Llegar desde Santiago a Pelluhue no es solo un trayecto: es un viaje en el tiempo. Desde la salida sur de la capital, el camino omite la Región de O’Higgins, cruza Talca y desciende hasta San Javier. Desde ahí, la Ruta de los Conquistadores se adentra en el secano del valle de Cauquenes para finalmente atravesar la cordillera de la costa por el estrecho paso conocido como “El Corte”; para algunos, el lugar donde comienza el paraíso.

Al cruzar ese límite, todo cambia: el aire se espesa en brisa marina, los colores se saturan de verde. El clima se transforma como si se cruzara un umbral invisible. Aparece el olor del boldo, el poleo, la tierra viva. Los bosques que aún resisten florecen en verde profundo, compitiendo contra los pinos y eucaliptus de la industria forestal, entre campos abiertos y aromos encendidos por la primavera. Así recibe Pelluhue: con un golpe de naturaleza que te envuelve antes de llegar al mar, pero también con una polémica vigente que nos conduce hasta su caleta.

La ola de la caleta de Los Botes desde el mar: Foto: Dobleuve fotos

La caleta Los Botes, hoy vacía y sin operación, gozó por décadas de una activa prosperidad pesquera. Pero lleva a cuestas quince años de abandono: sus pescadores han debido trasladarse seis kilómetros al sur, a la caleta vecina de Curanipe. En paralelo, la comunidad del surf y del bodyboard, tanto local como nacional, ha convertido este lugar en un paraíso natural para las olas y el deporte.

Un rompeolas que divide un pueblo

Desde el año 2010, tras el gran terremoto que hundió parte de la costa del Maule, los pescadores artesanales de Pelluhue perdieron playa, espacio y seguridad para operar sus botes en la caleta Los Botes. Desde entonces, esperan una solución.

“Llevamos 14 años esperando”, dice Froilán Recabal, exdirigente nacional de la pesca artesanal y gestor de varios proyectos pesqueros locales, mientras observa con nostalgia, desde la terraza de su casa, la caleta inactiva que alguna vez fue su orgullo.

Para ellos, la respuesta es clara: un espigón, un rompeolas. “Necesitamos el rompeolas”, insiste Froilán. La idea no es solo técnica, es emocional, cultural y económica. “Si nos hacen el espigón, revive Pelluhue, revive el pueblo, los negocios, nosotros como comerciantes”, agrega Lorena Apablaza, vendedora de mariscos y madre en una familia de destacados buzos y pescadores, entre pregones, cholgas y recuerdos.

¿Qué es un espigón?

En simple, un rompeolas es una estructura de rocas que se extiende sesenta metros mar adentro apuntando al norte, desde la punta rocosa más externa de la caleta. Su objetivo es frenar la fuerza del oleaje, crear una poza de aguas tranquilas y permitir la entrada y salida segura de las embarcaciones. El proyecto contempla además dinamitar las piedras que obstaculicen esa operación, para reducir los riesgos de accidente a las tripulaciones.

Según fuentes del Ministerio de Obras Públicas, el costo estimado bordea los cuatro mil millones de pesos. Para los pescadores, es una inversión que promete acabar con años de incertidumbre. La obra descongestionaría la playa de Curanipe, hoy colapsada de botes, y beneficiaría a los 15 buzos, 27 armadores y 136 pescadores artesanales registrados en la caleta de Pelluhue, según cifras de SERNAPESCA. Pero no todos en la comunidad pelluhuana se sienten representados por ese beneficio.

Los pescadores artesanales, cuando aún había playa y lograban operar desde su caleta original. Foto: Radiotutuven.cl

En 2021, el Instagram de la Municipalidad anunciaba el proyecto del espigón con bombos y platillos. No imaginaron que sería el inicio de una fuerte marejada. La comunidad del surf y activistas medioambientales locales encendieron las redes sociales en señal de alerta, dejando claro su rechazo.

