Conociendo la historia ambiental del Río Mapocho, el habitante más antiguo de la ciudad de Santiago
Nace en el Cerro El Plomo, en el seno de la cordillera de Los Andes, y serpentea a través de 16 comunas para desembocar, luego de un recorrido de 110 kilómetros, en el río Maipo, el principal afluente de la región más populosa del país. Hablamos del río Mapocho, el principal cuerpo de agua de la ciudad de Santiago, que ha sustentado a comunidades enteras desde tiempos prehistóricos y que ha sido parte fundamental de la conformación del territorio como lo conocemos. Este río, que ha sido protagonista tanto de grandes hitos como de desastres, acoge en sus riberas una cautivadora historia y un interesante patrimonio cultural que es parte fundamental del identitario santiaguino. Con sus devastadoras subidas de ríos, sus sequias en tiempos estivales y la fertilidad de sus riberas, el rio Mapocho ha sido la base sobre la cual se ha desarrollado la vida en el valle, siendo el habitante más antiguo de la ciudad de Santiago. Pese a lo anterior, su constante intervención, canalización y contaminación lo han convertido en un ecosistema altamente degradado, generando el distanciamiento de la población con su río capitalino. Actualmente el río Mapocho, lejos de su percepción inicial, está relacionado con la suciedad, la pobreza y la marginalidad, quedando en el olvido entre una ciudad que nunca se detiene.
El río Mapocho es el primer habitante de la ciudad de Santiago, y es que este caudaloso cuerpo de agua históricamente ha sido la base sobre la cual se ha desarrollado la vida en el valle, y sin él, no podríamos concebir el territorio como lo conocemos hoy. A lo largo de su historia, el Mapocho a acompañado a las distintas comunidades que han habitado el territorio, beneficiándolas con sus aguas, pero también, atormentándolas con la fuerza de su caudal torrentoso.
Lo hemos visto desde que nacimos en el caso de los capitalinos, pues cruza 16 comunas y guarda prácticamente todos los secretos de nuestra ciudad, e incluso, secretos que vienen de mucho antes de su origen.
A diferencia de lo que señala la historia tradicional, el Mapocho estaba poblado desde mucho antes de que llegara Pedro de Valdivia a fundar la ciudad de Santiago. De hecho, en sus riberas hubo ocupaciones por lo menos desde hace 15.000 años. Sin embargo, estos primeros ocupantes no generaron asentamientos permanentes, más bien, eran pequeños grupos de cazadores recolectores que se movían a través de la cuenca en busca de alimento.
“Las poblaciones a lo largo de esta historia cultural comienzan a apropiarse del valle de Santiago en la medida en que se hacen agricultoras, ya que las culturas cazadoras-recolectoras suelen permanecer más tiempo en zonas más bien periféricas a los ríos, en cambio, los agricultores requieren un acceso al agua cercano a sus cultivos. Entonces, ya para la era cristiana en adelante, la cuenca de Santiago comienza a poblarse con sociedades agro-alfareras, que nosotros denominamos como cultura Aconcagua, que son estos primeros grupos que tienen una influencia aparentemente del Norte y que introducen la horticultura, la agricultura y la ganadería en la cuenca, y con ello, comienza la apropiación del valle propiamente tal”, señala el historiador Alfredo Gómez-Alcorta.
Por ello, no fue hasta miles de años después de que los primeros habitantes llegaron a la cuenca, aproximadamente en el 500 A.C, que el territorio comenzó a ser habitado de forma más permanente. Esto gracias a la llegada de nuevas culturas a la cuenca, grupos agro-alfareros tempranos que han recibido nombres como cultura Llolleo, cultura Bato o cultura Aconcagua por parte de los arqueólogos. Como señala el arqueólogo Rubén Stehberg, Doctor en Ciencias Naturales con Orientación Antropológica Natural: “Ellos ya empiezan a tener más relación con el río Mapocho y con todos los cursos de agua, por pequeño que fueran, que hubiera en el lugar. Comienzan a asentarse de forma semi-permanente en las riberas”.
Gracias a estas nuevas culturas, las riberas del río Mapocho comenzaron a poblarse poco a poco, reluciendo fuertes cultivos que crecían gracias la bondad de la cuenca. Lamentablemente, actualmente no se cuenta con un relato oficial que determine cómo es que estas culturas se relacionaban con el agua, lo que sí se sabe, es que era un elemento muy importante para su cultura y fundamental para su subsistencia.
