Los árboles y las áreas verdes históricamente han desempeñado un papel crucial en el entorno urbano, y no solo por su belleza a nivel paisajístico o su gran valor ornamental, sino que también por todos los beneficios ambientales y sociales que nos proveen.

Cerro Santa Lucía. Créditos: ©Cristian Risco
Cerro Santa Lucía. Créditos: ©Cristian Risco

Lo cierto es que la naturaleza le presta un sinfín de servicios ecosistémicos a las ciudades, como indica Pía Montealegre, Doctora en Arquitectura y Estudios Urbanos y académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile: “Están los que podríamos llamar “servicios socioculturales” entre los que se puede destacar que sirven como lugares de encuentro, esparcimiento y expresión pública. Son lugares de vida en colectivo tanto para los pequeños núcleos sociales (como una pareja o una familia) como para los más grandes. Están también los servicios sanitarios o de salud en tanto que son lugares para la actividad física, aportan a la calidad de vida y a la salud mental. Prestan también servicios ecosistémicos o ambientales, como la regulación de la temperatura, el aumento de la ventilación natural (por ese mismo diferencial de temperatura que producen respecto a la masa construida), la retención de humedad atmosférica, la regulación e infiltración de aguas lluvia, el albergue de flora y fauna, entre otros tantos”.

Pese a lo anterior, durante siglos le hemos restado importancia a las áreas verdes en los entornos urbanos, descuidándolas y relegándolas una posición secundaria. Sin embargo, producto de la crisis climática, la sequía y el aumento de olas de calor, se ha vuelto a poner el foco en la importancia de la incorporación de la naturaleza a las ciudades, no solo por su valor a nivel paisajístico, sino que también por su rol frente a la mitigación de los efectos del cambio climático y sus beneficios para la salud de las personas, principalmente cuando hablamos de la ocurrencia de olas de calor.

El consenso de meteorólogos está de acuerdo en que el verano del 2023 fue el más caluroso en la historia de Chile, con temperaturas récord e innumerables olas de calor en varias regiones. Sin embargo, desde octubre del pasado año que los expertos vienen alertando que este verano, las temperaturas podrían llegar a superar con creces las presentadas el año pasado.

De hecho, recientemente culminó una ola de calor en Santiago que dejó consigo la semana más calurosa jamás registrada en la capital con un promedio de 35°C de máxima diaria. Hasta hace unas décadas, un evento de temperaturas igual o superior a 35°C era sumamente extraño y ocurría, aproximadamente, una vez cada 10 años. No obstante, en la primera semana de febrero se registraron cinco días seguidos con temperaturas que superaron los 35°C.

En ese sentido, para nadie es ajeno que los veranos calurosos y las olas de calor son fenómenos cada vez más frecuentes y muchos expertos señalan que llegaron para quedarse. Vale decir que si hace una década Chile padecía seis olas de calor al año, en 2022 superaron las 60. Por ello es que es urgente ir mejorando y potenciando las áreas verdes al interior de las ciudades, sobre todo pensando en la salud y el confort de los ciudadanos, y es que no es lo mismo caminar por una explanada llena de árboles, a caminar por una calle de cemento a pleno sol de verano.

Cabe señalar que el cuerpo, al estar expuesto a temperaturas muy altas, con índices de radiación extremos, comienza a presentar síntomas de deshidratación que pueden desencadenar en cuadros de hipertermia (o golpes de calor). Esto afectaría en mayor medida a adultos mayores ya que, por un proceso propio de la vejez, tienden a deshidratarse con mayor facilidad.

Parque Bicentenario. Créditos: ©Cristian Risco
Parque Bicentenario. Créditos: ©Cristian Risco

“Hay diversos estudios que muestran que hoy día el cambio climático lo estamos percibiendo de distintas formas, pero el factor que está generando más muertes en el mundo, de hecho, se habla que cerca del 40% de las muertes que se están produciendo productos del cambio climático, es por las olas de calor, o sea, aquí no estamos solamente hablando del confort térmico, sino que aquí estamos hablando de la vida de las personas. Cuando lo entendemos de esa forma esto es algo que debiese ser un tema prioritario de trabajo, tenemos que tomar esto con la mayor seriedad y con la mayor urgencia posible y para eso necesitamos aunar diversos esfuerzos público-privados porque hoy día hay mecanismos, hay fórmulas para hacerlo”, agrega Martín Andrade, arquitecto, director ejecutivo de la Corporación Ciudades y cofundador de la Fundación Mi Parque.

