El pejeperro: el increíble pez que cambia de sexo y que está amenazado por la sobrepesca en Chile
En medio de los arrecifes y bosques de algas, se encuentra un pez que no deja a nadie indiferente. Algunos destacan su poderosa dentadura de aires caninos, la mancha amarilla que le brinda estampa de coronel, o el hecho de que las hembras pueden convertirse en machos si su población así lo necesita. Esa es parte de la fascinante vida del pejeperro, criatura insigne de la corriente de Humboldt, que ha experimentado un fuerte declive por la sobrepesca y destrucción de hábitat. Aunque no despierta pasiones como las ballenas y otros seres carismáticos, este animal hermafrodita refleja la urgencia de recuperar la biodiversidad marina. Para ello sería clave incluir a este olvidado habitante, que alguna vez abundó en las costas chilenas.
Todo aquel que retrocede en el tiempo relata – con añoranza – que antes se encontraban en abundancia. Dicen que era fácil ver harenes, compuestos por un macho y varias hembras. Que vivían en lugares donde ya no se observan.
Cada vez sería más escaso este animal, que a todas luces no pasa desapercibido. Mientras la hembra es de un llamativo color rojizo, el macho se destaca por su color oscuro, mentón blanco y una característica mancha amarilla detrás de la cabeza, que también le ha valido el apodo de “coronel”. Así es el pejeperro (Semicossyphus darwini), un icónico pez de la corriente de Humboldt que vive en las costas de Ecuador (Islas Galápagos), Perú y Chile, específicamente desde Arica hasta la Región de Valparaíso.
Es en estas aguas donde protagoniza no solo curiosidades biológicas y equilibrios marinos, sino también una historia de antiguo esplendor que se ha visto opacado por el descontrol humano.
“El pejeperro es un pez litoral muy interesante por su biología y ecología, y es una de las especies clave para mantener el balance natural del ecosistema marino costero. Es un depredador longevo de gran tamaño que se alimenta principalmente de equinodermos, como el erizo negro y las estrellas de mar, invertebrados que si no son controlados tienen la capacidad de cambiar el paisaje. Por ejemplo, en el caso del erizo negro, si su población aumenta sin control, podrían consumir los bosques de macroalgas y transformar el paisaje a solo rocas desnudas”, explica Natalio Godoy Salinas, científico marino de la organización The Nature Conservancy en Chile.
En efecto, este animal sería un carnívoro muy importante en los arrecifes rocosos y bosques submarinos, ya que es capaz de consumir una amplia gama de especies bentónicas, como moluscos, crustáceos y erizos. Para engullirlas, el pejeperro está equipado de una potente mandíbula y dentadura que le permite capturar, manejar y alimentarse de estas presas que poseen duras corazas y espinas. Aun así, no son obstáculo para su prominente aparataje dental, que le ha conferido el nombre de “pejeperro”, por su similitud con los colmillos de los canes.
“Es por eso también que ha resaltado su importancia ecológica”, añade Alejandro Pérez-Matus, director de Subtidal Ecology Laboratory (Subelab) y académico de la Universidad Católica, quien ha seguido durante años el rastro de este pez, explorando distintas herramientas para su apremiante conservación.
Lo anterior no es trivial, considerando que todavía se desconocen aspectos básicos de la biología y ecología de esta especie en Chile. Por ello, gran parte de la información proviene de las otras dos especies “hermanas” del pejeperro sudamericano, que han sido más estudiadas: nos referimos al pejeperro asiático Semicossyphus reticulatus, que vive en Japón, Corea del Sur y China; y al denominado sheephead o “cabeza de oveja” Semicossyphus pulcher, que se encuentra en Estados Unidos (California) y México.
De hecho, estudios moleculares realizados por Pérez-Matus y sus colegas muestran muy pocas diferencias genéticas entre el pejeperro californiano y sudamericano. Inclusive, son muy similares a simple vista. Aunque esta arista continúa en investigación, una hipótesis apunta a que este pez habría colonizado el Pacífico Sur desde el hemisferio norte. “Según estudios, hay una posible ruta por arrecifes mesofóticos que son profundos, por los que pudo llegar este pescado desde el norte, y haya colonizado todo lo que es el Sistema de la Corriente de Humboldt, desde Galápagos hasta el sur. Les gustan las temperaturas más frías”, detalla el académico de la Universidad Católica, quien también es director del Núcleo Milenio Nutme.
