Andrés Moreira, geógrafo tras estudios del desierto florido: investigando al increíble fantasma del norte
Nieto de Carlos Muñoz Pizarro e hijo de Mélica Muñoz, ambos reconocidos botánicos estudiosos del desierto florido, Andrés Moreira nació con la sensibilidad hacia este fenómeno. Geógrafo de profesión y académico universitario, se enfoca en la biogeografía o el estudio de la distribución de los seres vivos, siendo el florecimiento del desierto más árido del mundo, una de sus queridas áreas de aprendizaje. En esta entrevista, Andrés nos comparte su pasión por el desierto florido, algunas cosas detrás de este esperado fenómeno, las queridas especies que estudia y qué tener en cuenta para quienes visiten próximamente este esperado evento.
Desde que era un niño, Andrés Moreira (51) escuchó y vivió la magia del desierto florido. Cuando era pequeño hojeaba las páginas del libro “Desierto Florido”, que su abuelo, el botánico Carlos Muñoz Pizarro, publicó en 1965. También prestaba atención a su madre, la también botánica y autora del libro “Flores del Norte Chico”, Mélica Muñoz, de todo lo especial que pasa cuando el desierto florece. Ellos, de alguna forma, plantaron esa semilla que germinó con intensidad muchos años después.
Tanto su mamá como su abuelo eran agrónomos, por lo que para Andrés era natural dedicarse a eso. Pero también le interesaba la conservación los ecosistemas y dónde esto podría encontrar roces con la actividad humana, por lo que pensó en ser antropólogo. Pero encontró un punto medio. “Una carrera bastante oculta en los currículos universitarios”, bromea. Entro a estudiar geografía, concentrándose más adelante en la biogeografía o el estudio de la distribución de los seres vivos.
Así, su camino lo llevó a especializarse en aquello que conoció desde pequeño. La diferencia es que ahora, además de seguir sorprendiéndose por este fenómeno, transmite sus conocimientos en la Universidad Católica de Valparaíso, donde es académico de la Facultad de Geografía. Desde ahí, los campos coloridos y floreados del desierto más árido del mundo le siguen entregando grandes enseñanzas.
Los brotes escondidos
Don Carlos Muñoz se dedicó al estudio de flora desde 1938 hasta su fallecimiento en el 1976, trabajando en el Museo de Historia Natural. Su hija Mélica siguió sus pasos, apenas se recibió de ingeniera agrónoma, formando parte de la jefatura de la sección botánica del museo, hasta 2008, pero sigue yendo al museo como curadora emérita. Ella describió especies como la Alstroemeria werdermannii var. flavicans, Alstroemeria philippii var. philippii, Alstroemeria magnifica var. tofoensis o la escasa Leontochir ovallei Phil var. luteus, más conocida como garra de león amarilla.
“Nosotros con mi madre y mis hermanos hacíamos una especie de caravana al desierto florido. A veces se sumaban amigos. Por ejemplo, recuerdo haber estado en el 82’ en uno muy intenso. Después, ya más grande, en el 97’ hubo otro parecido. Cada vez que existía un desierto florido con cierta intensidad, partíamos al norte. Toda la familia. En algunas ocasiones fuimos con toda la expectativa y no estaba tan florido como se esperaba, pero eso nos permitió también conocer la otra cara. De esa forma me fui enamorando del desierto florido en su expresión máxima y también cuando está más diluido”, recuerda Andrés.
Pero no fue hasta su Doctorado, siguiendo un camino muy personal, que empezó a interesarse e involucrarse en los estudios del desierto florido. A él le atraían los temas de sustentabilidad y ecoturismo, pero cuando los estudió, a diferencia de ahora, no eran muy considerados. La conservación de la naturaleza le apasionaba y encontró su nicho en la geografía, específicamente en la biogeografía, que se enfoca en la distribución de los seres vivos. Y ahí entra otra mujer maestra en su vida: la geógrafa Pilar Cereceda.
“Ella tiene un énfasis en los estudios de neblina hacia el norte. Ahora último están en Alto Patache (Región de Tarapacá). Una vez en geografía, mi interés por la botánica no había reflorecido. Lo traía, tal como en el desierto florido, con las semillas latentes. Luego, cuando fui a mi doctorado, afloró nuevamente porque hice un estudio que se llamó Geografía Botánica de Chile, en el cual profundicé ambas cosas en las que mi mente está siempre, es decir, la geografía y la botánica. Había un trabajo de geografía botánica de 1907 hecho por Carlos Reiche y yo me propuse hacer un 2.0”, explica Andrés.
