Anelio Aguayo Lobo y sus 66 años de carrera: Un maestro del estudio de los mamíferos marinos
Don Anelio Aguayo Lobo (90) lleva 66 años investigando a los mamíferos marinos. Estudió medicina veterinaria durante el apogeo de la caza de cetáceos en el mundo. Conoció a Jacques-Yves Cousteau y se subió al famoso barco Calipso, siendo el primer chileno en descender a 400 y a 800 metros de profundidad en los canales del sur de Chile. Fue exiliado en México, país en que se dedicó a la investigación y la docencia, llegando a formar parte del recorrido del famoso buque científico “El Puma”. En Chile, ayudó al traslado del Instituto Antártico Chileno (INACH) a Punta Arenas, ciudad que ayudó a posicionar como entrada al Continente Blanco. Pero, por sobre todo, es un orgulloso de su trabajo como profesor y “el formar escuela”. Luego de haber sido reconocido como uno de los 100 adultos mayores líderes de Chile, don Anelio se sienta a hablar con Ladera Sur una pequeña pincelada de lo que ha sido toda su trayectoria.
“¡Anelio Aguayo, guardián del océano austral!”, se escuchó fuerte en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Era el primero de los 100 adultos mayores que reconocerían ese día como líderes en Chile, debido a su trabajo y experiencia. Él, orgulloso e impecable en su traje, se paró a recibir su premio y sacarse la foto correspondiente. Estuvo ahí solo, mientras llamaban al resto de los premiados de la categoría de Ciencias y Humanidades, en una sala que retumbaba por los aplausos de un público rebosante de admiración.
“Tengo que confesar que me tomó por sorpresa el premio. A lo largo de todo Chile hay cuánta gente ¡y yo vivo en Punta Arenas!”, explica don Anelio, de 90 años, entre risas, ya fuera del Aula Magna. Él fue elegido entre los 100 premiados de un grupo de 500 adultos mayores postulados para este premio. De ese centenar reconocido, es el único médico veterinario. Uno de los pocos dedicados al cuidado del medioambiente. Y, por supuesto, ningún otro tenía como especialidad el estudio de los mamíferos marinos.
“De los adultos mayores sí me he preocupado”—asegura—“Yo siempre le digo a los jóvenes que es importante el reconocimiento de la experiencia en todas las actividades, porque se aprende a lo largo de los años. Una cosa es la que dicen los artículos científicos, esos paper que le llaman ustedes, y otra es la realidad”.
Cómo no. Don Anelio Aguayo, médico veterinario de profesión, lleva 66 años desempeñándose en la investigación de mamíferos marinos. Empezó en los 50’, cuando la caza de cetáceos estaba en su apogeo a nivel mundial. Sólo en el Instituto Antártico Chileno (INACH) ha trabajado durante 32 años, ayudando a trasladarlo a Punta Arenas. Gran parte de toda su trayectoria ha sido como docente en México y Chile, siendo maestro de grandes especialistas que hoy se destacan en el mundo. Y, por lo menos hasta 2023, seguía siendo uno de los investigadores activos más longevos del país.
Desde Iloca al mar
Nació en Curepto, pero los primeros años de su vida fueron en Iloca, Región del Maule. Anelio retrocede 86 años en su memoria para llegar al momento en que tenía cuatro años. Pareciera ponerle play a una historia que dice haber repetido muchas veces. Pero así lo recuerda: Sus padres eran profesores. Vivían en un pueblo conocido como caleta pesquera, que no sobrepasaba los 300 habitantes. Había un enfermero. Un policlínico. Un doctor que llegaba cada 3-4 meses. La iglesia no faltaba. Y, en la costa, los espectáculos tampoco.