A raíz de su par californiano se ha estimado, por ejemplo, que el pejeperro sudamericano podría vivir entre 40 y 53 años, aunque Godoy acota que su vida media rondaría los 21 años de edad.
Por otro lado, también destaca su conducta curiosa, social y territorial, en especial frente a los “osados” que se adentran a su territorio. Es ahí cuando estos animales se acercan, muestran los dientes y despliegan sus aletas. Por lo mismo, no son raras las agresiones entre machos, pues varios ostentan notorias “marcas de guerra”.
Estos peces también conforman harenes, compuestos por un macho y varias hembras. Pérez-Matus agrega que “es muy difícil ver pejeperros que sean solitarios, tienen una estructura social muy desarrollada. Se ha estudiado muy poco en comparación a los otros pejeperros que están en Japón y California, pero esa información se puede extrapolar un poco al pejeperro de acá”.
Lo que sí sabemos es que – tal como ocurre con sus pares asiáticos y californianos – el pejeperro de la corriente de Humboldt acapara la atención por una curiosa y hormonalmente costosa estrategia reproductiva: el hermafroditismo.
Ella, él
Las hembras “pejeperras” maduran sexualmente a los cuatro años, cuando tienen un tamaño de 24 cm aproximadamente. En cambio, el macho recién puede reproducirse entre los 6 o 7 años, cuando alcanza alrededor de 42 cm de longitud. Esto cobra especial relevancia, pues deben pasar varios años para que estos animales puedan tener descendencia por primera vez, manteniendo así la salud de sus poblaciones.
Como sea, cuando se trata del apareamiento, el cortejo y los nados nupciales no pueden faltar.
Godoy lo describe a continuación: “Los machos grandes tienen territorios de desove en los que las hembras se congregan aproximadamente una hora antes de la puesta del sol. El cortejo comienza poco antes de la puesta del sol, donde el macho se acerca a cada hembra, haciendo contacto lateral y guiándola en un patrón circular. Los machos más pequeños intentan cortejar a las hembras dentro de los territorios, lo que provoca que los machos grandes comiencen con un comportamiento de persecución con los machos pequeños. Las hembras visitan territorios de varios machos a lo largo del día, lo que indica que no forman parte de un harén estricto”.
Sin embargo, ¿qué pasa en el harén cuando se quedan sin el macho?
Uno de los aspectos que más llama la atención sobre el pejeperro es que es hermafrodita, es decir, la hembra cambia de sexo para transformarse en macho, de acuerdo a la disponibilidad o necesidad de la población. El científico marino de The Nature Conservancy puntualiza que “según la evidencia, este cambio sería gatillado principalmente por la talla, es decir, hembras de gran tamaño cambiarían su sexo a macho por las ventajas reproductivas para la especie”.
Esta estrategia se denomina como hermafroditismo secuencial protogínico, lo que en términos simples significa que la hembra cambia a macho, no al revés.
Esto contrasta con otro pez de roca hermafrodita que vive en los mares del centro sur de Chile: el róbalo (Eleginops maclovinus). El macho de esta especie se convierte en hembra (hermafroditismo protándrico), o sea, opuesto a lo que ocurre con el pejeperro. “En el pejeperro son hembras primero y después machos. El róbalo se desarrolla primero como macho y después cambia a hembra. Esta reversión sexual es influida por procesos hormonales, donde en algunos casos mutan testículos a ovarios, u ovarios a testículos en el caso del pejeperro, transformándose en machos en el caso del pejeperro; y en hembras en el caso del róbalo”, resume Pérez-Matus.
El director de Subelab sostiene que “eso tiene una consecuencia ecológica. Tienen una fidelidad de sitio tan importante estos peces, que viven muy asociados al arrecife, y los arrecifes están distribuidos de manera heterogénea en el mar, no homogénea. Esta heterogeneidad tal vez restringe la movilidad de las poblaciones adultas o juveniles, y determina que estos peces necesitan coincidir en sus épocas de apareamiento, y que haya una cantidad de hembras y un macho en el mismo momento. Eso es una consecuencia evolutiva de la estrategia del hermafroditismo secuencial, tienen que tener la misma cantidad de machos con hembras”.
Sin embargo, esa no sería la única implicancia de la fuerte fidelidad a su territorio, ya que esa dependencia los vuelve – a su vez – muy vulnerables a la pesca, lo que nos conduce al estrepitoso declive de este emblema marino.
