Mazorca de cacao recién cosechada. Los granos de cacao están envueltos en una pulpa blanca. Crédito: © Mark Gerrits
Mazorca de cacao recién cosechada. Los granos de cacao están envueltos en una pulpa blanca. Crédito: © Mark Gerrits

Que el chocolate proviene del cacao, ya todos lo sabemos, sin embargo, su origen, producción y las historias tejidas tras él, son aspectos desconocidos para la mayoría de nosotros, sobre todo para quienes vivimos en países no cacaoteros.  Producir cacao puede tener un costo social y ambiental importante, o generar beneficios insospechados para las comunidades y el medio ambiente; todo dependerá, al final de cuentas, de la visión y decisiones de sus productores, y —muy importante— del tipo de demanda que generen los consumidores finales de chocolate.

En el corazón de la selva amazónica de Perú existe una pequeña localidad que ha logrado abrirse camino en el mundo a través de sus granos de cacao de excelencia, obtenidos gracias a la convicción y esfuerzo de una comunidad que ha optado por aplicar principios de sustentabilidad socioambiental a lo largo de toda la cadena de producción, partiendo por la decisión de rescatar su cacao nativo versus la tentación de cultivar especies introducidas de rápido crecimiento y menor calidad. Hablamos de San Martín de Pangoa y de las familias que han hecho del cultivo de cacao y también del café, su forma y sustento de vida.

Don Simón y la señora Victoria, productores de cacao socios de la Cooperativa de Pangoa. Crédito: © Mark Gerrits
Don Simón y la señora Victoria, productores de cacao socios de la Cooperativa de Pangoa. Crédito: © Mark Gerrits

Pangoa

En plena selva central de Perú, justo al este de la cordillera de los Andes, en la Región de Junín y dentro de la Provincia de Satipo, está el distrito de Pangoa. Envuelto por el calor tropical de la selva amazónica peruana —una de las más biodiversas del planeta entero— los 6.197 km² que conforman su territorio destacan por el verdor abundante, vigoroso y diverso de sus bosques, entre medio de los cuales aparecen estoicos los árboles de cacao nativo, originarios de este lugar.

En Pangoa viven 36 comunidades nativas cuyos ancestros (sus primeros habitantes se remontan a 3.000 años de antigüedad) vivían en forma colectiva y en armonía con su territorio, su bosque tropical y su flora y fauna, conforme a la cosmovisión que los guiaba y que mantienen vigente hasta el día de hoy. El resto de sus habitantes son inmigrantes de otras partes de Perú, o lo fueron las generaciones anteriores, y entre todos han formado una comunidad organizada y unida en torno a la protección del bosque, al desarrollo agrícola sustentable y a su propio desarrollo social. Ello, sin estar exentos de una historia de quiebres sociales y crisis económicas severas, ni ajenos a factores que amenazan la conservación de su biodiversidad y, en consecuencia, su propia cultura, identidad y calidad de vida. La combinación virtuosa de su tierra y su gente, sin embargo, ha llevado a Pangoa a formar parte de las ligas mundiales del cacao y café premium, resultado de la perseverancia y convicción de sus agricultores.

Unidos bajo la gestión de la Cooperativa Agraria Cafetalera de Pangoa LTDA o CAC Pangoa (al momento de su creación los agricultores solo cultivaban café, de ahí su nombre) los productores de cacao han desarrollado —e implementado— una visión particular de la agricultura que les ha permitido, en la mayoría de los casos, tomar decisiones alineadas con la conservación de la biodiversidad local y el fortalecimiento de las funciones ambientales de los ecosistemas. Tal ha sido la decisión de trabajar con cacao nativo fino de aroma de Pangoa, y de cultivarlo en sistemas agroforestales, orgánicos y, en algunos casos, biodinámicos. Esto, que pudiese parecer una decisión simple, en realidad ha significado a los agricultores resistir a la tentación de cultivar otra variedad introducida de cacao que ha sido fuertemente promovida y subsidiada por el Gobierno peruano, dado su rápido crecimiento, alta productividad y resistencia a las enfermedades. Nos referimos al famoso cacao CCN 51, variedad creada en los años 60 en Ecuador, de calidad muy inferior al cacao nativo y cuya proliferación pone en riesgo la variedad genética del cacao de localidades aisladas de Perú, como Pangoa.  Cuando se introdujo el CCN 51 en el país, se hizo como una solución a corto plazo para asegurar la supervivencia de la industria del cacao, pero el corto plazo se alargó y hoy su omnipresencia responde a un sistema de mercado que demanda una alta productividad, grandes volúmenes y precios bajos, en lugar de concentrarse en el sabor.

