Mark Twain y el Kachelofen: Estufas masivas y su potencial en Chile
Hoy en LS, nuestro colaborador Nicolás del Río nos comparte una reflexión sobre las estufas masivas y su potencial en Chile.
Hay pocas instancias donde la lógica del diseño eficiente se hace más evidente que en el tema de la calefacción. Dependiendo del clima en el que se analice, esto se hace más o menos relevante, pero en el calor de hogar hay una fuerte carga simbólica de bienestar. La imagen del fuego tiene reminiscencias difíciles de reemplazar por los artefactos contemporáneos. Hay un eficiente sistema tradicional de calefacción que curiosamente, no se expandió con la importancia que merece.
«La lentitud de una parte del mundo para adoptar las ideas valiosas de otra parte de este, es algo curioso e inexplicable. Esta forma de estupidez no se limita a ninguna comunidad, ni nación. Es universal. El hecho es que la raza humana no es solo lenta en pedir prestadas ideas valiosas sino que a veces persiste en no pedirlas nunca».
Así comienza Mark Twain -con sarcasmo – a manifestar en el capítulo sobre Algunas Estupideces Nacionales su desgano con los sistemas de calefacción norteamericanos y su admiración por los del centro y norte de Europa. Para todo efecto, la tradición norteamericana de chimeneas abiertas y estufas a madera, son equivalentes a nuestra experiencia con los sistemas de calefacción tradicionales utilizados en Chile, ambos herederos de los sistemas ingleses y de Europa occidental. En la recopilación de sus viajes en el ensayo Europe and Elsewhere (1923) que realizara por el viejo continente a fines del 1800, conoce empíricamente la estufa utilizada en los países de habla germana, el kachelofen, el que a primeras le provoca inquietud, reaccionando con una crítica estética al objeto:
«Toma la estufa alemana por ejemplo –ese monumento gigante de porcelana blanca que llega hasta el techo en la esquina de la habitación, solemne, antipático, y sugerente de la muerte y la tumba– ¿Dónde lo puedes encontrar que no sea en los países germánicos? Estoy seguro de no haberlo visto donde alemán no sea el idioma de la región».
Twain pasa una temporada en Marienbad, lugar al que llama una “máquina de la salud”. A medida que estudia con curiosidad el sistema de calefacción, transita del rechazo inicial a reconocer lentamente sus méritos:
«Al extraño de ojo no entrenado, no le ofrece nada; pero pronto encontrará que su comportamiento es insuperable. Tiene una pequeñez como puerta por la cual no podría pasar tu cabeza, la que parece tontamente fuera de proporción con el resto del edificio; pero la puerta está correcta, ya que no es necesario que entre ese combustible voluminoso. Se usa combustible de formato pequeño, y maravillosamente pequeño es. La puerta abre hacia una pequeña caverna la que no sostiene más combustible de lo que puede sostener en sus brazos un niño pequeño. El proceso de encendido es rápido y simple. A las siete y media en una mañana fría el sirviente trae un pequeño canasto de delgados palos de pino, digamos una brazada – y pone la mitad adentro, los prende con un fósforo y cierra la puerta. Se queman completamente en diez o doce minutos. Entonces pone el resto y cierra la puerta, y se lleva la llave. El trabajo está hecho. No volverá hasta la mañana siguiente».
Pasado un tiempo y habiendo experimentado en carne propia las bondades –ya no estéticas– que pueden existir entre un sistema de calefacción y otro, Twain se abre a describir los efectos que produce el kachelofen.
«Durante todo el día hasta pasada la medianoche todas las partes de la pieza estarán deliciosamente cálidas y confortables, y no habrá dolores de cabeza ni sensación de apriete u opresión. En una habitación norteamericana, ya sea calentada por vapor, agua caliente, o chimenea, la cercana al fuego es la más cálida – el calor no se distribuye igualmente por la pieza; pero en un recinto alemán uno esta tan cómodo en un lugar como en otro. Nada se gana o se pierde por estar cerca de la estufa. Su superficie no está caliente; puedes poner tu mano en cualquier parte y no quemarte».
Ya rendido a los múltiples beneficios que identifica comparativamente, el escritor se transforma en un admirador absoluto del sistema de calor por irradiación, comprendiendo además los beneficios asociados al trabajo que significa mantener los distintos sistemas de calefacción funcionando.
«Considera estas cosas. Un encendido es suficiente para el día; su costo es casi nada; el calor que produce es el mismo todo el día, en lugar de demasiado caliente y demasiado frío por turnos; uno puede perderse en su juego y paz; no se necesita sentir ningún tipo de ansiedad sobre este fuego; su día completo es un sueño hecho realidad de confort corporal. La estufa alemana no se restringe a la leña, también se usa turba y ladrillos de carbón. Esos ladrillos son hechos de carbón de desechos prensados en molde. En efecto son sucios y de hecho son baratos. El ladrillo es tan grande como tus dos puños; la estufa quemará unos veinte de esos en media hora para luego no necesitar más combustible en el día. Esta estufa encuentra su punto más noble cuando al frente tiene una gran apertura cuadrada para ver el fuego de leña. El calor real se está produciendo en las zonas escondidas de la gran estructura, por supuesto, el fuego abierto es solo para regocijar los ojos y alegrar el alma».
Para finalmente terminar aseverando duras críticas a la tozudez cultural de su país.
