Hace un tiempo les contaba sobre la extraña enfermedad que está afectando a las araucarias en Chile y Argentina, donde algunos ejemplares habían perdido el color verde de sus ramas superiores y medias, una condición que continuaba expandiéndose por el árbol hasta, en algunas ocasiones, matarlo.

En ese entonces, según un informe preliminar entregado en septiembre de 2016, se estimaba que un 50% de las araucarias en la región del BioBío presentaban daño foliar, es decir de las 30 mil hectáreas de araucarías en el Bío Bío, alrededor de 15 mil de ellas presentaron síntomas. 

Se realizaron diversos monitoreos para investigar la situación de las 320 mil hectáreas de araucarias que actualmente se encuentran en nuestro país, e incluso se enviaron muestras de hongos y dos bacterias no reconocidas a Corea del Sur, para determinar si éstas correspondían a los agentes que habían causado esta extraña condición. Pero hoy, tras casi un año de investigación aún no se ha podido determinar qué está afectando a esta especie milenaria.

Nuevas cifras

Vista desde sierra nevada, Conguillio ©lautaroj
Vista desde sierra nevada, Conguillio ©lautaroj

Un informe preliminar publicado a fines de junio de este 2017 y basado en las prospecciones realizadas por expertos de la Universidad Mayor y de la Universidad de la Frontera, señala que el porcentaje de la población adulta de araucarias que se encontraba «sana» disminuyó de 18% a 6,5%, lo que significa que al día de hoy un 93% de la población de araucarias en Chile ya se encuentra afectada por esta condición –ya sea parte de sus ramas como su copa completa–. Pero… ¿cuántas de ellas ya han muerto? El 1% de las araucarias adultas.

Según Pablo Cruz, ingeniero Forestal de la Universidad Mayor, ese 1% aún «es normal, no se sale del marco habitual todavía», tomando en cuenta las cifras en la mortalidad de bosques a nivel mundial. Sin embargo, el gran problema está en que esta extraña afección daña en mayor medida a los ejemplares más jóvenes de araucaria que representan entre el 10% y 20% del bosque.

«Casi  14% de estos árboles (juveniles) todavía está sano, pero la mortalidad es de casi 8% lo que es grave«, ha señalado Aida Baldini, analista de Conaf.

¿Qué se está haciendo?

©Kai Schreiber.
©Kai Schreiber.

Dentro de las iniciativas que se han generado para combatir esta situación, está la creación de un grupo de trabajo de 12 organismos públicos, privados y académicos para realizar análisis de muestras –que realizan el SAG y expertos de la Universidad de Concepción–, vigilancia y catastros a nivel nacional.

Además dentro de las principales hipótesis que se barajan se encuentran la presencia de un hongo y la posible influencia del cambio climático. Se cree que la sequía y estrés hídrico que ha experimentado el país en los últimos años, han dejado a estos árboles milenarios más débiles y propensos a contraer enfermedades, y que esta misma falta de precipitaciones contribuye probablemente al aumento de las poblaciones de insectos y/o hongos que habitan en ellos.

Rodrigo Ahumada, ingeniero forestal y miembro de Bioforest, es uno de los expertos que cree que sería un hongo el que estaría detrás de esta enfermedad y por el momento ya ha aislado a dos posibles candidatos con los que realizarán una prueba de Koch, es decir, inocularán el patógeno en una planta sana para verificar si produce una enfermedad igual que la que está ocurriendo en el ambiente natural. Ya lo están desarrollando y hasta el momento tienen evidencia de un daño leve.

Por otro lado, investigadores de la Universidad de California, Davis y la UNAB están tomando muestras y realizando un catastro de las poblaciones biológicas presentes en las araucarias desde la costa a la cordillera. Hasta ahora han analizado a los diferentes organismos habitando en las araucarias y han encontrado un individuo que está presente 64 veces más en la planta enferma que en la sana. Ahora lo que quieren es estudiar la correlación de la presencia de estos organismos con los datos ambientales.

Sin embargo hay que tener en cuenta que este es un proceso largo y complejo que, tal como señaló a fines del año pasado a LS Mariela Espejo, jefa de comunicaciones de Conaf, «por experiencias anteriores, puede requerir hasta diez años de investigación para descubrir la causa de la enfermedad». 

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