La primera vez que viajé a Chañaral de Aceituno fue hace años a ver delfines, los populares “nariz de botella” que en este lugar se ven nadando completamente libres. Sin embargo, poco después de haber embarcado en el bote de Patricio Ortiz, Orión, el pequeño perro del capitán, comenzó a moverse de un lado para otro, agitado y exaltado. De pronto, justo en la dirección hacia donde él miraba, escuchamos un fuerte estruendo, un gran soplido: ¡un chorro de agua vaporizada se elevaba fácilmente a más de tres metros! No podían ser delfines -de hecho no lo eran- sino una enorme ballena, una ballena fin o de aleta (Baleanoptera physalus), también conocido como “rorcual común”. Es tan impresionante su tamaño que los simpáticos delfines pasaron a segundo plano. La cara de asombro de las personas en esa embarcación, que también veían de cerca a la ballena, eran igual de sorprendentes que ese maravilloso soplido, el ruido de la naturaleza que más conmueve.

©Felipe Howard
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Esta es la época del año en que comienzan a regresar las ballenas a este lugar de alimentación, la Reserva Marina Isla Chañaral, en donde la reina de la reserva es la ballena fin, la que habitualmente se ve, la segunda ballena o el segundo animal más grande de la tierra y obviamente también del océano. Algunas se dejan ver ocasionalmente en invierno, pero en esta época es cuando aumentan las probabilidades de encontrar estos cetáceos.

Versión 2
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En octubre también es cuando comienzan a aparecer decenas de publicaciones en Instagram con fotos y videos de ballenas. Las cuentas de empresas locales son una invitación a ir para allá nuevamente, tal como me pasó el año pasado cuando luego de 3 o 4 días en los que veía muchos posts con maravillosas imágenes de avistamientos no me quedó otra opción que tomar el jeep y transformarlo rápidamente en una especie de camper, caja de camping arriba, saco de dormir, colchoneta, asientos abajo, bidones con agua, cocinilla, algo para comer un par de días y a manejar. En el camino me crucé con manadas de guanacos y zorros a orillas del camino. Al atardecer veía los rayos de sol entre las nubes caer sobre un mar gris mientras imaginaba que ahí debían estar las ballenas nadando tranquilamente. Llegué a Chañaral de Aceituno, ubicado 30 km al norte de Punta de Choros y me instalé en el Camping El Español a orillas del mar (@cabanaselespanol)

Tuve que aceptar unos ricos peces a la parrilla junto a una buena conversación alrededor de una fogata, mientras coordinamos las excursiones para el día siguiente a primera hora.

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©Felipe Howard

Fue un día especial, único, a veces pasa. Aparecieron las ballenas fin que habitualmente se muestran, vimos aparecer su cabeza, sus lomos, escuchamos nuevamente su poderosa respiración, luego su pequeña aleta dorsal y su enorme cuerpo de cerca de 25 metros con forma de torpedo debajo del agua cuando se volvía a hundir. En eso estábamos cuando Jonathan González (@j_gonzalez_gonzalez), el capitán de la lancha de Turismos Orca (@turismos_orca) apunta hacia otro sector para mostrar que también hay una ballena jorobada (Megaptera novaengliae), más juguetona y más activa en superficie. Esta especie es más “pequeña”, hasta 16 metros, “sólo” 40 toneladas, pero a veces salta, se muestra bastante más y habitualmente nos enseña al hundirse su enorme aleta caudal, la cola, que mide cerca de 5 metros de una punta a la otra.

La navegación cerca de la isla también nos lleva a observar lobos marinos, pingüinos de Humboldt y chungungos, cuando vamos de vuelta nos cruzamos nuevamente con la ballena jorobada que pareciera saludarnos.

©Felipe Howard
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Al llegar a la caleta decido volver a tomar otra excursión altiro, siento que ando “con la estrella” y hay que aprovechar, a veces los avistamientos son más lejanos o pasivos. Binoculares en mano, cámaras fotográficas listas, no sabemos a donde apuntar, vemos soplidos a lo lejos en todas las direccione, abunda la comida, “mucho krill” nos dice Jonathan cuya cuenta de Instagram motiva a viajar para allá una y otra vez.

“¡Ballena Azul!”, nos grita a continuación apuntando a lo lejos hacia adelante, vemos su rostro de alegría, los regalos del mar parece que no paran. El soplido es un chorro de agua sustantivamente más alto, recto hacia arriba, lo vemos en perspectiva junto a otra embarcación que está más cerca.

La ballena azul (Baleanoptera musculus) de casi 30 metros y más de 100 toneladas de peso viene directo hacia nosotros. El motor de la embarcación queda en neutro y luego del soplido vemos su enorme lomo con manchas grisáceas que debajo del agua se ve como pintas azuladas, de ahí su nombre. Luego de un par de asomos en superficie, encorva su cola y vemos cómo asoma la aleta caudal con una imponente cortina de agua, la imagen que siempre buscamos. La escena la vemos más de una vez, a un lado del bote, adelante del bote. Cuando la ballena azul nos muestra su cola es porque su inmersión es más profunda, entonces se produce un silencio, una calma y se genera una expectación por saber donde y cuándo volveremos a ver y escuchar el siguiente asomo, el siguiente soplido, un sonido que siempre nos emociona y conmueve. Luis González, “el Lucho”, a cargo de Turismo Orca me dice “qué día tuviste, jorobada, muchas fin, una azul, delfines”, me habría quedado el día completo, pero en menos de 24 horas había tenido más que suficiente. Siempre vuelvo, solo, con amigos, con familia, vuelvo para allá una y otra vez a no perder nunca la capacidad de asombro.

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