificar, por ejemplo, el sabor de las superficies. Dicho de forma simple, es como si tuvieran el sentido del tacto, gusto y olfato reunidos en esa sola estructura.

Ventosas (referencial). Cocoparisienne / Pixabay
Ventosas (referencial). Cocoparisienne / Pixabay

Además, disponen de una visión bastante avanzada en comparación a otros moluscos. “Son ojos con cámaras, que evolutivamente son convergentes con los vertebrados. Pueden enfocar, diferenciar objetos con mucho detalle, y algunas especies pueden ver colores o longitudes de onda que nosotros no percibimos”, agrega Ibañez.

A esa visión avanzada se suman sus células pigmentadas llamadas cromatóforos, las cuales se contraen o expanden a voluntad, permitiéndoles cambiar de color en milisegundos, por ejemplo, frente a un depredador. También pueden cambiar de forma y textura, erizando su piel para mimetizarse mejor con el entorno.

Todo ello los corona como verdaderos maestros del camuflaje. Eso es de gran ayuda para evitar a sus depredadores, como mamíferos marinos (delfines, orcas, lobos marinos y cachalotes), tiburones, peces espada, entre otros.

Por si fuera poco, hay algunos que imitan a otras especies, como bien se ha documentado en los mares del Indo-Pacífico. “Hay pulpos que imitan a los lenguados, serpientes marinas y al pez león. En general solo imitan a especies venenosas”, puntualiza Ibañez.

Pero el cambio en sus colores y posturas no solo serviría para esos fines, sino también para comunicarse, como se ha observado con especies de otros países como el pulpo tétrico (Octopus tetricus) durante interacciones “tensas” con sus pares.

Pulpo tétrico (Octopus tetricus). Sylke Rohrlach / Wikimedia Commons
Pulpo tétrico (Octopus tetricus). Sylke Rohrlach / Wikimedia Commons

Carrasco asegura que “muchas veces un patrón de coloración significa algo. Un Robsonella si se siente amenazado se pone super oscuro, y también hay especies que pueden hacer mitad y mitad, es decir, poner una parte de color oscuro y la otra mitad blanca. De momento tenemos patrones, no sabemos qué significa, habría que ponerlos en distintas situaciones”.

De todas maneras, se ha documentado en otros cefalópodos algunas conductas fascinantes relativas a los colores. Por ejemplo, un estudio describe cómo una sepia (Sepia plangon) engaña a sus congéneres para poder cortejar con tranquilidad a una hembra, mostrando en una mitad de su cuerpo una coloración específica para ella y, simultáneamente en su otra mitad, una coloración con patrones femeninos para el macho rival, evitando así que éste se interponga. Nada más conveniente que mostrar dos caras.

https://youtu.be/1LVq0dteC9A

El lado más íntimo de Pulpolandia

Aunque suelen ser solitarios, los cefalópodos también muestran interacciones sociales, muchas de las cuales todavía no son desentrañadas a cabalidad. De hecho, científicos como David Scheel y sus colegas han encontrado en Australia dos sitios con altas densidades del ya mencionado pulpo tétrico, donde han observado una serie de interacciones que no son de carácter agresivo o defensivo.

Se trata de Octopolis (“la ciudad de los pulpos”), emplazada en la bahía de Jervis, en Australia, donde se encontró por el año 2009 una cama de conchas alrededor de un artefacto humano de origen desconocido, hecho de metal, que estaba incrustado en el lecho marino. Ese sitio era ocupado por hasta 16 pulpos, según estudios posteriores.

Luego se encontró otro lugar, a cientos de metros de Octopolis, donde pulpos de la misma especie fueron hallados en altas densidades, contando con hasta 15 individuos en determinados periodos. Siguiendo la misma inspiración, los investigadores la bautizaron como Octlantis (en alusión a Atlantis). En ese sentido, Scheel y sus colegas aseguran que “los cefalópodos muestran comportamientos paralelos a aves y mamíferos, a pesar de una considerable distancia evolutiva”.

De todas formas, no todo fluye siempre en cefalópoda armonía, pues aparte de comer crustáceos, peces o poliquetos (gusanos marinos), hay pulpos que recurren al canibalismo.

