Fue hace unos años cuando los biólogos marinos, Jaime Ojeda y Sebastián Rosenfeld, buceaban en un frondoso bosque de algas del Canal Beagle, en isla Navarino, para realizar un estudio sobre ecofisiología de huiros. Mientras se sumergían y emergían para recopilar muestras, divisaron en la costa a un pequeño animal que, al igual que ellos, se lanzaba al mar en reiteradas ocasiones. A simple vista, parecía ser un chungungo, pero al mirar con detenimiento se percataron que era un visón (Neovison vison), una especie introducida que ha generado severos impactos en la fauna local en este rincón de la Región de Magallanes y la Antártica Chilena.

Los investigadores continuaron con su rutina, pero fue lo que sucedió después lo que los dejó estupefactos, cuando el visón salió del agua con un congrio (Genypterus blacodes), un depredador marino más grande que él.

Si bien este mamífero se alimenta de peces más pequeños, no se había reportado en este sitio su depredación a uno de mayor tamaño y demersal, es decir, que habita en aguas profundas o cerca del fondo de la zona litoral. Lo inusual de esta presa – que medía alrededor de 47 cm – y las nuevas interrogantes que surgen para la ciencia, motivaron que este hallazgo fuera publicado hace poco en la prestigiosa revista científica Frontiers in Ecology and the Environment de la Sociedad Ecológica de América (ESA, por sus siglas en inglés).

Vison y congrio en Navarino 2 – Sebastian Rosenfeld
© Sebastián Rosenfeld

“Al principio vimos que el visón tenía atrapado al pez desde la boca, entonces viene nadando de espalda y llega a la costa. Le costaba mucho sacarlo del agua. Cuando lo logra, nos dimos cuenta de que era un congrio. El tamaño del congrio era casi el mismo del visón, era un poco más largo, y ahí nos dimos cuenta de que presenciábamos algo diferente. Lo interesante es que se trata de dos depredadores: uno es marino y el otro terrestre y semiacuático”, relata Jaime Ojeda, científico de la Universidad de Victoria (Canadá), quien se acercó a la escena junto a su colega para analizar lo ocurrido.

Sebastián Rosenfeld, quien es investigador de la Universidad de Magallanes y del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), recuerda: “El congrio seguía vivo. Había rastros de que habían peleado porque al pez le faltaba un ojo. Cuando nos acercamos, el visón lo orinó, como para marcar a su presa. La verdad es que quedamos impactados, ya que de aquí surgen varias preguntas. ¿Realmente es común en el visón de Navarino este hábito marino de buceo? El congrio generalmente vive en grietas y es un depredador, por lo que no es fácil cazarlo”.

Vison y congrio en Navarino 1 – Sebastian Rosenfeld
© Sebastián Rosenfeld

Comúnmente, el congrio se encuentra dentro de cuevas y sitios rocosos hasta los 1.000 metros de profundidad, siendo más abundante entre los 50 y 500 metros, aunque pueden encontrarse – con menor frecuencia – en aguas someras (es decir, más superficiales).

Por otro lado, el visón – mustélido oriundo de Norteamérica – es una especie semiacuática, crepuscular y nocturna, que suele preferir ecosistemas de agua dulce como ríos y lagunas, aunque también es posible hallarlo en costas marinas, tanto en su lugar de origen como en otros países donde ha sido introducido.

No obstante, estudios previos realizados en Magallanes han revelado que este mamífero ha adquirido hábitos más diurnos y terrestres en isla Navarino – la cual forma parte de la Reserva de la Biosfera del Cabo de Hornos – siendo común encontrarlo en los bosques subantárticos.

Fue en la década de 1940 cuando el visón fue introducido en Chile y Argentina para la industria peletera. Desde entonces, este mustélido se ha extendido en diversas regiones del país, siendo catalogado por los científicos como una “especie exótica invasora”.

Son varias las condiciones que le han permitido prosperar, expandir su dieta y uso del hábitat, e inclusive cambiar de conducta en el extremo sur de Sudamérica.

Por un lado, los animales vertebrados nativos de Navarino se restringen a las aves, pequeños mamíferos (como roedores) y peces, los cuales forman parte habitual del menú del visón. A esto se suma la ausencia de competidores y de grandes depredadores nativos y terrestres en estos ecosistemas.