El fantasma del norte
Para Andrés, el desierto florido es una especie de fantasma que aparece y desaparece, generando mucha emoción y al mismo tiempo preocupación, debido a sus amenazas. Por lo tanto, para intentar comprenderlo, un buen punto de partido es saber cómo se forma.
“Se le asocia generalmente al Fenómeno del Niño, que tiene que ver con una concentración de masas cálidas en el Océano Pacífico. Eso afecta a la circulación oceánica y atmosférica, generando lluvias más allá de lo normal, es decir, más al norte del límite de las lluvias. Nosotros estamos acostumbrados a lluvias invernales hasta la zona de Valparaíso, o una parte de la Región de Coquimbo. En sectores del desierto existe un banco de semillas latente, que es parte del misterio, porque no sabemos bien cómo se ha ido conformando o cómo se mantiene. Entonces, asociado a la humedad del Niño y las lluvias invernales donde usualmente no llueve, se dan las condiciones para que florezca todo. Pero también, curiosamente, se da en algunos casos que no existe el calentamiento del Pacífico y su consecuente circulación atmosférica. Este año, que tenemos al fenómeno de la Niña, no se esperaba desierto florido, pero sí lo tendremos. Lo cierto es que todavía no tenemos total certidumbre de lo que está ocurriendo este año, pero de que cayó lluvia en la zona de desierto florido sí cayó”, explica Andrés.
– Me comentabas que las semillas son un misterio. ¿Qué es lo que sí se sabe de ellas?
– Uno de los atributos de la semilla es su capacidad de permanecer en estado de dormancia o de latencia por muchos años. Yo diría que el misterio asociado más interesante es cómo los huevos de insectos se pueden mantener, porque también permanecen en estado de latencia por años y decenios. Hay bastante investigación en esa materia en el centro de Semillas de Vicuña.
– ¿En qué te enfocas dentro de tus estudios del desierto florido?
-Me interesan en particular algunas familias que son de distribución muy restringida y eso se vincula obviamente con la conservación. Uno de los aspectos que se consideran para evaluar si la especie está con algún grado de amenaza es su rango de distribución, para justamente tomar medidas (…). Lo que me interesa a mí en particular son algunos grupos que tienen distribuciones bien restringidas y específicas, como son las especies de Alstroemeria magnifica, Alstroemeria philippii, Alstroemeria werdermannii, algunas del género Schizanthus -como Schizanthus carlomunozii, nombrada así por su abuelo-, capachitos (Calceolaria) y Nolanas, que son solanáceas y especies con la mayor distribución restringida de la costa de Atacama y Antofagasta. También, entre otras, he estudiado a la garra de león, que es la flor icónica del desierto costero de Atacama y está en el color rojo característico, pero también se da en color anaranjado o está la variedad amarilla que está descrita por mi propia madre, que es muy difícil de encontrar.
Lo que hace Andrés, enfocado en estas especies es conocer, además, sus relaciones biogeográficas. Hay especies que se conocen en la costa, por ejemplo, pero que también están en Los Andes. Ahí hay una inferencia biogeográfica que se relaciona con la evolución de las especies y por qué algunas quedaron restringidas a la costa, pero que también tienen parientes cercanos en Los Andes.
Pero también, está la relación con todo aquello que florece junto al desierto. Por ejemplo, se ven varios actores clave. Las bacterias que se asocian a plantas del desierto florido incrementan su riqueza, siendo claves para los ecosistemas. Los insectos que se ven también son importantes en la cadena, ayudando a devolver nutrientes al suelo (por ejemplo, las vaquitas del desierto se alimentan de lo que muere) y también en la polinización, como las abejas o mariposas nativas. Llegan aves, reptiles y un enorme mundo que a veces nuestros ojos ignoran. “Es todo un campo abierto por conocer”, dice Andrés.
-Me contabas que todas estas especies que tú estudias son súper restringidas. Entonces, ¿cuál es la dificultad de estudiarlas?
-Esa es la dificultad extra del asunto y la importancia de estar en terreno cuando ocurre este fenómeno del desierto florido. Estudiamos por imágenes de satélite, pero eso es complementario con el trabajo de campo. Es muy necesario aprovechar las instancias en que florece para ir a estudiarlo con mayor detención y encontrar donde hay, por ejemplo, una ampliación de un límite de distribución que no se conocía. En las especies de Schizanthus, por ejemplo, hay una especie en particular que sólo está costa norte de la Región de Valparaíso, y muy poquito en la parte sur de Coquimbo. ¿Qué está pasando? Lo mismo ocurre en la zona de transición del desierto hacia el altiplano. El año 2019, por ejemplo, encontramos a Solanum polyphyllum, luego de 128 años en que no se había visto por la ciencia. Y la encontramos casualmente.
-Entonces el desierto florido está lleno de sorpresas.
