El arbolado urbano y las áreas verdes históricamente han tenido un papel muy importante en el espacio público. Y es que desde mucho antes de que las ciudades fueran emplazadas estaba la naturaleza, siendo participe de nuestra historia, garantizando la continuidad de la vida y aportando beneficios de subsistencia a toda la población.

Parque o'higgins. Créditos: © María Paulina Fernández
Parque o’higgins. Créditos: © María Paulina Fernández

Durante siglos, le hemos restado importancia a las áreas verdes dentro de nuestras ciudades, estimándolas por su valor estético y dejando de lado todos los servicios ambientales y sociales que cumple. Sin embargo, producto de la crisis climática, la sequía y el aumento de olas de calor, se ha vuelto a poner el foco en la importancia de la incorporación de la naturaleza a las ciudades, no solo por su valor a nivel paisajístico, sino que también por su rol frente a la mitigación de los efectos del cambio climático y sus beneficios para la salud de las personas.

Como señala Cristóbal Pizarro, académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción e investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB): “Nos hemos ido dado cuenta en los últimos años que la infraestructura verde que componen las áreas verdes y los árboles cumplen una función mucho más importante de lo que nosotros habíamos fechado en algún minuto. Recientemente las Naciones Unidas, a través de distintos programas, ha estado promoviendo la planificación urbana considerando las áreas verdes y el arbolado urbano por todos estos beneficios que se pueden clasificar en al menos cuatro tipos. Uno que tiene que ver con salud y bienestar social, lo segundo con el desarrollo cognitivo y educativo, tercero con la economía y los recursos que proveen las áreas verdes, y también el tema de la mitigación a los efectos del cambio climático y particularmente a las olas de calor”.

En primer lugar, vale decir las áreas verdes y el arbolado urbano son el único contacto con la naturaleza que tienen los habitantes de las ciudades en su vida diaria. Lamentablemente, las condiciones de vida urbana nos han alejado del contacto con la naturaleza. No obstante, el contacto con la naturaleza es una necesidad inherente a nuestra condición de seres humanos.

“Está estudiado que el contacto con la naturaleza nos genera bienestar físico, emocional e incluso mejora nuestras capacidades cognitivas. El contacto con la naturaleza contribuye a la felicidad humana. No sólo observar la naturaleza, sino que escuchar los sonidos que se generan en ella (agua, olas, insectos, canto de pájaros, ruido del follaje mecido por el viento), sentir los aromas, interactuar a través del tacto, etc. son fundamentales para el desarrollo del ser humano. Dicho esto, la presencia de áreas verdes puede contribuir significativamente, desde este punto de vista, al bienestar humano. Particularmente en el desarrollo infantil, es muy importante que los niños tengan la mayor cantidad de oportunidades en contacto con la naturaleza, tocando, trepando, corriendo, observando elementos naturales”, agrega María Paulina Fernández, ingeniera forestal, Doctora en Ciencias de la Ingeniería y académica del Departamento de Ecosistemas y Medio Ambiente de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Por otra parte, las áreas verdes son capaces de regular la temperatura ambiental, a partir de la sombra. El follaje de los árboles, arbustos y plantas permite una reducción directa de la temperatura a través de la interrupción de la radiación solar, la cual, además, se amplifica en el cemento.

Abeja en flores de quillay en Santiago. Créditos: © María Paulina Fernández
Abeja en flores de quillay en Santiago. Créditos: © María Paulina Fernández

“Dependiendo de la frondosidad de la copa de las especies y la densidad en que estén plantadas, se pueden obtener diferencias de incluso más de 20°C de temperatura en objetos expuestos directamente a la radiación solar en un día caluroso, versus objetos bajo su sombra. Esta capacidad de regulación de temperatura es fundamental como aporte para mantener ambientes más tolerables fisiológicamente, sobre todo en momentos de mucha temperatura ambiental. Se considera además que la presencia de vegetación, por ejemplo, frente a edificaciones, pueden ayudar a regular la temperatura al interior en forma considerable, mejorando las condiciones de habitabilidad, y disminuyendo la necesidad del uso de sistemas de enfriamiento, lo que se traduce en un menor consumo energético”, agrega la Dra. María Paulina Fernández, quien también es Directora de Extensión y Vinculación con el Medio de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica.

