Turismo como herramienta de conservación: el caso de la manta raya gigante en Perú
Se trata de una especie considerada como Vulnerable a nivel internacional cuya principal amenaza es la sobreexplotación de sus poblaciones para obtener su carne, que –sobre todo en países asiáticos– es apetecida como alimento o bien para fines medicinales. En Perú hasta hace pocos años las manta rayas gigantes eran cazadas con arpones o, en mayor medida, morían atrapadas en redes de pesca destinadas a otras especies, una realidad que de a poco ha comenzado a cambiar gracias a los esfuerzos de una organización ambiental que ha generado conciencia en la población local e incentivado el desarrollo del ecoturismo basado en avistamientos de manta rayas.
En una pequeña caleta llamada Zorritos en la localidad de Tumbes, Perú, una iniciativa dirigida por una bióloga marina busca generar conciencia y fomentar la conservación de la Mobula birostris, conocida comúnmente como manta raya gigante. La especie, que comenzó a llamar la atención hace algunos años cuando en 2017 un gigantesco ejemplar de 700 kg fue exhibido en la caleta colgando de una grúa, está protegida en Perú desde 2016, pero antes de ello solía ser víctima de la captura incidental en redes de pesca y también, en menor medida, de la caza con arpón.
Algunos pescadores afirman que, debido a la ausencia de su recurso objetivo, cazaron en alguna ocasión manta rayas gigantes para justificar los gastos de su salida. Su carne, cuentan, la vendían en el mercado de Tumbes o sencillamente la transportaban a Lambayeque, donde se cocinaban platos típicos como la “tortilla de raya”.
Situación actual de la manta raya gigante
Es difícil calcular la población mundial de la manta raya gigante. Sus hábitos migratorios y su amplia distribución, han impedido que al día de hoy se conozca con exactitud cuántas manta rayas de la especie Mobula birostris existen en el mundo. Lo que sí está claro es que sus poblaciones están en declive. Se ha estimado que en algunas zonas la cantidad de manta rayas gigantes ha disminuido en un 80% en los últimos 75 años y que a nivel mundial la disminución poblacional representa más de un 30%. Sus principales amenazas son la pesca dirigida –con arpón– y la captura incidental en redes de pesca, ambas actividades que la han llevado a estar catalogada a nivel internacional como especie Vulnerable. Aunque también la disminución de los corales en el océano estaría afectándolas, al influir de manera directa en la reducción de las concentraciones de zooplancton, su principal fuente de alimento.
Las subpoblaciones de la especie no suelen superar los 1.000 individuos y, la más numerosa conocida, es aquella que comparten Ecuador y Perú. En el Parque Nacional Machalilla, en las inmediaciones de la isla de La Plata en Ecuador, se han contabilizado más de 1.200 ejemplares que llegan entre los meses de junio y septiembre para alimentarse principalmente de plancton, además de pequeños peces y crustáceos o visitar las zonas rocosas para que peces más pequeños las limpien de parásitos. En Perú, además, se cree que la zona de Tumbes –un lugar rico en biodiversidad donde pasan las manta rayas– sería también una potencial área de reproducción para estos gigantes del océano que pueden alcanzar un diámetro de hasta 9 metros de largo con sus aletas extendidas.
Una iniciativa local para salvar a la especie
Más de ocho años lleva ya trabajando la bióloga marina Kerstin Forsberg en la zona para asegurar la protección de la especie. A través de la ONG Planeta Océano –que fundó en 2009–, han comenzado a trabajar con la comunidad local a través de instancias de educación, concientización y capacitación con los pescadores –quienes hoy ya cuentan con una asociación de turismo en torno a la manta raya– y charlas en los colegios, con el fin de involucrarlos en la conservación de la especie y, a la vez, introducirla como parte de la cultura e identidad local.
“Los que nosotros buscamos como Planeta Océano es involucrar a las personas, a las comunidades a conservar su mar y las especies, y tenemos una colaboración muy profunda con los pescadores artesanales. Hemos trabajado con ellos y los pescadores han armado una asociación ecoturística enfocada en conservar a las manta rayas. Lo que queremos es que la manta sea un recurso que genere desarrollo sostenible para las comunidades, que cualquier persona que quiera ir y nadar con una manta raya gigante de Perú, pueda ir y salir en una embarcación con pescadores artesanales, tener su cebichito a bordo, nadar con las mantas y ayudar en la investigación”, dice Forsberg.
Y en efecto, hoy sus mayores aliados son los pescadores. Los mismos que si antes las cazaban hoy aseguran que las protegerán y que, de encontrarlas atrapadas en una de sus redes, preferirían liberarlas a matarlas para vender su carne. “Antes si alguna quedaba atrapada en las redes, la habríamos agarrado, enterrado un cuchillo y amarrado al bote para llevarla a la orilla”, cuenta Edgardo Cruz (50), pescador de caleta Tumbes. “Ahora ya no. Ahora usamos el cuchillo no para matarla, sino para liberarla para que se vaya nadando. Cortamos la red porque sabemos que será destruida por un animal tan grande. Pero lo haces sabiendo que este será el futuro de los pescadores”, asegura.
A fin de cuentas lo que han aprendido es que la especie vale mucho más viva que muerta. En el país vecino, Ecuador, donde la especie está protegida desde 2010, se generan dos millones de dólares anuales en turismo relacionado a la manta raya gigante.Un estudio realizado en las Maldivas estimó un ingreso promedio derivado del turismo de avistamiento de manta rayas, de 100 mil dólares por cada animal a lo largo de su vida (alrededor de 20 años). Y a nivel global se estima que esta actividad genera alrededor de $140 millones de dólares al año. Una cifra bastante mayor que los cerca de $150 dólares a las que se vendía una manta raya gigante completa en el comercio local.
En Tumbes ya han comenzado a salir los primeros paseos turísticos de avistamiento de manta rayas, y al parecer todo iría viento en popa. Un caso que no se encuentra muy lejos de lo que ocurre también en nuestro país, en caleta Chañaral de Aceituno, Región de Atacama, donde los pescadores han encontrado en el turismo sustentable de avistamiento de ballenas y otras especies marinas alrededor de la isla Chañaral, un ingreso estable sobre todo durante la temporada estival –cuando llegan los gigantes océanicos como ballenas azules, jorobadas o fin a alimentarse a estas costas–.