Ciudades con poca sombra: la desigualdad en el acceso a la naturaleza

Las ciudades están en la primera línea de esta emergencia climática, siendo las personas que viven en áreas urbanas las más afectadas cuando ocurren las olas de calor, en parte debido a las islas de calor urbano. Esto es un fenómeno que se produce cuando las ciudades reemplazan la cobertura vegetal del suelo con densas concentraciones de superficies que absorben y retienen el calor, como el cemento y los edificios.

En ese sentido, las áreas verdes ayudan a combatir las altas temperaturas de dos formas, como señala la Dra. Montealegre: “Primero, contrarrestando las islas de calor. Al ser superficies húmedas y frescas, pueden estar a varios grados menos que las zonas edificadas. Algunos estudios han detectado hasta 6 grados de diferencia en condiciones similares de asoleamiento, pero si comparamos una sombra en un parque con un sitio soleado de cemento, en estas épocas de calor, la diferencia puede ser mucho más radical. La segunda forma en que combaten en calor, es ayudando a que corra el viento, tanto por ese diferencial de temperatura como por que se constituyen en sitios despejados de edificación en altura, acelerando así el flujo de aire como enormes túneles de viento”.

Vale destacar que la oscilación térmica también varía dependiendo de la comuna, siendo los sectores menos acomodados los más afectados debido a la densidad de la población, el acceso limitado a los sistemas de refrigeración y la disponibilidad limitada de áreas verdes urbanas. Así se constata en un estudio realizado por la Corporación Ciudades, que determinó la presencia de vegetación en las principales ciudades del país. Asimismo, otro estudio realizado por la misma corporación, determinó que la zona norponiente del Gran Santiago han sido las más afectada por las temperaturas máximas diarias en los últimos 10 años.

“Efectivamente hay diferencias abismantes en el acceso a la naturaleza en las ciudades. En el caso de Vitacura, por ejemplo, o el caso de Las Condes, estas comunas tienen prácticamente el 70% por ciento de la superficie comunal urbanizada con cobertura vegetal versus comunas, como por ejemplo Lo Prado, San Ramón, Lo Espejo, que están bordeando entre el 4 y 5% de cobertura vegetal, o sea, estamos hablando de comunas que tienen 10 veces más porcentaje de cobertura que otras comunas y eso efectivamente muestra una desigualdad tremenda. Esta desigualdad también se expresa en que muchas de las áreas verdes en sectores de escasos recursos muchas veces son de mucha menos calidad y también las personas en estas comunas tienen menos posibilidades de acceder a espacios verdes privados versus las otras comunas que junto con tener más áreas verdes tienen jardines, hay gente que está de alguna manera mucho más rodeada de árboles en su entorno inmediato”, añade el director ejecutivo de la Corporación Ciudades.

Rivera del río Mapocho. Créditos: ©Cristian Risco
Rivera del río Mapocho. Créditos: ©Cristian Risco

Por otra parte, el arquitecto puntualiza: “Hay una diferencia de hasta 10 grados de oscilación térmica dentro de la misma ciudad, y con eso te das cuenta que si bien, hay antecedentes geográficos que marcan la diferencia, la falta de cobertura vegetal y la cantidad de hormigón también hace que haya pocas herramientas para contrarrestar esta situación. Tenemos que repensar cómo queremos hacer esos espacios y cómo queremos que sean nuestras ciudades. Aquí uno se da cuenta, en general, que la dignidad de las personas y la salud de las personas no va a depender solamente de tener un techo, sino que también un entorno digno y tener sombra y acceso a la naturaleza”.

Refugios climáticos: ¿Cómo adaptamos nuestras ciudades ante las olas de calor?