Así lo indica Juan Pablo Orrego, presidente de la ONG Ecosistemas: “Hace unos años encontraron unas tumbas de indígenas Llolleo donde está El Mercurio, ahí en los faldeos del Manquehue, que tenían bolones del río Mapocho alrededor de los cuerpos. Los cuerpos estaban rodeados de bolones y el río estaba a cientos de metros, o sea, esos bolones había que transportarlos. Y eso da cuenta de lo fundamental que era el río en su vida, era tan importante que, a pesar del esfuerzo que significaba, la persona se iba rodeada de bolones del río Mapocho”.
Sin embargo, estos grupos eran comunidades reducidas y aisladas unas de otras, por lo que su irrupción en el paisaje no fue tan significativa como si fue después, con la llegada del imperio Inca al valle central.
“Estos grupos agro-alfareros tempranos que han recibido nombres como cultura Llolleo, cultura Bato o cultura Aconcagua por parte de los arqueólogos, eran grupos reducidos y aislados. Quedaban espacios vacíos muy grandes entre estos grupos. Y eso cambia fundamentalmente más o menos en el año 1.400, donde se produce la incorporación de la mayoría de los linajes del Mapocho a Tahuantinsuyo, ósea, al imperio Inca. Y a partir de ese acuerdo, empieza a modificarse sustancialmente el paisaje y ahí es cuando la relación con el río Mapocho se hace máxima”, indica el Dr. Stehberg, quien además fue jefe de antropología del Museo Nacional de Historia Natural durante más de 40 años.
Si bien, no se sabe a ciencia cierta cuales eran las pretensiones del imperio Inca en este territorio, lo que sí se sabe es que esta antigua cultura imperialista se instaló de forma pacífica en la cuenca durante casi 100 años y generó fuertes cambios en la conformación del paisaje.
Los incas eran una cultura hidráulica, que valoraba el agua en su real dimensión política, social, económica, cultural, religiosa y ambiental, como fuente de vida y en íntima relación con la naturaleza. Por ello, no es de extrañar que sean la comunidad más hábil para el manejo del agua que se ha conocido a lo largo de la historia.
“Los incas eran la gente más hábil para el manejo de agua que se ha conocido en el mundo. En Machu Picchu, por ejemplo, en la punta de estos grandes macizos de granito, los incas tenían dos sistemas de agua pura que lograba llegar a lo alto de la montaña sin bombas eléctricas y sin ningún implemento tecnológico. Los Incas hacían llegar agua limpia, de vertiente, a toda la ciudad de Machu Picchu y tenían un sistema de evacuación de aguas servidas al otro lado, algo insólito”, señala Juan Pablo Orrego.
En efecto, con un gran entendimiento del paisaje y un correcto manejo de las aguas, los incas lograron formar comunidades agrícolas junto al Mapocho, cultivando principalmente porotos, papas y maíz, y domesticando auquénidos (guanacos). Para ello, los moradores crearon un extenso sistema de canales de regadío que cruzaba los valles de Aconcagua y Mapocho, que se tradujeron en 26 acequias principales para el Mapocho.
“En ese momento se embarca la población local, con algunos especialistas que mandó el Tawantinsuyo, en la apertura de una tremenda red de canales de riego, algunos de ellos enormes, que tomaron agua del río Mapocho para regar la cuenca. Estamos hablando de canales de 20 y 25 km de extensión que fueron hechos a pala, sin picota y sin nada más, algo increíble. Eso es una genialidad que hay que agradecérsela a los incas porque gracias a estos canales, se incorporó el riego a muchos sectores que antes eran muy secos, casi sin agua, y por lo tanto, muy poco ocupados. Ahora, con la llegada de estos grandes canales se habilita una serie de chacras y la gente, tanto los mapochoes como la gente que mandó el Inca -que son unos colonos que se llamaban mitimaes-, empiezan a vivir en estos chacras y comienza a configurarse el territorio como lo conocemos hoy. Muchas de estas acequias se siguieron usando durante la colonia hasta el siglo XIX y quizás todavía en el siglo XX, entonces son acequias que usaron durante más de 500 años. Ahora, esto es un gigantesco cambio en el paisaje porque estamos hablando del poblamiento de una tierra que era muy seca, y que se encontrada deshabitada, salvo en los lugares donde estos grupos agro-alfareros hacían horticultura”, agrega el Dr. Stehberg
Gracias a la avanzada ingeniería que introdujo el imperio inca en el territorio, se logró que el agua del río Mapocho se distribuyera de forma eficiente a lo largo de la cuenca, y con ello, diversos sectores de la capital se volvieron tierras muy fértiles para el cultivo, sobre todo hacia el sector norte de la capital. Un ejemplo de ello es la comuna de Huechuraba, un sector de la capital que hace apenas algunas décadas destacaba por la fertilidad de sus tierras y por sus increíbles cultivos.
