Botes de la Isla Robinson Crusoe resisten al naufragio eterno
Durante 1880 los barcos balleneros abundaban en la isla de Juan Fernández. Hoy son objetos valiosos que cuentan parte de la historia del lugar. Nuestro colaborador Felipe Howard, presenta la problemática que enfrentan los habitantes de la isla para lograr la conservación de los barcos, a través del relato de un isleño comprometido a su rescate. También, te invitamos a través de una galería a estos remanentes de la historia, que buscan que no sea olvidada.
Mi viejo amigo Germán Recabarren Green pertenece a la isla Robinson Crusoe ubicada en el archipiélago de Juan Fernández. “Isleño querido, cuéntame en qué andas”, le pregunto. Es que Germán, junto a otros isleños, han tratado a través de noticias positivas y diferentes, quitar aquel estigma que ha marcado al lugar después del tsunami y accidente en avión. Hay muchos atractivos que dar a conocer sobre la isla.
Entre sus iniciativas está la Fundación Islas de Nazca. Tal y como plantean en su perfil de Instagram, estos buscan “fomentar, educar, proteger y difundir la riqueza cultural y la biodiversidad que poseen las islas del Archipiélago Juan Fernández.”
“Hoy quiero ayudar a rescatar nuestro patrimonio náutico, nuestras embarcaciones típicas están muriendo y no sólo la de esta isla, sino las de todas las costas de Chile”, declaran en su portal.
En 2012 la organización construyó junto al carpintero de ribera, Julio Chamorro Camacho y su hijo Omar Chamorro Solís, el último “bote ballenero” construido en Juan Fernández. Estas embarcaciones permitieron la subsistencia de la isla como un lugar pesquero durante 130 años, protegiendo ejemplarmente el recurso vital de las langostas cuando todavía nadie consideraba el tema de la sustentabilidad.
Su construcción utiliza dos tipos de madera. Para el casco se utiliza madera de Ciprés (Cupressus macrocarpa) y las quillas junto a las ligazones, también llamadas “costillas”, utilizan madera de eucaliptus, árbol que actualmente es catalogada como una plaga vegetal.
La idea de Germán y su fundación es dar a conocer la historia náutica no sólo visitando museos, sino que viendo las embarcaciones flotando y navegando “vivas”, mostrando así a los amantes de la cultura náutica sus cualidades únicas de diseño y construcción.
Los botes mencionados se encontraban originalmente en la cubierta de los barcos balleneros, los cuales cruzaban el estrecho de Magallanes desde lugares como Nantucket, EEUU. Estos bajaban por el Atlántica y pasaban por las islas de Mocha, Robinson Crusoe y Alejandro Selkirk. Desde este lugar salían en busca de cachalotes en el océano Pacífico. En los años de 1880 ya había una colonia definitiva de esta especie en la isla Robinson Crusoe.
Algunos botes balleneros quedaron abandonados en la isla y varios pobladores los repararon sin cambiar ningún detalle, exceptuando su funcionalidad. Aquellas embarcaciones que alguna vez funcionaron para cazar ballenas hoy cumplen sólo labores de pesca, principalmente de langostas.
No tuvieron modificaciones en su diseño, manteniendo la forma original de los botes encontrados en los barcos balleneros. Con el tiempo se fueron construyendo en la isla, otros las encargaban a Constitución, en donde estaban los mejores carpinteros de ribera. Se estima que la flota de estos botes de madera modelo “ballenero” llegaron a ser cerca de 54 en la isla.
Germán Recabarren junto a un pequeño grupo de valientes isleños hicieron hace 10 años atrás un recorrido de 667 kilómetros a través del mar. Fueron 90 horas de viaje realizados con el fin de mostrarle al mundo el amor y orgullo que sienten por su bote típico, buscando traspasar las tradiciones y educar para lograr su conservación.
A pesar de su gran labor, Germán cuenta las dificultades que enfrentó para poder utilizarlo: “para poder usarlo educando a los jóvenes y niños sobre nuestra historia, lo tuve que inscribir como yate, perdiendo su identidad y valor histórico, con una revista e implementación anual que se hace insostenible. Otra de las exigencias para mantenerlo es una licencia deportiva que imposibilitaría a un pescador que conoció su oficio sobre estas tablas pudiera tripularlo”.
“No hablamos sólo de la pérdida cultural refiriéndonos al bote mismo, sino a la tradición que flota con él, las fiestas costumbristas, regatas de remo y/o vela. Es contradictorio que en la actualidad el carpintero de ribera esté declarado tesoro vivo y patrimonio cultural inmaterial, mientras el resultado de su trabajo, la embarcación construida, esté destinada a perecer, murió la regata de lanchas chilotas, está desapareciendo la de Juan Fernández y los botes de madera a lo largo de nuestro país”, agrega Germán.
Hace unos años murió el último constructor de canoas yaganes, Martín González Calderón, quien según Germán nunca recibió autorización de parte del ente fiscalizador para usarla, pues no se podía inscribir debido a la inexistencia de un reglamento que lo permitiera, o una ley que inste a conservar, construir, potenciar, financiar las embarcaciones típicas a lo largo de Chile.
La propuesta de Germán es concreta: “ante las constantes críticas al sistema sin aportar, me permito entregarles lo que, a mi parecer, vendría a solucionar esta grave falta de reconocimiento, y es seguir el ejemplo de España y su Real decreto 784/ 2021 del 7 de septiembre por el que se aprueba el reglamento de buques y embarcaciones históricas y sus reproducciones singulares». A esta ley le gustaría llamarla Ley Victoria en reconocimiento a la última embarcación construida en la isla.
“Hoy estas embarcaciones están destinadas al naufragio eterno en nuestras islas, como este caso, son muchas las realidades de pueblos costeros que al no poder inscribir sus embarcaciones típicas quedan olvidadas y sus maderas retorciéndose hasta desaparecer, y con eso la historia de los pueblos que sobrevivieron gracias a esas naves puntales. Si no damos solución, probablemente al igual que el resto de las embarcaciones de madera de nuestro costero país, terminará por naufragar, y a eso es a lo que me resisto”, concluye Germán Recabarren, El Isleño.
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