En las paredes exteriores de las casas de cada miembro de la Cooperativa de Pangoa, se aprecian estas palabras. Crédito: © Mark Gerrits
En las paredes exteriores de las casas de cada miembro de la Cooperativa de Pangoa, se aprecian estas palabras. Crédito: © Mark Gerrits

Similar tentación ha sido la producción de piña: sus monocultivos se han expandido rápidamente en terrenos de la selva peruana, provocando la deforestación de grandes superficies y el uso de altas cantidades de agroquímicos que terminan destruyendo el suelo, dejándolo inservible para otros cultivos. El valor comercial en el corto plazo, sin embargo, es atractivo y ya en varias fincas de Pangoa se aprecian cientos de hectáreas de este monocultivo.

Afortunadamente los socios de la Cooperativa Pangoa están conscientes de la calidad suprema de su cacao y de su valor identitario y ambiental, y a través de esta organización no sólo han encontrado la forma de mostrarlo y venderlo al mundo, si no que han fortalecido las habilidades de manejo de sus tierras y cultivos, a la vez que han podido optar a nuevas oportunidades de educación, desarrollo y, en general, a mejorar su calidad de vida. “La cooperación y solidaridad frente a la necesidad colectiva de nuestros miembros y comunidad en general, es el principio fundamental que nos mueve”, señala al respecto Esperanza Dionisio, ingeniero Agrónomo y Gerenta de la Cooperativa de Pangoa desde 1997. Por cierto, es la primera mujer en ser gerente de una cooperativa en Perú. “Nuestro objetivo es fortalecernos como organización, a fin de mejorar nuestros ingresos económicos, elevar el estándar de vida de cada uno de nuestros integrantes e impulsar el desarrollo cooperativo”, agrega.

Efectivamente, además de proveer equipamiento y capacitación técnica a sus socios y socias, la CAC Pangoa destina fondos al mejoramiento social y ambiental en distintas dimensiones: paga un incentivo para cubrir los costos de producción y motivar la conservación de los bosques; y cuenta con varios fondos rotatorios a los que socios y socias pueden acceder para mejorar sus condiciones de vida, incluido el mejoramiento de las viviendas y la educación de sus hijos. Y más allá de todo ello, para muchos miembros de la comunidad la Cooperativa de Pangoa ha sido prácticamente una familia, sobre todo para aquellos que, en décadas anteriores —siendo niños o jóvenes— perdieron a sus familiares directos en violentos ataques de la organización terrorista Sendero Luminoso que golpeó lo que, hasta fines de los años 86, habían sido zonas rurales pacíficas y aisladas de Perú.

Comunidad nativa de Pangoa, socia de la Cooperativa Agraria. Crédito: © Mark Gerrits
Comunidad nativa de Pangoa, socia de la Cooperativa Agraria. Crédito: © Mark Gerrits

La Cooperativa de Pangoa fue fundada el año 1977 por 50 agricultores caficultores de Pangoa, que pertenecían a la Cooperativa Satipo, creció a casi 1.700 miembros en su apogeo (a principios de la década de 1980), pero luego muchos de ellos huyeron a las ciudades, atormentados por el movimiento terrorista. Desde entonces han recuperado la membresía y actualmente es una organización vigorosa y pujante que cuenta con 659 miembros, hombres y mujeres.  Si bien se formó en torno a la necesidad de comercializar el café, en el año 2001 la Cooperativa Pangoa comenzó a promover el cultivo de cacao nativo atendiendo a la demanda mundial del mercado del chocolate y al tesoro que tenía Pangoa dentro de su bosque nativo.

