Macaya y Mamiña: una mágica experiencia en la precordillera de Tarapacá
Aguas termales, barros sanadores, una botica quechua con hierbas cuyas propiedades no imaginarías, personas que hacen sanaciones con el sol y un pueblo que parece sacado de una película europea de los años 30. Todo esto y más es lo que nos invita a conocer Sernatur Tarapacá aquí. ¡No se lo pierdan!
El desierto tarapaqueño esconde entre cerros y quebradas dos pequeños poblados con más de 400 años de historia. Se trata de Macaya y Mamiña, dos lugares con no más de 70 habitantes cada uno, llenos de mística y personajes fascinantes.
Si vas desde Iquique o vienes por la Ruta 5 desde el sur, debes tomar el desvío que te lleva a Pozo Almonte, para luego empalmar con una rotonda que te dejará en la Ruta A-65, donde partirá esta emocionante aventura. Luego de unos 40 kilómetros aproximadamente, en los que podrás apreciar la pureza e inmensidad del desierto en todo su esplendor, comenzarás a ver en lo alto un pequeño pueblo donde lo primero que te muestra es su ancestral iglesia y el cementerio quechua que cuelga desde un cerro: se trata de Mamiña.
Este poblado ubicado a 120 km de Iquique sorprende por su belleza; un villorrio construido en distintos niveles que permite apreciarlo desde la altura y también mirarlo desde abajo. Calles pavimentadas con antiguos adoquines de piedra y paisajes como sacados de una película europea de los años treinta.
En este pequeño asentamiento minero todas las casas y hostales cuentan con agua termal en sus instalaciones domésticas lo que podría considerarse todo un lujo. La plaza está junto a su enorme y antigua iglesia, que habría sido el primer destino parroquial del cardenal José María Caro. “Llegó con un bolso y un burro. Le recomendaron este lugar, pues tenía un problema de salud y acá encontraría sanación”, dicen los lugareños.
En Mamiña incluso puedes parar a almorzar antes de seguir al segundo destino que te vamos a recomendar: Macaya.
Baños romanos y una botica quechua
Un camino serpenteante te llevará entre paisajes salvajes y colores ocres y rojizos. A la distancia podrás ver el paso del hombre por miles de años y su forma de cultivar con el sistema de terrazas. También te toparás con parte de lo que fue el camino del Inca o Qhapaq Ñan, como fue renombrado oficialmente cuando fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Al fin en el horizonte asoma Macaya. Un pequeño caserío colgado de los cerros y posado entre quebradas. Desde que divisas el pueblo hasta que llegas a él pasarán varios minutos. De seguro la ansiedad te invadirá ante tanta belleza que a esa alturas ya se percibe desde la distancia.
Al igual que en Mamiña, las calles de adoquines que brillan con la luz del sol esconden entre sus rincones pequeñas casas de barro y piedra. Todo entre subidas y bajadas. De inmediato te llamará la atención una casa desde donde sale una especie de tienda. Se trata de una botica quechua, o hierbería. Ahí una mujer acompañada por sus pequeños hijos te entregará parte de sus conocimientos: medicina ancestral utilizada por los pueblos originarios de la zona para curar distintas afecciones y malestares.
María Trujillo, la boticaria, te explicará una a una para qué sirve cada infusión. Le puedes pedir que te muestre su pequeño huerto donde tiene la mayoría de sus plantas medicinales, otras las recolecta en la zona de las quebradas; un trabajo muy sacrificado y arriesgado. Allí el conocimiento es clave. A ella le fue traspasado de su madre, y hoy lucha porque sus hijos se eduquen según la cultura de sus ancestros.
A pesar de situarse sólo a tres mil metros por sobre el nivel del mar, igual puede que sientas un poco de fatiga o puna, como le llaman en la zona. Pero Cora, (seudónimo por el que conocen a María en el pueblo) te preparará unas aguas para aliviar el malestar.
Después de recorrer el pueblo y conocer a Cora, ya es hora de visitar las termas. Si no sabes sobre sus sanadores barros y aguas llenas de minerales, puedes contactar a Ruth Godoy quien te mostrará el mayor tesoro que esconde Macaya: un lugar maravilloso con unas piscinas que te harán recordar esos baños romanos de la época del antiguo imperio.
Hay que reconocer que en ese lugar se ha hecho un muy buen trabajo. Sus habitantes cuidan como tesoro el don de sus aguas. En Macaya saben que tienen una gran riqueza, por lo que el uso de los baños termales está muy bien normado por la comunidad.
Ya es tiempo de que puedas apreciar sus maravillosos poderes, embarrarte hasta el cabello e incluso internarte en una especie de cueva donde podrás sumergirte y disfrutar esa belleza.
Una vez que confirmes las bondades de la terma te sentirás completamente renovado. La Región de Tarapacá es privilegiada con la gran cantidad de baños termales minerales que tiene, sobre todo en la precordillera y el altiplano. Según explican los expertos, los volcanes de la zona hacen lo suyo dando origen a estos verdaderos oasis en medio de la nada.
Un atardecer entre desierto y quebradas
Llega la hora del regreso, y tras haber disfrutado de un día increíble en Macaya, puedes volver a Mamiña. Pero no sin antes vivir una experiencia de otro mundo con Ruth Godoy: Sanación solar. Según explica “al atardecer el sol y la tierra se llevan todas nuestras cargas. Para eso es necesario que te ubiques descalza en un lugar donde el sol traspase tu cuerpo y sus rayos caigan a la tierra. Así sentirás alivianar el peso del estrés, de los problemas y por qué no decirlo, también las penas”. Ruth relata que la llegada de la religión y las colonias europeas fueron haciendo desaparecer toda esa cultura ancestral.
“Pero las ancianas fueron traspasando de boca en boca sus conocimientos a sus hijas y nietas logrando así que esto permaneciera en el tiempo”. Te aseguramos que será una experiencia surrealista.
Un consejo: Para conocer estos lugares se debe salir temprano. Son mínimo dos horas desde Iquique. Se puede almorzar en Mamiña o seguir de largo llevando alguna colación, y comiendo al regreso. Ambos pueblos son ideales para practicar trekking o llevar bicicleta. Un atardecer en Mamiña puede ser un panorama increíble, sobre todo porque el sol se pierde en el desierto con la misma mística que se pierde en el mar.
Salar del Huasco
Una vez que te vayas de Mamiña te recomendamos tomar rumbo hacia otro lugar paradisíaco: el Salar del Huasco. Ya en el altiplano andino te impregnarás de su belleza y magia. Fauna y flora silvestre te recibirán para mostrarte lo mejor de los paisajes cordilleranos del norte de Chile. Es así como termina esta experiencia alucinante. Entre llamas, alpacas, una que otra vicuña y flamencos.
Si estás pensando en viajar a Macaya y Mamiña te recomendamos visitar el sitio oficial del Servicio Nacional de Turismo (Sernatur), donde hallarás servicios registrados, como hoteles, hostales y cabañas. Además de otros como operadores turísticos que salen desde Iquique y ofrecen el paquete completo incluyendo el traslado.
También puedes acudir a la Oficina de Informaciones Turística de Iquique OIT, ubicada en Aníbal Pinto 436, Mall Zofri y en la Comuna de Pozo Almonte.