Nuevo hallazgo sobre ballenas del hemisferio sur permitirá apoyar su conservación
Cuatro subespecies de ballena fin, un enorme mamífero que habita en las costas de Chile y del hemisferio norte y sur, eran reconocidas hasta ahora. Sin embargo, un reciente estudio liderado por la bióloga María José Pérez-Álvarez, propone la existencia de solo tres subespecies. El trabajo, publicado en la revista Frontiers in Marine Science espera contribuir al conocimiento y protección de estos cetáceos, que hoy enfrentan diversas amenazas. Las Reservas Marinas Isla Chañaral e Isla Choros-Damas del Archipiélago de Humboldt son zonas clásicas de avistamiento de estas ballenas.
Un gran mamífero navega en nuestras aguas, pudiendo llegar a medir 27 metros de longitud, un poco más que una cancha de tenis. Su piel es mayormente gris y el lado derecho de su cabeza, por donde se inclina para comer krill, es de color blanco. Se trata de la ballena fin (Balaenoptera physalus), la segunda especie de ballena más grande que se ha descrito en el mundo, cuyo rápido nado puede alcanzar los 30 km por hora.
Habita en el hemisferio norte y sur, distribuyéndose a lo largo de todo nuestro país, incluida la Antártica, sector al que se desplaza principalmente hacia el invierno. Su presencia a lo largo de Chile ocurre a pesar de su complejo pasado y amenazas, habiendo sido la principal especie capturada por la industria ballenera de Chile – activa hasta el año 1982- y sufriendo hasta hoy el choque con embarcaciones.
¿Quiénes son estos particulares animales que habitan en latitudes tan diversas y sorprenden a turistas? ¿Pertenecen todos a una sola y gran familia? Hasta hace muy poco, se habían descrito cuatro subespecies de este cetáceo, presentándose dos de ellas en el Pacífico Sur. Sin embargo, una investigación recientemente publicada en la Revista Frontiers in Marine Science, dio un vuelco a esta clasificación, a través de un estudio iniciado en 2007, que incluyó numerosos registros en terreno, tomas de muestras, análisis genéticos y seguimientos satelitales, que determinaron un curioso resultado: todas las ballenas fin que habitan el hemisferio sur corresponderían a una sola subespecie: Balaenoptera physalus quoyi.
Dicho trabajo, que consideró el muestreo de 36 ballenas en Chile, estuvo liderado por María José Pérez-Alvarez, bióloga marina, Doctora en Ciencias e investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, de la Universidad Mayor y del centro de investigación Eutropia. El estudio, que refleja la importancia del trabajo colaborativo, contó con el apoyo de un equipo internacional de científicas y científicos de tres instituciones de México y Estados Unidos, quienes se focalizaron en el estudio de las ballenas del hemisferio norte. También, realizaron sus aportes con información del hemisferio sur, investigadoras e investigadores otras instituciones nacionales -además del IEB-. Éstos son: Universidad Mayor, Universidad Católica del Norte, Centro de Investigación y Gestión de Recursos Naturales (CIGREN) de la Universidad de Valparaíso, Universidad de Chile, Centro de Investigación Eutropia, y el Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA).
“Fueron muchos años de trabajo para llegar a estos resultados. Lo primero es recordar que se habían descrito cuatro subespecies. En el hemisferio norte: Balaenoptera physalus physalus y B. p. velifera. Y en el hemisferio sur: B. p. quoyi y B. p. patachonica. A esta última le llaman pigmea y se había propuesto como la subespecie que habitaría latitudes intermedias, sin llegar a la Antártica, y sería un poco más pequeña, oscura y de barbas negras. Sin embargo, nosotros proponemos que la ballena fin pigmea no existiría. Todo esto, ya que en nuestros análisis genéticos y el estudio realizado, encontramos un panorama homogéneo en las ballenas fin del hemisferio sur, lo que nos hace considerarlas como una sola unidad poblacional”, señala la bióloga marina, quien lleva dos décadas estudiando cetáceos.
