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
Un trekking distinto en el Achibueno: cinco días de una experiencia gastronómica en el Maule
Entre los cerros, ríos y cascadas del cajón del Achibueno, en la Región del Maule, se vivió una particular experiencia gastronómica: un recorrido de trekking se acompañó de particulares platillos, transformándose en una travesía única en la región.
El Maule suele disociarse del concepto que en Chile entendemos por sur. No es el destino predilecto de quienes buscan vacacionar en la naturaleza. Es, de hecho, algo así como una región de paso, de visitas de ventana, de paisajes de carretera que se interponen a algún destino mucho más lejano. Pero en el Maule no piensan así. Y con razón.
Es quién te acompaña
Todos comemos juntos y con uno que otro cabernet local hacemos una seguidilla de cheers, mientras nos conocemos en las instalaciones del lodge Casa Chueca, en las periferias de Talca, la noche anterior a una aventura planificada por largos meses de dura logística: un trekking de cinco días y cuatro noches al interior del cajón del Achibueno.

Mediante unos vigorosos tallarines, observo al equipo. A mi derecha Daniel Kraus, alemán, dueño del reconocido tour operador europeo Wikinger Reisen; a mi izquierda Fabián Flores, propietario del emprendimiento Cocina del bosque y chef encargado de las comidas en la montaña; frente a mí, Franz Schubert, austríaco, dueño del lodge y presidente de la entidad organizadora de la travesía, la fundación Trekkingchile.
No se trata solo de amarrarse buenos bototos y caminar por los cerros. Acá lo que se quiere llevar a cabo es inédito, un trekking de lujo que mezcla las bondades de la naturaleza con la gastronomía gourmet, y que busca lograr estándares superiores de turismo: modalidades observables y apetecidas en Europa y Norteamérica y que en destinos nacionales solo se ha visto en Torres del Paine o, con suerte, San Pedro de Atacama.

Se trata de un piloto, una carnada, una oportunidad para que Kraus se interese en ofrecer este rincón de Chile a, como dice su página web, sus más de 60 mil clientes anuales. Y de paso, por supuesto, comprobar que es posible, que el potencial maulino tiene para explotar un turismo sustentable y de calidad, y que esos buses que rápido pasan por la Panamericana pueden elegir la próxima vez esta «Patagonia huasa», como desde la fundación le han denominado a la zona. «No hacemos esto para vender el producto, sino para que emprendedores turísticos de la región acojan la idea y la lleven a cabo. Nuestra misión es descentralizar, potenciar e internacionalizar el turismo en el Maule», me comenta Schubert, poco antes de advertir que solo nos quedan cinco horas para dormir.

Antes de despedirnos, no pude evitar hacerle a Kraus una de esas preguntas ingratas y que a menudo no tienen respuesta: «¿cuál es el país que más te ha gustado?». Después de todo, ha dedicado su vida al turismo y visitado más de cien países. «No es solo el lugar, es con quién vas, quién te acompaña», me respondió cual político, pero preciso, mientras vaciábamos nuestra última copa.
Aproximaciones
Solo es tolerable el chirrido de un despertador madrugador cuando lo que te espera es un panorama como este. El desayuno ya fue engullido. Dos camionetas cargadas hasta el tope nos aguardan en esta mañana fría. Mauricio Valiente y Oriel Muñoz, como buenos productores generales, vienen y van a paso trepidante, ajustando los últimos detalles. No sin la ayuda de Bárbara Meneses, experimentada guía de montaña responsable de nuestras rutas y de Héctor Albornoz, también guía y ayudante dispuesto. Ahí, antes de que la última lagaña rebelde abandone el cuerpo, comenzamos.
La dirección es sudeste, a Monte Oscuro, a 115 kilómetros traducibles en poco más de dos horas y media de recorrido serpenteante. Viñedos, esteros y ríos como el Ancoa, el Lircay o el Putagán, medialunas, ganados y casitas humeantes rodean eventualmente el camino. A lo lejos, en lo alto, las nubes cubren las cumbres de las montañas anticipando lo que será el tiempo en esta expedición. Para estos días se pronostica sol, tormentas, heladas y de nuevo sol. Un abanico variado de temperaturas digno de un desafío de esta envergadura.
Descargamos. Han llegado David Gangas y Darío Silva, dos jóvenes arrieros que nos serán de ayuda en la orientación y porteo de equipaje. No vienen solos. Detrás, en fila, le siguen cuatro caballos de montura y siete cargueros; pilcheros bien alimentados que ya han comenzado a engrosar su pelaje y que alivianarán nuestros hombros en los próximos 95 kilómetros de caminata.