«El impronta fue súper fuerte porque ocuparon el valle de manera efectiva, organizaron a la población, crearon un sistema productivo agrícola que se extendió en toda la cuenca de Santiago al punto de que lo hicieron productivo. Por poner un ejemplo, aparentemente los terrenos de Huechuraba los hicieron hasta productivos, instalaron gente, todo lo que hoy día es la rinconada de Huechuraba estaba cultivada con acequias. Osea, cuando llegaron los españoles todo ese territorio era un terreno ocupado y altamente productivo. Entonces, una conclusión que podemos sacar es que la historia cultural de todas las sociedades humanas de la cuenca de Santiago tienen una imbricación muy profunda con los ríos. Más bien, es como la relación con la vida para la sociedad humana», agrega Alfredo Gómez-Alcorta, quien además es profesor de historia y ciencias sociales.
Vale decir que una de las tomas de aguas más destacadas que realizaron los incas fue construida a la altura del sector que hoy conocemos como la pirámide, formando las cascadas y saltos de aguas que le darían nombre a este sector hasta nuestra días.
Cabe destacar, igualmente, que gracias a todas estas acequias y canales, las distintas comunidades progresaron y se generó un gran desarrollo económico en la región. De hecho, diversos cronistas de la época de la colonia señalan que el nivel de producción agraria que alcanzo el territorio fue tal, que la noticia llegó hasta Pedro de Valdivia, quien definió el lugar donde fundaría la cuidad de Santiago de Nueva Extremadura, mucho antes de iniciar su expedición a Chile.
“El Mapocho estaba produciendo mucha comida y de hecho, estaba produciendo más comida de la que sus habitantes necesitaban, y seguramente se estaba exportando maíz hacia otras partes más al sur y sobre todo, más al norte, al resto del imperio. Ahora, lo interesante es que Pedro de Valdivia se enteró de esto cuando estaba organizando su expedición para conquistar Chile, se enteró de todo este potencial productivo que había en la cuenca. Entonces, desde antes de partir del Perú, Pedro de Valdivia ya tenía tomada la decisión de venir a fundar una ciudad como el Cusco a orillas del río Mapocho, y la fundó sobre un centro administrativo que ya existía y que era muy funcional. De hecho, los españoles se fueron apropiando de estos canales indígenas y crearon sus chacras en torno a ellos de tal manera que toda la ciudad fue creciendo en torno a esta gigantesca red de canales. Así que yo diría que, por lo menos los habitantes de Santiago actual, somos herederos de los Incas”, agrega Rubén Stehberg.
De hecho, bajo el casco antiguo de Santiago quedaron sepultados caminos incaicos, diversos vestigios como cerámicas, y – en definitiva – una infraestructura que habría sido aprovechada por Pedro de Valdivia para fundar la ciudad.
La relación de amor y odio con un río «caprichoso«
La historia del río Mapocho está marcada por constantes canalizaciones e intervenciones que han contenido y confinado su cauce, un proceso que se acentuó con más fuerza una vez llegan los españoles al territorio que hoy conocemos como Chile.
Esto se debía principalmente por las características del río Mapocho, que si bien se mantenía con un cauce pequeño durante la mayor parte del tiempo, llegando incluso a prácticamente desaparecer en épocas estivales, era un río que en tiempos de lluvia y de deshielo presentaba grandes subidas de caudal, generando diversos problemas para la sociedad santiaguina.
“Lo primero que uno saca por conclusión es que debió haber sido una ocupación bastante precaria pensando en que las subidas del río eran bastante recurrentes, no solamente en invierno por la lluvia invernales, sino también en el verano por los deshielo. Entonces la llama la atención el por qué construyeron una ciudad extensiva en un espacio tan acotado y que tenía riesgos ambientales tan evidentes. Esa esa condición riesgosa la pagaron a lo largo de toda la colonia en el sentido de que si Chile era en sí mismo una colonia extraordinariamente pobre, que se mantuvo históricamente solamente por su condición de guerra, y esa condición de pobreza se profundizaba porque de tiempo en tiempo habían situaciones ambientales como terremotos, inundaciones y aluviones, que acentuaban la situación de pobreza”, agrega el historiador Alfredo Gómez-Alcorta.
