Hace algunos años atrás trabajé en Panamá. Allí viajaba constantemente, por mas de un año, para poder proteger a los tiburones. No fue para nada una tarea fácil y, aunque hubo muy poco avance, lo mas claro fue que en esos momentos, casi unos diez años atrás, aún la palabra conservación marina estaba creciendo, muchos individuos y organizaciones habían venido y siguen hasta hoy en esa labor.

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Panamá ©Max Bello 

Por eso hace un tiempo, con un grupo de colegas y amigos, logramos trazar una ruta para poder avanzar en una propuesta de conservación de la Cordillera de Coiba, con total apoyo del gobierno de Panamá y particularmente del Ministerio de Ambiente, el científico y gran amigo Héctor Guzmán del Instituto Smithsonian -y también vicepresidente del colectivo MigraMar-,  y un equipo de muy capaces consultores. Gracias al apoyo de Wyss Foundation, generamos una propuesta, una propuesta ambiciosa y realista, una propuesta que no solo dejaría a Panamá sobre el 30% de protección de su zona económica exclusiva, sino que además, casi tan grande como todo su territorio y aún mas, con casi un 70% de “no tocar”, es decir, un área marina protegida del más alto standard para la conservación, la protección, la recuperación de las especies, ecosistemas y procesos claves para su resiliencia.

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En este año, cuando las negociaciones para un nuevo objetivo de conservación están por resolver qué porcentaje de protección debemos empujar, científicos, gobiernos, ONGs, compañías y ciudadanos han alzado la voz para que ese objetivo sea al menos el 30% de protección, y lo clave, es que sea alta o totalmente protegida, es decir, sin extracciones industriales y de alto impacto o totalmente protegido a cualquier tipo de extracción. Panamá entonces decidió apurar el paso, meses antes de tener un acuerdo y 9 años antes del límite impuesto al 2030.

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Panamá ©Max Bello 

En el día mundial de los océanos, el 8 de junio pasado, en el Palacio Presidencial en ciudad de Panamá, tuve el honor de estar presente en la ceremonia donde el presidente Laurentino Cortizo y el ministro de Medio Ambiente firmaron el decreto que protege las aguas de la cordillera submarina de Coiba. Un área que no solo es clave para los panameños, sino que parte crítica de un puzle más grande al que se une Ecuador, Costa Rica y Colombia, el paisaje marino del Pacifico Este tropical, uno de los ecosistemas marinos mas icónicos del planeta, también más vulnerables y posiblemente con mayores presiones que le hacen peligrar.

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Panamá ©Max Bello 

Se trata de un lugar donde tiburones, ballenas, tortugas y tanta vida marina se mueve, vive, alimenta y reproduce, el ejemplo que necesitamos para la próxima conferencia de las partes de la Convención de la Diversidad Biológica. Con esto, Panamá sorpresivamente se vuelve un líder de la conservación marina y terrestre (Panamá ya también ha superado el 30% en tierra) y pone en el foco a países que no han logrado avanzar ni siquiera al 10% (objetivo actual), como Costa Rica, o que han fallado en proteger la diversidad y vulnerabilidad de áreas tan icónicas como lo es Galápagos que es el caso de Ecuador.

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Más que nunca y a las luces de esta crisis de la biodiversidad y del cambio climático, necesitamos mas Panamá, necesitamos mas países que piensen ambiciosamente.

No hay trabajo ni economía en un planeta donde los ecosistemas colapsan, donde los océanos no proveen de la vida y todos los elementos de los que dependemos como humanidad. Panamá se une a Chile, los únicos dos países en el continente americano en haber superado la meta futura con áreas alta y totalmente protegidas. Sí, esos es inspiración y ambición, pero aun tenemos un largo camino, incluso en estos países, donde necesitamos mas áreas costeras, menos actividades destructivas y sobre todo una nueva relación con la naturaleza.

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