Botas con espuelas, jeans debajo de gruesas pierneras de cuero de chivo, camisa cuadrillé, pañuelo al cuello y sombrero. Encima, una chaqueta outdoor de plumas rompe el concepto de sus vestimentas, como avisando desde ya que ni las montañas encajonadas de los Andes ni las tradiciones arrieras pueden librarse de la globalización y la industria textil moderna, y que poco pueden hacer para competir contra eso, si aun quisieran.
Nos separamos en dos grupos. Por un lado, quienes estamos en calidad de clientes evaluadores. Por el otro, quienes organizan y se ocupan de que todo funcione. Yo estoy en el uno, junto a Schubert, Kraus y la guía Meneses. El resto se quedará haciendo la pega invisible, la ingeniería de distribución y atalaje de chiguas y alforjas para los caballos.
De la caseta de la entrada sale Max, el señor que trabaja fiscalizando el ingreso y salida de cada visitante. Como ya está todo notificado con antelación, nos saltamos las formalidades. «Nos vamos a mojar un poquito parece», comenta Bárbara, aludiendo a las posibles lluvias. «Hay que mojarse por dentro nomás», responde Max soltando una risotada. Y Schubert, desde atrás, que no puede estar más de acuerdo, asegura lo que yo quería escuchar: «¡Eso, vamos con vinito, por supuesto!».
Con esa tranquilidad de saberse armados y a paso bastante firme es que partimos.

Las Ánimas
El amarillo y el rojo cubren transitoriamente el verde de las hojas. Siendo finales de abril, el otoño ya está aquí. Pero los efectos de la estación son algo tardíos. Todavía no notamos ese arcoíris móvil, meneante al viento, tan reconocible en esta región. No obstante, cuando veo que los árboles priman verdes, sobresalen de repente altos álamos dorados como llamas de fuego. Me recuerdan a un lugar no lejano de aquí, atisbos de los paisajes otoñales más lindos de toda mi vida, allá por Altos de Lircay.
Aunque si somos justos, es prudente aclarar que los álamos no son nativos y que ese encuadre viene gracias a quien los ha traído en primer lugar desde Asia Central y, a su vez, desde Mendoza, a comienzos del siglo XIX. Fuera de eso, aquí se produce una convergencia de vegetación muy interesante: el choque entre bosques caducifolios (que se le caen las hojas) como las endémicas roblerías maulinas y bosques perennes (que conservan sus hojas) del húmedo sur, como coigües, lengas y ñirres.

La primera pausa la hacemos en el sector de Las Ánimas, a siete kilómetros de la entrada, y es aquí donde degustamos por primera vez la mano de nuestro chef. Antes de cada excursión, Flores nos entrega una bolsa hermética diaria con raciones energéticas para la marcha. En esta ocasión mandarinas, barras de cereal, alfajores de chocolate y manjar y un buen sangurucho surtido con queso, pimentón, lechuga, fondos de alcachofa, pollo y una salsa secreta que sabe a gloria. ¡Qué aviso! Mi cabeza y mis papilas no dejan de pensar en el primer banquete que imagino de noche.
Meneses conversa por walkie-talkie con Valiente cada vez que se puede. Distancias, alturas, terrenos, todo lo que puedan aportar se detalla. Así se mantiene siempre la comunicación entre ambos grupos. Ellos, que han partido horas más tarde, vienen con un considerable desfase. Decidimos entonces continuar nuestra senda hacia una cascada homónima, a 16 kilómetros de ida y vuelta, anunciada cada tanto en las señaléticas.
No siento cansancio. Esta ruta no es exigente ni física ni técnicamente. Solo hay que saber qué camino tomar. Y Meneses lo sabe. Lleva años explorando cientos de senderos en la región. Nos informa de montañas, especies de árboles, flores, frutos. ¿Usted sabía que las bayas de arrayán son comestibles y sirven como antioxidante? ¿O que las del canelo son picantes como un diablo?, porque mi lengua y yo no. Ahora sé por qué los mapuches creen que sus raíces van al inframundo.

