Kayak, mate y viento: un viaje por la Patagonia
El kayak ofrece una gran oportunidad para conectarse con la naturaleza y en especial con sus «venas», los ríos. En este entretenido relato, el kayakista Santiago Sandoval nos cuenta sobre el viaje que realizó con amigos – antes de la pandemia – para recorrer distintas aguas de la Región de Aysén. En medio de un paisaje exuberante, entre paredes de rocas, pampas, y fuertes vientos, exploraron los ríos Pico, Ventisquero, Ñirehuao, entre otros. La logística en la Patagonia, el trabajo en equipo, la paciencia y la adaptación, son algunas de las lecciones que destacan estos exploradores, quienes protagonizaron una inolvidable aventura entre cañones y cascadas, mientras esperan al próximo río que los reúna nuevamente. Conoce aquí su experiencia.
Escuché increíbles historias acerca de los ríos en la Patagonia a través de dos grandes amigos; Jaime Lancaster y Nicolás de la Rosa, quienes hablaban con pasión y fervor de cientos de ríos que había aún por descubrir (relativamente) cerca de su hogar en Cochrane.
Ambos se han convertido en dos de los mejores kayakistas del país dedicados a explorar las nuevas fronteras del deporte y abrir varios ríos, que, a pesar de ser arduas misiones, se han transformado rápidamente en clásicos del sur. A través del extenso trabajo, compromiso y dedicación, entre los dos tienen más de 25 primeros descensos en Patagonia, en un mundo en donde la comunidad kayakista crece rápidamente y cada vez quedan menos ríos inexplorados.
Así que cuando me llegó el mensaje de Lancaster la primavera pasada, para que hiciéramos una misión en diciembre, no lo pensé dos veces, cargué mi auto con kayaks, equipo de camping, comida, mate, un joven universitario llamado Domingo Sandoval y un sofisticado e intelectual kiwi, y partimos rumbo a Patagonia, sin ninguna expectativa, pero con el corazón lleno de motivación.
Lo primero que uno se da cuenta viajando en Patagonia es que todo es lejos. Cerca es lejos, y lejos, bueno, es muy lejos. Así que apenas te dispongas a partir un viaje por el sur de Chile, asegúrate de tener buena música, buenos compañeros y superfood (una dieta para atletas olímpicos inspirada por nuestros guías patagones que consiste en tortillas con mayo, quizás queso y mucho, mucho mate).
Una vez chequeado eso de la lista ya te puedes empezar a concentrar en los ríos, que a diferencia de los ríos en Pucón o Cajón del Maipo, en Patagonia (casi) todo involucra una logística de un día o más.
Nuestro primer objetivo del viaje consistía en el río Pico – ¿qué ironía no? – un afluente del gran río Figueroa, y un creekazo encañonado que prometía mucho desde Google Earth.
El único inconveniente era que la entrada al cañón yacía en tierras vecinas, entre las fronteras de Chile y Argentina, en el paso fronterizo Lago Verde.
Ese día llegamos casi al atardecer al pueblo y nos dirigimos a la plaza, en busca de información sobre el paso y saber si es que alguien, quizás algún pescador, conocía el cañón y lo que escondía.
Terminamos en la comisaría de Lago Verde que era también el paso fronterizo, conversando con los carabineros que nos aseguraban que el cañón era imposible de descender dado a su complejidad. Una cascada de 60 metros, ¡y salmones que la remontaban! Aunque lamentablemente, sabemos que en Chile no está su hábitat natural y que han generado impactos significativos.
– «Uh, estos son carabineros, deben tener razón»- pensamos hacía nosotros mismos. Así que pasamos la noche en lago verde y a la mañana siguiente nos devolvimos, aún curiosos de cómo los salmones remontaban una cascada de 60 metros.
JUEEEE
No, la verdad es que si nos dijeron eso, pero, aunque fuera verdad, no nos podíamos perder la oportunidad de ver salmones voladores por lo menos una vez en la vida. Así que quedamos en vernos a la mañana siguiente con los señores carabineros para coordinar la salida del país y nos fuimos a cocinar y descansar a orillas de la impresionante vista del Lago Verde, una verdadera joya patagónica.
Despertamos temprano, y después de un festín mañanero nos dirigimos nuevamente en dirección a la comisaría del pueblo.
