El aguará guazú, un fantasma tras bambalinas
Aguará guazú, lobo de crin, lobo grande, lobizón. Son diversos los nombres con que se conoce al cánido más alto de Latinoamérica, que ha perdido el 50% de su hábitat en la actualidad. En este artículo, te contamos sobre el «fantasma» de los pastizales, una especie única cuya imagen ha quedado grabada en las leyendas urbanas, y cuyas amenazas principales son la caza y los incendios forestales. Pero quedan esperanzas de la mano de la ciencia, que busca su conservación en Corrientes, Argentina. Por Emiliano Gullo.
Un chico de 9 años se encuentra desaparecido en Goya, provincia de Corrientes, Mesopotamia argentina, desde principios de junio. Se llama Loan. Su familia no sabe dónde puede estar. Pasan las semanas. Loan no aparece. Las conjeturas se multiplican. Trata de personas. Asesinato. Accidente. Los investigadores empiezan a mirar a la familia. Después a la policía local. El caso se nacionaliza. Interviene la ministra nacional de Seguridad. Es el tema prioritario en los canales de televisión, que enseguida envían cronistas al lugar. Los micrófonos ansiosos avanzan sobre cualquier integrante de la familia. La abuela dice a un canal nacional: “Se lo llevó el pomberito”. O sea, lo secuestró el duende que habita en los montes. Menos de un año atrás, en la misma provincia se difundió el video de una criatura deambulando por las calles. Un diario tituló: “Pánico en corrientes tras la aparición del lobizón”. Cuenta que los testigos señalaron que “es un lobizón, ya que es muy distinto a un can, por su alta estatura y sus patas delgadas”. Creer o reventar, la vigencia de la mitología rural en Argentina es (después de los incendios) una de las causas que ponen en peligro al aguará guazú, lobo de crin, zorro grande o, para los pobladores de la mesopotamia argentina, el lobizón.
El viento mueve los pastizales de un humedal en Corrientes. Los pastos son tupidos y altos como una cortina. Impermeabilizan de miradas curiosas. Entre ellos apenas nadan algunos roedores. Serpientes. Nada fuera de lo habitual. El charco de agua refleja un cielo pintado por un crayón azul. La escena sucede en algún lugar de Corrientes pero podría suceder en Misiones. O, con menor frecuencia, en Chaco, Formosa o Córdoba. Más que una escena es, en realidad, un detrás de escena. Un tras bambalinas. Ahí es donde vive el aguará guazú, el cánido más alto de Sudamérica. Son tan altas las bambalinas donde se oculta -donde vive- que no importa que su cruz pueda medir hasta un metro. Señor turista de los Esteros correntinos, usted quizá estuvo a un metro de un aguará guazú y no se dio cuenta. Escondido -protegido- entre los pastizales el aguará guazú desarrolla toda su vida. Vive, caza, copula, cría a sus cachorros detrás pastos de dos metros de altura.
Puede crecer más que el lobo americano. Tener aspecto de ferocidad. Un andar desgarbado y puntiagudo sobre sus patas flacas y largas, con las que se desplaza de manera horizontal. Primero las dos patas izquierdas, después las derechas; como una bailarina de tap. No tiene fama como el puma. No es popular como el cóndor. Ni genera la empatía del yaguareté. Es tímido, solitario, misterioso. Sus características alimentan las leyendas rurales que lo ubican, siempre, detrás de un halo oscuro y peligroso.
Es siempre difícil ver. Pero es aún más difícil ver a dos animales juntos. Y en ese caso será solamente por razones de reproducción. Genéticamente se trata de un cánido, más cercano al lobo que al zorro. Uno muy particular porque no anda -jamás- en manada. El aguará no tiene subespecies. Salvo por la alimentación, no se diferencia en nada del que habita en Brasil, Bolivia, Paraguay o Argentina.
Es un animal totalmente solitario que sólo se juntará para tener cachorros. Una hembra puede llegar a parir hasta cinco en un celo, una vez al año. Nada mal en términos de natalidad salvaje. Si bien en la provincia de Corrientes se considera que la especie está amenazada pero estable, en el país -con 900 ejemplares en total- se lo ubica en la categoría vulnerable, un paso antes que en peligro de extinción.
El naturalista Augusto Distel es el coordinador del trabajo con el aguará guazú -especie que ya perdió el 50 por ciento de su territorio- de la Fundación Rewilding Argentina en el Parque Nacional Iberá, centro norte de la provincia. En los últimos años logró acercarse más que ningún investigador a varios ejemplares. Llegó a estar a un metro y medio de una hembra y sus crías. Pero para poder estudiarlos científicamente tiene que cuantificar sus conductas. Para eso necesita inmovilizarlos y colocarles un collar satelital. El método de trabajo es el siguiente: por medio de la instalación de trampas, inmovilizan al animal, lo duermen, y lo liberan ya con el GPS adosado al cuello.
Todas las mañanas, Distel recibe la información sobre la noche anterior. Gracias al aporte del GPS, están logrando determinar cómo es el comportamiento reproductivo del aguará guazú; cuándo copulan, qué necesitan para que la reproducción sea efectiva, para que la crianza sea efectiva, entender la mortalidad de los cachorros. Además, cuántos kilómetros recorrió, cómo fue su conducta, si fue atrapado por algún cazador furtivo o tuvo algún accidente en las rutas.
Hasta el momento, se trata de la única fuente sobre la vida cotidiana de esta especie, transmitida casi en tiempo real. En todo el país sólo hay cinco ejemplares que llevan collares satelitales. Los cinco los colocó el equipo de Distel. Una vez que recibe la información, empieza el trabajo de campo. Después de años de trabajo, la conclusión es clara: la principal causa de la dificultad reproductiva del aguará guazú son los incendios forestales provocados, en su mayoría, de manera intencional.