Pero eso no es todo.

Pulpo del sur (Enteroctopus megalocyathus) en isla Guafo ©Eduardo Sorensen / Frontera Azul
Pulpo del sur en isla Guafo ©Eduardo Sorensen / Frontera Azul

Uno de los atributos más destacados de estos animales es su inteligencia. Para hacerse una idea, pueden resolver problemas, salir airosos de un laberinto, reconocer personas, memorizar objetos cuando se les da refuerzo positivo (como comida), y abrir un frasco donde está cautivo un cangrejo como cebo.

Inclusive, algunos trabajos plantean que los cefalópodos tendrían una forma de conciencia primaria, algo que ha sido señalado también en manifiestos como la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, emitida en 2012. No obstante, esto sigue siendo controversial y debatido en la comunidad científica.

También han sido bautizados como los “Houdini del océano” al ser avezados escapistas. Bien conocidas son sus huidas de laboratorios y acuarios. Ibañez explica que “como la única estructura dura o más rígida que tienen es el cráneo, que es de cartílago, así como su mandíbula o pico que son de quitina también, donde entre esa parte de su cabeza puede pasar todo el resto del cuerpo, entonces, un pulpo pequeño puede pasar por un agujero de 1 cm o más chico. Yo tuve pulpos enanos en el laboratorio que se escapaban de las mallas delgadas. Se escapan por la cañería y se van al mar”.

Por lo mismo, y dada la complejidad de estos animales, existen protocolos a nivel internacional para el trabajo con pulpos en este tipo de recintos, que suelen ser las mismas para cuando se investiga con animales vertebrados no humanos, como los mamíferos, reconociendo su capacidad de experimentar “dolor, sufrimiento, angustia o daño duradero”.

Octopus sp. en Rapa Nui ©Carla Robles
Octopus sp. en Rapa Nui ©Carla Robles

Además, la científica de la Universidad de Chile destaca que “tienen personalidades diferentes. Yo he tenido experiencias trabajando con especies de pulpos, como Robsonella [pulpo pigmeo], y he visto comportamientos bastante particulares. Hay algunos que son agresivos, otros tímidos, como uno los cataloga como ser humano. Y lo otro es la manipulación de objetos, tienen una capacidad de aprendizaje. Tú puedes enseñarle una técnica a través de que tú le das algo a cambio, y ellos aprenden, son perceptivos a ese tipo de cosas”.

Esto nos recuerda al célebre pulpo Paul, cefalópodo que saltó a la fama como un supuesto “oráculo” que podía predecir los resultados de la selección alemana de fútbol en competencias como el Mundial de Fútbol de 2010. En vez de facultades adivinatorias, los investigadores aseguran que estaba entrenado para reconocer las banderas, aunque “como su cerebro es primitivo y pequeño, olvidan rápido. Si uno quita el refuerzo, olvidan lo que aprendieron, aunque el aprendizaje se va incrementando con la edad, porque el cerebro va creciendo de tamaño”, acota Ibañez.

El inolvidable pulpo Paul. Jeff Swicord / Wikimedia Commons
Pulpo Paul. Jeff Swicord / Wikimedia Commons

La Super Mamá

Las hembras de pulpo se pueden reproducir con varios machos, por lo que sus crías tienen distintos padres. Luego, es la madre la que cuida a sus huevos hasta que éstos eclosionan, ya sea como paralarvas o juveniles, según la especie.

Carrasco lo describe: “Primero, la hembra pone estos huevitos en la cueva, se encueva tirando piedritas para quedar cubierta, y los cuida durante un tiempo determinado, dos meses aproximadamente. Todo depende de la temperatura, pero se queda pasándole los brazos a las posturas, tirándoles flujos de agua, removiendo todo el material, como las microalgas, que se pegan a los huevos, ella los limpia. Saca huevos que estén malos, se los come o los tira para afuera, y permanece la postura completamente limpia”.

