Entre las huestes que llegaron a Chile desde España durante la época de la Conquista, la pasión por el juego, especialmente de baraja, estaba muy generalizada. Este hábito no tardó en difundirse también entre los pueblos indígenas, quienes según reportes, lo recibieron con mucho entusiasmo, ya que parecían tener una proclividad natural por la diversión.

De hecho, para 1653, en Concepción se comercializaron 2.500 barajas anuales, el doble del consumo de de Santiago. De acuerdo con el texto “El juego de naipes entre los aónikenk” de Mateo Martinic: “(Concepción) era por su situación sobre la frontera militar la entrada natural para la relación con el mundo mapuche. De allí que y supuesta la ya arraigada afición por parte de los indígenas, cabe inferir que buena parte de aquella tan importante provisión de barajas hubo de terminar en las manos de éstos”.

Específicamente, los nómades aónikenk,  la rama más austral del grupo lingüístico y cultural Tehuelche, tuvieron una afición por el juego de cartas que se remonta, al menos, al siglo XVIII. Situados entre el río Santa Cruz y el Estrecho de Magallanes, son célebres por su altura, atletismo, y estilo de vida nómade.

No hay claridad respecto a cómo comenzó el hábito. Puede haber sido a través de la difusión del pasatiempo entre otros pueblos, o quizás a causa de las expediciones españolas por el Estrecho de Magallanes, con quienes establecieron contacto temprano y amistoso.

Lo que sí es seguro es que, por distintos motivos como la escasez de barajas europeas en su territorio y su deseo de expresión cultural, los aónikenk crearon su propia versión del mazo español, infundida con su propia cosmovisión y patrones artísticos.

“Lo interesante de este naipe en particular, es que más allá de simplemente adoptar un juego foráneo, ellos lo adaptan a su propia cultura”, comenta Francisco Garrido, curador del Área de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), lugar dónde el naipe Aónikenk se ha resguardado desde la primera mitad del siglo XIX. “No es simplemente una cosa como de copia o imitación, sino que una reapropiación cultural”, finaliza.

El naipe Aónikenk

El Museo posee un mazo de 38 cartas aónikenk. En vez de cartulina, el naipe está construido con cuero curtido de animal, y dibujado con pintura roja y negra, que según Garrido, generalmente se obtenía del óxido de hierro y el manganeso respectivamente. “Las cartas son bien rígidas (…). Son mucho más pequeñas que una carta convencional, debe ser como un 60% del tamaño”, comenta Garrido.

El naipe Aónikenk resembla en su totalidad la estructura del naipe español de 40 cartas. Los números, del 1 al 7, están representados por figuras geométricas, pero lo más llamativo de esta baraja es la forma en que los tehuelches reinterpretaron las cartas del Rey, la Sota y el Caballo.

“La sota es como una figura humana muy geométrica. El caballo tiene una mucha forma de guanaco. Y el rey es una figura con pintura corporal, con líneas, casi como un espíritu. Obviamente en la concepción cultural de los aónikenk, un «rey» no tenía mucho sentido en términos políticos sociales. Entonces es probable que lo hayan reflejado como una figura simbólicamente importante para ellos”, comenta Francisco Garrido.

El reverso de cada carta está pintado completamente de color rojo. De acuerdo con Martinic, los Aónikenk teñían las cartas “con una pintura lacra por el lado opuesto, a fin de evitar que se trasluciesen las figuras que les hacían por el otro lado”.

El reverso color rojo de las cartas Aonikenk. Gentileza del Museo Nacional de Historia Natural de Chile.
Reverso de las cartas en el naipe Aónikenk. Gentileza del Museo Nacional de Historia Natural de Chile.

Los juegos

Según el texto de Mateo Martinic, los aónikenk podían pasar horas entretenidos jugando. “Al parecer se hacían muchos juegos de apuestas. No se sabe con exactitud, pero es posible que algunos sean similares al Monte (juego de apuestas), pero también hay uno que se llamaba “berrica”, que es posible, que tenga que ver con la brisca”, comenta Garrido.

