El desierto del Pinacate, en México, parece un paisaje “marciano”. Es un vestigio de antiguas erupciones volcánicas, que ahora se traducen en arenas negras, flujos de agua congelados y los cactus saguaros en un clima que de día destaca por un calor abrumador. Sin embargo, cuando oscurece son otras las protagonistas: las 300 mil madres de los murciélagos tequileros, una pequeña especie migratoria que llega a este lugar a tener a sus crías y alimentarlas, que llegaron a este lugar después de haberse apareado en invierno en el sur de México.

Así, de noche salen de sus cuevas volcánicas para polinizar las flores de los saguaros y extraer alimento para sus crías que las esperan apiñadas en lo más profundo y caluroso de su hogar temporal.

Una de estas noches del ciclo migratorio de estos murciélagos, el productor, cineasta y guionista, Emiliano Ruprah (36), junto a su equipo – su amigo Daniel, especialista en murciélagos, y Rodrigo Medellín, conocido como el “batman mexicano”-, se prepara para ingresar a la cueva, con filtros de cámaras y especial cuidado para filmar a los pequeños murciélagos sin molestarlos. Se trataba de un descenso complicado, de esos que hay que caminar en puntillas a través de roca volcánica y un fuerte olor a guano de murciélago.

Era una cueva de techos altos y espacios amplios. El piso estaba cubierto de arena amarilla y el pinacate, un escarabajo azul plateado que le da el nombre al desierto. Los vapores del guano se iban amplificando y, si no tenían cuidado se podrían infectar de ectoplasmosis, un hongo peligroso del guano que infecta pulmones humanos. Además, por todos lados estaba la “araña violín”, esa que con una mordida de una parda podría significar toda una vida de narcolepsia.

Era, sin duda, una aventura peligrosa, y una de las muchas que vivió Emiliano Ruprah al filmar el documental “Migraciones Épicas”, cuyo estreno será en Santiago Wild, el primer festival de cine de vida salvaje y medio ambiente en Chile, organizado por Ladera Sur con el apoyo de Smithsonian Channel y Jackson Wild.

Lo humano y lo natural: nada muy diferente

En la costa este de México, en la península de Yucatán, si uno mira desde el cielo, en los inicios de la primavera, el suelo se ve rosado. Ahí llegan 40 mil flamencos americanos para poder anidar sus huevos, tener sus crías, alimentarlas y que crezcan. Entre madres y padres flamencos se turnan los largos viajes para ir en búsqueda de comida para alimentarse a ellos y a su cría. Pero puede que alguno demore más de lo que el otro tenga de reserva de comida: ahí la disyuntiva es dejar al polluelo solo e ir en búsqueda de más alimento, o esperar un tiempo incierto sin comida hasta que la mamá o el papá llegue.

Así como los flamencos, distintas especies son retratadas desde sus diferentes historias de supervivencia y reproducción: unas alejándose de sus depredadores cuidando a sus crías, madres solteras que migran a tener sus crías, machos que buscan mantener su manada, y pequeñas crías que deben seguir desde un punto bajo su propia cuenta. Todas historias de migraciones que suceden dentro de México, desde la perspectiva del mundo natural.

Pero para retratar esto, había que partir desde algunas preguntas. Y para Emiliano, en “Migraciones Épicas”, todas tenían que ver con la similitud humana animal: ¿Son como nosotros los animales?, ¿la idea de supremacía humana intelectual y emocional es real?, ¿o los animales son solo distintas expresiones de la evolución en este planeta cuyas historias tienen grandes paralelos a las nuestras?, ¿sufren las mamás en el mundo animal como en el humano?, ¿hay paralelos entre las migraciones animales y humanas?

“Este proyecto salió de dos ambiciones: contar la historia de migración en México a través de otra perspectiva, y crear una película de naturaleza de alta calidad con un equipo mexicano (…) Queríamos contar historias que tuvieran paralelos con las experiencias de humanidad moderna: padres solteros, de migrantes que cruzan bordes entre México – Guatemala o México- Estados Unidos, de huérfanos”, explica Ruprah.

Con esto como una base, empezaron las investigaciones. Junto a la productora Paula Arroio entrevistaron a especialistas, vieron películas de naturaleza y hablaron con representantes del gobierno. “Fue una labor de amor”, cuenta Ruprah, quien dice que contaron con el apoyo de amigos, cineastas, biólogos, representantes del gobierno y comunidades locales.

