Cuando decidimos aventurarnos a la ruta por canales, senderos y pasajes en el Reino Unido, tuvimos, en muchas ocasiones, inesperados encuentros con pequeñas y grandes co-terráneas: amigas, si se permite, de una tierra lejana, que han sabido comenzar una vida próspera lejos del hogar, que es esa Araucanía profunda.

La presencia de esas singulares especies que hoy conocemos como Araucaria araucana y que desde hace tiempo llamamos pehuén, no sólo da cuenta de un largo viaje de millones de años de evolución, sino que han emprendido rumbo alrededor del mundo apoyadas por la globalización y las ansias de imperios. Son, en definitiva, curtidas viajeras del mundo físico y temporal con una gran historia que contar.

©Nicolás Smith
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Por sobre todo, el ritual del viajero indica que son tres las preguntas fundamentales con las que se conoce a otro viajero: de dónde son, cómo llegaron, y para dónde van. Afortunadamente ya sabíamos la respuesta a la primera incógnita. Este artículo trata de responder las otras dos en nombre de ellas.

¿Cómo llegaron?

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A fines del siglo XVIII Europa estaba sumida en revolución y guerras entre reinos, de los que evolucionarían los grandes imperios del siglo XIX. La -aún no- potencia marítima británica ya se desparramaba por el globo materializando el dominio de rutas estratégicas a través de la exploración científica y comercial. Es ahí cuando el cirujano, botánico y naturalista escocés Archibald Menzies, en 1795 toma un puñado de piñones, presuntamente de la mano del gobernador de Chile, en ese entonces Ambrosio O´Higgins, para plantarlos a bordo del Discovery en su viaje de vuelta a Inglaterra y comenzar la introducción de esta planta en las islas británicas.

Rápidamente tomaron el nombre de “monkey puzzle tree”, que viene a ser algo como “árbol del acertijo para monos” al creerse que un mono estaría confundido al tratar de trepar por sus ramas pinchudas.

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Unas décadas más tarde, el gran vivero Veitch contrató a William Lobb para ir a recolectar piñones, junto a otras plantas y árboles nativos (alerce, luma, etc.), llevarlos al Reino Unido y comercializar las semillas para ser plantadas en los jardines de la nueva opulencia y gusto exótico victoriano. Sin embargo estos ejemplares, siendo muchos de las especies más longevas, también descubrieron un sitial de honor y hoy se encuentran en el corazón de la britania científica en los Jardines Botánicos Reales de Kew, Edimburgo y en el Museo Británico.

La diseminación de las araucarias, bajo el amparo del proteccionismo británico, tuvo un impacto global como testifica Sarah Horton, una residente de Liverpool que enamorada de las araucarias, inició un proyecto  de referenciación geográfica de los muchos especímenes de Araucarias araucanas dispersas no solamente en el Reino Unido, sino en el resto de Europa, Norteamérica y Oceanía. El mapa se puede ver aquí.

Y, ¿para dónde van?

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Esa es la gran pregunta cuando ponemos en contexto el frágil equilibrio que ha alcanzado la especie, donde se encuentra su protección legal en suelo chileno y argentino, su figura como Monumento Natural de Chile y las latentes amenazas de incendios, enfermedades y los efectos del cambio climático (ver artículo).

Al ahondar más en esta incógnita nos encontramos con el verdadero acertijo; una maraña de nuevas preguntas. ¿Existe un valor o compensación, más allá de la estética, en asegurarles el futuro a estos árboles viviendo en el extranjero? Teniendo en cuenta que la araucaria está arraigada a las costumbres del pueblo Pehuenche, que tiene una identidad única y geográfica, ¿son transmutables los estamentos de protección cultural chilena en el resto del mundo? ¿Tendría efectividad el grado de conservación internacional como la lista roja de la International Union for Conservation of Nature and Natural Resources (IUCN) en los instrumentos de planificación territorial local? ¿Son finalmente las instituciones científicas, como los jardines botánicos, los únicos en tener una relevancia en la conservación de la especie? ¿O puede reconocerse valor en la historia que los británicos están escribiendo con sus araucarias en jardines y parques?

©Nicolás Smith
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Solo para responder la última pregunta, las araucarias, en el Reino Unido, son claramente una especie rara que no entra particularmente en zonas de protección como las Áreas de Conservación Rurales. Otro grado de protección que aquí esquiva la suerte de las araucarias, es la Orden de Preservación de Árboles (TPO), una figura dentro del plan regulador comunal que protege árboles o áreas específicas con algún valor histórico o social. Las araucarias, por ser araucarias, no catalogan como TPOs. Esto se ve con claridad ya que varias de las araucarias plantadas en los últimos 50 años tomaron desprevenidos a los habitantes con su magnitud volumétrica y muchas han sido cortadas para prevenir daños a casas y edificios.

Tal vez es un acertijo que no tiene respuesta en este momento. Vislumbramos, en todo caso, una necesidad de mayor garantía en su protección, regeneración y protocolos de recolección de piñones en Chile para poder transmitirlos hacia el mundo. Vemos también el valor de iniciativas como la de la señora Sarah que, al igual que muchas mejoras en nuestro entendimiento de nuestro entorno y patrimonio, nacen de la catalogación primaria. Por mientras seguiremos maravillándonos con estos furtivos encuentros con ellas, tratando de transmitir toda la admiración que les tenemos a quienes han heredado las tierras que ahora llaman casa.

Finalmente me gustaría agradecer a Robert Petitpas, investigador en políticas de conservación de la Araucaria araucana en la University College de Londres, por sus comentarios y discusión.

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