Vida en la ruka. Territorio ancestral pewenche. ©Felipe Zanotti
Vida en la ruka. Territorio ancestral pewenche. ©Felipe Zanotti

Norman Myers argumentó que «reservar un parque en el mundo superpoblado de principios del siglo XXI es como construir un castillo de arena en la orilla del mar en un momento en que la marea está llegando más profunda, más fuerte y rápido que nunca». En otras palabras, las áreas protegidas se están aislando unas de otras y son vulnerables a los impactos humanos, mientras que se necesita un enfoque menos fragmentado para la conservación de la naturaleza.

El enfoque integrador comenzó con la protección de la fauna, la cual es dinámica y no puede identificarse cuando abandona el área protegida. Esto derivó en la idea de “corredores biológicos” para conectar las áreas protegidas, permitiendo el tránsito de la vida silvestre que albergan. Aun así, el enfoque biocéntrico de la conservación abre la siguiente interrogante: ¿es realmente efectivo generar “ghettos” de la naturaleza para conservación – entendiéndose como espacios naturales reducidos a una delimitación geográfica arbitraria -, sin considerar su implicancia en complejos ecosistemas y en las comunidades aledañas? 

Ha sido ampliamente documentado que las comunidades humanas, que han convivido con procesos geológicos tan notorios como los sismos, erupciones volcánicas o procesos de remoción en masa, han generado tal grado de apego y entendimiento con su entorno, que ha sido plasmado en sus diversas cosmovisiones ancestrales.

En el caso de la zona centro-sur de Chile, la marcada presencia del pueblo Mapuche, nos recuerda que anterior a los primeros esfuerzos por valorar el patrimonio geológico, nuestros pueblos originarios ya tenían una relación de comprensión y protección de los procesos de equilibro que ocurrían en su entorno, a través de diversas representaciones o conceptos. Por ejemplo, relatos como el mito de la pugna entre Trentren y Kaikai vilu, que representan dos culebras y/o serpientes que se enfrentan cada cierto tiempo, explicando los terremotos y sus consecuentes tsunamis. También estos seres o ngen de la mitología mapuche, explicaban los lahares, los desbordes de lagos y ríos, los tsunamis lacustres, las trombas marinas y los tornados. 

Tren tren y Cai cai vilu. @Choqueafecha
Tren tren y Cai cai vilu. @Choqueafecha

Esta relación geológico-cultural quedó plasmada recientemente tras el terremoto de 1960, donde el pueblo mapuche realizó el sacrificio del niño de 5 años José Painecur, para aplacar la ira de Kaikai y Mankián. Otros conceptos asociados a la naturaleza son el Itrofil Mogen (totalidad sin exclusión), los Ngen (espíritus habitantes y protectores de la naturaleza) o representaciones de espacios ecológicos como los Trayenkos (Cascadas), Menokos (Humedales) o Lewfus (Ríos).

Desde el punto de vista de la conservación, el Itrofil Mogen es un concepto interesante de estudiar. En el idioma castellano, se puede traducir “itro” como “composición de muchas vidas que comparten simultáneamente el mismo espacio”, que se podría traducir como multiversidad. “Fill” por su parte, quiere decir que todos tienen vida propia, pero que interactúan entre sí y son interdependientes, se podría traducir como pluriversidad. Por tanto, son millones de pequeñísimas vidas manteniendo toda la vida, que en suma es una sola gran vida.

Jorge Weke, werken mapuche, explica que nuestros cuerpos físicos se componen por muchas vidas y la misma ciencia occidental así lo confirma; somos como verdaderos cúmulos de bacterias, cada una de ellas en función de las otras, que nos permiten sentir, pensar, hacer y mantener la pervivencia del Ser. Por tanto, Itrofill Mogen abarca el ciclo de transformación de la vida. A diferencia de otros tecnicismos que buscan proteger un elemento en particular, este pone énfasis en las relaciones que se producen con y entre el todo, aspecto esencial si dentro de las disciplinas científicas, queremos generar iniciativas de conservación que tengan un impacto efectivo en nuestra sociedad. 

Este conocimiento ancestral mapuche, transmitido oralmente en su idioma —el mapudungun—, sobre conocimientos que hoy podríamos clasificar dentro de la ecología, nos demuestra la profunda comprensión que desarrollaron de los procesos naturales y su interdependencia. La presencia de estos seres —o ngen— en la oralidad mapuche demuestra que, para ellos la naturaleza no es un agregado de recursos bajo potestad del ser humano; al contrario, sociedad y naturaleza portan espíritu y conforman un todo relacional.

Sin embargo, en el conocimiento científico occidental también han existido corrientes de pensadores que han entendido la tierra como una fuerza interdependiente y autoregulada. Desde poetas como William Wordsworth o Johann von Goethe, filósofos como Immanuel Kant o naturalistas como Alexander von Humboldt, James Lovelock o Charles Darwin, entre otros, han generado una comprensión del mundo a partir de la contemplación de la naturaleza y la relación y complementación de conceptos de distintas disciplinas.

Esto también los llevó a comprender el impacto que generaban las relaciones coloniales con la Tierra. El naturalista Alexander von Humboldt denunció la degradación de los suelos y el agua del lago Valencia en Venezuela, producto de las plantaciones coloniales del siglo XVIII y fue el primero en hablar del cambio climático producido por los humanos. Advirtió que los seres humanos estaban interfiriendo en el clima y eso podía tener unas “consecuencias imprevisibles para las futuras generaciones” (Wulf, 2016).