Con sus ojos curiosos, Anelio observaba en el mar el movimiento de lobos marinos, delfines y ballenas. Pero no tenía idea de lo que eran. Como buen niño, acumuló preguntas: “¿Qué son esas cosas? ¿Cómo viven? ¿Qué comen? ¿Quién los mata? ¿Son útiles?”, pensaba. Al vivir en un pueblo costero, que en el verano se llenaba de gente por la afluencia de turistas, sabía que esa era una excelente estación para interrogar a quienes podían saber las respuestas a sus preguntas: los profesionales de Santiago.
Así se enteró de los nombres de las criaturas que él tanto observaba. También de que eran mamíferos. Y un par de cosas más; lo suficiente para que no salieran de su cabeza. A los 7 años, se mudó de Iloca a Curicó. Allí fue presidente de curso y recuerda haber formado la academia de Biología y de Filosofía de su colegio. Se hizo amigo de su profesor de biología Óscar Naranjo, quien lo motivó al estudio de mamíferos marinos. “Con todo esto nació esta cosa en mí del estudio de los mamíferos marinos, lo que me ha permitido ser ciudadano del mundo y relacionarme con todos. De chico pude conversar con adultos, mi papá me enseñó a expresar y ser amigo de mis profesores. Entonces había una madurez y todas esas cosas me fueron moldeando para el estudio de los mamíferos marinos”.
Sin embargo, para estudiar a estos fascinantes seres, el camino debería haber sido Biología Marina, carrera que en Chile no existía. Entonces decidió entrar a Medicina Veterinaria en la Universidad de Chile en 1953.
Alguna vez se ha dicho que la historia de la carrera de él, de cierta forma, es la de la biología marina en Chile. O que es un pionero en el estudio de cetáceos. Pero para él, no ha hecho más que continuar la labor de sus propios mentores, de quienes fue asistente y estudiante. “Yo vengo siendo el hijo de ellos. Y los que siguen son los nietos y los bisnietos”, dice.
Aquí hay varios nombres clave para mencionar. Entre ellos, los Doctores Guillermo Mann, quien creó el Centro de Investigaciones Zoológicas y aportó al desarrollo de la zoología chilena, y Parmenio Yañez, una piedra angular de las ciencias del mar en Latinoamérica, creador de la primera estación de biología marina en Chile, en Montemar, Región del Valparaíso (conocida también por ser patrimonio arquitectónico, pero eso ya es otra historia).
En su quinto año de medicina veterinaria (1958) ganó un concurso para ser ayudante de Zoología de la Universidad de Chile en la Estación de Biología Marina en Montemar. Allí trabajo durante 15 años. En ese entonces, al lugar llegó el profesor inglés Robert Clark, quien había sido contratado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para asesorar a la Comisión Permanente del Pacífico Sur en el manejo y conservación de recursos balleneros en Ecuador, Perú y Chile. Particularmente, su trabajo se enfocó en el cachalote (Physeter macrocephalus), que era la especie de cetáceo más importante para las Compañías Balleneras de Perú y de Chile. “Con el doctor Clark estudiábamos la caza de ballenas en Chile. Él llegó para ayudar a regular de alguna forma la caza de ballenas en el país”, explica don Anelio.
El Dr. Clark es un tercer nombre que no falta en la historia profesional de Anelio Aguayo. En esos años se realizó el primer viaje de investigación de cetáceos en el mar de Chile, seguido en 1959 por uno en Ecuador y en los 70’ en Perú. En el 59’ se creó el primer laboratorio para estudiar las ballenas en Perú, el segundo en Chile el 60’ y tercero el 61’. Con Clark, el investigador se subió a los primeros buques que conocería en su recorrido marítimo: los balleneros. “Ahí tuve que aprender a ser marinero. Ahí tuve mis primeros mareos, como todo el mundo”, recuerda.