Esperanza Dionsio asumió la responsabilidad de liderar la Cooperativa cuando la organización vivía una profunda crisis económica, y poco a poco logró darle un vuelco posicionando al café -que en ese entonces era el único grano que se producía- en el mercado mundial del café sostenible. Por esos años Dionisio creó, también, el Comité de Mujeres de la Cooperativa de Pangoa (CODEMU) para promover el liderazgo, el empoderamiento y la capacitación de las mujeres que trabajan en el café. Y lo logró. Con el trabajo del CODEMU las mujeres de la Cooperativa Pangoa han podido acceder a espacios de toma de decisiones que antes estaban negados para ellas. Ahora son dirigentes y ocupan cargos en distintas instancias del gobierno organizacional. “Al inicio capacitamos a las mujeres en temas de autoestima. En esa época había mucho alcoholismo, los esposos las maltrataban. A ellas les decíamos que tienen que quererse primero y hacerse respetar”, relata Dionisio. “Luego las capacitaciones derivaron a temas productivos, gestión de empresas, equidad de género y liderazgo, y se sumó un fondo rotatorio de microcréditos para que las mujeres mejoren su producción de café, sus viviendas, y diversifiquen sus ingresos a través de la crianza de animales menores y biohuertos. Para muchas, eso significó un cambio de vida”, comenta Enma Pérez, vicepresidenta del CODEMU. Hoy el comité es una parte integral de la cooperativa, y la fortalece formando nuevos líderes y miembros con una nueva visión de desarrollo que incluye y aprecia la voz femenina.

Esperanza Dionisio, Gerenta de la Cooperativa Agraria de Pangoa. Crédito: © Mark Gerrits.
Esperanza Dionisio, Gerenta de la Cooperativa Agraria de Pangoa. Crédito: © Mark Gerrits.

Los programas de desarrollo social y todo el esfuerzo puesto en el mejoramiento de la calidad de vida de la comunidad, llevó a la Cooperativa de Pangoa a obtener la certificación de comercio justo -o fairtrade- el año 2001, en tanto que el 2002 obtuvieron su primera certificación orgánica para la producción de café, convirtiéndose en un motor de desarrollo sostenible del Distrito de Pangoa y de la Provincia Satipo.

Volvamos al cacao. Fue en el año 2001 que la comunidad de agricultores de Pangoa decidió diversificar su producción y cultivar cacao en los terrenos bajos de sus fincas. No cualquier cacao, y no de cualquier forma. Gracias al desarrollo del movimiento del chocolate Bean to Bar o del grano a la barra, la demanda de cacao comenzó a cambiar: la calidad de los granos, la complejidad y diversidad de sus sabores, empezó a ser más importante que la cantidad producida; y las implicancias sociales y ambientales tras su cultivo, comenzaron a ser factores claves para los chocolateros al momento de elegir el cacao. En ese escenario, Pangoa se ha lucido dentro del mercado. “Los productores de chocolate que valoran el cacao de calidad y pagan un precio ético por él, son tremendamente importantes para que las comunidades de productores quieran seguir mejorando su cacao y conservando los bosques de sus fincas”, señala Esperanza. “Nosotros queremos hacer las cosas bien en lo ambiental y social para seguir entregando un producto de primera calidad. Pero sin chocolateros que valoren esa forma de trabajar, nuestro cacao no tendría salida y los productores tendrían que dedicarse a otra cosa” agrega.  Sin ir más lejos, por una tonelada de cacao nativo de Pangoa cuesta USD 5.000, mientras que una tonelada de cacao convencional se ofrece en el mercado a USD 2.500 en promedio.

Productor de cacao cosechando en su finca. Crédito: © Mark Gerrits.
Productor de cacao cosechando en su finca. Crédito: © Mark Gerrits.

