Soluciones basadas en la naturaleza: niebla para el desierto, ciudades esponja y otras ideas para Chile
Para muchos, la respuesta frente a la crisis global no está solo en sofisticadas tecnologías, sino en la misma naturaleza, la cual ha cumplido, históricamente, relevantes funciones que hemos perturbado o eliminado, pero que hoy nos pueden ayudar a mitigar el cambio climático y el declive de la biodiversidad. Existen características y procesos naturales que podemos, incluso, imitar a través de creaciones como los humedales artificiales. Este tema recién comienza en Chile, por lo que en Ladera Sur te contamos algunas ideas e iniciativas que se han realizado a pequeña escala en el país.
La humanidad enfrenta un preocupante escenario de cambio global, marcado por la emergencia climática y la crisis de la biodiversidad. Es en este contexto que han resonado con mayor fuerza las Soluciones Basadas en la Naturaleza, acciones destinadas a proteger, gestionar y restaurar los ecosistemas naturales o modificados, y que también utilizan o imitan algunos procesos naturales que ocurren en ellos, con el fin de resolver o aminorar los diversos problemas socioambientales en distintos rincones del planeta.
“Todos deberíamos pensar primero en las soluciones basadas en la naturaleza antes que en ninguna otra solución. Nos hemos alejado no solo como sociedad de la naturaleza y cómo funciona, sino también como profesionales. Muchas veces la mejor medida es no degradar, intervenir con cuidado, adaptarse a la naturaleza o no cambiarla. Eso es muy evidente con lo que está pasando hoy con la escasez hídrica, por los humedales y bosques que han sido degradados por largo tiempo, poniéndonos en una muy mala condición”, afirma Ignacio Rodríguez, director ejecutivo del Centro de Humedales Río Cruces, de la Universidad Austral de Chile (UACh).
De ese modo, las acciones se apoyan en los distintos procesos que ocurren en la naturaleza, considerando las particularidades de cada país, ya sea para capturar y almacenar carbono, o para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Este enfoque también es vital para preservar y restaurar la biodiversidad y los ecosistemas nativos, asegurando así los importantes beneficios que entregan, como el suministro de agua, el control de la erosión de los suelos, entre tantos otros.
En el caso de Chile, el desarrollo de las soluciones basadas en la naturaleza se encuentra en pañales, aunque se han ejecutado algunas iniciativas a menor escala y se han propuesto, a su vez, distintas medidas que persiguen ese fin.
A continuación, te contamos sobre algunas iniciativas existentes e ideas con potencial que apuntan a un Chile que entienda, respete y aproveche las tremendas ventajas de su naturaleza.
Ciudades esponjas
La urbanización es una de las principales responsables de la pérdida o degradación de la biodiversidad, interrumpiendo procesos o funciones que históricamente realizaban los ecosistemas que han sido reemplazados por infraestructura gris. Esto ha desencadenado distintas consecuencias. Por ejemplo, los asentamientos humanos han sido puestos a prueba frecuentemente por eventos extremos como inundaciones, aluviones o marejadas.
Es por ello que algunos proponen la implementación de “ciudades esponja”, aquellas urbes capaces de absorber y liberar el agua de las lluvias, evitando inundaciones y otras consecuencias. Para ello se puede utilizar la infraestructura verde, como los “techos verdes” (con vegetación), pavimentos permeables, jardines de agua y biorremediación. También implica mantener, restaurar o imitar ecosistemas como los humedales.
Rodríguez detalla que “la idea es hacer una ciudad más permeable y amigable con el ciclo del agua, de modo que puedas tener una condición más favorable hidrológicamente hablando. Ahora tenemos sequías o lluvias muy intensas, mientras que el sistema natural que regula el ciclo del agua, como los humedales o los bosques, se han ido degradando e impermeabilizando, entonces, la idea es recuperar esos procesos y funciones de los ecosistemas”.
En esa línea, una de las medidas que se han implementado es la construcción de humedales artificiales que ayudan a los naturales. En el Centro de la UACh construyeron uno para depurar las aguas del baño, con el fin de evitar sobrecargar al humedal del río Cruces.
