Hace un par de semana realizamos, con un grupo de 30 alumnos de arquitectura, una visita al recientemente inaugurado Parque Renato Poblete, la versión final del publicitado Mapocho Navegable. El proyecto conservó la idea inicial de contener el flujo de aguas para generar un mayor volumen y menos corriente y permitir así la navegación de embarcaciones menores. No obstante, la intervención se situó a un costado del río, construyendo un brazo de aguas que ingresan al sitio, se almacenan y retornan al cauce más allá del parque.

Ubicado en el límite entre las comunas de Santiago y Quinta Normal, el proyecto aporta 20 hectáreas verdes accesibles para los habitantes de ambas comunas, Renca, Independencia y Estación Central, todos municipios con índices que rondan los 2 m2 de área verde por habitante, bastante lejos de los 9,2 m2 recomendados por la Organización Mundial de la Salud. El Parque Renato Poblete busca así constituirse en lo que ambientalistas y autoridades califican como un “pulmón verde” para la ciudad y aportar un lugar de encuentro y recreación para las comunas al poniente de Santiago.

La cita fue a las nueve de la mañana un día miércoles en la plaza de acceso oriente. Una vez reunidos decidimos atravesar la reja e ingresar al parque, ante la mirada interrogadora de un guardia.

-¿A qué vienen? pregunta.

-Al parque, contesto un tanto confundida, porque esto es un parque ¿no es cierto? pregunto yo.

-Sí claro, pero, ¿van a sacar fotos? nos preguntan de vuelta.

Queríamos hacer un registro del parque y sacar fotos era en definitiva a lo que íbamos. Luego de un llamado al administrador y sugerencias de fotografiar con teléfonos y evitar las cámaras, logramos sortear la barrera de la entrada e iniciamos nuestro recorrido, siempre bajo la mirada atenta de los guardias de turno. La visita transcurría en relativa normalidad hasta que dos alumnos aprovecharon un momento de distracción para experimentar el ansiado sueño de la navegación y se embarcaron en el único bote disponible. De más está decir que fueron expulsados por el equipo de vigilancia, amenazados con llamar a la policía y nosotros como grupo quedamos en categoría de visitantes no gratos.

navegando el Mapocho. ©Vanessa Zerene
navegando el Mapocho. ©Vanessa Zerene

Es probable que el equipo de seguridad haya respirado tranquilo cuando abandonamos el parque deseando no vernos más por el lugar, después de todo habíamos dado bastante trabajo para una mañana de miércoles. Con satisfacción confieso que el alivio fue mutuo y que experimentamos calma al cruzar la reja de entrada y dejar de ser vigilados, nuevamente libres, irónicamente felices de estar en la calle, el espacio público de nuestra ciudad.

Relato lo anterior porque considero que bastante se ha hablado acerca de la importancia de sumar metros cuadrados de área verde a Santiago, ignorando, en consecuencia, otros aspectos relevantes para contar con espacios públicos de calidad. Cuando presenciamos la plantación de bandejones, triángulos y rotondas con césped y arbustos buscando contribuir a sumar metros cuadrados verdes, la nueva obsesión de alcaldes y agrupaciones ciudadanas, se agradece la construcción de un proyecto de paisaje de escala mayor como es el Parque Renato Poblete. Nuestra deuda con el espacio público hace difícil someter a juicio iniciativas tan valorables. No obstante, considero que aún nos falta experiencia en la materia y que se requiere algo más que extensas superficies verdes bien diseñadas para tener un parque con relevancia social y simbólica para Santiago. La experiencia en la visita da cuenta de un desconocimiento por parte de la administración de lo que es en definitiva un espacio público. Guardias acostumbrados a proteger la propiedad privada no saben bien qué ni cómo se debe cuidar un sitio que es en definitiva patrimonio de todos, de la administración, de ellos y también de nosotros los visitantes.

Creo necesario partir por plantearse al parque no solo como un pulmón generador de oxigeno sino como una institución urbana con funciones complejas desde el punto de vista social. Un buen ejemplo de tal perspectiva la otorgan los escritos que Frederick Law Olmsted, gestor y diseñador del Central Park de Nueva York, desarrolló para inaugurar la institución del parque público en América en el siglo XIX. Law Olmstead reconoció que los mayores beneficiados con la construcción de un extensa superficie de naturaleza en la ciudad eran sin duda los integrantes de la clase trabajadora, puesto que experimentaban un mayor grado de hacinamiento y contaban con pocas posibilidades de salir más allá de los limites urbanos. Sin embargo comprendió también que quienes aportaban, por medio de impuestos, los recursos necesarios para mantener el sitio estaban en las clases más acomodadas. Resultaba por tanto necesario que estos últimos permanecieran en la ciudad y no emigraran con su riqueza a los suburbios en ese momento en auge. Un parque extenso y bien diseñado era el mejor pretexto para retener a estos ciudadanos, otorgando además de un lugar de contacto con la naturaleza, una primera línea de propiedades de alto valor inmobiliario. El diseñador estableció por tanto que, el parque era un sitio de mixtura social y la naturaleza el agente moralizador de esta interacción. Observar e interactuar con las distintas clases, culturas y tipos de habitantes que conforman la ciudad permitiría, a habitantes de realidades distintas, comprender la sociedad en que nos situamos. (Beverdige, 2005)

La mirada de Law Olmsted invita a especular en torno a la función de nuestros parques más allá de teñir de verde el entorno urbano. Comprenderlos como una institución, un organismo público fundado para cumplir una labor social, puede contribuir a definir su rol en el contexto actual y local, y en consecuencia, sentar las bases para repensar su gestión, administración e inclusive su mantención en el Santiago del 2015.

Sheep Meadow Central Park hacia 1910. ©NY Municipal Archives.
Sheep Meadow Central Park hacia 1910. ©NY Municipal Archives.

Referencia

Beverdige, Charles E.. (2005). Frederick Law Olmstead: Designing the American Landscape. New York: Rizzoli Intl Pubn.

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