El investigador explica que “los incendios son la principal causa de muerte de las crías de aguará guazú y no sólo de ellos sino que el fuego arrasa sobre todo el ecosistema; hábitat del animal, alimento, madrigueras; todo”. La elección de los quemadores de pastizales empeora el cuadro de situación. Como en verano las temperaturas en la provincia sobrepasan los 45 grados, se suele elegir el invierno para darle fuego; el mismo momento del año en el que nacen las crías de aguará, del ciervo de los pantanos y el venado de las pampas, entre otras especies.
Corrientes es una de las zonas que sufre más incendios forestales por año. Desde el año 2020 se quemaron más de 1 millón y medio de las siete millones de hectáreas de pastizales y humedales que tiene la provincia. En el verano de 2023, el fuego arrasó con más de 100 mil hectáreas. Entre las causas se encuentran el monocultivo de soja pero también de pinos y eucaliptos. La plantación de estas especies exóticas tienen el fin concreto de transformarse en alimento para la industria de celulosa, protegida y fomentada por las políticas de los diferentes gobiernos que se suceden en la provincia.
Los incendios de 2022 provocaron la pérdida de cerca de 800 mil hectáreas y marcaron un récord para la provincia. En ese momento, Nicolás Gutman, responsable del área ambiental del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz, agregó otra causa. “Quieren despejar el territorio para la construcción de barrios privados o countries, porque la gente piensa que estar en la naturaleza es agarrar un ecosistema, prenderlo fuego y construir”.
Distel señala, además, otras causas que atentan contra la reproducción del aguará guazú. Aunque estas parezcan, a priori, de menor impacto: la mitología rural y el arrollador paso de los chanchos salvajes.
Las leyendas y los cuentos de fantasía tienen impacto concreto en la fauna. Muchos de los pobladores están convencidos de que su vida y la de su ganado corren peligro con algunas especies y salen a cazar animales. Así, cada tanto, aparecen yaguaretés y aguará guazú asesinados. Distel cuenta una historia que lo asombró. Hace algunos años fue hasta un pueblo a buscar, casa por casa, a una persona que era conocida por haber matado a “un lobizón”. Así le decían los vecinos. “¿Busca al que mató al lobizón?”, claro, en aquella puerta vive.
“Lo fui a buscar para hablar con él, quería saber qué pensaba, por qué había ido a matar al animal”.
En 2022, poco tiempo antes, en la provincia de Formosa, un cazador de un yaguareté se filmó mientras perseguía al jaguar. Después de atraparlo, subió el video a las redes para celebrar su cacería. La autoincriminación posibilitó que la justicia lo condenara a 3 años de prisión y a pagar una multa de 370 millones de pesos (unos 34 millones de dólares); es decir, embargado de por vida. En el país quedan alrededor de 250 yaguaretés.
Mejor suerte tuvo el cazador del lobizón, que lejos de enfrentar un juicio tuvo reconocimiento popular. “Era una especie de héroe en el pueblo. Es increíble que todavía existan personas que puedan matar a un animal por una leyenda y, quizá aún más increíble, que sea festejado”.
No sólo en Argentina. En muchos de los lugares en que habita, el aguará guazú está asociado a una connotación negativa. En Brasil los cazan para sacarles los ojos porque traen fortuna. En Bolivia porque tener su piel es sinónimo de virilidad y tiene propiedades curativas contra la hemorroide. En Argentina, la leyenda dice que el lobizón, además de matar ganado y ser una amenaza, también puede secuestrar niños. Como el chico Loan.
Los predadores naturales del aguará guazú son el yaguareté y el puma. Pero como están las cosas, corre más peligro por el cerdo salvaje, la especie exótica invasora más dañina de la zona al punto que el gobierno nacional autorizó la caza sin límite del animal. Detrás o delante. Siempre, ante una extinción, la mano, el brazo, o alguna parte del ser humano… La introducción del jabalí en Argentina fue para fines deportivos. Este chancho salvaje originario del norte de África se diseminó primero por Europa, después por Estados Unidos y, entre 1904 y 1906, lo trajeron a La Pampa para que los estancieros jugaran a los cazadores.
En un momento, el organizador del coto de caza se quedó sin dinero, la estancia entró en abandono y los jabalíes se fugaron, poblaron el país, y hoy representan una especie oficialmente perseguida por el Estado. El problema -dicen los especialistas- es que al ser una especie invasora, sin predador natural, se reproducen a gran ritmo, desplazan especies y rompen el ecosistema. Se transformaron en una plaga con consecuencias diversas en todas las provincias argentinas.
En los pastizales correntinos, el peligro es para las crías. El aguará puede tener hasta cinco cachorros al año. Nada mal para una especie en peligro. Al no estar en manadas, la soledad de la pareja de aguará se transforma en parte de su fragilidad. Las crías quedan a merced de las piaras de chanchos salvajes que pueden llegar a pesar hasta 160 kilos en el caso de los grandes machos. La última camada de cinco cachorros que monitoreaba el equipo de Distel fue devorada por chanchos.
El aguará guazú cumple un rol ecológico muy importante para el ambiente como la dispersión de semillas y el control de pequeños y medianos mamíferos. Un puma se come a un ciervo de 100 kilos. Un yaguareté se come un yacaré de 180 kilos. Pero ninguno de los dos se van a comer a una ratita de 25 gramos. El aguará guazú, sí.
Por eso -dice el científico- “donde se ve un aguará guazú es porque hay un ambiente saludable”. Antes que lobizón, este zorro alto de andar caricaturesco y carácter tímido, se parece más a un hada de los pastizales que a un diablo del monte.