Octopus vulgaris en Archipiélago de Juan Fernández ©Sergio Carrasco
Octopus vulgaris en Juan Fernández ©Sergio Carrasco

Junto con advertir el próximo spoiler sobre “Mi maestro el pulpo”, uno de los momentos más emotivos se desata cuando la pulpa muere luego de cuidar a sus huevos. Esto ocurre a menudo, ya que la madre pasa un largo periodo sin alimentarse mientras los cuida, debilitándose hasta la muerte, aunque no siempre funciona así en este grupo de cefalópodos.

De hecho, existen dos estrategias reproductivas, dependiendo de cada especie. Por un lado, es común en estos cefalópodos la semelparidad, que se refiere a aquellas criaturas que tienen un único episodio reproductivo antes de morir, tal como acaeció con la pulpa del documental. Por otro lado, la eclosión de la progenie no siempre termina con el desenlace fatal de la madre, pues hay algunas especies donde existe la iteroparidad, es decir, tienen varios ciclos reproductivos en el transcurso de su vida.

Consultada por los pulpos de Chile, Pardo señala que “cada especie tiene una estrategia diferente, ya sea semélpara o iterópara. Las especies de la costa, como Octopus mimus y Enteroctopus megalocyathus tienen una estrategia semélpara hasta el momento, o sea, se tiene conocimiento de que solo desovan una vez y luego mueren”.

Pero hay casos que han impresionado a la ciencia, como el de una hembra de pulpo que batió el récord mundial de cuidado de huevos más prolongado, conocido hasta ahora. Según reportó una publicación en PLOS One, la devota madre – perteneciente a la especie de profundidad Graneledone boreopacifica – estuvo nada más ni nada menos que 4,5 años resguardando a sus huevos en los brazos, lo que fue seguido de cerca por científicos, quienes la visitaron donde se guarecía en el cañón submarino de Monterey, uno de los más grandes del mundo.

La denominada “Super Mamá” (octopus supermom) mantuvo a su descendencia hasta que ésta eclosionó, y se presume que luego murió, generando con su caso más interrogantes sobre las adaptaciones de estas criaturas en las remotas, oscuras y gélidas profundidades.

En cuanto a las etapas iniciales de estos cefalópodos, es importante mencionar que se desconoce bastante en Chile sobre estos ciclos e incluso sobre la clasificación de especies (taxonomía). Para hacerse una idea, existen dudas sobre la identidad de los pulpos en el Archipiélago de Juan Fernández, por ejemplo, los que han sido reportados hasta ahora como el pulpo común (Octopus vulgaris) y Octopus mimus, algo que los investigadores están analizando en estos momentos.

Por ello y mucho más, el investigador postdoctoral de ESMOI se dedica a dilucidar la historia de vida de los pulpos, pasando gran parte de su tiempo buceando en lugares como Caldera, Rapa Nui (donde también ha indagado en su importancia ancestral) y Juan Fernández, en busca de estos animales, al igual que el protagonista humano de “Mi maestro el pulpo”, Craig Foster.

Octopus vulgaris ©Eduardo Sorensen / Frontera Azul
Pulpo en Juan Fernández ©Eduardo Sorensen / Frontera Azul

Carrasco busca no solo los huevos, sino también a las paralarvas que salen de ellos, las cuales pasan a formar parte del plancton. Se llaman así ya que los pulpos no experimentan una metamorfosis, a diferencia de otros animales invertebrados, cuyas larvas pasan por distintos estadios sucesivos hasta convertirse en juveniles.

“En este caso, las paralarvas de pulpos tienen un pico de loro, que caracteriza a los pulpos, con lo que comen, y también tienen ventosas funcionales, es decir, que se pegan. Tienen ojos muy activos y saco de tinta. Si yo molesto a una larva me va a tirar tinta, quedan super cansadas y deterioradas, porque es un esfuerzo tremendo, pero la larva está con todas sus estructuras, entonces, básicamente esa larva no sufre metamorfosis, lo único que hace es alargar sus brazos, que son chiquititos”, aclara Carrasco.

Paralarva (referencial). Matt Wilson y Jay Clark / NOAA NMFS AFSC
Paralarva (referencial). Matt Wilson y Jay Clark / NOAA NMFS AFSC

Aún así, la investigadora de la Universidad de Chile añade que “también hay especies en la cual sale del huevo un juvenil directamente, sin pasar por estado de paralarva. Y esos son pulpos de las zonas frías, los podemos encontrar en las regiones del sur, en especies de profundidad que tienen esas características”.