Las áreas verdes son capaces de regular la temperatura ambiental a partir de la sombra. En ese sentido, el follaje de los árboles, arbustos y plantas permite una reducción directa de la temperatura a través de la interrupción de la radiación solar, la cual, además, se amplifica en el cemento. Se considera, además, que la presencia de vegetación frente a edificaciones, puede ayudar a regular la temperatura al interior en forma considerable, mejorando las condiciones de habitabilidad, y disminuyendo la necesidad del uso de sistemas de enfriamiento, lo que se traduce en un menor consumo energético.

Rivera del río Mapocho. Créditos: ©Cristian Risco
Rivera del río Mapocho. Créditos: ©Cristian Risco

Por otro lado, una de las ventajas que tienen las áreas verdes por sobre cualquier otro tipo de infraestructura que brinde sombra, es que las plantas durante el día transpiran agua a través de sus hojas, generando una mayor humedad en el ambiente y ayudando a disipar el calor.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja un promedio de 10 metros cuadrados de áreas verdes por habitante. Sin embargo, en el caso de la ciudad de Santiago, la más grande del país, existe un promedio de 3,7 m2 de áreas verdes por habitante, demostrando el gran déficit que tenemos como país en materia de áreas verdes urbanas.

“De la misma forma como es inadmisible que los ingresos determinen el acceso a ciertos servicios como la educación o la salud, las grandes áreas verdes deben depender del Estado, en la medida que son vehículos de nivelación social por los servicios que prestan a las ciudades. Si la injusticia social es algo que nos interesa combatir, la provisión equitativa de áreas verdes en los territorios más desaventajados debiera ser una prioridad para nivelar la cancha. Es una infraestructura de producción mucho más económica y rápida que otras grandes edificaciones. Esa provisión debe ir acompañada de un plan de mantenimiento y riego, porque las plantas en el espacio público requieren de atención para desarrollarse bien. No sirven planes de plantación de árboles si después se los deja a su suerte. Un árbol bien cuidado en sus primeros 10 años de vida, consigue un buen tamaño y, salvo posibles pestes, no requiere luego de mucho cuidado ya que comienza a buscar su propia agua”, añade la Dra. Montealegre

Vale decir que las islas de calor, en gran parte, también se generan por la forma en la que hemos ido construyendo nuestras ciudades, por lo que, como señalan los expertos, es nuestra responsabilidad repensar cómo es que queremos desarrollar nuestros espacios urbanos y nuestra vida urbana a futuro.

“Lo primero yo creo que hay que ver oportunidades de ver cómo maximizamos la reducción de la temperatura en base a las áreas verdes que tenemos y en relación a los ejes de parques que tenemos. Yo veo que, en el caso de Santiago, por ejemplo, un primer foco, y creo que podría ser muy interesante, es ver como el cajón del río Mapocho puede transformarse en una infraestructura que podría ayudar justamente de ventilar la ciudad y como maximizamos la capacidad de los parques asociados al río Mapocho de poder generar un refugio urbano. Lo otro que es súper importante también es como podemos focalizar también la inversión en los cerros islas. Hoy día muchos de ellos son terrenos privados, entonces debemos ver cómo generamos incentivos o cómo generar una forma mucho más activa donde el Estado pueda transformar esos espacios en parques urbanos, pueda ayudar a forestar esos espacios, de manera tal también que podamos reducir la temperatura”.

Foto Satelital de Parque Pierre Dubois. Créditos: ©Cristian Risco
Foto Satelital de Parque Pierre Dubois. Créditos: ©Cristian Risco

Por otro lado, la académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile finaliza: “Los ciudadanos, por nuestra parte, podemos aportar en la pequeña escala, porque cada pedacito de verde que cuidamos se vuelve parte de un sistema en donde la proximidad entre los elementos empieza a ser más importante que la extensión. Hay un estudio muy lindo de Sonia Reyes y otros autores que demuestran que para los pájaros es importante visualizar un verde próximo en donde aterrizar más que un verde en continuidad y, por eso, los jardines particulares les son muy importantes. Del mismo modo, las aves anidan en árboles más bien bajos, de los que no hay en los parques o, si los hay, no les gustan porque quedan muy expuestos al tránsito de la gente. A cualquier maceta modesta de un balcón, llegan abejas e insectos. Todo aporta”.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...