Por otro lado, una de las ventajas que tienen las áreas verdes por sobre cualquier otro tipo de infraestructura que brinde sombra, es que las plantas además, durante el día transpiran agua a través de sus hojas, generando una mayor humedad en el ambiente y ayudando a disipar el calor.

Como indica el investigador del IEB: “los árboles y la vegetación en su conjunto contribuyen a mantener una mejor condición de temperatura, no solamente deteniendo la radiación solar, sino que también a través de un proceso natural que tienen las plantas que se llama evapotranspiración, en el cual las plantas van captando luz y evaporando agua. Eso provoca un enfriamiento del aire que es sinérgico a los beneficios de la cobertura”.

Asimismo, otro de los beneficios de las áreas verdes es que estas también son una contribución a la conservación de la biodiversidad en la zona en que esté emplazada una ciudad. Es muy importante mantener en las ciudades una alta diversidad de especies arbóreas, arbustivas y herbáceas, que incluyan en lo posible especies nativas además de las especies exóticas tradicionalmente, lo cual permite aumentar la posibilidad de que la fauna nativa pueda encontrar alimento y refugio dentro de la ciudad, sobre todo en tiempo de crisis. Las áreas verdes, incluso, pueden mantener especies que en su distribución natural estén amenazadas.

Disposición de árboles en bosquete para generar más sombra. Créditos: © María Paulina Fernández
Disposición de árboles en bosquete para generar más sombra. Créditos: © María Paulina Fernández

“Nosotros tenemos el rol de hacer de nuestras ciudades lugares vivibles, no solamente para los seres humanos, sino que también para la biodiversidad. Las ciudades normalmente tienen mayor protección frente a los incendios, por ejemplo, que los mismos lugares rurales, entonces podemos ir pensando en transformar nuestras ciudades en verdaderos refugios para la biodiversidad, sobre todo en tiempos de crisis y de catástrofe”, agrega Cristóbal Pizarro.

Por otra parte, no podemos olvidar los beneficios que la naturaleza tiene para la salud de las personas. Y es que las áreas verdes pueden ayudarnos a disminuir el estrés y la ansiedad, así como mejorar nuestro ánimo, concentración y capacidad de aprendizaje. Como puntualiza el investigador del IEB: “La disminución del estrés es tan relevante que tiene efectos directos sobre la salud de las personas, sobre todo aquellas que ya están enfermas. Hay alrededor de por lo menos 70 enfermedades que son agravadas por el estrés. Entonces estamos hablando de un gran beneficio en términos de salud pública”.

Santiago de Chile, una ciudad con poca sombra

Febrero finalizó como el mes más cálido de la historia en la zona central y centro-sur de nuestro país. Además, los 32,6 grados registrados este martes convirtieron a este mes el mes de febrero con más olas de calor de los que se tiene registro.

Y esto no es ninguna sorpresa, ya que todo lo que va del año 2023 ha estado marcado por elevadas temperaturas y olas de calor. Es más, durante el mes de enero la zona centro del país fue testigo de temperaturas que superaron los 40°C, fenómeno que se repitió en más de una ocasión.  

Lo cierto es que estos fenómenos son cada vez más frecuentes y muchos expertos señalan que llegaron para quedarse. Vale decir que si hace una década Chile padecía seis olas de calor al año, en 2022 superaron las 60. Por ello es que es urgente ir mejorando y potenciando las áreas verdes al interior de las ciudades, sobre todo pensando en la salud y el confort de los ciudadanos, y es que no es lo mismo caminar por una explanada llena de árboles a caminar por una calle de cemento a pleno sol.

En ese sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja un promedio de 10 metros cuadrados de áreas verdes por habitante. Sin embargo, en el caso de la ciudad de Santiago, la más grande del país, existe un promedio de 3,7 m2 de áreas verdes por habitante, demostrando el gran déficit que tenemos como país en materia de áreas verdes urbanas.