“Perderíamos un lugar único a nivel mundial. Al construirse este espigón se dañará el fondo de esta ola, lo cual sería su fin”, advierte Raimundo Quintana, referente local del bodyboard y también pescador artesanal. Para él, la oposición es una obligación con la comunidad del surf. “Este espigón es un capricho de los pescadores más antiguos de Pelluhue”, lanza. Según su visión, el funcionamiento de la caleta de Pelluhue es, por condiciones naturales, inviable: “El terreno no es apto. Está llena de rocas por ambos lados y solo tiene una pequeña playa de unos 10 metros”.

Santiago Pinedo, presidente del Club de Surf de Curanipe, también cuestiona la factibilidad del proyecto, pero desde otro ángulo, el impacto vial. “La salida y entrada de los camiones frigoríficos, en esa subida, no sale ni entra Dios. Es imposible, un camión de tres cuartos o un camión más grande no es capaz de salir cargado”, afirma. La caleta, según él, tiene una pendiente pronunciada que complicaría cualquier operación logística. “Yo tengo serias dudas de que vaya un sindicato a instalarse allá”, agrega con escepticismo. Para Pinedo, la solución está clara: quedarse en Curanipe. “Esta salida y esta entrada es mucho más fácil”. Raimundo Quintana, desde el otro lado de la orilla, refuerza la idea: “La solución siempre ha estado en la playa de Curanipe”.

Los surfistas, además, mantienen heridas abiertas en la caleta “Los Botes”. Tras la reconstrucción post terremoto, se construyó la ampliación de la explanada de la caleta en 2013, que alteró la formación de la ola de “La Gotera”, justo frente a la caleta. “Hicieron un proyecto para los pescadores que arruinó una ola de categoría mundial y fue un total fracaso”, recuerda Raimundo Quintana, aún con rabia. Aquella ola, considerada por algunos expertos como “el tubo más largo de Sudamérica”, nunca más volvió a su forma original. A la fecha, hay más de mil ochocientos millones de pesos invertidos, una ola perdida y una caleta que sigue sin funcionar.

Ante la presión de la comunidad del surf, en su momento, la Dirección de Obras Portuarias (DOP) reaccionó con algunas consultas ciudadanas que solo confirmaron lo evidente: el rechazo al proyecto. “La Cámara de Turismo y la comunidad del surf no estuvieron de acuerdo”, admite Armando Silva, ingeniero civil de la DOP y actual encargado del proyecto del espigón. A pesar de ello, la iniciativa sigue avanzando en sus etapas técnicas, como si el mar no hablara y la resistencia no existiera.

Durante años, el proyecto durmió en los archivos del Estado. La Dirección de Obras Portuarias lo dejó a un costado, sin avances, sin ruido. Pero hoy, el espigón vuelve a moverse entre planos, reuniones y presupuestos. Para los surfistas, la tormenta del rompeolas ha vuelto, y esta vez con más fuerza.

La caleta Los botes en marzo de 2025. Foto: Carlos Felipe Soto

Una caleta que necesita ayuda

El mar guarda en la memoria. La caleta de “Los Botes” en Pelluhue se recuerda próspera, como el centro económico y social del pueblo: botes de madera y remo, cajas repletas de peces, y un ir y venir que sostenía la vida local. “Acá siempre estaba lleno de gente”, recuerda Lorena, entre pregones y reinetas. “Pelluhue está muerto sin las embarcaciones”, dice, aludiendo a la época en que los bueyes sacaban los botes cargados de jaibas, congrios, merluzas, corvinas, cholgas, almejas y navajuelos, con las tripulaciones abordo con el pecho erguido en orgullo tras cada faena.

Hoy, la caleta original permanece vacía: una grúa oxidada, bodegas cerradas, oficinas inutilizadas. Una plataforma de ampliación, que nunca se usó, agrietada con socavones, resultado de la erosión del mar contra el muro de concreto. No hay botes, ni pescadores. Solo una imagen de San Pedro, solitaria, mirando al mar.

