©Mario Rocha
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Hace un tiempo atrás tuve el placer de poder conocer el mítico trekking llamado West Coast Trail en la costa sur oeste del de la Isla de Vancouver (Vancouver Island) en British Columbia, Canadá. Sin duda es uno de los viajes que debes hacer en tu vida si te gusta coleccionar senderos épicos.

La idea surgió cuando trabajaba de vendedor en una pequeña empresa de artículos outdoors en un pueblo llamado Cranbrook en British Columbia. Recuerdo que un día entró un cliente buscando equipamiento para situaciones “extremadamente híper húmedas”, para poder guiarlo mejor en la vestimenta y equipo le pregunté dónde iba y me contestó que ¡Al gran West Coast Trail! (con tono de gringo entusiasmado).

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Le pregunté en qué parte quedaba el lugar donde iba y con cara de sorprendido, y medio en broma, me dijo que cómo podía ser un vendedor de artículos outdoors en Canadá sin saber del West Coast Trail. Así fue que investigué un poco más y me encontré con uno de los senderos íconos de Canadá y reconocido a nivel mundial. Un trekking que recorre de sur a norte la costa del pacífico de la Isla de Vancouver, BC, algo así como una especie de Chiloé, pero con cerros de mayor altura y de impenetrable vegetación; condiciones climáticas de lluvia extrema en donde pueden caer hasta 3 mts. de agua al año según los guardaparques, raíces, puentes y escaleras de madera mojada de gran altura, junto a altas probabilidades de encuentro con osos negros que prometían darle el toque de aventura que andaba buscando.

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En un principio mi idea fue ir en solitario, pero la verdad es que se alinearon los astros y terminé viajando con otros 2 amigos más, Mauro y Mario. El primero tenía bastante experiencia al aire libre ya que era guía de turismo en Pucón y Mario, de Santiago, que no tenía gran experiencia previa en este tipo de trekking, pero aseguraba que su motivación y físico lo harían llegar al final del sendero.

En el West Coast Trail más de 400 accidentes son reportados anualmente y 100 personas deben ser evacuadas por lesiones graves cada temporada vía helicóptero o embarcación si es que las condiciones lo permiten, por lo que tendríamos que ser más cuidadosos de lo normal y tomarlo con un grado mayor de respeto.

El viaje

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Finalmente los únicos cupos que logramos conseguir para entrar al parque fueron al día siguiente de la apertura de la temporada después del invierno por lo que las condiciones y los senderos no estarían en su mejor momento sino todo lo contrario. Así fue que después de hacer las compras en la ciudad de Victoria, emprendimos rumbo en un clásico bus escolar ecológico perteneciente al parque al inicio del sendero de 9 días que teníamos considerado caminar.

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El primer día comenzó con un viaje en una embarcación que nos dejó en el medio de la naturaleza, como era el día número 2 de la temporada y las condiciones eran bastante duras, solo encontramos un grupo en el camino. Al caminar por un par de horas con nuestras mochilas de más de 20 kg entre medio de senderos de barro –que más bien parecían el pantano de Yoda de La Guerra de las Galaxias–, nos dimos cuenta que no iba a ser nada de fácil y ya habíamos caído al menos unas dos veces al suelo cada uno. Después de varias horas de caminatas llegamos por fin al campamento 1 en donde nos encontramos con un grupo que estaba siendo evacuado por una fractura de tobillo de uno de sus integrantes.

Al atardecer comenzó la lluvia y viento por lo que tuvimos que irrumpir nuestra agradable comida al aire libre y encuevarnos. No sabíamos que los próximos 4 días serían de lluvia torrencial al más estilo sureño de nuestra patria.

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Al pasar los días nunca pudimos superar al menos las 3 a 4 caídas diarias por persona, pero afortunadamente estas no nos dejaron con ninguna lesión grave. A medida que íbamos avanzando en el sendero nos maravillábamos cada vez más con los paisajes que iban rotando entre los senderos que se metían por días a bosques de vegetación tupida con escaleras de madera mojada a más de 30 mts. de altura y que salían a la costa con caminatas de hasta 6 horas por la playa a la orilla del mar.

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Para realizar estas últimas había que guiarse por las cartas de marea ya que muchos de los pasos quedaban bajo el agua a ciertas horas. La rutina de convivir con la lluvia a diario era desde el despertar, tomar desayuno, desarmar la carpa, equiparse, caminar hasta armar campamento para pasar la noche. A pesar de contar con bolsas secas, la humedad era tanta que terminó mojando todo lo que llevábamos puesto y en nuestras mochilas.

Pero como no todo es malo, desde el quinto día en adelante tuvimos un hermoso sol que nos fue acompañando y nos permitió secar nuestras cosas. El recorrido total se puede hacer en 7 u 8 días, pero nosotros decidimos hacerlo en 9 para poder pasar dos días sin caminar apreciando la naturaleza. Esta decisión afortunadamente fue muy acertada ya que al final del sendero nos permitió pasar un día entero observando a un oso pescando a la orilla del mar lo que fue la guinda de la torta.

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De todas maneras es una experiencia que vale la pena recomendar para fanáticos del trekking que buscan aventuras fuera de Chile.

Finalmente, una de las cosas que me gustó, fue que el manejo del parque es administrado por los pueblos originarios (First Nation) quienes se encargan de mantener los senderos e infraestructura en general generándose ingresos para auto sustentar la actividad de la comunidad.

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Una consideración no menor es tener claro los protocolos de prevención de acampada para osos y cougars (especie de gato montés) ya que no conocerlos puede ser fatal.

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