El investigador explica: “Estos son humedales construidos, que se hacen de forma ingenieril, tratando de replicar ciertas condiciones del humedal natural, para que el agua que llegue al humedal natural esté más limpia. De esa manera, ayudan a que los humedales naturales no se saturen tanto, en términos de contaminación, porque estos ecosistemas son los riñones de la naturaleza, pero los hemos destruido y somos muchos, entonces, hemos sobrepasado su capacidad de carga”.
Además, otra idea bajo la misma lógica es el estacionamiento permeable que disponen en el recinto, y que tiene una capacidad para 30 autos. “No es ninguna tecnología del otro mundo, simplemente una combinación de materiales que permite que el agua escurra. Es un estacionamiento de piedras, planificado para que no se compacte, permitiendo así el escurrimiento de la lluvia y la recarga de las napas subterráneas. Así no se inunda la casa y no escurre aguas a otros lados”, agrega.
En ese intento por darle más espacio a la naturaleza, la institución ha instalado también casas para murciélagos, especies que son controladores naturales de insectos, lo cual evita el uso de pesticidas. También han propagado flora nativa y removido especies exóticas. En ese contexto, están acondicionando una ciclovía que, lejos de ser como las convencionales, se emplaza en un camino boscoso. Aunque parezca natural, es el resultado de la reforestación que hizo un grupo de académicos hace 16 años, en el mismo lugar donde había sido desmontado antiguamente un bosque nativo.
“Tenemos que mantener lo poco que queda, ya no hay espacio para seguir rompiendo el bosque nativo o degradando humedales, sobre todo en la zona central que está más habitada. También es urgente recuperar estos ecosistemas. A los que ya están degradados hay que darles una mano, aumentarlos, ayudarlos y mitigar el daño que se ha hecho”, concluye.
El ancestral regalo de la niebla
Son varios los relatos y vestigios arqueológicos que indican la presencia de pueblos prehispánicos en sitios como Alto Patache, en la Región de Tarapacá. Se dice que recolectaban plantas, cazaban guanacos y obtenían agua dulce a través de vasijas que “atrapaban” la niebla, la cual ingresa por la costa desde tiempos remotos. No existe consenso sobre cuál era su identidad, aunque algunos señalan que se trataba de los camanchacos.
Esa práctica ancestral ha despertado el interés hace algunas décadas, ya que la niebla representa un nuevo, abundante y subutilizado recurso de agua fresca en una de las zonas más áridas del planeta, como es el desierto de Atacama. Esto cobra especial relevancia si consideramos que uno de sus principales problemas socioambientales ha sido la escasez hídrica, promovida no solo por las características propias del desierto, sino también por la sobreexplotación de sus limitadas fuentes de agua, como las napas subterráneas.
“El estudio de la niebla como recurso hídrico viene de varias décadas, pero la crisis actual, el calentamiento global, entre otros, han reimpulsado estas fuentes alternativas, donde tenemos una fuente que es regular y que hemos estudiado”, comenta Camilo del Río, académico del Instituto de Geografía de la Universidad Católica e investigador del Centro UC Desierto de Atacama.
Desde la década de los 70 comenzó la investigación de la niebla en distintas localidades del norte de Chile, para lo cual se han empleado instrumentos como atrapanieblas y neblinómetros. Fue durante esos albores que los científicos llegaron al Oasis de Niebla de Alto Patache, al sur de Iquique.
La presencia de este recurso se debe a las gigantescas nubes estratocúmulo, presentes desde el sur de Ecuador hasta Chile (Pichilemu), que al entrar en contacto con la costa forma la niebla o camanchaca.
Si bien el agua de la niebla no es suficiente para abastecer a ciudades grandes como Iquique, el académico de la Universidad Católica asegura que son una alternativa sustentable para comunidades pequeñas o actividades productivas de baja escala. De hecho, en la Estación UC Alto Patache se bebe de la niebla.
Por ejemplo, en 1992 se inauguró el proyecto “Camanchaca: Cosechando las nubes en Chungungo” en la comuna de La Higuera, Región de Coquimbo, el cual entregó en promedio 15.000 litros de agua diarios durante 10 años a cerca de 200 habitantes, utilizando un atrapanieblas y un estanque de 100 metros cúbicos. Sin embargo, la iniciativa no prosperó por motivos administrativos.