Froilán Recabal lo dice sin rodeos: “Si no hay espigón, no hay caleta”. Habla con la autoridad que le dan los años. Fue dirigente nacional de la pesca artesanal, concejal de Pelluhue y pescador desde que tenía edad para subirse a un bote. Para él, el espigón no solo es una necesidad: es una deuda histórica. “Hace 14 años que estamos esperando el espigón. Nos prometieron esto desde el primer gobierno de Piñera. Vinieron a medir, hicieron estudios de planimetría, dijeron que ya venía. Pero seguimos esperando”. Hoy, los pescadores de Pelluhue operan desde la playa principal de Curanipe, a seis kilómetros de su caleta original. Aunque pertenecen a la misma comuna, no es su lugar.

Claudio Vera, Alcalde de Mar y presidente del Sindicato N° 1 de Armadores de Curanipe, lo resume así: “Los chiquillos ya están cansados de viajar de Pelluhue a Curanipe. Son 15 años. La mayoría quiere volver. Aunque no digo que todos, pero si tienen la posibilidad de volver a su tierra, no la deberían dejar ir”. Para él, es un tema de arraigo.

Raimundo Quintana, local de Pelluhue, en la ola tubular de la caleta Los Botes

Una ola que no quiere desaparecer

En ese mismo lugar, una ola tubular potente en marejadas, sirve de escenario para los surfistas más avanzados y, a veces, de escuela para los más pequeños. Es un quiebre natural, una joya pelluhuana para el surf. Pero también es el epicentro de un conflicto que enfrenta a surfistas con pescadores. “Es una de las mejores olas de la zona”, sentencia con orgullo Raimundo, surfista de bodyboard y el N° 216109 en el registro de pescadores artesanales de SERNAPESCA.

Mike Stewart, el hawaiano, nueve veces campeón mundial y leyenda viva del bodyboard, ha estado en Pelluhue y ha surfeado en “Los Botes”. Lo dijo con sus propias palabras: “Nunca había surfeado una ola con mejores tubos”. Stewart, considerado uno de los fundadores de la disciplina a nivel mundial, advirtió que “hay muchas buenas olas en el mundo, pero cada una es única y valiosa”, junto al vapor de una cazuela, en el “mesón de Lulita” en Curanipe. Para él, proteger una ola no es solo resguardar un pedazo de mar: es cuidar una escuela de vida: “La comunidad debe alzar la voz y decir cómo quiere que sea su lugar. El gobierno debe planificar con ellos, no sobre ellos”.

Mike Stewart, en entrevista. Foto: Carlos Felipe Soto

Su visión, respaldada por décadas de respeto al mar, choca con la planificación del proyecto, que pone el desarrollo pesquero por sobre la protección del patrimonio deportivo. Ningún trazado técnico mide el valor simbólico y vital que tiene una ola para la comunidad que ha crecido en su orilla. “Son recursos muy importantes para la comunidad, y es necesario protegerlos. Si los pones en riesgo, también estás poniendo en riesgo la posibilidad de que las personas interactúen con ellos, y eso cambia la vida de muchos jóvenes”, concluye Stewart.

No es casualidad que Alan Muñoz, el mayor exponente del bodyboard chileno, diga que “los que más pierden son los niños”. Para él, no es sorpresa que cada vez que llega a la zona, donde más niños ve surfeando olas es en “Los Botes”: “Ahí es donde se alberga la mayor cantidad de niños emergentes”. Son, en su mayoría, hijos de pescadores y vecinos del sector.

El surf ha tomado fuerza en Chile, siendo considerado actualmente como deporte olímpico. Por su parte el bodyboard, cuenta con referentes chilenos de importancia a nivel mundial. Para ambos deportes, Pelluhue cuenta con condiciones privilegiadas para su práctica. Ante esto, Froilán, el histórico dirigente de la pesca artesanal, reconoce la preocupación de la comunidad del surf, pero le baja el perfil: “Estos son pueblos de caleta, que se crearon por la pesca. No son de paseo, ni de surf”. Y añade: “Nosotros estamos trabajando, no andamos divirtiéndonos. Para mí, hacer un deporte es andar divirtiéndose en la ola, jugando”.