«Norteamérica podría adoptar esta estufa, pero ¿Lo hace? No, se aferra plácidamente a su temerosa y maravillosa línea de estufas. Tiene más de cincuenta y ninguna sensata entre ellas. La estufa de leña de no sé qué ascendencia, es un terror. No puede haber tranquilidad de ningún tipo donde esté. Requiere más atención que un bebé, debe ser alimentada a cada rato, debe ser observada todo el tiempo y la recompensa es estar rostizado la mitad del tiempo y congelado la otra mitad. No caliente ninguna otra zona de la habitación que la propia, genera dolores de cabeza y sofocos, y hace que la piel se sienta seca y febril; y cuando te llega la cuenta de la leña piensas si estuviste alimentando un volcán».
Y volviendo con el sarcasmo…
«Tenemos en América muchas y muchas cruzas de estufas a carbón, y de cosas diabólicas, todas ellas. Las quemadoras de base son del tipo manejable y requieren sino poca atención, pero ninguna de ellas, del tipo que sea, distribuye el calor uniformemente por la habitación, o la mantiene a temperatura estable, y falla en sacar la vida de la atmósfera y dejarla cargada, sofocante y pasmosa».
Este recuento de Twain, si bien ignora los avances técnicos aplicados a los sistemas de calefacción contemporáneos (y la contaminación y escasez de recursos energéticos actuales), pone en valor un sistema de calefacción desconocido para nosotros, utilizado aproximadamente desde la edad media en el centro de Europa. Se fundamenta en generar calor por medio del calentamiento de la masa térmica (irradiación) por sobre el calentamiento del aire (convección). El sistema funciona al construir un objeto masivo – la estufa– con elementos de alta inercia térmica, como la piedra, ladrillo y cerámica.
El fuego se realiza en un sector (visible o no) de la estufa, pero lo importantes es la evacuación del humo (calor) por medio de un laberinto que recorre un objeto-estufa. Esta metodología ofrece varias posibilidades de diseño y tamaño, generando que distintos países hayan incorporado sus detalles. El kachelofen (literalmente estufa de cerámica) es conocido en por varios nombres; estufa rusa, estufa sueca, estufa de albañilería y estufa masiva.
Posiblemente su principal característica sea que de acuerdo a la masa incorporada en el diseño, se puede calcular la inercia térmica que produce una carga menor de combustible-leña, lo que permite por ejemplo que la irradiación de calor dure más de 10 horas, pasando la noche sin necesidad de carga. Esta diferencia es radical respecto a las estufas y chimeneas tradicionales en Chile, las que necesitan de carga permanente para mantener el calor.
Si bien este sistema sería muy difícil de proponer en una ciudad saturada de contaminación, por la mala asociación que existe respecto a la quema de leña, es más que notable remarcar, que de existir una intención real de certificar este sistema, el índice de partículas (ppm) que finalmente salen por el tubo sería menor a lo exigido por la norma, ya que el laberinto por el cual transita el humo se calienta a tal punto (+2000°) que la combustión del carbón y hollín es extremadamente eficiente, liberando un humo prácticamente libre de partículas. La eficiencia calórica de una estufa a leña es del orden del 30%. Esto significa que por ejemplo si se echan diez troncos en el fuego, solo tres se convierten en calor y los otros 7 se pierden en el humo, mientras un kachelofen está sobre el 90%.
En el contexto rural, en especial del centro sur de Chile, este sistema ofrece todas las ventajas que Twain relata, y probablemente las mismas resistencias culturales que él describe con angustia.
Kachelofen en Chile
Actualmente estoy construyendo el que entiendo será uno de los primeros kachelofen en Chile. Inserto en un refugio en el valle de las Trancas, pueblo en la montaña de Chillan donde los requerimientos térmicos ponen a prueba a los sistemas tradicionales de calefacción. Es el resultado del trabajo de varios colaboradores (N. del Rio diseño, A. Chernov calculo fluidos, E. Thevenaut supervisión, F. Cárcamo albañilería) y años de obsesión. Tengo la experiencia de haber conocido desde niño el efecto de un kachelofen en una casa en Kitzbühel, Austria, el que inspiró mi interés en el tema, desarrollado posteriormente en mi tesis de magíster.
Ambiciono también transmitir los mismos encantos a los cuales fue sujeto Twain al terminar el capítulo, e implementar su uso en proyectos en Chile.
…y aún es por lejos la mejor estufa, la más conveniente, limpia y económica que se haya inventado aún.
Notas:
Twain, Mark (1923), Some National Stupidities 1891-1892, «In Europe and Elsewhere«. Retrieved from the internet on May 11 2015.
Secuencia construcción Kachelofen Refugio la Dacha, mayo 2015
La serie fotográfica (en construcción) muestra el montaje de los ladrillos del centro (refractarios), a lo que luego se suman los ladrillos de borde (prefabricados) y el revestimiento de alta masa térmica.
La cantidad máxima de leña que entra en el kachelofen de La Dacha son 27 kilos, por lo que la energía máxima obtenible con dos cargas al día es de alrededor de 7.5kW/h, con madera de humedad menor al 20%. Esto se ajusta a los requerimientos térmicos de un refugio de 140m2, de aislación avanzada, ubicado en la zona 7, la más desfavorable en cuanto a la norma térmica chilena.