Por ello es que durante la colonia, la relación con el río Mapocho pasa a ser tortuosa y sacrificada. Cabe destacar, igualmente, que si bien las subidas de río era algo recurrente desde mucho antes de la colonia, esta situación se acentúa debido a las diferentes modificaciones que se le realizaron al caudal, y también, por la intensa deforestación que se llevó a cabo el territorio, que activo las quebradas y aumentó el número de aluviones que ocurrían en la cuenca.
“De ahí en adelante la relación con el río Mapocho es una relación de amor y odio en el sentido de que la ciudad vive por el río, pero a la vez tiene que sobrevivir al río y la historiografía nos muestra que hay una serie de inundaciones tremendamente destructivas que hicieron que el mayor interés del gobierno colonial de Santiago fuera la construcción de defensas en contra del río. Entonces desde 1650 en adelante comenzaron a construirse cabrías, que eran defensas hechas de palos y piedra, para poder defender el casco histórico de las bajadas de río y luego terminó ya hacia 1780, con la formalización de todos estos esfuerzos, cuando el gobierno colonial termina por construir el último gran Tajamar que defiende efectivamente a la ciudad de las bajadas de los ríos” agrega el historiador.
Es importante señalar que lo que ahora es la Alameda, que va desde Plaza Italia hasta más o menos el barrio Brasil, antes era un brazo del río Mapocho, que retomaba su curso cuando el río capitalino se desbordaba de su cauce. Esta importante arteria de la capital en la antigüedad correspondía a un pequeño cauce de agua que venía desde la principal fuente fluvial de la ciudad, y cuando el Mapocho aumentaba su cauce, este pequeño curso de agua que se conocía como “La Cañada” transformaba la ciudad de Santiago en una pequeña isla.
Sin embargo, este curso de agua pasaba la mayor parte del tiempo seca, y lamentablemente, durante la colonia eso dio pie para que la gente fuera a tirar sus desechos ahí y con el tiempo se transformó en un basural.
Por otro lado, otro de los problemas que traía el río Mapocho era, irónicamente, la falta de agua en épocas estivales. Mientras que en invierno el río crecía de forma desmedida, durante el verano reducía sus aguas casi hasta desaparecer. Situación que se acentuaba por las numerosas extracciones y la deforestación de las cuencas, que probablemente, ya en ese tiempo, estaban causando la disminución de sus caudales.
“Con la instalación de las ciudades el Mapocho cambió totalmente, porque el Mapocho tenía una característica muy importante que era que se salía en forma torrencial todos los inviernos -y también en primavera durante los deshielos-, pero sin embargo pasaba a reducirse a la nada durante los veranos. El Mapocho en invierno se subía e inundaba gran parte de la ciudad de Santiago, sobre todo la parte norte, donde el Mapocho tenía otro brazo que se llamaba La Cañada y que se iba por la Alameda, pero en verano era prácticamente nada. De hecho los cronistas de la época hablan de que el Mapocho tenía un caudal chico y ruin. Entonces empezó a haber un problema relacionado con la agricultura, ya que en el verano, cuando más se necesitaba regar los cultivos, el Mapocho prácticamente se acababa. Por eso es que a comienzos del siglo XIX, por ahí por 1802, se empieza a planificar la construcción del famoso canal San Carlos, que le entrega aguas del río Maipo al río Mapocho”, agrega Juan Pablo Orrego.
Vale decir, igualmente, que durante la colonia, cuando no había sistemas de drenaje ni un sistema de gestión de residuos, los desechos de las personas iba a parar al río Mapocho, lo que potenció la necesidad de buscar agua limpia en otros afluentes. Así, durante el siglo XVIII una de las principales aspiraciones de los santiaguinos era la construcción de un canal que llevara aguas del río Maipo al río Mapocho para asegurar el abastecimiento de la población y la agricultura, lo que finalmente se concretó en 1822 con el canal San Carlos.
Un río sucio, pobre y marginal
Las inundaciones, aluviones y tragedias no eran los únicos eventos importantes que generaba el caudal torrentoso del río Mapocho para lo sociedad santiagüina. Pues, al ser el río principal de la ciudad, cumplió un rol fundamental de división de clases durante la colonia.
Antes de la canalización del río, a finales del siglo XIX, y la construcción del Puente Cal y Canto, la ciudad de Santiago se encontraba, en gran parte, dividida por las aguas del río Mapocho, que separaba el área administrativa de la ciudad, la Plaza de Armas y todo el casco histórico, con el barrio La Chimba, generando una verdadera división de clases.