Duao y Bucalemu, experiencias de éxito y fracaso

El ejemplo de Duao aparece como una luz para los pescadores. Damián Correa, pescador y surfista de esa localidad, lo confirma: “Acá el espigón fue bien hecho. No lo tiraron recto como en Bucalemu. Le dieron curva, quedó como una piscina. Ahora hay más seguridad, se puede pescar mejor y hasta se formaron nuevas olas para enseñar surf a los niños. Fue un acierto”. Pero a veces las experiencias son distintas y más complejas.

La experiencia de Duao, exitosa para algunos, convive un poco más al norte con otro ejemplo menos feliz: Bucalemu. Allí, el espigón construido costó más de seis mil millones de pesos y hoy es considerado un “elefante blanco” por la comunidad. “No se usa. Está mal hecho. Causó más daño que beneficio”, decían los vecinos en un reportaje de Chilevisión en 2021.

El caso se vuelve aún más trágico si se considera el impacto en la seguridad. Ese mismo año, dos pescadores desaparecieron tras volcar su bote a solo 100 metros de la playa. El accidente, ampliamente cubierto por la prensa, reavivó las críticas: según los habitantes, no era el primer incidente desde la construcción del muelle. “Esta obra se hizo para dar seguridad, pero ha sido todo lo contrario”, denunciaron. Hasta ese momento, al menos cinco accidentes similares habían ocurrido en el sector, todos atribuidos a alteraciones en el comportamiento del mar provocadas por el espigón mal diseñado.

En el contexto de la experiencia pelluhuana, Claudio Vera, como autoridad marítima de la caleta curanipeña, conoce como a veces las cosas funcionan y otras veces no: “Yo lo he dicho, de repente, se hacen muchas inversiones muy grandes y no resultan”, poniendo la conversación sobre las fallidas obras de la caleta de Pelluhue, las cuales no han solucionado los problemas de los pescadores locales, a pesar de los mil ochocientos millones invertidos a la fecha.

¿Un espigón debería tener un estudio de impacto ambiental?

En un pueblo donde cada roca tiene memoria y cada ola cuenta una historia, el espigón proyectado en la caleta de Pelluhue no solo traza una línea entre pescadores y surfistas, también abre la temática jurídica que, según expertos, no debiera pasar inadvertida. Para la Dirección de Obras Portuarias, la obra “no necesitaría pasar” por el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental para evaluar el espigón.

Según el ingeniero de la DOP a cargo del proyecto, Armando Silva, por tratarse de una Zona de Interés Turístico (ZOIT), bastaría con someter el proyecto a la evaluación de la Subsecretaría de Turismo Regional. La ola no tiene peso en la evaluación del proyecto. “Si bien se afectaría la ola, la caleta tiene más de 50 años y el desarrollo de la caleta va de la mano con el desarrollo económico-social”, señala Silva.

Pero para Marcos Emilfork, abogado de la ONG FIMA, dedicada a asesorías legales medioambientales, el análisis no es tan simple. “Un espigón no está expresamente mencionado en el artículo 10 de la Ley 19.300”, reconoce refiriéndose a la Ley de Medioambiente.

Sin embargo, el artículo 11, letra e, señala que cualquier proyecto que cause “una alteración significativa del valor paisajístico o turístico de una zona” podría requerir evaluación ambiental. “Si un proyecto se emplaza en una zona de interés turístico y puede afectar el motivo por el cual fue declarada como tal, sí cabe la posibilidad de que deba ingresar al sistema de evaluación de impacto ambiental”, advierte Emilfork.

Cabe mencionar que Pelluhue fue declarada zona de interés turístico en 2022, y que en su informe destaca “los deportes de aventura, principalmente el surf, como principal atractivo turístico” de la comuna.

Simulación del proyecto del espigón (o rompeolas) en la caleta de Los Botes, generada por IA

El proyecto sigue avanzando

El espigón ha ido avanzando en silencio. Sin publicaciones en Instagram, sin noticias en los
medios. Incluso desde la Dirección de Obras Portuarias prefieren la discreción. Declararon el proyecto como “secreto”, para evitar que se generen ventajas entre los futuros licitantes e informaron que actualmente “se encuentra en proceso de revisión y aprobación por parte del Ministerio de Desarrollo Social, para la obtención de recomendación favorable, quedando a disposición de comentarios”.