Picaflor chico alimentándose de flor de aloe en Santiago. Créditos: © María Paulina Fernández
Picaflor chico alimentándose de flor de aloe en Santiago. Créditos: © María Paulina Fernández

Vale decir, igualmente, la mayoría de las áreas verdes en Santiago están concentradas en las más zonas más acaudaladas, donde en algunos casos llega a 18 metros cuadrados de áreas verdes por habitante. Mientras que las zonas periféricas, donde suele vivir gente con rentas más bajas, cuentan con menos de 5 metros cuadrados por habitante, según datos del Sistema de Indicadores y Estándares de Desarrollo Urbano (SIDEU).

De hecho, estudios del Centro de Políticas Públicas de la UC indican que comunas como Providencia o Las Condes, tienen el 70% de su superficie urbana con vegetación, mientras que en Lo Espejo y Renca es menor al 30%.

Actualmente, y para hacer frente a esta inequidad, la Gobierno Regional Metropolitano ha impulsado un proyecto que pretende plantar 30.000 árboles nativos en los próximos dos años, lo que sería el punto de inicio de una iniciativa que aspira a 200.000 nuevas plantaciones.

El programa “Arbolado urbano” plantará un eje de 20 kilómetros de árboles en 34 municipios con déficit de áreas verdes y para ello el departamento de Medio Ambiente del GORE asignó a la iniciativa $ 1.998 millones de pesos. El ejecutor del proyecto será Corporación Cultiva, una ONG especializada en regeneración de bosques nativos y mejoramiento de espacios públicos.

Para Pía Montealegre, Doctora en Arquitectura y Estudios Urbanos y académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, esta es una iniciativa muy positiva: “Todo lo que signifique incrementar la vegetación contribuye a hacerle el contrapunto a la masa edificada. Es muy bueno que se plantee en continuidad, por los argumentos ya planteados. Es importante que esa arborización, que está cumpliendo un rol de “ventilador urbano”, sea capaz de resistir las temperaturas y las inclemencias propias de la ciudad. Hay que cuidar la mantención de esos árboles y la técnica de plantación, para que lleguen a ser especímenes adultos y robustos en el menor tiempo posible. En mi opinión, hay que diseñar esa arborización como un objeto técnico”.

Vale decir que, según el plan inicial, está considerada la plantación de árboles nativos como quillay, huingán, quebracho, maitén y peumo. Todos ellos corresponden a especies endémicas de la zona central y de hoja perenne, es decir que el follaje se mantiene verde durante todas las estaciones del año.

Parque Forestal. Créditos: © María Paulina Fernández
Parque Forestal. Créditos: © María Paulina Fernández

Respecto a lo anterior, Dra. María Paulina Fernández, puntualiza que hay que tener prudencia en las expectativas que este tipo de proyectos pueda generar: “Por una parte, considerar solo especies nativas es a mi juicio riesgoso. Una especie nativa, no por el solo hecho de que su distribución natural ocurra en el lugar geográfico de una determinada ciudad, implica que va a estar bien adaptada a las condiciones urbanas. Probablemente a las condiciones climáticas sí (considerando condiciones climáticas “normales” y no las condiciones actuales). Pero al interior de las ciudades se producen muchos microclimas y condiciones extremas muy distintas a las condiciones climáticas locales. Las ciudades presentan islas de calor producto de la emisión de calor por parte de los distintos elementos constructivos (edificios, pavimentos, techos, etc.), zonas de alto calor producto de fuentes de emisión como los tubos de escape de los vehículos, entre otros; sombreamientos excesivos en zonas de construcción en altura, en fin, condiciones muy distintas a las condiciones naturales a las cuales están adaptadas las especies nativas”.

Incluir especies nativas es un aporte importante a la biodiversidad de la ciudad, Sin embargo, hay que tener presente que muchas de las especies nativas tienen características que no las hace ideales para la vida urbana. Muchas son especies de lento crecimiento, de baja altura de copa, de copa poco extendida, y algunas de ellas incluso ya han demostrado una mala adaptación a las condiciones urbanas adversas de la zona central, como los maitenes. Por ello, como señalan los investigadores, es mejor incorporar una estrategia mixta, donde se incluyan aquellas especies exóticas que han demostrado ser muy resilientes, con mejores velocidades de crecimiento bajo condiciones adversas y buen despliegue de copas, además de las especies nativas.

