Cuesta describir un territorio tan vasto como Tierra del Fuego. El imaginario colectivo nos lleva a pensar en un escenario amplio, muy llano, que se pierde en el infinito. Muchos creen, incluso, que se trata de un territorio netamente argentino. Lo cierto es que la isla es compartida por ambos países, y que se trata de un territorio tan amplio como diverso.

Mientras en el norte domina la estepa, en el sur emerge la cordillera Darwin –cuyos hitos más bellos están en el lado chileno–,  la que condiciona el clima y el paisaje, colmando el territorio de bosques, montañas y glaciares.

En 1990 tuve la oportunidad de recorrer  por primera vez esta isla. Y fue, precisamente, en el mes de abril de ese año cuando estuvimos acampando en una isla del lago Blanco, disfrutando de los bosques de lengas en otoño. En aquella época se sabía muy poco de este fenómeno que hoy acapara el interés de los amantes de la fotografía de naturaleza, por lo cual nuestra motivación en aquel entonces era aún mayor.

Desde esa oportunidad he estado muchas veces en la isla, especialmente en la estepa del norte, trabajando para el proyecto “Habitar la inmensidad”. Y hace muy pocos días, con un grupo de fotógrafos llegamos hasta Caleta María y la ruta de penetración hacia Yendegaia, literalmente hasta donde se acaba el camino.

©Pablo Valenzuela
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Con la llegada del invierno, las lagunas de la isla se congelan y apenas son visibles en medio de la niebla que envuelve los pequeños valles que anteceden los bosques del extremo sur.

©Pablo Valenzuela
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El cementerio inglés de Onaisin es un hito para comprender la historia referida al conflicto entre las grandes compañías ovejeras y los pueblos originarios, situación que derivó en el llamado genocidio Selk’nam.

©Pablo Valenzuela
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Aún cuando el daño provocado por los castores a los bosques fueguinos es claramente visible al sur de la isla, existen vastos sectores donde las lengas alcanzan su mayor esplendor. Entrar al lago Blanco por este callejón boscoso es una experiencia sobrecogedora.

©Pablo Valenzuela
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Una inusual nevada a comienzos de abril colma de blanco los pastizales al sur de Pampa Guanaco. Es aquí, precisamente, donde se ubica la administración del Parque Karukinka, gigantesca reserva natural que protege gran parte de los bosques caducifolios  del sur de la isla.

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“Habitar la Inmensidad” habla precisamente de cómo los chilenos habitamos e intervenimos nuestro territorio. De cómo la escala humana se hace presente frente a la amplitud del paisaje que se pierde en el infinito. La pequeñez de lo construido frente a un espacio amplio, solitario y silencioso.

©Pablo Valenzuela
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Aunque el galpón de esquila más grande del mundo corresponde al de la Estancia María Behety en Tierra del Fuego, Argentina, el galpón de la Estancia Josefina no deja de impresionar por sus enormes dimensiones. Inaugurado en 1893, es una magnífica edificación visible desde varios kilómetros de distancia.

©Pablo Valenzuela
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Compartida por ambos países, la ruta que va de cerro Sombrero al sur es paso obligado para quienes recorren tanto el lado chileno como argentino de la isla de Tierra del Fuego.

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Preciosas construcciones de albañilería y latón destacan sobre la estepa azotada por el viento austral. Son los vestigios del auge ganadero de fines del siglo XIX y comienzos del XX.

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Siempre amables, los arrieros patagónicos caminan decenas de kilómetros llevando las ovejas entre los diferentes campos.  Encontrarse con estos arreos es un espectáculo frecuente en ciertos caminos de la isla.

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Durante el amanecer en Karukinka, tres guanacos descansan sobre las planicies de Tierra del Fuego. La enorme población de esta especie de camélidos –cuyo nombre proviene de quechua “wanaku”– los hace muy fáciles de observar en toda la isla.

©Pablo Valenzuela
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Acercándonos a los contrafuertes de la cordillera Darwin, comienzan a aparecer los grandes bosques de lengas, los que adquieren su mayor belleza y colorido a mediados de abril.

©Pablo Valenzuela
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Tras cruzar el portezuelo que separa los lagos Deseado y Fagnano, se abre una impresionante cuesta boscosa que desciende hacia este último. Poco más al sur, un brazo del camino termina en Caleta María y el otro, momentáneamente, pocos kilómetros al sur del río Azopardo.

©Pablo Valenzuela
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Fin del camino. Luego de descender doce kilómetros desde el desagüe del lago Fagnano, arribamos a Caleta María, extremo oriental del seno Almirantazgo. Desde aquí hacia el poniente emergen las más imponentes cumbres y glaciares de la cordillera Darwin.

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