Pesca sin control
“Por el año 83, cuando yo era super chico, venía a la playa y se veían pejeperros en la parte más al sur [de Valparaíso]. En todo el extremo sur de su rango de distribución, prácticamente ya no se ven, todas esas zonas han sido muy depredadas”, recuerda Pérez-Matus, quien asegura que “hay extinción local, por ejemplo, en muchos sitios del norte y de Valparaíso”.
Al igual que otros peces de roca, el pejeperro ha sido fuertemente extraído por pescadores artesanales, recreativos y buzos deportivos, sin contar con medidas regulatorias o de administración pesquera específicas para su extracción, como cuotas, tallas mínimas de captura o vedas.
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La caza submarina, por ejemplo, consiste en el buceo de apnea donde utilizan un arpón. Paralelo a ello, los pescadores artesanales realizan buceo asistido con equipo hookah (con suministro de aire comprimido a través de manguera), lo que les permite pasar más tiempo bajo el agua en búsqueda de estos peces. Al respecto, Pérez-Matus indica que “el aparejo para pescar a estos peces debería ser regulado, porque se deja que los saquen con hookah. Son especies territoriales, hermafroditas secuenciales y sacan machos. No debería estar permitido, debería estar mucho más regulado”.
Se suma – además – la pérdida del hábitat de estos peces por la creciente deforestación de bosques submarinos, que son cruciales para su desarrollo y supervivencia. Como resultado, se ha desencadenado una acentuada caída en sus poblaciones, lo que explica por qué en algunas zonas no se han vuelto a ver.
Lo anterior no se trata de una mera “apreciación”, ya que existe evidencia que lo respalda.
Desde los años 50 existen registros de captura para el pejeperro y otros peces de roca, como la vieja negra o mulata (Graus nigra) y el acha (Medialuna ancietae). Sin embargo, el portavoz de The Nature Conservancy indica que el cambio más significativo se observó en los 90, “donde ya a fines de esta década se reconocía que la abundancia en nuestra costa de estas especies no era la misma de décadas atrás”.
Así lo señala un estudio publicado en 2010, que cruzó información de distintas fuentes, dejando en evidencia cómo los tres peces litorales más grandes y emblemáticos para la caza submarina, como el pejeperro, la vieja negra y el acha, mostraban signos de “agotamiento” o colapso a fines de la década de 1990.
Godoy advierte que “hoy se capturan cerca de 13 especies de peces litorales, donde está incluido el pejeperro. Numerosos han sido los llamados desde la ciencia para alertar de los posibles problemas por la disminución de las abundancias de estas especies. Sin embargo, aún se mantienen sin medidas de administración pesquera y de conservación”.
Su disminución ha sido de tal magnitud, que “una vez hicimos un trabajo en Pisagua hasta acá [Las Cruces], y encontramos alrededor de 16 pejeperros en todo el estudio, y fue un estudio dirigido a estos peces, entonces es muy poca la abundancia. No sabemos si eso sustenta poblaciones nuevas”, sostiene Pérez-Matus.
Por este motivo, se han realizado distintas iniciativas, entre ellas algunas colaborativas y participativas “de federaciones de pesca recreativa, asociaciones de pescadores artesanales, agencias de gobierno, universidades y organizaciones, que han apoyado e impulsado el proceso FishPath para generar recomendaciones de sustentabilidad para la pesca recreativa y comercial de los peces litorales, donde el pejeperro y 13 especies más están siendo incluidas”, remarca Godoy. El investigador valora también la gestión del Ministerio del Medio Ambiente para la confección de fichas que permitan definir su estatus de conservación.
Por su parte, el director de Subelab recomienda la creación de reservas marinas, las que han mostrado positivos resultados en lugares como California, en complemento con otras medidas. “Tenemos conocimientos sobre la edad y talla en la que se puede capturar, y que su época reproductiva es en verano, entonces, durante esa época hacer vedas biológicas, restricciones de talla y de uso de aparejo. Aunque suene fuerte, prohibir el uso del hookah por un periodo de tiempo para una especie tan demandada”.
De esa forma, se busca recuperar al pejeperro. De los humanos depende que el animal continúe siendo un emblema no solo de la corriente de Humboldt, sino también de las ricas y biodiversas costas chilenas.