Todo lo anterior contrasta con cefalópodos como los calamares, los cuales suelen vivir en grupos y, además, liberan sus masas de huevos o las depositan en algas defoliadas (sin fronda), así como en cuerdas o mallas de pesca que quedaron enganchadas en el fondo. Algo así sucede con el calamar Doryteuthis gahi, una especie costera y de tamaño pequeño que dispone sus huevos en algas como el huiro palo (Lessonia trabeculata).

Pulpos en un mundo incierto y cambiante

Tal como señalamos en un inicio, el pulpo del norte y del sur son de interés pesquero (para lo cual se extraen con trampas y ganchos) y acuícola (a través de cultivos). Inclusive, se han convertido en un “producto gourmet”. El profesor asociado de la Universidad Andrés Bello indica que “desde Caldera hacia el norte, tenemos al pulpo Octopus mimus, del cual se pescan entre 500 y 2000 toneladas al año. De Chiloé al sur tenemos al pulpo del sur Enteroctopus megalocyathus, que es una especie más grande que puede llegar a los 5 kilos, y también se pescan entre 500 y 1.500 toneladas, los números van variando, pero son grandes”.

Pulpo del sur (Enteroctopus megalocyathus) en isla Carlos III ©Eduardo Sorensen – Frontera Azul
Pulpo del sur en isla Carlos III ©Eduardo Sorensen / Frontera Azul

De hecho, en esta época se aplicaría la veda para Octopus mimus, es decir, se prohibiría su extracción. Sin embargo, esta medida fue suspendida el pasado 12 de noviembre por la Subsecretaría de Pesca y Acuilcultura (Subpesca), aduciendo a los efectos socioeconómicos que ha traído la actual crisis sanitaria.

Un punto no menor es que, en general, se ha observado una mayor captura de hembras de esta especie, ya que permanecen refugiadas con sus huevos, a los cuales deposita y mantiene en su guarida entre noviembre y marzo. Por ende, su descendencia queda desatendida y con alta probabilidad de no prosperar.

Paralarva de Octopus mimus ©Sergio Carrasco
Paralarva de pulpo del norte ©Sergio Carrasco

Y como ocurre con otras especies que solo son concebidas desde la arista comercial, poco se ha impulsado para su conservación.

Pardo advierte que “hay problemas de diversidad genética. Eso en términos de conservación es un declive. Los estudios de genética poblacional y filogeografía en los pulpos han demostrado baja diversidad genética, un patrón parecido a otros recursos pesqueros, y eso puede tener efectos significativos en los cambios demográficos, por consecuencia de la sobrepesca, e incluso por cambios ambientales que estamos teniendo hoy”.

Considerando que nos encontramos en medio de una crisis socioambiental global, con fenómenos como la crisis climática y la pérdida de biodiversidad, la vulnerabilidad es aún mayor. “Hay especies que solamente están acostumbradas a vivir en zonas frías, a determinadas temperaturas, y el cambio climático significa modificar el ambiente en el cual viven, y eso puede causar extinciones poblacionales, ciertas condiciones de cambios conductuales y biológicos. Si la diversidad va disminuyendo, puede haber un peligro a largo plazo de un proceso de extinción”.

Octopus vulgaris en Archipiélago de Juan Fernández ©Sergio Carrasco
Octopus vulgaris en Juan Fernández ©Sergio Carrasco

Por ello, “así como los animales vertebrados sirven como especies ‘paragua’, los pulpos también podrían inspirarnos a conocer, valorar y cuidar más los ecosistemas marinos”, asegura Carrasco.

Por su parte, Ibañez subraya que “todos los animales tienen algo que enseñarnos. Tenemos que aprender a convivir con los seres vivos que están en todos los ambientes, ya sean terrestres y marinos. En el caso de los pulpos y cefalópodos, en Chile no hay mucha gente trabajando en esto, y por lo mismo se necesita saber más sobre estas especies, para así coexistir mejor con ellos”.

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