©María Teresa Zegers
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Adentrarse entre la hojarasca y la humedad… oler a fresco. Es una experiencia total estar dentro del bosque. Caminamos y es el sonido de los insectos que zumban, el croar monótono de sapitos invisibles que nadie podrá encontrar, las bandadas de pajaritos alegres y rapidísimos que pasan todos juntos con su trino agudo o el grito inconfundible del chucao lo que definitivamente nos hace posesionarnos en este bosque del sur.

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Este maravilloso bosque es denominado Bosque Templado Lluvioso. Porque sí, es un bosque lluvioso… en  donde los musgos y otras plantitas diminutas pareciera que no desperdician ni un sólo espacio donde instalarse. Todo lo cubren como mullidas alfombras verdes y olorosas, como abrigando los troncos de los árboles, subiendo incluso casi hasta la cima. Los hongos y los líquenes también están ahí, con su misteriosos coloridos y formas. Con razón también se le llama «bosque húmedo», porque esa es la sensación que se siente al recorrerlo.

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La vista se deleita entre troncos añosos de árboles imponentes como coigües, laureles, tepas, tineos, olivillos y ulmos. Hay también otros de contextura más liviana, como el arrayán, el notro y el repu. Sus follajes crepitan alto con el viento y sus cortezas, agrietadas, tienen todas formas diferentes. Sus hojas son distintivas: unas simples y dentadas, otras lisas y laboreadas. Cada cual, una creación propia y original, única e inconfundible si la sabemos observar.

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Hierbas hay muchas y variadas. Algunas tan características del sur de Chile como las nalcas y otras mucho más desconocidas como la orquídea araucana. También están los helechos. Algunos son muy delicados e incluso superan nuestra altura, como es el caso del helecho palmilla, con sus hojas caracoleadas al desplegarse. Otros son diminutos y están completamente embebidos en agua, creciendo encima de troncos y ramas.

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Qué decir de las trepadoras que se descuelgan, ya sea como enredaderas delgaditas o como mágicas lianas que llenan el bosque de un misterioso encanto. Es así como nos sorprende el copihue que trepa firme con tallos resistentes como alambre e ilumina el bosque con sus flores, desde fines de febrero hasta septiembre. La canelilla en cambio, la encontramos creciendo adosada a árboles antiguos, donde alcanza gran altura con su contextura leñosa y sus gruesas lianas enredadas.

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Así es el bosque del cerro Centinela; cerro que hace honor a su nombre ya que con su fisonomía alta y puntiaguda, se levanta vigilante y contempla a plenitud y en silencio el Lago Colico. Ubicado en la comuna de Cunco, Región de La Araucanía, este bosque se conserva intacto gracias a su escarpado acceso y gracias a las personas que les ha tocado ser parte del cuidado y respeto de su larga vida. Es una gran noticia que exista y es extremadamente valioso que se siga conservando.

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