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Al respecto, la investigadora del IEB comenta que la anterior clasificación se había realizado sin antecedentes genéticos, ni integrando información de diferentes tipos. Además de un resto óseo que se encuentra en el Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN), no existe mayor evidencia con la cual comparar la información. “Por otro lado, pensamos que si la ballena pigmea existiera, la habríamos muestreado, ya que ésta se debiera encontrar en el territorio donde trabajamos, en las Reservas Marinas de la Región de Atacama y Coquimbo, donde las muestras fueron obtenidas en múltiples campañas de terreno a lo largo de varios años”, asegura la Doctora en Ecología y Biología Evolutiva.
Además del trabajo en terreno y los análisis genéticos que fueron claves para determinar la clasificación de las subespecies, la investigación también estableció que no existe migración entre ambos hemisferios.
Trabajando en las aguas: conocer para conservar
¿Qué repercusión e importancia tiene este hallazgo? Uno de los más relevantes, según comenta la científica, es el aporte en materia de conservación. “La evidencia de nuestro trabajo representa una contribución a la clasificación taxonómica y conservación de la especie, que se encontraría en categoría vulnerable, producto de la intensa actividad ballenera a la que fue sometida en el pasado y a los choques con embarcaciones, principal amenaza actual que ha sido identificada tanto a nivel internacional como en nuestras costas. La información también es útil como insumo para la Comisión Ballenera Internacional, donde anualmente se realizan evaluaciones poblacionales de grandes cetáceos. Pero además, esto es importante para el relato local y nacional sobre identidad poblacional, que también se aplica al turismo, tal como sucede en Caleta Chañaral y Punta Choros , donde la ballena fin es una de las especies estrella, de gran atractivo”, comenta la bióloga marina.
Durante casi dos décadas, María José Pérez-Alvarez ha tenido contacto con estos particulares cetáceos. En este proceso ha podido observar y fotografiar a muchas ballenas, conocer su comportamiento y obtener muestras de piel a través de métodos no dañinos para los animales, “tarea que no ha sido fácil”, según confiesa. Pero también hay anécdotas y aventuras que no olvida, como la experiencia que vivió en aguas cercanas a la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, zona de alimentación de la ballena fin. Esto, cuando se encontraba en terreno junto a todo el equipo de trabajo. “Estábamos en el bote extrayendo muestras de krill, cuando de pronto vimos que ahí mismo estaba la ballena comiendo, a la que literalmente le estábamos sacamos el krill de la boca. Eran 27 metros pasando al lado nuestro. Sin duda fue emocionante. Junto a eso, lo bonito y útil de la anécdota es que pudimos identificar que la especie de krill de la cual se alimenta, corresponde al pequeño pequeño crustáceo- Euphausia mucronata”.
El trabajo permanente en la costa chilena, ha sido fundamental para entrar en contacto con este gran mamífero, cuyo comportamiento es muy diferente al de los delfines. Las ballenas no se desplazan en grandes grupos como los delfines, sino que se agrupan principalmente en zonas de alimentación y reproducción. Con mucha suerte y paciencia es posible divisar a la ballena fin nadando junto a su cría, pues en promedio, ésta alcanza su edad reproductiva a los siete años y sólo tiene una cría cada tres años, “un hecho que vuelve a esta especie más vulnerable”, afirma la investigadora.
La amenaza de puertos
En zonas de tránsito, alimentación y/o reproducción de cetáceos presentes en nuestras costas, se ha registrado mortalidad de ballenas producto del impacto con embarcaciones, transformándose en una amenaza real, actual e importante para la especie.
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Adicionalmente, los derrames de petróleo y contaminación acústica asociada, afectan no tan solo a esta especie, sino que a otros cetáceos y organismos marinos con problemas de conservación. “Considerando este escenario, esperamos que estos accidentes dejen de ocurrir, pues las autoridades pertinentes: SERNAPESCA, Armada de Chile y SUBPESCA, han manifestado su preocupación diseñando una estrategia participativa para el levantamiento de información y adecuación de protocolos de tránsito de embarcaciones”.
La investigadora también destaca la importancia de continuar avanzando en estas líneas de trabajo, que implican el esfuerzo colaborativo de muchas y muchos investigadores nacionales e internacionales, y también de la propia comunidad local que forma parte de los territorios.