Las pasadas condiciones climáticas en la zona central, donde acabamos de vivir la mayor nevazón de los últimos 46 años en Santiago, nos devuelven un poco la ilusión de restablecer el contacto con la cordillera, el hielo y la nieve. En realidad siempre hemos tenido ese contacto, pero como habitantes de un país con cordillera, hemos sido flojos en movernos porque la sentimos tan lejos; encontramos razón en los pocos accesos, en lo caro que es aproximarse, en el no tener el equipo adecuado, en no saber lo suficiente, y peor aún, en la excusa de que el frío no es lo nuestro. La discusión de si la nieve es un privilegio de ricos (y un sufrimiento para pobres en zonas que quedan aisladas), es un fiel reflejo de esta desconexión que nos deshabilita nuestra capacidad de ser mujeres y hombres de invierno.

©Nicolás Smith
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Y si es que hemos mirado a la cordillera, lo hemos hecho con mucho sesgo y resguardo. Nuestra aproximación, en muchas ocasiones, es a través de los 14 centros de ski del país repartidos en 7 regiones pero concentrados principalmente en la región Metropolitana. Si pensamos que entre norte y sur sumamos 2.000 km de cordillera nevada con innumerables valles transversales –que son verdaderas puertas a la cordillera– podemos empezar a vislumbrar la variedad de alternativas que la nieve y el hielo nos ofrecen para restablecer el diálogo. Este artículo habla de las oportunidades, y también de las debilidades, de una de esas formas de reconexión.

Ski randoné

©Nicolás Smith
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El ski randoné o esquí de travesía debe ser la forma más accesible, menos invasiva, de menos dificultad técnica y más silenciosa posible de recuperar esa relación con la cordillera. Este tipo de esquí incluye el esquí nórdico, telemark y esquí alpino –el más común– en que la idea detrás de todo, es que por medio de nuestros propios pies y brazos podamos impulsar los esquís arriba de la montaña, usando pieles que se adhieren a la base de los esquís y fijaciones que dejan los talones sueltos para “patinar” sobre la nieve. Luego podemos deslizarnos felizmente hacia abajo y así volver a empezar.

La proporción de entusiastas del esquí de travesía varía entre los que lo usan para acceder a locaciones remotas como picos de montaña y los que toman más en serio la parte de travesía. Y es ésta la forma en donde más rescatamos a la hora de ver los potenciales de reconexión con la nieve.

©Nicolás Smith
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La Araucanía, como ejemplo, es una joya para este tipo de actividades por 5 simples razones: (1) La regularidad de nieve durante el invierno desde mayo hasta comienzos de octubre permite tener muchas oportunidades repartidas durante el año para disfrutar; (2) la isoterma 0 es consistentemente más baja que en la zona central, lo que se traduce en tener nieve debajo el límite arbóreo. Esto se traduce en increíbles rutas que podemos recorrer entre bosques de araucarias, ñirres, lengas y coihues bajo nieve; (3) regularmente la capa de nieve mide hasta 2 metros de altura, cubriendo el sotobosque de coligües, quilas y otros arbustos lo que permite adentrarnos a lugares que durante el verano serían inaccesibles sin un machete; (4) las pendientes no son tan pronunciadas lo que facilita desplazarse para quien se inicie en esta forma de transporte; (5) los caminos vehiculares en la zona son particularmente buenos y rara vez se cierran, habilitándonos el poder llegar en transporte público e interurbano a las mismas zonas nevadas por donde recorrer.

©Nicolás Smith
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A pesar de todas esas condiciones, la zona está subdesarrollada para sacarle el mayor provecho a nuestra recién reinstaurada reconexión con la cordillera y hay dos grandes oportunidades que podrían mejorarse enormemente: nuestro conocimiento sobre el equipamiento y potenciar la infraestructura.

Cualquier equipo de esquí es una batalla técnica y presupuestaria cuando decidimos qué hacer durante el invierno. Si a eso le agregamos los costos de las herramientas de seguridad como Arvas o mochilas especiales, hacen que el esquí de travesía siga siendo una actividad cara. Sin embargo, y como toda actividad, cuando empezamos sólo necesitamos de lo más básico para cumplir nuestro sueño de ser independientes en la cordillera.

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Personalmente el equipo básico de esquís, botas y bastones, por más rústicos que sean, funcionan. Y funcionan mejor aún si consideramos que hay sólo un costo inicial que equivale a unos 3 o 4 tickets de día en cualquier centro de esquí. De ahí en adelante somos libres y afortunados. De la misma forma los grupos que ofrecen ayuda, equipos y accesorios a precios reducidos abundan en internet (recomiendo visitar Rando-Split Touring).

Colectivamente, muchas veces hemos desaprovechado el hacer del equí un proyecto más accesible para todos. Siguiendo con nuestro ejemplo de la Araucanía, hasta hace unos años, la escuela básica Ramón Ramirez Hernandez de Malalcahuello tenía una rama de ski que fue fragmentada y desmantelada por razones ajenas a lo económico. Las políticas que podrían integrar al esquí de travesía a la malla curricular, y de paso conocimientos de montaña, trabajo en equipo, seguridad, primeros auxilios y como recreación, todavía nos eluden o no llegan a materializarse.

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Por otro lado, la falta de conocimiento de rutas y de una infraestructura asociada a las travesías es un patógeno común que paliamos con ensayo y error, interpretaciones de GPS y muchos caminos sin salida. Todavía falta trabajar mucho en la coordinación con estados de rutas, reportes meteorológicos y lugares imprescindibles para ver y para reconfortarse con un chocolate caliente después de un día de travesía. Felizmente páginas como Andeshandbook y wikiexplora son una guía increíble en nuestro desconocimiento y una forma de servicio de información colaborativo cuando buscamos la mejor ruta que nos lleve a reencontrarnos y reinventar la relación que tenemos con la nieve, el hielo y nuestra cordillera.

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