Seguimos a buena pisada cuando al costado del camino aparece un alero, una cueva de profundidad considerable formada por una enorme roca. «La teoría apunta a que hace unos siete mil años fue ocupada por pueblos ancestrales, cazadores-recolectores nómades que se movían por la cordillera de Los Andes», nos explica Meneses, agregando que las investigaciones arqueológicas no han podido dar con pueblos certeros. Sin embargo, gracias a artefactos líticos como puntas de flecha de obsidiana, cuchillos o manos de moler encontrados en la zona, se sabe que tanto el hombre prehistórico como etnias como chiquillanes y pehuenches habitaron estos valles.
Sí, a veces conversamos bastante, porque el cajón del Achibueno está dotado de estímulos. Cuando no lo hacemos, escuchamos. Los árboles chocan sus copas, sus ramas y crujen a la mínima brisa. De fondo, la corriente del río siempre al eco, constante, como fundiéndose con el silencio. El estridente canto del loro tricahue nos hace mirar al cielo y completas bandadas verdeazules atraviesan una y otra vez sobre nosotros. Y es así, solo hay que prestar atención para darse cuenta de que hasta el suelo de hojarasca puede decirnos algo.
El río aumenta en dos, seis, diez veces su sonido: hemos llegado a la cascada. Un salto de agua de aproximadamente 45 metros cae sobre un pozón cristalino de agua turquesa rodeado de roca. Precioso, realmente. Ahora, después de haberme hipnotizado lo suficiente, el único paisaje que cambiaría por este es el del plato de comida que me espera a la vuelta. Y voy por él.


Paladar agradecido
Entre el bosque, antes de llegar, asoman unas luces cálidas como luciérnagas inmóviles que se agrandan a medida que nos acercamos. El campamento ya está armado. Siete carpas personales y dos de comedor forman un círculo iluminado en la oscuridad de la noche. Mientras nosotros disfrutábamos de las regalías usuales del entorno, el otro grupo se ha encargado de montar todo con sumo detalle práctico y estético. Mi mochila, que ni he cargado, está dentro de la carpa que me ha suministrado e instalado el equipo, junto a una linterna solar, con mi nombre y apellido. La experiencia se reduce solo a disfrutar y, en un agrado único, olvidarse de los quehaceres clásicos de montaña.

Me llaman. La mesa está servida: mantel de diseño tribal, individuales de madera, velas LED decorativas, cubiertos y copas y vasos de acero quirúrgico que emulan cobre, platos de bambú y de roble de confección nacional tallados en una sola pieza. De entrada: crema de champiñones con furikake y tostadas aromatizadas; de fondo: lomo saltado criollo; de postre: panna cotta de frambuesas con merengue. Todo, por supuesto, al ritmo del buen vino, ese que alarga las lenguas, que logra que la barrera idiomática con un alemán y un austríaco no sea un problema y que nos hace quedarnos por horas conversando, riendo y comiendo, claro está.

¿Quieren que les cuente qué otros platos hubo las noches sucesivas? Voy a romper el suspenso de inmediato, porque este trekking gourmet merece que el aspecto gastronómico quede claro. Por la mesa desfilaron cremas de espárrago, de zapallo con tomate y albahaca, de choclo con cebolla caramelizada; ensaladas con salmón ahumado, purés de papas rústicas con chana masala, fetuccinis a la mostaza y setas… ¡Y que nunca falte el postre, por favor! Como esos maravillosos plátanos caramelizados con aceite de coco y manjar que imploraban por ser masticados lento y a ojos cerrados.

Créditos: Franz Schubert 2

Créditos: Franz Schubert 3

Créditos: Franz Schubert
Me cuesta comprender que estemos en medio de la naturaleza, a ochocientos metros de altitud, lejos de todo y que tengamos la posibilidad de este agasajo. Y me acuerdo cuando el chef Flores me dijo: «La comida es un ritual que siempre ha unido a las personas y Cocina del bosque es eso, es comida que te hará recordar la experiencia, en torno a la gente, a la naturaleza, al contexto», y se lo concedo, porque es bien poco probable que algo así se me olvide.

