Las enfermedades infecciosas se pueden considerar como una consecuencia de la inestabilidad medioambiental que estamos viviendo. Así lo han abordado investigadores de la Universidad de Hawaii en Estados Unidos. Ellos aseguran que  el rápido crecimiento demográfico, el abusivo manejo de los recursos naturales y la destrucción de valiosos ecosistemas, sumado al calentamiento global, se han convertido en el escenario idóneo para la evolución de devastadores virus.

Cortesía Fundación Reforestemos
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Fiebre amarilla, dengue y, hoy, el coronavirus, por nombrar algunas, son enfermedades zoonóticas. Es decir, transmisibles entre los animales y el hombre, que se han originado debido a las constantes alteraciones que sufre nuestro medio ambiente. 

«La destrucción de los bosques tropicales en muchas regiones del mundo está causando que las personas y la fauna salvaje se encuentren muy cerca unos de otros, contribuyendo así a las enfermedades humanas», expresó el profesor de la Universidad Massey, David Hayman, quien trabajó en un estudio internacional sobre el ébola, otra de las enfermedades de origen animal.

Cortesía Fundación Reforestemos
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Según datos de la organización ecologista Greenpeace, se estima que el 58% de las enfermedades infecciosas proceden de los animales y el 30% de los brotes nuevos o emergentes como el zika y el ébola están relacionados con el cambio de uso de la tierra. Este claro aumento en las cifras de los últimos 50 años se atribuye a la invasión humana del hábitat, principalmente de la regiones tropicales.

La organización Global Forest Watch indicó que desde 2001 a 2018 se han perdido 361 millones de hectáreas de cubierta arbórea a nivel mundial. Esto, sumado a los 6.375 millones de toneladas de CO2 que se emitieron a causa de los incendios forestales en todo el globo el 2019 -según informó el Servicio de Vigilancia Atmosférica de Copérnico (CAMS)-, son indicadores del enorme impacto que podrían tener las enfermedades infecciosas salientes sobre la población humana y el desarrollo económico de los países.

Es vital escuchar el llamado imperioso que nos hace continuamente la naturaleza a cuidarnos y proteger nuestro entorno, como también elevar nuestras alertas a los claros mensajes que nos envía este virus obligándonos a priorizar lo básico y medular de nuestra existencia.  Hoy, más que nunca, el trabajo colaborativo cumple un rol trascendental, debiéndonos movilizar al desarrollo de políticas preventivas para evitar pandemias y controlar aquellas afecciones tóxicas emergentes. La petición es clara. Protejamos nuestros ecosistemas y nuestras familias para hacernos cada vez más resilientes a crisis sanitarias como éstas.

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