Vale decir que no todas las especies tienen las mismas características y requerimientos, por lo que no todas son aptas para ser incorporadas en el arbolado urbano o al interior de las ciudades, ya sea por la salud y la seguridad física de las personas, el cuidado de la infraestructura pública y los requerimientos climáticos de la zona donde se plantan. Es decir, no da lo mismo qué plantar y donde plantarlo.  

“Hay que cuidar no plantar árboles en las líneas de cableado, de tal manera que, cuando crezcan, no sean víctimas de una poda indiscriminada. En la ciudad hay que optar por árboles de copa alta y tronco despejado que no obstruyan la vista y la iluminación peatonal. Yo prefiero árboles de hoja caduca, no solo porque en calles angostas y de edificación alta permiten mayor llegada de luz en invierno, sino porque el follaje se renueva año a año y eso impide que el árbol se intoxique por la contaminación y el polvo. Hay que cuidar el tamaño de la copa adulta en relación con el distanciamiento entre especies y respecto a los edificios. Hay que observar que no sean especies que se contagien de enfermedades o que tengan una vejez que implique la caída del árbol. Observar que tengan raíces pivotantes, es decir, que busquen agua hacia abajo y no levanten veredas… en fin. Desde el siglo XIX se han escrito fabulosos manuales para abordar el problema. Hay mucho conocimiento acumulado al respecto”, agrega la académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile

Así luce el bandejón central de la Avenida Pocuro, donde se comenzó a reemplazar el pasto por plantas de bajo consumo de agua. Foto: Municipalidad de Providencia
Bandejón central de la Avenida Pocuro, donde se comenzó a reemplazar el pasto por plantas de bajo consumo de agua. Foto: Municipalidad de Providencia

Por su parte, el académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción puntualiza: “Los árboles también pueden provocar problemas y eso es una realidad que tenemos que afrontar en la planificación urbana. Hay árboles que producen mucho polen como por ejemplo los famosos plátanos orientales, que si bien su calidad de sombras muy buena, su crecimiento es rápido y no es tan proclive al desmoronamiento o caídas, afectan negativamente a las personas con problemas respiratorios o alergias. Entonces no da lo mismo qué plantar y cómo estas especies se distribuyen en el territorio. Al final tenemos que asumir que los árboles son seres vivos y que vamos a tener que convivir con ellos con todo lo que eso implica. También es importante plantar árboles con flores ya que eso ayuda enfrentar la crisis de la muerte de los polinizadores”.

En términos sociales, las áreas verdes pueden cumplir la función de generar espacios para la comunidad de vecinos. Pero en términos ambientales la función es casi a escala planetaria. Por ello es que el Estado tiene que asumir la reforestación en su territorio de forma integral, armónica y sustentable. Sin duda, algo en lo que estamos al debe en nuestro país, más aun considerando los niveles de desigualdad en el acceso a las áreas verdes.

“El calentamiento global no es problema de un municipio más que de otro. En ese plano argumental, me parece inconcebible que hoy sigamos cargando a las administraciones locales con el problema de la conservación, como si se tratara de un servicio vecinal más. Creo que hay que observar los mapas de calor y tratar de revertirlos. Tomar el tema de la reforestación del territorio a gran escala y combatir el calentamiento global con una estrategia agresiva. Pero también no hay que olvidar que el verde urbano es una posibilidad de justicia social para la población urbana más carenciada, y que eso también requiere una respuesta de gran contundencia. Creo que hay que enfrentar los dos extremos del problema: desde la escala más macro a la provisión de bienestar a comunidades tan precisas como postergadas. Ambos problemas, calentamiento global y desigualdad social, son tan graves como urgentes de enfrentar con una mirada de País”, finaliza la Dra.  Pía Montealegre.

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