De la caza de cetáceos a su protección
Se cree que la apertura del “ciclo ballenero” en Chile se produjo en 1792. Con el tiempo, se fueron creando diferentes empresas dedicadas a la cacería de cetáceos. Ya en los primeros años del siglo XX, hubo un impulso con la llegada de marinos noruegos y se fue instalando cada vez más la caza moderna de ballenas, que consistía en embarcaciones “rápidas, poderosas, maniobrables y virtualmente imposibles de hundirse”, según el escrito “La caza de ballenas en las costas de Chile bajo la mirada y la pluma de Francisco Coloane”. En la industria ballenera nacional se ocuparon buques cazadores para la captura. Plantas terrestres para procesar la caza. Y se estima que su periodo peak fue entre 1956 y 1962.
En el país existieron 13 empresas balleneras y sus plantas se distribuyeron de norte a sur, donde se incluyen nombres como Bajo Molle (Iquique); Chome, Isla Santa María (Talcahuano); San Carlos de Corral (Valdivia); Isla San Pedro, Isla Huafo (Quellón), Bahía Águila (Punta Arenas); y Quintay (Valparaíso).
Por ejemplo, en Quintay, las ballenas eran faenadas para la extracción de aceite de sus huesos y la obtención de harina, entre otras cosas. Con eso, además de carne, se podía obtener jabón, alimento de aves, o fertilizante a través de sus huesos. El mismo Aguayo ha comentado en entrevistas pasadas que solo en Quintay, entre 1938 y 1967, cerca de 13 mil cetáceos fueron capturados y procesados. A eso se suman otras cifras, como que solo hablando de cachalotes, entre el 58’ y 59’, la captura en Chile representó cerca del 25% de la captura mundial de esa especie. O, entre otras afectadas, las ballenas azules disminuyeron su población de más de 350 mil individuos a una actual de menos de 25 mil a nivel mundial. Por ello se encuentra clasificada como En Peligro, según la UICN.
—En plena época de caza de ballenas, ¿cómo era vista esta actividad desde la academia?
—Era normal. Para los veterinarios la captura de ballenas, el faenamiento, era lo mismo que el matadero con los vacunos, las ovejas y los cerdos. Para mí el comienzo fue igual. Después viene el problema, cuando disminuyen las poblaciones y hay necesidad de proteger y legislar para que la captura esté más regularizada y que los industriales no se aprovechen. El industrial, ya sea chileno o extranjero, quiere sacar provecho. Así que, en resumen, era normal, lo otro era anormal. Todo lo que nosotros llamamos los “verdes” hoy: eso era lo anormal. Era el mundo al revés. Hoy cuando le cuento a los estudiantes que participé en la caza de ballenas, me dicen: “¡Pero cómo maestro!” Que cómo se podía ser tan cruel, si hablamos de un animal. Durante la primera y segunda guerra mundial en todas partes comieron carne de ballena. Era normal lo que hoy día es anormal.
—Entonces, ¿cuál es el punto de inflexión donde hay que apuntar a la protección de los cetáceos, más que a su caza?
—En el año 70, porque se declara por Naciones Unidas la moratoria de la captura de ballenas. Esto fue porque el aceite de cachalote se utilizaba para la cohetería espacial y cuando los norteamericanos lo reemplazan por el de jojoba, dicen: “¿para qué matar más ballenas? Mejor plantemos jojoba”. Entonces se reúnen en Estocolmo y se forma el movimiento verde. Ahí empezamos a cambiar nuestra manera de pensar. La FAO y la UNESCO se encargan de preparar un documento para que jóvenes en la universidad y los profesores nos demos cuenta de este cambio. Ahí empieza esto, que demoró mucho.
Ese mismo 72’, el mítico científico documentalista Jacques-Yves Cousteau empezó la navegación por los mares antárticos de la que nació “El Mundo Submarino de Jacques Cousteau”, en la que Anelio se unió al barco Calipso. Este hecho fue clave para la reconversión de Anelio hacia querer —e investigar para lograr— la protección de estos animales.