En cuanto a la Patagonia, el visón se alimenta de peces como pequeños salmónidos exóticos, galaxias y nototénidos, presentes en agua dulce, estuarina o marina de menor profundidad.

“La mayoría de los estudios de buceo de los visones se han realizado en ambientes de agua dulce donde las inmersiones no suelen superar los 3 metros de profundidad”, agrega Ojeda, quien también es científico del IEB.

Sin embargo, no es lo mismo bucear en agua dulce o salada.

Congrio en bosque de algas – Mathias Hune
Congrio en bosque cercano al sitio del hallazgo © Mathias Hüne 

En el caso del sitio del suceso, conocido como caleta Paula, hay bosques de dos especies de algas: Lessonia flavicans y Macrocystis pyrifera. Además, en estas aguas viven animales como erizos y moluscos. La bahía es pequeña, con un fondo rocoso más bien somero en los primeros tres metros, pero que luego cae a pique, a unos 10 metros de profundidad, presentando de esa manera una topografía bastante irregular y rocosa.

“Una cosa es nadar en un lago, pero otra es bucear en agua salada donde tienes bosques de algas a los cuales no estás acostumbrado, con fondos rocosos, donde hay erizos y un montón de fauna marina, por lo que es un cambio de hábito bastante interesante. El visón es, realmente, un cazador muy plástico, porque supo cómo capturar al congrio, lo dejó inmovilizado. Aparte de bucear, lo saca y se lo lleva, entonces abre varias preguntas”, recalca Rosenfeld.

Considerando las condiciones del entorno marino para recrear la escena, los biólogos marinos estiman que el visón pudo haber buceado hasta los 6 metros.

Ojeda, quien ha divisado congrios en aguas someras del sector, detalla que “ese ecosistema se extiende mucho más abajo, pero la zona de cuevas está entre los 3 y 6 metros de profundidad, donde hay terrazas con muchos bolones que cayeron al fondo marino y cuevitas chicas que son un lugar ideal para el congrio”.

Ciencia “a la antigua”

El congrio posee finas escamas cicloides que pueden hacer que este pez pase completamente desapercibido cuando se hacen análisis de dieta a través de fecas, por lo que la anécdota de caleta Paula cobra aún más relevancia para la ciencia.

“Cuando los investigadores analizan las fecas de un visón, ven restos como pelos o escamas de distintas especies, pero el congrio es muy difícil de detectar por sus escamas, entonces, una especie exótica puede estar alimentándose de especies grandes que no van a ser detectadas fácilmente con estudios como el de fecas”, puntualiza el investigador de la Universidad de Victoria.

En ese sentido, son varias las preguntas que surgen sobre la ecología e impacto del visón, por ejemplo, si lo presenciado se trata de un suceso aislado, la posibilidad de que esté ampliando su hábitat a entornos más novedosos (afectando a otras especies sin ser notado), o sobre las posibles consecuencias que podría generar un cambio de conducta en la red alimentaria en el mar de la Patagonia.

Bosque algas isla Navarino – Jaime Ojeda
Bosque de huiros en caleta Paula © Jaime Ojeda

Para los biólogos marinos, este hallazgo fortuito recuerda la importancia de la historia natural, es decir, el registro in situ del comportamiento de las especies.

Rosenfeld subraya que “es fundamental no perder la observación de campo que te permite detectar estos fenómenos ecológicos que están ocurriendo, y que mediante bioinformática u otros métodos no vas a poder hacerlo. Para seguir investigando los efectos del visón en esta zona, hay que empezar a mirar más hacia el mar”.

“Para entender cómo se comporta una especie, debemos tener diversos ángulos de cómo se mueve en un ecosistema, entonces, el análisis molecular es una forma, el de fecas es otra, pero la observación directa, la de campo, es importante y, digámoslo, hoy día está casi en vías de extinción”, repara Ojeda.

“Eso se hacía mucho hace 100 años y hoy día no se hace tanto, entonces, lo interesante de esto no solo es el hallazgo en sí. También hace repensar nuestra esencia como investigadores que trabajamos en zonas remotas”, concluye.

 

 

 

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