Nuestro mayor inconveniente era que la entrada del río quedaba antes de llegar al paso argentino, y para no perder mucho tiempo haciendo trámites, queríamos salir del país sin tener que ingresar a Argentina, porque la verdad no sabíamos muy bien qué era exactamente lo que íbamos a encontrar dentro del cañón, además de los 12 km de agua plana que nos esperaban a la salida.
Así que después de casi tres horas tramitando, logramos que timbraran nuestros pasaportes y nos dejaran pasar a través del malogrado camino que se abría paso entre árboles quemados, charcos y un aire de incertidumbre, con el compromiso de que, una vez de vuelta, los visitáramos para confirmar que estuviéramos vivos y mostrar las fotos de los increíbles salmones voladores.
Manejamos cerca de media hora hasta lo que intuimos (una intuición bastante regida por el GPS) podría ser un buen punto para empezar a caminar hacía el río, y nos tomó otra media hora más llegar a este. Una vez en el agua flotamos entre el impresionante valle de estepa patagónica, a lo lejos montañas nevadas y una calma indudablemente presente antes de la “tormenta”.
Es un extraño sentimiento esto de adentrarse a lo desconocido. Para mí personalmente, la mayoría de los ríos en los que me desenvuelvo el día a día son ríos que se han estado remando constantemente por los últimos 20 años y por lo general tienen un camino al lado y siempre hay una casa o alguien cerca. Aquí en la Patagonia todo es más.
Todo requiere más paciencia, más logística, más energía. Los cañones son más encañonados. El agua más pura. La lluvia cae más fuerte y la gente es más buena. Y si te detienes a mirar en la inmensidad de la pampa y escuchas el viento que corta, todo, todo es más hermoso.
Cuando el río comenzó a angostarse pudimos ver, metros más adelante cómo era que las imponentes paredes iban forjando el cañón.
Los primeros rápidos eran correntadas que movían el agua a través de las rocas, pero a medida que avanzamos, esas rocas aumentaron de tamaño y la pendiente se hizo un poco más agresiva.
El grupo consistía de seis personas; nuestros fearless leaders, Jaime Lancaster y Nicolás de la Rosa, los kiwis Max y Manu, y mi hermano Domingo y yo.
Tratábamos de distribuir el scouting (bajarse a mirar un rápido/cascada para evaluar si es corrible o no) entre todos. Dos se bajaban a mirar el rápido y explicaban la línea a los demás. Aunque cuando era necesario nos bajábamos los seis y evaluábamos si era buena idea correr o no.
Lo que sucedía a veces es que veíamos la línea, pero cuando nos poníamos a observar más detalladamente las consecuencias que podía tener el rápido, era cuando nos hacíamos conscientes de que, si algo ocurría dentro del cañón, las posibilidades de una evacuación se complicaban. Y fue ese también otro aspecto que me llamó enormemente la atención de las expediciones.
Hoy en día dentro del kayak como actividad, hay varias ramas por las que uno se puede diversificar; como están los remadores del fin de semana, los hay semi profesionales que reman todos los días. Hay otros que gustan de remar en play (botes pequeños para freestyle y surf) y botes antiguos. A otros les llama más la atención las carreras y el competir. Otros corren cascadas gigantescas. Y bueno, hay algunos que las hacen todas…
Pero personalmente, el tema de expedición y lo desconocido es, hasta ahora lo que más me ha llamado la atención. Porque aquí nadie va corriendo, nadie tiene que demostrar lo clase V que es, ni mucho menos correr un rápido/salto por presión. Aquí en cada esquina yace lo desconocido, cada curva que forja el cañón presenta piezas de un puzle que nosotros tenemos que resolver. Es la capacidad de adaptación, de mantenerte positivo cuando no todo pinta bien, es el trabajo en equipo y la capacidad individual. El sentimiento de estar perdidos, solos, en un lugar donde solo se puede acceder por el río, y que hasta el momento nadie lo ha hecho. Es remar menos, manejar más, caminar más. Trabajar con tu ego, tus miedos y tus inseguridades.
Es, la verdad, algo bien bonito esto que nos ha entregado el río.