“Viajé con él desde la Antártica a Puerto Montt. Conversando con Costeau me di cuenta de lo que él buscaba hacer y cómo pensaba. Me ayuda a cambiar mi pensamiento sobre la importancia de proteger a los animales, más que la conservación”, explica Anelio, quien al principio de esta entrevista aclaró un concepto importante: “hablar de conservación significa proteger a la naturaleza para aprovecharla en la mejor forma posible. Es decir, proteger y usar”.
En el famoso Calipso, Anelio se convirtió en el primer chileno en descender a 400 y a 800 metros de profundidad en los canales del sur de Chile, en el platillo buceador, una especie de submarino destinado a investigación científica.
Anelio recuerda: “Ahí vi lobitos marinos, delfines, tiburones, jaibas, esponjas de mar y distintas sucesiones de roca. Así que fue muy bonito y una gran experiencia. Yo quería que me dejara el submarino prestado porque había hablado con la Universidad Santa María para replicarlo y él había aceptado. Pero vino el golpe. Se fue todo al diablo. Y ahí otro capítulo empezó”.
La formación de nuevos jóvenes
Luego del Golpe de Estado en Chile (1973) Anelio fue nombrado “traidor a la patria” por haber recibido al ministro de pesquería de la ex Unión Soviética con el ministro de Tierras y Colonizaciones de aquella época, Humberto Mardones, y el presidente Salvador Allende. Además, había trabajado para la creación del Ministerio del Mar. En ese entonces fue exiliado de Chile, por lo que el siguiente capítulo de su historia se remonta a Suiza.
Según relata una entrevista realizada por el Instituto Antártico Chileno, en el país europeo colaboró para la redacción del libro rojo de las especies amenazas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), empezando en ese lugar su trabajo por la protección de ballenas y otros mamíferos marinos. En Estocolmo estuvo cuatro años trabajando en el Museo de Historia Natural. Finalmente, en 1979 se trasladó a México, país donde encontró un hogar, viviendo durante 14 años. En ese lugar se dedicó principalmente a la docencia y la investigación. A “formar escuela”, como él menciona, “tengo exalumnos que ya jubilaron en México”.
Allá trabajó como docente de la Universidad Autónoma de Baja California hasta 1981. Luego, hasta 1991 se desempeñó como académico e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Entre todo esto, ayudó a fundar la Sociedad Mexicana de Mastolozoología Marina y a crear un ramo universitario de biología de campo de mamíferos marinos.
En la UNAM tenía acceso a un buque —“El Puma”— que le permitía recorrer el Pacífico. A ese barco la misma universidad le ha llamado el “buque detonador de la investigación oceanográfica en México” con 374 campañas en altamar durante 40 años. Anelio se subió al primer viaje del buque, dando el puntapié inicial para sus actualmente más de 700 mil millas náuticas recorridas , equivalentes a 1,2 millones de kilómetros terrestres. “¡Subí a ese buque para qué te cuento!”, exclama Anelio.
Además, fue parte del buque “Justo Sierra” de la universidad, que realizaba expediciones científicas en el Atlántico. “También subí con mis estudiantes, así que andaba con la parvada de pollos para todos lados”, recuerda con cariño Aguayo Lobo: “me quisieron mucho los mexicanos”. Allá se ha considerado como el padre de la mastozoología marina.
Es que, de padres profesores, para Anelio la docencia siempre ha sido fundamental. De hecho, desde el inicio de nuestra conversación, hay seguido alguna referencia a sus estudiantes, quiénes él asegura que continuarán su trabajo. Desde México, junto a la docencia, continuó con investigación en pos de la protección de los cetáceos, con acceso a recursos y expediciones, aprendiendo junto a sus estudiantes.
Entre medio de todo esto, en 1986 se prohibió la caza de ballenas a nivel internacional. Fue parte de esta lucha desde sus estudios en México. “El hito fue muy importante”, recuerda, “la Dictadura ya llevaba mucho tiempo en Chile y todo lo que fuera luchar contra ella era bueno, entonces luchamos en contra de la captura de ballenas en Chile, desde afuera, así que fue positivo”.