-Exactamente. Cuando florece el desierto, estas sorpresas emergen. Afortunadamente tenemos el financiamiento de Fondecyt, que financia el trabajo de campo y todo lo necesario, y otros colegas tienen otro financiamiento. Teniendo el financiamiento para ir a terreno no hay nada que te detenga. Hacemos lo imposible por poder hacer salidas con estudiantes de manera de ir trasladando esta curiosidad y hemos tenido bastante buenos resultados. Los estudiantes se enganchan, se la juegan por encontrar les especies, armamos desafíos de encontrar especies raras y los estudiantes se la juegan (…). Ahora estamos elaborando un librito del desierto florido con ilustraciones. Dividimos el trabajo en las comunas que abarca el desierto florido. Entonces de sur a norte, identificamos las especies que podrían ser más características. Pasamos por la Higuera, Freirina, Huasco, Copiapó, Caldera, Pan de Azúcar, etc.
Pero como todo tiene un foco en la conservación y, como decía Andrés, también hay cierto grado de preocupación, aparecen las amenazas: “tenemos amenazas como el rally, que pueden creer pasar por lugares que no hay nada, pero las semillas están bajo tierra. También están los asentamientos costeros informales y proyectos de ampliación de caminos. Los perros abandonados también son amenazas porque atacan a los guanacos y afectan al ecosistema completo”.
Ante esto, Andrés comenta sobre una idea que espera algún día pueda ver la luz, relacionada a un Parque Nacional Desierto Florido: “existe la esperanza de que pronto se pueda concretar ese asunto. Mi abuelo clamaba por ello hace más de 50 años, él es de la zona de Coquimbo. Tendría que comprender sectores como Totoral, donde hay grandes poblaciones de garra de león, otros parques como Llanos del Challe o Pan de Azúcar, sectores intermedios entre Vallenar y Copiapó, por la Ruta 5 y hacia la costa, que es una zona muy atractiva visualmente porque aparecen patas de guanaco. Es difícil delimitarlo sí porque es un fantasma”.
–De ahí la importancia del trabajo que están haciendo ustedes desde la geografía, entonces…
-Yo creo que sí, realmente puede ser un aporte desde en distintas escalas. Nosotros trabajamos desde los detalles, de lo macro a lo satelital.
Cuando el desierto florece
En esta época, el desierto florido está marcando la pauta. Las autoridades ya lanzaron la temporada, las flores ya están adornando las fotografías y muchos están preparando sus viajes. Mientras tanto, Andrés ha avanzado en sus estudios, y explica que utilizan, a través de imágenes satelitales, tres indicadores para determinar las características de este desierto: determinar la extensión del fenómeno, su intensidad y duración.
“El año pasado llegó a Caldera y este año también. La intensidad se da por la respuesta de la vegetación después de la lluvia intensa. Es decir, cuál es la intensidad con la que reverdece el paisaje botánico. Lo otro es cuanto dura: un mes, dos meses, pueden ser cinco. Y ahí tenemos respuestas como que el peak puede ser en octubre, por ejemplo. Después el paisaje se empieza a secar. En relación a los tres indicadores, estos se registran por imágenes de satélite que hemos trabajado con los colegas de la Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad de Chile. Y esto nos indica que cada fenómeno del desierto referido es en cierto modo diferente a lo anterior. Es decir, puede ser más o menos intenso. O más corto o largo, dependiendo de dónde exactamente caen las lluvias, cuánto duró la precipitación y cuántas veces. Por eso es como ir haciendo un fantasma”, explica.
-Ahora va mucha gente al desierto florido. ¿Qué mensaje les darías?
-Ir a conocer y sin destruir. Existe la tentación de llevarse un bulbo o una flor, pero lo que más se puede llevar a la gente es su cámara fotográfica, su teléfono celular y captar el recuerdo para siempre sin dañar el entorno. Puede parecer de sentido común, pero aún hay gente que no puede evitar que sacar las plantas. No es la idea porque ahí se está afectando la población, imagina que una flor puede generar cientos de semillas para la reproducción de la especie. Entonces el llamado es a cuidar el entorno y transmitirlo.
– ¿Cómo explicarías a las personas la importancia de que florezca el desierto?
-No soy capaz de explicarlo en palabras, sino que el que considera que necesita una explicación, necesita un pasaje en bus a instalarse en un lugar a observar el fenómeno con toda tranquilidad. Hay que tratar de sumergirse en el paisaje sin intervenciones, dejando de lado todo y realmente tratar de enfrentarse a esta este paisaje botánico en forma desnuda, sin prejuicio y simplemente con la mirada ingenua. Lo que yo te puedo transmitir es que mi caso fue así: me enfrenté como niño al desierto florido.