De acuerdo con las mediciones de los neblinómetros, en Alto Patache se registran volúmenes cercanos a los 7 litros por metro cuadrado al día, como promedio anual. Entre invierno y primavera, que es la temporada con mayor abundancia de niebla, llegan a los 15 litros por metro cuadrado diarios.
Por ello, es necesario continuar el estudio para conocer la neblina y los potenciales lugares y usos que se le puedan dar, de forma que se sostenga en el tiempo y se mantenga este fenómeno tan esencial para las distintas formas de vida en estos parajes hiperáridos.
“Las mallas del atrapanieblas capturan alrededor de un 30% de ese líquido de la neblina que entra. Dicho de otro modo, hay un 70% de la nube que continúa su trayectoria, entonces el impacto es bastante cercano a cero. Parte de nuestra investigación se centra en entender la nube, y para ver la sustentabilidad en el tiempo, ocupamos a los ecosistemas de niebla como indicadores”, sostiene del Río.
Bosques submarinos y fecas cetáceas
Para recuperar la biodiversidad y mitigar el cambio climático, la conservación y restauración de los ecosistemas costeros y marinos son cruciales, ya que no solo sustentan diversas formas de vida, sino que almacenan y secuestran grandes cantidades de carbono.
En ese sentido, Chile es un país aventajado: posee 4.000 km de costa, presenta una de las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) más grandes del mundo, así como extensas superficies marinas y costeras. También contiene altas reservas de carbono, ya sea en zona de fiordos, pastos marinos y bosque de macroalgas. Sin embargo, la destrucción y degradación de estos ecosistemas, así como la contaminación o sobreexplotación de sus especies, son una grave realidad en el país.
Por ello, la mesa Océanos del Comité Científico COP25 recomendó 9 medidas basadas en el océano para las Contribuciones Determinadas a nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés), que incluyen la protección del subsuelo marino de la zona económica exclusiva frente a amenazas como la minería submarina; el resguardo de los servicios ecosistémicos de humedales costeros; la protección y manejo sustentable de bosques submarinos; y la creación de refugios climáticos marinos como soluciones basadas en la naturaleza.
Por un lado, resguardar los bosques submarinos de la sobreexplotación actual es prioritario, en especial porque absorben CO2 y sustentan una rica biodiversidad, ya que son sitios de reproducción, alimentación y refugio para un sinnúmero de especies. Similar ocurre con los pastos marinos que se encuentran en sitios como el norte del país.
En cuanto a los refugios climáticos marinos, son áreas que tienen la capacidad de amortiguar los efectos del cambio climático, y que ofrecen condiciones favorables para albergar especies que están siendo afectadas por el aumento de la temperatura global. En Chile, la región subantártica, donde se encuentra la Patagonia, podría ser uno de estos refugios. Para ello, se necesita mejorar los estándares de administración y manejo de sus paisajes y las áreas protegidas.
“La Patagonia tiende a absorber más carbono que el resto de la costa de Chile, compensando los niveles de emisión que tienen las zonas de surgencia. Eso porque los ecosistemas todavía están relativamente prístinos y, por ejemplo, hay buenas poblaciones de ballenas que se están recuperando”, explica Rodrigo Hucke-Gaete, presidente del Centro Ballena Azul, académico de la UACh e investigador asociado del Programa Austral Patagonia, de la misma casa de estudio junto a The Pew Charitable Trusts.
Estos mamíferos marinos aún se recuperan de la intensiva caza ballenera del siglo XX, y no están libres de otras amenazas como el tráfico marino. Sin embargo, sobran razones para su protección. Para hacerse una idea, cetáceos grandes y longevos como la ballena azul acumulan carbono en sus cuerpos durante su larga vida. Cuando mueren, se hunden hasta el fondo del océano, secuestrando así alrededor de 33 toneladas de CO2 en promedio por individuo, sacando ese carbono de la atmósfera durante siglos, y pudiendo tener un efecto similar a miles de árboles, según el Fondo Monetario Internacional.