Una forma en la que podemos conjeturar respecto a las fascinantes dinámicas de los juegos de naipes entre los aónikenk, es a través de datos etnográficos.

Por ejemplo, de acuerdo con relatos de George Musters, marino y explorador inglés, los patagones contaban los puntos de cada jugador con trozos de ramitas o hierbas. Las observaciones del viajero y escritor francés, Auguste Guinnard, insinúan que la trampa era una práctica común: “Saben hacer señales casi imperceptibles en los ángulos de cada carta; gracias a su excelente vista, nada más que barajándolas, distinguen las buenas de las malas, y son tan diestros en la manera de darlas que siempre se guardan las buenas”.

Incluso, historias revelan que, al momento de jugar, se dejaban llevar por ciertas supersticiones. Guillermo Cox relata que un indígena aónikenk le solicitó trocar una brújula por un caballo, afirmando que una vez ganó una partida de naipes teniendo una brújula al lado, por lo que ahora era su amuleto de buena suerte.

Arte tehuelche

En 2017, Francisco Garrido publicó una nota en el sitio web del Museo Nacional de Historia Natural, desmintiendo una noción ampliamente difundida en la actualidad, que plantea que el naipe Aónikenk podría ser un “tarot mapuche”. “Ni siquiera es de la misma cultura. Un tarot es un concepto de cartas que viene totalmente de otro continente, más asociado a Medio Oriente”, manifiesta Garrido. “Atribuirle eso es una forma de no apreciar las expresiones locales (…). No tienen que ver con Arcanos, o formas arquetípicas de ver la conducta humana, sino que esto simplemente es un juego. Tenía una función social importante, de generar amistades, generar vínculos y afectividad. Pero añadirle esta otra carga es imponerle algo que nunca fue. Es bastante, impositivo y les quita a los aónikenk su patrimonio”, finaliza. 

Naipes aonikenk proporcionados por el Museo Nacional de Historia Natural de Chile.
Gentileza del Museo Nacional de Historia Natural de Chile.

Los aónikenk infundían muchas de sus posesiones con su estilo artístico, como mantas y ornamentas ecuestres. De hecho, para el naturalista español Jiménez de la Espada, la elección del material para la confección de los naipes fue deliberada: “Tan lógico es para mí que los patagones, incitados por el continuo ejemplo y dadas sus predisposiciones naturales, hayan acogido con entusiasmo y practiquen con vehemencia el juego de los naipes, como que el instrumento del vicio haya tenido que sufrir la transformación consiguiente y apropiada a su género de vida y costumbres”.

Básicamente, al adoptar algo en su rutina, los aónikenk lo transformaban de acuerdo con sus propias sensibilidades artísticas, sus necesidades, y los elementos a disposición. Hay registros de esto ocurriendo incluso con decoraciones mapuches. “Toman distintos elementos, no solamente hispano-europeos, sino también de distintos grupos indígenas de la zona y los adaptan. Y probablemente haya sido así para muchas de las culturas locales, toman influencia y la procesan de acuerdo con sus propios términos”, comenta Garrido.

En 2019, la Cámara de Diputados y Diputadas de Chile aprobó una propuesta reconociendo el genocidio ocurrido con las etnias Selk´nam (Onas) y Aónikenk (Tehuelches). El contacto con la población chilena y la introducción de la ganadería ovina fue letal para este pueblo y fueron despojados de su territorio.

Sin embargo, vestigios de sus expresiones artísticas permanecen protegidas en numerosos museos del mundo. «Todo lo que tiene que ver con, por ejemplo, objetos para uso cotidiano, herramientas o vestimentas, tanto femenina como masculina, existe en varias colecciones en varios museos del mundo. Entonces todavía hay muchos elementos que dan cuenta de su forma de vida y queda harto por conocer y estudiar en este grupo. Lo bueno es que gracias a los museos han perdurado en el tiempo», reflexiona Garrido.

1 Comentario

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  1. Me encanto esta nota!! Soy de Argentina y aca tambie existio esa etnia , los Aonikenk.!!a

    Hermosa, y muy interesante nota! Abrazod desde Argentina!!

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