Vados helados
La noche voló. Afuera ya se escucha a Schubert: «¡Cafecito, cafecito calentito!». Se pactó una hora para el desayuno que todos respetamos. Temprano, de vuelta en el comedor, el día inicia con panes varios, mantequilla, jamones, quesos, té, mate y esos cafés tan prometidos.
Me mojo en el río con los primeros rayos del sol, acaricio los caballos y ayudo a desarmar. Schubert evalúa las carpas. Meneses revisa los mapas. Todo marcha según el plan. Entonces emprendemos caminata.
El camino se corta con el río Achibueno. Es demasiado ancho. No hay tronco que sirva de puente y hay que atravesarlo para seguir. Pues bien, amarramos los cordones de las zapatillas opuestas y las llevamos al cuello. El pantalón desmontable se transforma en short y el short se arremanga hasta donde nace la vida. Un pie tras el otro, cuidando pisar firme las rocas lisas, musgosas, acaso filosas. Y vadeamos. Cruzamos como si nada, como si las gélidas aguas no nos acalambraran los pies del frío, como si por poco no me cayera y me mojara entero.

Pasamos por vegas, animitas de San Sebastián, la casa de uno que otro arriero y por grandes campos de rosa mosqueta. Comemos nuestro box lunch y llenamos nuestras botellas con elixir en cada vertiente. Salvo las indeseables latas de cerveza que se ven en el camino y que suplican una limpieza urgente, todo parece bien mantenido, sin intervenciones mayores. «Usamos el turismo como medio para la conservación. Compramos dos mil hectáreas de terreno solo para preservarlo. No tenemos ningún otro fin. Ahora, gracias al aporte de Daniel (Kraus), compraremos dos mil más, tal vez cuatro mil», me informa Schubert durante nuestra reflexión acerca del patrimonio.
El Trigal
Once kilómetros más adelante y ya sobre los mil metros de altitud, hemos llegado a El Trigal, nuestra segunda y última zona de acampada. Es una tierra alta, un claro al borde de una quebrada, al costado del puesto arriero de David y Darío. Decidimos pasar las noches que nos quedan acá, puesto que vendrán tormentas. Y en lo que nos demoramos en elegir una planicie adecuada, comemos de las gordas y brillantes moras silvestres que nos rodean.

La noche es fría. Mucho más que ayer. Corre algo de viento. Será una madrugada interesante. Antes que las nubes lo tapen todo se ve la luna llena, luna rosa, le dicen. Es un regalo. Y así nos vamos a dormir.
Estoy solo en mi carpa, en mi saco. Las gotas de la lluvia se sienten fuertes en el techo. Caen y golpean sin ritmo, estruendosas. Sonrío y cierro los ojos.

«¡Cafecito, cafecito calentito!»… adivinen. Ya es de día. Cayó la helada. El pasto, las carpas, los pensamientos, todo está escarchado. Calculamos entre -4 °C y -6 °C. Y los sentí. Ahora lo apaciguamos con una buena taza, por cada trago se nos baja un mechón de pelo. ¡Gracias, equipo hacedor de cafés tempraneros!
Pero la lluvia continúa. Y decidimos quedarnos, pasar un día tranquilo, porque la montaña lo pide y si la montaña lo pide, se acepta. Solo emprendemos una corta excursión a un mirador del Nevado de Longaví y la cascada Los Patos. Y qué lugar. Nada que envidiarle a las montañas y paredones de parques renombrados como el Yosemite.

Cuando volvemos, Meneses y yo vamos a compartir con los arrieros Darío y David y poco a poco llega el resto. Estamos dentro del puesto. Es un galponcito de madera modesto. El suelo es de tierra y unos bancos alargados nos sirven de asiento. En el medio, en el piso, una fogata es alimentada con leña que se almacena ahí mismo, a un metro. La construcción tiene fisuras y el humo sale por ellas. Y afuera llueve, no deja de hacerlo. Y aunque el humo sale, el viento entra. Pero el frío que no mata el fuego, lo mata el enguindao. Este trago tradicional a base de agua ardiente, agua cocida, guinda y especias como canela lo tienen en un bidón de plástico de seis litros. Nos convidan y yo de desaires de ese tipo no entiendo. Así que acepto.