—Usted formó a varios académicos y después, en su vuelta a Chile, también dejó huella en algunos estudiantes. Carlos Olavarría y Rodrigo Hucke-Gaete me han hablado de la importancia que tuvo en sus carreras. ¿Por qué es tan importante para usted compartir su conocimiento con estas personas que ya perpetúan su trabajo?
—A esa continuidad se le llama formar escuela. La escuela de México y la de Chile es la misma. Los mexicanos van más adelantados que nosotros porque tienen más dinero para investigar y son más numerosos. En la Universidad Autónoma de México yo estaba en la Facultad de Ciencias, en la que éramos 300 mil. Era una cosa preciosa, con buena materia prima para sacar profesionales buenos, porque suponte tú de 50 estudiantes, que saques 4 buenos es posible.
—Así como usted se enfrentó al tema de la caza, hay otros temas que afectan a los mamíferos marinos actualmente que ven estas nuevas generaciones.
—Ah claro, y seguimos discutiendo muchas cosas. Me ha costado ver mucho esta cosa de la contaminación, estudiar los materiales pesados. Para eso hay que tener instrumentos, que es caro, entonces estaba acostumbrado a lo otro, lo más artesanal, a la vieja escuela. Pero todo eso va saliendo y estamos mejorando.
—Acá en Chile también ha habido un aumento en el varamiento de cetáceos en Chile ¿Cómo evalúa usted esta situación?
—De dos maneras, una, que hay más investigadores preocupados de eso, por lo tanto, hay más litoral que se estudia. Y segundo, hay contaminación, entonces los animales mueren porque se intoxican, entonces hay más varamientos. Toda esta contaminación del mar, el plástico, la ballena que se mete a los centros de cultivos de los salmones, se enredan. Todo eso, entonces hay una lucha entre la industria pesquera, la industria de salmón, con la protección de las ballenas en el país.
El trabajo en Chile y los próximos pasos
En Punta Arenas, el Museo de Historia Natural de Río Seco tiene un gran esqueleto de una ballena sei (Balaenoptera borealis). Está en medio del pabellón de grandes cetáceos del lugar, el que lleva el nombre de Anelio Aguayo-Lobo, por su aporte a la mastozoología y al avance de las ciencias marinas y antárticas de Chile.
En 1991, vuelve a Chile e ingresa al Instituto Antártico Chileno (INACH) como investigador del Departamento Científico. Él fue quien gestionó el traslado de la institución a Punta Arenas, hecho que se concretó en 2003, es decir, hace 20 años. La ciudad austral es la puerta de entrada al Continente Blanco y un lugar clave para el estudio de mamíferos marinos antárticos, tarea a la que Anelio se ha dedicado durante 32 años, con un sinnúmero de artículos científicos, enfocados en especial en cetáceos y pinnípedos (lobos marinos, elefantes marinos y focas, entre otras especies).
En la zona austral tuvo sus propias luchas. Allá se preocupó de resaltar la importancia de Punta Arenas como puerta de entrada a la Antártica. Impulsó la creación del monumento en honor al Piloto Luis Pardo por su rol en el rescate de los náufragos del Endurance, entre otras tareas. Pero, una de las cosas que más le dan orgullo es su labor en la docencia de estudiantes de pre y post grado en todo Chile, guiando incluso tesis hasta el día de hoy.
Sin embargo, ya a sus 90 años, dice que el 2023 es un año para jubilar e irse a vivir a Concón. “Que mi señora me acepte en la casa”, bromea, mirando a su esposa que lo ha acompañado durante toda la entrevista. Allá planea armar su biblioteca, pero no dejar de lado la biología marina. “Quiero irme a Montemar a prestar asesoría a lo que necesiten. Tengo que morir trabajando”.