“La película nos enseña la complejidad de las sociedades y culturas del reino animal. Si no reconocemos que hay individuales con personalidad, historias complejas, y obstáculos idiosincráticos entre estos grupos, es imposible generar interés en la conservación. No quise hacer una película con un tono militante sobre extinción de especies y sus ecosistemas. Quería producir una película que atrayera mucha gente y que el pueblo mexicano reconozca la increíble diversidad que tiene y que se conecte con la naturaleza. Así se puede movilizar a las instituciones para ampliar la defensa a las áreas y especies protegidas”, explica Ruprah.

Detrás de la curiosidad

Ruprah se considera un hombre sin tribu, lo que, dice, “le impulsa a conocer otros modos de vida y expresiones del espíritu humano y animal. Estos encuentros con vida silvestre y realidades humanas diferentes brindan grandes cantidades de historias y lecciones. Me siento responsable en contarlas. Hay mucho que podemos aprender de los demás incluso del mundo animal. Siento que hoy en día, más que nunca, necesitamos romper con esquemas antiguos y absorber nuevos cuentos, nuevas lecciones”

De esta manera, es la curiosidad lo que lo ha llevado a explorar ambientes y culturas lejanas y cercanas. Así, ha trabajado con naturaleza a través de diferentes proyectos en pos de la conservación de especies, así como ha documentado historias en la guerra de Irak o de etnias en Etiopía: “Soy parte del club de exploradores en donde gente que se dedica a la expansión del conocimiento humano intercambia ideas y presenta lecturas al público”.

Esos deseos de conocer el mundo estuvieron desde pequeño. Nació en México, pero su papá es de India y su mamá es de Italia. Creció en Estados Unidos y estudió en Canadá y Europa. “Cuando el mundo se te presenta como lo que es desde niño -grande y misterioso- es imposible resistir la ambición de descubrirlo”, dice.

Sin embargo, fueron sus dos abuelos los que lo inspiraron. Uno de ellos, era juez en Italia, pero en sus tiempos libres exploraba en el ártico, con tribus perdidas y descubría sitios arqueológicos. El otro nació en India y dedicó su vida a la liberación de su gente. “Mis papás también me inspiraron, fueron académicos, me inspiraron a leer y descubrir otras culturas. Además, al ser de culturas muy distintas, rompieron todos los esquemas sociales”, cuenta Ruprah.

Seguir migraciones no es un camino fácil

“México es un destino migratorio, es un país en donde millones de seres luchan para llegar. También es un lugar en donde se producen películas de naturaleza. Podemos contar nuestras propias historias”, dice el cineasta.

Con este objetivo la película demoró tres años en producirse. Antes de encontrar el financiamiento para ella, la tenían bien armada. Emiliano empezó viajando los fines de semana a grabar y pidiendo equipos a algunos amigos. Es por esto que se seleccionaron algunas especies que se podían predecir, que sean icónicas, y cuyos comportamientos no tardaran meses en ser captadas, siempre bajo el enfoque del paralelo con las experiencias humanas.

Sin embargo, grabar comportamientos dentro de la naturaleza no es fácil: “Cada especie tiene su reto, y lo más importante es controlar las ambiciones. Esto es entender que tienes que producir buen material y al mismo tiempo ser un cineasta ético, que eres un visitante y hay que tener cuidado en no disturbar los comportamientos de los sujetos”.

Así, por ejemplo, cuando entraron a la cueva de los murciélagos tequileros tuvieron que hacerlo con el cuidado de no alterar su hábitat al mismo tiempo de cuidarse a ellos mismos.

El desafío, cuenta Ruprah, era moverse de manera rápida y eficiente. Era poco tiempo en la cámara interior, y si las madres regresaban cuando el equipo estuviera en la cueva podían entrar en pánico y soltar a sus bebés. Si eso hubiera ocurrido, hubiera sido la ruina de esa generación de murciélagos y se hubiera puesto en peligro el ecosistema del desierto en general porque estos murciélagos son polinizadores clave.

Y con este cuidado, seguían bajando con una sensación de mareo y claustrofobia. Llegaron, escuchando un sonido inquietante como de una multitud de duendes risueños. Eran miles de murciélagos bebés acurrucados, juntos, jugando, esperando a sus madres. Luego, una vez hecho su trabajo, se retiraron.

“Esa noche no dormí. Debajo de la luna llena, rodeado de mis compañeros de equipo roncando, los murciélagos me dieron un regalo más: pasaban por mi cara a toda velocidad; una madre murciélago tras otra, casi acariciándome con sus alas mientras corrían hacia sus crías. Era uno, luego otro, y después un torrente de murciélagos volviendo en cascada a la cueva”, finaliza Ruprah.

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