O el caso del naturalista polaco Ignacio Domeyko, quien recorrió el sur del Biobío el año 1946 con científicos donde escribió “nada de bárbaro y salvaje tiene en su aspecto aquel país: casas bien hechas y espaciosas, gente trabajadora, campos extensos y bien cultivados, ganado gordo y buenos caballos, testimonios todos de prosperidad y paz” refiriéndose al bienestar y opulencia natural de las sociedades mapuches. Desde el mundo científico y también desde los saberes ancestrales, existe el fundamento que respalda la idea de la naturaleza como un todo interregulado e interdependiente. 

Geoturismo, una herramienta de educación para la conservación ©Paulo-Urrutia
Geoturismo, una herramienta de educación para la conservación ©Paulo Urrutia

Conservar, así como extraer, ha seguido lógicas de apropiación de la naturaleza, ajenas de lo político y relaciones de poder que sustenta la ecología. Una forma de hacer conservación inspirada en los saberes ancestrales no sólo debe aspirar a la sustentabilidad ambiental, sino que a la soberanía y autonomía —energética, alimenticia, salud, educativa y otras— de los pueblos habitantes de esos territorios. El desafío es generar estrategias y políticas de conservación que consideren la interdependencia entre los ecosistemas y su vínculo con las comunidades.

Por ejemplo, la protección de un sistema humedales es problemático, si los ríos que fluyen hacia ellos están contaminados. Toda la zona de captación del río debe gestionarse de manera sostenible para proteger el sistema humedales a largo plazo. Algo similar ocurre con la protección de ciertos objetos de conservación como la fauna silvestre, si no somos capaces de garantizar las condiciones en que habitan estos seres.

Para ello, los Geoparques surgen como un gran aliado para la conservación, porque incluyen dentro de sus límites poblados que les dan vida —en contraposición a los parques nacionales—. Son territorios vivos donde los distintos actores de un territorio trabajan en conjunto para construir una forma más sostenible de relacionarse con la naturaleza, usando el Geoparque como una figura de gestión territorial que establece los lineamientos para ello.

Por primera vez, en las figuras de conservación se pone énfasis en el valor del mundo abiótico inerte —pero lleno de vida para otras cosmovisiones— como elementos constitutivos primordiales de un ecosistema sano a través de la geoconservación. Y siguiendo esta línea, el mundo académico vinculado con las Ciencias de la Tierra, ha comenzado a poner especial interés en los diversos servicios ecosistémicos que nos entrega la diversidad de ambientes geológicos; denominada geodiversidad.

Los objetivos y métodos que se utilizan para conservar la geodiversidad de un territorio varían según los elementos considerados. Por ejemplo, los sitios de interés geológico o lugares con fósiles pueden ser protegidos por una legislación, pero un ecosistema fluvial o vegas altoandinas requieren una visión más amplia a través del desarrollo de políticas públicas y estrategias asociativas de gestión. Demasiados organismos y políticas de conservación de la naturaleza tienen una perspectiva biocéntrica, y es labor de los geocientíficos —conocedores de la disciplina— promover la igualdad de tratamiento para la bio y la geodiversidad. 

Actividad eruptiva volcán Chillán ©Paulo Urrutia
Actividad eruptiva volcán Chillán ©Paulo Urrutia
Educación al aire libre para niños. ©Paulo Urrutia
Educación al aire libre para niños. ©Paulo Urrutia

Murray Gray sostiene que la educación también se aplica a todos los elementos de conservación de la geodiversidad, y es especialmente relevante, porque se ha argumentado que la mayor amenaza para la geodiversidad es la ignorancia. Los pueblos originarios han desarrollado esta comprensión ecológica con la naturaleza debido al tiempo que pasan en ella habitándola y contemplándola.

En este sentido, el turismo de naturaleza permite acercar de manera guiada y responsable a las personas a un mundo desconocido para muchos. En el caso del turismo geológico —o geoturismo—, no se trata solamente de acercar a las personas al mundo de la geología. Es una potente herramienta de cambio capaz de generar conciencia y sensibilizar a los visitantes, a través de actividades al aire libre, sobre la manera en que la sociedad se relaciona con el medio natural y comunidades que lo habitan. Éste proporciona una vital herramienta para el desarrollo e identidad local, ya que generalmente es en el medio rural donde suele encontrarse el patrimonio natural. De esta manera, guías, instituciones y el sentido público de hacer empresa, toman especial relevancia como agentes de cambio a la hora de hacer conservación. 

Habitante de Neltume. Documental Río Sagrado. ©Carlos Lastra Barros
Habitante de Neltume. Documental Río Sagrado. ©Carlos Lastra Barros

Referencias:

Myers, N., 2002, Biodiversidad y biodepleción: Un cambio de paradigma, en O’Riordan, T., y Stoll-Kleemann, S., eds., Biodiversidad y comunidades humanas: protección. Más allá de lo protegido: Cambridge University Press, Cambridge, pág. 46-60.

Gray, M., 2004, Geodiversidad: Valoración y conservación de la naturaleza abiótica. Wiley Chichester, 434 p. 

Wulf, A., 2016. La invención de la naturaleza: el nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Taurus. 

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