A medida que descendíamos por la cuenca que se abría paso entre las esculturales paredes de granito, rocas cada vez más grandes comenzaron a aparecer en la mitad del río, e intuimos que nos acercábamos a un rápido grande.
Evaluamos la situación y decidimos caminar dado que las consecuencias del rápido y la balanza riesgo/recompensa no valía la pena.
Los cañones que prosiguieron el último “portaje” eran increíbles. Las paredes de granito se extendían hasta el cielo por ambos lados junto con rápidos que eran muy entretenidos y no había necesidad de bajarse a mirar. Pequeños canales se abrían paso entre los rocas y los rápidos formaban drops, boofs (acción de levantar la punta del kayak en un movimiento que combina una palada, movimiento de rodillas y espalda para pasar por olas y hoyos, parecido a lo que sería el «caballito» en la bici) y corrientes muy divertidas. Era una buena manera de ir cerrando un largo día de logísticas, portajes, scouting y mucho kayak. Aunque sin sospecharlo, el día de remado estaba lejos de terminar.
Cuando salimos del último cañón estábamos felices, aunque no habíamos podido documentar la peculiar y única existencia del famoso salmón Chinook volador, la vibración estaba alta y haber completado la misión sin mayores inconvenientes fue enormemente gratificante.
Lo que habíamos olvidado por un momento fue los 12 km de agua plana que aún nos quedaban para llegar sanos y salvos a nuestros autos, pero fue una buena instancia para relajarse, apreciar la magia de la Patagonia y agradecer la experiencia que se nos había presentado.
Cuando llegamos al puente celebramos con unas cervezas y nos pusimos a conversar acerca de la siguiente misión; la cascada del río Ñirehuao.
Concluimos la hazaña con una corta pero disfrutada visita a las termas de la Junta (100% recomendadas) y un par de paradas modo turista en la pasada.
Uno puede escuchar historias acerca de una cascada o río, y hacerse una idea en la mente a través de Google Earth, o fotos o lo que sea. Pero la verdad es que nada sirve de mucho hasta que uno se encuentra en el momento preciso.
Así que cuando Lancaster se puso a hablar de la cascada decidí no hacerme mucha mente y simplemente esperar a estar allá.
Manejamos desde Lago Verde hasta Villa Mañiguales con un par de paradas en el camino: río Ventisquero y el posible primer descenso de la sección arriba del puente. Sección muy continua y hermosa y que fue mi primera experiencia de un río con tanta pendiente que llega al mar.
El río Ñirehuao es una gema patagónica, otro más de los descubrimientos de nuestros líderes patagones pero que aún tenía secciones por explorar, y era exactamente a lo que íbamos.
El día estaba frío, después de despertar a orillas del Ñirehuao kilómetros más abajo de la sección a la que nos meteríamos en un rato, cocinamos un desayuno, ordenamos todo el equipo en el campamento y nos encaminamos hacia arriba, bien bien arriba, donde el viento sopla fuerte en la pampa. Después de casi una hora subiendo y mirando el GPS paramos a la orilla del camino y fijamos un punto de partida. La ubicación de la cascada estaba muy lejos del camino, por lo que el plan era entrar, varios kilómetros antes y remar a través de las calmadas aguas por unos 7 km hasta la entrada del cañón donde se encontraba la susodicha.
El viento ese día era impresionantemente fuerte y soplaba río arriba, lo que a veces hacía muy difícil la navegación hacia la cascada. Por lo que la remada hacía nuestra misión tardó un poco más de lo esperado.
Es muy hermosa la capacidad del río de cambiar. Llevábamos casi una hora remando aguas planas con pequeñas correntadas a través de la pampa cuando de repente todo el ancho del río pasó en menos de 1 metro y todo se empezó a encañonar. Supimos, antes de que Jaime o Nico pudieran decir algo, que nos encontrábamos cerca de nuestro objetivo.
Porteamos la primera parte del cañón dado que era demasiado angosta para pasar con nuestros kayaks y volvimos a entrar al agua metros más abajo. Después de un par de remadas, pudimos ver la intimidante línea de horizonte que marcaba la cascada.
Nos bajamos cuidadosamente al lado izquierdo del río, pues ya a estas alturas el viento era tan fuerte que al menor descuido te podía botar al piso. Y nos pusimos a evaluar nuestra situación.