Asi lo indica Simón Castillo Fernández, Doctor en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile y autor del libro “El río Mapocho y sus riberas: Espacio público e intervención urbana en Santiago de Chile (1885-1918)”: “A partir de ese gran cauce se fue generando también una división en la ciudad ya que el Mapocho en estaciones invernales era muy caudaloso y arrastraba mucho sedimento, lo que provocaba la separación entre ambas bandas, entre ambas riberas. Por lo tanto, se daba una separación que podríamos decir era física, pero también sociocultural en el sentido que hacia el lado norte, hacia La Chimba, quedaron más más bien predios agrícolas y pequeñas comunidades indígenas en un principio, versus esta ciudad fundacional de la Plaza de Armas y alrededores que era mucho más formal. Entonces Santiago se va estableciendo en buena medida, no únicamente, pero en buena medida, en torno a esa separación en donde el río tiene un importante rol. Y eso finalmente se logra corregir a través de la canalización del río y la construcción del puente Cal y Canto a finales del siglo XVIII”.
Antes de la creación del Puente Cal y Canto, ambos lados de la ciudad se encontraban practicamente aisladas en épocas lluviosas. Si bien, desde el periodo inca que existian puentes a lo largo de la cuenca del río, estos eran de madera y se caían cada vez que los embates del torrente venian con más fuerza
“El puente de Cal y Canto es de finales del siglo XVIII, y recién ahí se logra contar con una estructura de conectividad más regular porque lo que había hasta entonces eran puentes de madera que en rigor frente a una gran venida del río eran destruidos con total seguridad. Entonces el puente de Cal y Canto permite, con sus decenas de ojos, entregar esta conectividad regular entre lado y lado que claro, se restringió al sector del actual mercado central, es decir, había un solo puente para un río que era mucho más extenso, pero sin embargo, igual logra entregar mayor conectividad y sin duda tuvo un rol súper destacado”, agrega el Dr. Castillo.
Una vez que se concreta la canalización del río Mapocho en 1891 la relación con el río pasó de ser de amor y odio a una relación más bien abyecta. Una vez que la sociedad dejó de depender del recurso hídrico que brindaba, solo quedó la basura, la caca, las poblaciones callampa y la pobreza, generando que los habitantes le “hicieran el quite” a este importante caudal y poco a poco se olvidaran de él.
“Tiene una importancia cultural para la capital en el sentido que ya desde la colonia fue, por una parte, un proveedor de aguas de riego para la ciudad, pero también fue fuente de muchos desastres a través de las inundaciones y las grandes venidas del río que no tenían control y arrasaban con todo, incluso llegando hasta el actual barrio Franklin, entonces era algo muy desolador con lo que la ciudad tuvo que aprender a vivir. Pero también hay un tema socioambiental relacionado con que cuando se canaliza el Mapocho, en cierta medida, el río pasa a ser la principal alcantarilla de la ciudad, lo que recién se eliminó en la década del 2010 cuando Aguas Andinas hace el proyecto Mapocho urbano limpio. Entonces tiene también un tema muy relacionado con lo marginal. El río Mapocho en la actualidad se ha visto como un lugar de poblaciones callampa, de marginalidad, de niños guachos viviendo bajo los puentes, entonces hay una cuestión bien de bajo pueblo en el Mapocho”, señala Simón Castillo Fernández.
Si bien, el sentido identitario que tienen los santiagüinos con el río capitalino se ha ido desvirtuando con el tiempo, no por ello este deja de carecer de importancia. Aun cuando la actual imagen del río Mapocho este marcada por elementos negativos, este no deja de expresar y evidenciar una realidad que existe, por mucho que no queramos mirar.
Por su parte, Juan Pablo Orrego finaliza: “Tiene una importancia en términos paisajísticos y en términos de identidad de la ciudad, pero es una identidad que está bien chancaqueada. En los bordes, ya en ambos lados del río, nos encontramos con poblaciones, con muchas callampas, casitas de plástico o de cartón. Y esto es para poder acceder a un elemento que es vital para la supervivencia que es el agua, para poder lavar su ropa, para poder cocinar o lavarse la cara. Es un tema social de un dramatismo realmente elevado. Entonces, para esa gente que está en situación de calle, la relación con el río Mapocho es algo vital. En ese sentido, la cuestión identitaria del río Mapocho es muy complicada porque se ha teñido de una imagen de llevar caca, de estar muy sucio, y de estar habitado por gente en situación de calle. Entonces el sello identitario que tiene hoy en día el Mapocho no es algo para sentirse muy orgulloso, es un rio asociado a la contaminación, a la pobreza y a la marginalidad”.