Además, las fecas de estos colosos del océano contienen hierro y nitrógeno, nutrientes esenciales para el fitoplancton. Estas criaturas microscópicas, por su parte, generan al menos el 50% de todo el oxígeno a la atmósfera, y capturan alrededor del 40% de todo el CO2 producido. Un círculo virtuoso.
Por otro lado, no hay que olvidar otros problemas como la sobreexplotación de pesquerías y la contaminación por parte de diversas actividades, como la acuicultura.
El biólogo marino recalca que “en este minuto tenemos que ser ambiciosos. Ya no hay mucho tiempo más para dejarnos estar, ya pasó e hicimos demasiado”. Agrega: “Tenemos que cambiar urgentemente esto, y empezar a implementar medidas concretas, duras, aunque cueste y duela económicamente. Eso se va a transformar en una ganancia grande para nuestros hijos, nietos, bisnietos y tataranietos”.
El regreso del agua a la comunidad rural
Hace unas semanas hablamos de la relevancia de las cuencas hidrográficas, unidades territoriales que contienen diversos ecosistemas en su interior, y que nos hospedan y suministran agua, entre otros importantes beneficios. Sin embargo, el cambio en el uso del suelo, la deforestación, la contaminación, los incendios, entre otros, las han alterado y degradado, provocando problemas como la escasez hídrica.
Un claro ejemplo es lo que ocurrió en Catruman, una localidad rural en Chiloé, Región de Los Lagos. Las lluvias en esta zona suelen ser abundantes, superando muchas veces los 2.000 mm anuales. Pese a ello, durante años los vecinos se quedaban sin acceso al agua potable en verano, dependiendo de camiones aljibe. Esto se debió, precisamente, a la degradación de la microcuenca que les proporcionaba el recurso hídrico.
Por ello, en 2018 nació la “Red Participativa de Agua Potable”, un proyecto ejecutado por el Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) que se enfocó en el manejo de microcuencas, en el tratamiento de aguas servidas en base a procesos naturales, y en un plan de ordenamiento territorial que recuperara y considerara las funciones de los ecosistemas a la hora de desarrollar actividades socioeconómicas. La iniciativa incluyó la construcción de un humedal artificial para depurar y reutilizar las aguas servidas para riego, y la reforestación con árboles nativos para recuperar el ciclo hidrológico del lugar que antiguamente era bosque nativo.
“El trabajo que realizamos en torno a las cuencas se hace desde la interdisciplinariedad y utilizando una herramienta de planificación llamada ‘manejo integrado de cuencas’, donde se parte de un diagnóstico del estado ecológico de la cuenca y los seres humanos que la habitan, hacen uso de los ecosistemas y del agua de la cuenca. Bajo esta lógica hemos trabajado en distintas localidades rurales del sur de Chile, que comprende desde las regiones de La Araucanía hasta Los Lagos”, relata Cristián Frêne, científico del IEB y director ejecutivo de la Red Chilena de Sitios de Estudios Socio-Ecológicos de Largo Plazo (LTSER).
Luego de 17 meses de ejecución, la iniciativa benefició a 16 familias y al centro cívico de Catruman, asegurando entre 600 y 1.000 litros diarios de agua potable por hogar, a diferencia de los 20 litros diarios proporcionados por los camiones aljibes cuando los pobladores se quedaban sin este recurso.
El investigador detalla que “los principales resultados van en la dirección de enfrentar el problema de escasez de agua en sectores rurales dispersos, proponiendo soluciones de largo plazo y autogestionadas, donde hemos consolidado una metodología de trabajo denominada Red de Agua Participativa, que comprende un proceso interactivo entre los habitantes del territorio, el grupo de profesionales y científicos de apoyo, y agentes del Estado que tienen influencia sobre el territorio. A través de un proceso participativo de investigación y reflexión logramos develar las causas de la escasez de agua y diseñar soluciones para enfrentar el problema desde el territorio”.
Y tú, ¿conoces o propones alguna iniciativa que se inspire en las soluciones basadas en la naturaleza?