La cascada era hermosa; con un alto de unos 12 metros, empezaba con una lengua de unos 3 que a su vez re conectaba con una piedra a la mitad. Y luego aterrizaba en una piscina no muy grande, que luego se convertía en un rápido y la salida del cañón.
Era una cascada técnica, remota, y el viento nos hacía sentir que en cualquier momento te soplaba y te sacaba fuera de la línea.
Estuvimos casi una hora mirando, y el grupo se estaba desanimando un poco hasta que Lancaster rompió el silencio. -«Ya mierda, yo voy»-. Nadie dijo nada. Todos tomaron sus posiciones de seguridad y cámaras y lo vimos dirigirse a su bote. Se acomodó, remó un poco y nos hizo la señal.
Se acerco al lip (la entrada a una cascada o salto) con buena velocidad y, al momento de la reconexión, voló y el bote se despegó completamente fuera de la cascada.
Fue una línea hermosa, y quien más podía hacer el primer descenso que Jaime Leanganster (Lancaster).
Después de ver a Lancaster mandarse y hacer una linda línea, el resto nos animamos y nos pusimos a correr.
El río nos abrió sus brazos y, afortunadamente, todos tuvimos buenas pasadas en esta gema.
El resto de la sección se manifestó de manera más pacífica y nos abrimos paso entre esculturales paredes de roca, pampa y muchísimo viento. Y al llegar al auto, después de una merecida celebración, emprendimos camino hacia Coyhaique, donde lamentablemente sabía mi viaje llegaría a su fin y pronto tendría que encaminarme rumbo al norte, lejos de mi amada Patagonia.
Aprovechando cada minuto restante, camino a Coyhaique hicimos una parada exprés en el majestuoso valle del Río Pangal – para aquellos que no han escuchado hablar de este río, deberían. Su corta pero intensa sección consta de casi 5 km de clase V; grandes hoyos, slides («resbalín» de piedra), drops y un bosque imponente que todo lo rodea hacen de este río, uno de los más increíbles ríos de la Patagonia.
Las 19:30 horas nunca es una hora ideal para entrar al río, pero dada las circunstancias (y sobre todo la oportunidad) decidimos equiparnos y aprovechar la última luz del día para remar uno de mis ríos favoritos.
La entrada ofrece casi 1 km de agua plana para entrar en calor y mentalizarse, puesto que, una vez que los rápidos comienzan, estás comprometido hasta la salida. Pero a medida que nos acercábamos hacia donde las rocas marcaban el inicio de los rápidos, pude notar que no había más que una intimidante línea de horizonte y el rugir de un río claramente más alto que la última vez que lo remé en marzo.
– «Ufa, esto se va a poner weno»- pensé hacía mí mismo.
Guardé silencio, pues si hay algo molesto al momento de remar es cuando alguien te empieza a meter miedo antes de correr un rápido.
Entendí que todos teníamos el nivel para remar y dejé que la experiencia se desenvolviera de manera natural. Aunque algunos no conocían el río, no les tomó mucho tiempo entender que venía con bastante más agua que el caudal normal.
Miradas, señales y un par de gritos marcaron nuestro descenso por el Pangal, y rápidamente nos abrimos paso a través de la constante e intensa sección de río. La continuidad de los rápidos y la complejidad de los movimientos nos hacían recordar una mezcla de ríos en nuestro hogar en Pucón. La conclusión cuando llegamos a la salida fue que era una perfecta fusión entre el río Nevados y el Puesco, y para todos aquellos que han remado esos ríos, saben que un mix entre los dos tiene que ser un manjarrss.
Esa noche llegamos a Coyhaique y celebramos un memorable viaje por varios de los lugares más hermosos y salvajes de este largo país al que llamamos Chile.
Me iba de vuelta a casa feliz, listo para otra temporada de trabajo en un abrumador Pucón, pero sabía que Patagonia aún tenía incontables misiones esperando para aquellos dispuestos a salir un poco de la zona de confort, remar más, caminar más, buscar más allá del Whitewater guide. La otra frontera se encuentra tan cerca y tan lejos a un tiempo mismo, el primer paso siempre es, dar el primer paso.
Gracias Patagonia, gracias río, gracias amigxs por tan bello viaje. Nos vemos en el próximo río.