Respecto de la participación ciudadana, estas estaban contempladas inicialmente para el mes de marzo, pero no se realizaron. Según nos comentó Armando Silva, desde la DOP, “están consideradas para fines de mayo”. Finalmente, la comunidad fue citada a través de un concejal para el 8 de julio.

Para Claudio Vera, líder de uno de los sindicatos de pesca artesanal, el proyecto ya tiene un alto grado de avance: “El proyecto está avanzado en un 70%”, asegura. Otras autoridades consultadas han optado por no responder a las solicitudes de entrevista para este reportaje. Tal vez, el silencio es más conveniente que tomar posición en una polémica. La alcaldesa de Pelluhue, María Luz Reyes, caminando rápido por los fríos pasillos del municipio, eludió el tema: “No hablo, porque si el proyecto resulta es culpa mía, y si no resulta, también es culpa mía”. Sabe que no puede tomar partido. Lo mismo ha ocurrido con los parlamentarios de la zona, quienes también han evitado pronunciarse.

¿Qué es más importante?

Pelluhue hoy tiene una frontera. Una espumosa, salada y delgada línea entre lo que fue y lo
que está por ser
. Entre la pesca artesanal heredada por generaciones, y el surf y bodyboard,
que llegaron a la zona mostrando nuevas alternativas de desarrollo económico, turístico y
social desde hace aproximadamente 30 años.

Hoy existe un debate entre la necesidad imperante de mejorar las condiciones de infraestructura portuaria para la pesca artesanal, y las olas que, en cada marejada, siguen rompiendo con una precisión envidiable para cualquier ciudad costera del mundo.

La línea también es política. Una línea que separa la toma de decisiones a nivel central de las decisiones locales; que dibuja una obra portuaria en un plano sin consultar a quienes pisan la arena; que reserva información técnica para proteger licitaciones, pero que no considera evaluar si daña o no una ola, que en algunos casos se convierte en sustento y escape a los destinos oscuros que aterran a la juventud. La línea del espigón no solo divide agua: divide voluntades, memorias, sueños, trabajo y sustento.

Romper una ola es también un análisis moral. ¿Quién tiene derecho a decidir sobre la costa? ¿Cuándo una necesidad colectiva se vuelve más legítima que otra? ¿Cuánto pesa una ola frente a la actividad pesquera?

La ola de la caleta de Los Botes no figura en ningún plan regulador. No tiene ficha técnica. No tiene nombre. Pero tiene historia. Tiene cuerpo. Tiene comunidad. Tiene vida. Y por eso, también tiene derecho a existir.

Los pescadores, por su parte, no están inventando una urgencia. Su caleta quedó inoperativa por el terremoto. Migraron a una playa saturada. Viven entre tractores, marejadas y promesas. Y después de 14 años de espera, tienen razones para estar cansados.

¿Entonces? Entonces, quizás, es hora de planificar en serio. De incluir la voz de todos. De pensar el desarrollo no solo como cemento y piedra, sino como convivencia entre los distintos actores locales. De entender que una ola también es un recurso natural, y que la pesca necesita algo más que una solución en año de elecciones.

Pelluhue está en una encrucijada. No solo técnica. No solo económica. Una encrucijada cultural, histórica, social, medioambiental y deportiva. Es la oportunidad de decidir cómo crecer sin borrar lo que ya existe.

Hay tiempo, pero no mucho. Porque el espigón aún no se construye, pero la fractura ya está hecha. Y la línea entre ambos mundos, el del rompeolas y el de las olas, ya partió el mar.

Sobre el autor del reportaje: 

Carlos Felipe Soto, es relacionador público, periodista, gestor deportivo y dirigente local del surf y bodyboard; con más de 10 años de experiencia en el deporte profesional, fue pionero en Pelluhue fundando los primeros eventos de bodyboard nacionales en la zona, para visibilizarla y desarrollar desde el turismo, el deporte y el desarrollo social.

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