En Pangoa se trabaja preferentemente con cacao fino de aroma nativo de Pangoa y se promueve su producción en sistemas agroforestales, es decir, sistemas que combinan cultivos frutales y especies forestales en un mismo lugar y tiempo, de tal forma de imitar las asociaciones de bosque natural primario del cual el cacao es parte. Esto proporciona un entorno ambiental equilibrado para el desarrollo del cacao, a la vez que sirve de sustento a la biodiversidad local y ayuda a reducir la degradación de los bosques locales. Como es de suponer, los cultivos biodiversos como estos son, además, más resilientes al cambio climático, contrario a lo que sería el monocultivo del cacao. Los cultivos agroforestales, por otro lado, permiten a los agricultores diversificar sus fuentes de ingresos al vender la madera de las especies forestales, proveyéndoles mayor sostenibilidad financiera. “El socio crece, nosotros crecemos y también brindamos un buen producto al cliente final”, dice Miguel Quispe, gerente operativo de la CAC Pangoa, recordándonos que el sueño de esta Cooperativa es asegurar ingresos y seguridad alimentaria para 200 familias socias productoras de cacao. Actualmente la CAC Pangoa maneja 780 hectáreas de cacao resilientes al cambio climático, y más de 25.000 árboles nativos maderables de alto valor.

Mazorcas de cacao recién cosechadas. Créditos: © Mark Gerrits.
Mazorcas de cacao recién cosechadas. Créditos: © Mark Gerrits.

En las fincas de Pangoa el cacao coexiste con capirona, tornillo, mohena anis, caoba, lagarto, cedro nativo, cedro rosado de las indias, además de árboles cítricos como naranjas, tanglos, mandarinas, limones y otras especies frutales como las annonas, guayabas, carambolas y guanabana, cuyos frutos caen al suelo y al descomponerse sirven de alimento a la planta de cacao. De hecho, Virgilio García, cacaotero y responsable de la planta de chocolate de la Cooperativa Pangoa, sostiene que tal variedad de especies influye en el sabor y complejidad de notas frutales que adquiere el cacao y que, finalmente, se refleja en el chocolate que se elabore con él.  “Nuestro cacao tiene intenso sabor a chocolate, es cremoso, con fina acidez frutal, un toque de albaricoque y manzana, con notas herbales en el post gusto”, indica.

La convivencia de especies es, entonces, una de las claves del éxito para asegurar características únicas del cacao y del futuro chocolate al que dará origen, pero ese no es la única: es clave, también, la cosecha selectiva de mazorcas maduras y la cuidadosa selección de los granos que éstas proveen; la fermentación adecuada de los granos depositados en cajas de maderas tapadas con hojas de plátanos, su posterior proceso de secado al sol sobre camas o plataformas de secado, y su adecuado almacenamiento. El cuidado y prolijidad en cada paso, finalmente dará como resultado un grano de alta calidad que será la base para un chocolate de lujo, uno de calidad mundial. Y esto no es sólo un decir, sino que está respaldado por distintos reconocimientos y premios, como la medalla de oro y plata que en 2019 recibieron dos tipos de chocolates elaborados por la misma cooperativa, en los International Chocolate Awards de Perú. El mismo año, una muestra de granos de cacao nativo de Pangoa concursó en el Salón del Chocolate de París y resultaron elegidos entre los 50 mejores granos del mundo. Asimismo, desde el año 2016 y por cinco años consecutivos, el chocolate chileno ÓBOLO, elaborado íntegramente con cacao de Pangoa, ha obtenido medallas de oro, plata y bronce en los Academy of Chocolate Awards de Londres, posicionándolo como uno de los mejores chocolates del mundo.

Chocolate ÓBOLO hecho íntegramente con cacao de Pangoa. El chocolate 70% cacao ha sido reconocido como el mejor del mundo por la Academy of Chocolate Awards de Londes. Crédito: © Mark Gerrits.
Chocolate ÓBOLO hecho íntegramente con cacao de Pangoa. El chocolate 70% cacao ha sido reconocido como el mejor del mundo por la Academy of Chocolate Awards de Londes. Crédito: © Mark Gerrits.