Laguna Añintunes
No sé por qué, pero ya es un nuevo día. Y uno importante. Volvió a ser una fría noche, como ya es costumbre, pero se ha despejado. La evaluación de carpas de Schubert está completa. Las ganas de salir a recorrer están intactas. Y esta vez la colación es doble, porque la caminata será de 26 kilómetros.
El paisaje es azul. El sol aún no calienta demasiado. Los troncos que atraviesan los esteros están congelados y no hay zapatilla que se agarre. De repente, Kraus, de sesenta años y un metro noventa, toma la iniciativa y sin aviso gatea sobre el puente. Lento pero seguro y sin mojarse un centímetro, es el primero en cruzar. Acto seguido: todos gateamos.

A poco de llegar a la zona de Bajo las Lástimas, a casi mil quinientos metros de altitud, hicimos una visita a un joven arriero que cuidaba de más de mil chivos. Y el solo hecho de pasar unos minutos viéndolo a él y a sus perros arrear a los animales, me hace imaginar a aquellos hombres, que pocos quedan, que han dedicado su vida a este oficio en la montaña y que, más aún, se desenvuelven en ella desde que llegan hasta que se van, sin poner un solo pie fuera, conociéndola como la palma de su mano, pero sin conocer nada más.

Sobre los 1600 metros sobre el nivel del mar, tras una empinada subida de piedras y una cascada más para el archivo, obtenemos el premio mayor: la laguna Añintunes. Tranquila, imperturbable, sus aguas índigas reflejan cada cerro, roca y arbusto que la circunda.
Algunos patos se bañan y yo no quiero ser menos. Meneses tampoco. Sabemos que el agua estará para rebotar del frío, pero en una experiencia así, en una oportunidad como esta, eso jamás será una excusa. Nos sumergimos por unos minutos, braceamos y salimos tiesos; tiesos de felicidad.
Y por si algo faltara, una pareja de cóndores sobrevuela no muy alto, como despidiéndonos hasta una próxima vez.

De fogatas, humanos, estrellas y otras noticias
Al regresar, esta vez cansados, todos nos esperan con un último festín. En una mesa arreglada al aire libre, disfrutamos un asado de chivo y ensalada chilena que, más allá del buen alimento, lo primeramente valorable aquí es la preocupación, el trabajo detrás de todo nuestro goce y la logística aplicada. El sabor es mejor si uno es consciente de aquello. Luego, con el inminente escondite de la luz, nos sentamos frente al fuego.

A veces nos miramos en silencio y observamos la danza de las pavesas. A veces huimos del humo. A veces conversamos de veranadas e invernadas, de los ganados y la relación arriero-puma; platicamos un poco de todo: de caballos y perros y murciélagos y constelaciones en esta noche estrellada. Nuestras caras hierven al calor de la fogata. Y nos gusta. Ya no huimos del humo. Y descorchamos acaso el último tinto de la travesía, de esos vinos que suelen venir con buenas noticias.

Kraus y Schubert, amigos de antaño, son personas con más de treinta años de experiencia en trekking y viajes, montañistas que han dado vueltas en cumbres como el Aconcagua, Ojos del Salado, Cotopaxi y varias de los Himalayas; en parques nacionales connotados mundialmente; en países con extraordinaria gestión de turismo y conservación… Cuando ellos ven proyección en un lugar, cuando apuestan sus fichas en eso, es porque algo tienen para ofrecer.
Después de experimentar todo el servicio, Daniel Kraus finalmente sí se interesó. Y bastante. Apoyará la causa de internacionalización del turismo en el Maule y organizará con su empresa Wikinger Reisen, al menos cinco viajes grupales con decenas de europeos en el cajón del Achibueno.
Y yo sé por qué optó por hacerlo. Él encontró aquí ese componente humano diferenciador. Se dio cuenta de que las cascadas, montañas, ríos y glaciares son parte del cuadro perfecto, aunque no suficiente. Es que él quiere volver, sí, pero por la gente, porque entre tanta belleza natural puede distinguir el compromiso y las ganas sinceras que tienen para poner en valor su propia región; y entiende que el potencial maulino puede explotarse con este tipo de organización y confianza. Porque, bien lo sabe él y ahora todos nosotros: no es solo el lugar, es con quién vas, quién te acompaña.