Y no se quedan ahí. Para proteger y fortalecer su cacao nativo fino de aroma, la Cooperativa de Pangoa está trabajando en un programa de conservación de su material genético con el objetivo de propagarlo en las fincas de todos sus socios y socias. Eligieron las mejores 13 variedades nativas de la zona, entre 42 tipos posibles, considerando su índice potencial de producción, resistencia a enfermedades y, por su puesto, sus propiedades organolépticas que destacan por sobre otros cacaos de la región. Las variedades genéticas seleccionadas se cultivan en jardines clonales junto con otras especies como plátanos, papayas, guanabanas, mandarinas y especies forestales, es decir, en un sistema agroforestal que provee un contexto ambiental equilibrado. “Gracias al material genético disponible, los socios y socias de la cooperativa han renovado y rehabilitado sus parcelas con un cacao único, de grandes características ambientales y organolépticas”, señala José Luis Arroyo, extensionista de campo de la Cooperativa de Pangoa.  “Trabajar en la identificación y selección de las mejores variedades de cacao y generar nuevas áreas de cultivo agroforestal para asegurar su rentabilidad, es un gran aporte a la conservación de la biodiversidad de la selva de la Amazonía peruana, y al sustento económico de nuestra comunidad”, agrega.

Arbol de cacao fino de aroma en fincas de Pangoa. Crédito: © Mark Gerrits.
Arbol de cacao fino de aroma en fincas de Pangoa. Crédito: © Mark Gerrits.

El cacao es un árbol nativo de la Amazonía, y Perú concentra la mayor biodiversidad genética de esta planta en el mundo. La comunidad de Pangoa ha sido un ejemplo del compromiso de una comunidad por rescatar parte de ese patrimonio, desarrollando y potenciando su cacao nativo, y poniéndolo en valor como parte del bosque primario amazónico.

¿Dónde podría desarrollarse mejor el cacao, sino es dentro de su ecosistema originario? Y a ello le sumamos, ¿quién podría cultivarlo mejor, sino las comunidades que encarnan la cosmovisión de sus ancestros, bajo la cual los seres humanos son parte del ecosistema y viven en armonía con él?

Tocado este punto es imposible no hacer referencia al cacao cultivado en África, hoy el mayor productor y exportador de este grano: el 70% del cacao mundial se produce en África. Siendo originario de la Amazonía, el cacao fue introducido en este continente a principios del siglo XIX y desde entonces se ha convertido en una de sus actividades agrícola más importantes, a costa de la deforestación de la selva originaria, del trabajo infantil y del pago desproporcionadamente bajo a los agricultores. Por citar un ejemplo, el más emblemático tal vez, Costa de Marfil produce 2 millones de toneladas anuales (datos al año 2019) y seis millones de sus 26 millones de habitantes se dedican a ello. El agricultor gana 0.97 centavos de dólar por día, muy por debajo de los 1,90 que el Banco Mundial estima se necesitan para no caer en la línea de pobreza. Sumado a eso, desde los años sesenta el 80% de la selva en ese país se ha perdido para liberar terreno al cultivo del cacao, y se estima desaparecerá totalmente si no se toman medidas. Actualmente solo un 4% de su territorio está cubierto por selva tropical, y en 13 de las 23 zonas protegidas del país la población de primates ha desaparecido por completo, mientras que los elefantes están en peligro de extinción tras la reducción de su población afectada, a la vez, por la desaparición de su hábitat. Y la situación se repite de forma bastante similar en otros países del continente africano.

Con todo lo anterior, Pangoa nos muestra que la producción de cacao enmarcada en la conservación de la biodiversidad y de la identidad cultural de una comunidad no sólo es posible, sino, ahora más que nunca, necesaria. Como Pangoa hay muchos otros casos a lo largo y ancho de la Amazonía sobre los que valdría la pena poner la lupa, pero —por ahora— cerramos este articulo preguntándote ¿qué procedencia tendrá el cacao del próximo chocolate que compres?

Responsabilidad, Disciplina, Honestidad” deberían aplicarse también a los productores de chocolate de todo el mundo y, por supuesto, a quienes lo consumimos.

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