Los tesoros de la Reserva de Biosfera Lauca: la oportunidad de la ampliación de una zona que enfrenta varias amenazas
Luego de 40 años desde su creación, la Reserva de Biosfera Lauca fue ampliada por la Unesco, pasando de tener 358.000 a 1.026.567 hectáreas. De esa manera, se busca conciliar la conservación y uso sostenible del territorio, de la mano de comunidades locales como el pueblo aymara. Aunque este lugar incluye áreas protegidas como el Parque Nacional Lauca y el Monumento Natural Salar de Surire, ha enfrentado varias presiones y amenazas, como la minería, el desarrollo de infraestructura vial, el turismo no regulado, entre otros. Por ello, algunos aseguran que la verdadera oportunidad de esta medida es visibilizar la importancia de esta zona y fomentar más acciones que avancen en su protección.
En el extremo norte de Chile, en la Región de Arica y Parinacota, es posible ver paisajes de conmovedores contrastes, como lagunas azules y plateadas, altas cumbres nevadas, y una serie de especies y ecosistemas de importancia global para la conservación. Pero este lugar no solo sabe de vicuñas, llaretas o bofedales, ya que también ha sustentado desde tiempos remotos a culturas como el pueblo aymara.
Nos referimos a la Reserva de Biosfera Lauca que fue creada en 1981 y que, 40 años después, volvió al centro de la noticia al ser ampliada por el “Programa de la Unesco sobre el Hombre y la Biosfera”. De ese modo, pasó de tener 358.000 a 1.026.567 hectáreas, abarcando las comunas de General Lagos, Putre y Camarones, situadas en el noreste del país, en la frontera con Bolivia y Perú.
“Esta nominación de la Unesco es un gran avance para la conservación de este importante territorio abundante en especies y biodiversidad, y es motivo de celebración no sólo para las comunidades que lo habitan, sino para todo Chile. Con ello, el país da un paso más hacia la prevención y mitigación de los efectos del cambio climático y demuestra su compromiso con un desarrollo sostenible”, asegura Claudia Uribe, representante de la Oficina de la Unesco en Chile.
Tal como sugiere su nombre, las reservas de biosfera son consideradas como refugios de vida del planeta, por lo que, a través de un mecanismo de zonificación y ordenación, se busca combinar la conservación de su naturaleza con la utilización sostenible del territorio, en beneficio de las comunidades locales, e incorporando actividades de investigación, vigilancia, educación y capacitación.
En ese sentido, la ampliación de Lauca se debió a los criterios definidos por la Conferencia General de la UNESCO en 1995, que establecen que toda reserva de biosfera debe contener un mosaico de sistemas ecológicos representativos de regiones biogeográficas, que comprendan una serie progresiva de formas de intervención humana. Además, deben poseer una zonificación apropiada para que la conservación tenga lugar en un área distinta a donde se promueve el desarrollo socioeconómico.
Desde un inicio, Lauca poseía una zona núcleo dedicada a la conservación que correspondía al Parque Nacional Lauca, pero carecía de una zona de amortiguación o tampón que mitigara los efectos de las acciones humanas y que promoviera actividades económicas sostenibles para las poblaciones locales. Por ello se elaboró un expediente que culminó con la ampliación. “De esta forma, la Reserva de Biosfera Lauca está en condiciones de cumplir con el propósito esencial de las reservas de biosfera, que es conciliar la conservación de la diversidad biológica, la búsqueda de un desarrollo económico y social y el mantenimiento de los valores culturales asociados a este importante territorio”, detalla Mario Gálvez Fernández, ingeniero forestal y coordinador nacional de Reservas de Biosfera de la Corporación Nacional Forestal (CONAF).
Coincide el profesor titular del Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas de la Universidad de Tarapacá, Manuel Prieto, quien señala que “la principal oportunidad es el desarrollo de un espacio en el que se proyecte una armonización entre conservación de la diversidad biológica y desarrollo cultural y económico. Hay una zonificación, en la que se intenta integrar a la población humana con la naturaleza. También se crean condiciones para experimentación y estudio, lo que permite la producción de conocimiento científico y su difusión”. Aun así, el académico puntualiza que, por lo general, este tipo de figura tienes efectos más bien declarativos, por lo que se requieren políticas públicas fuertes, orientadas a la conservación de estos ecosistemas.
Pero, ¿cómo influye en la práctica una reserva de biosfera?
Oportunidades para la riqueza natural y cultural
La reserva de biosfera incluye al Parque Nacional Lauca, la Reserva Nacional Las Vicuñas y al Monumento Natural Salar de Surire, constituyendo además una de las zonas ecológicas más ricas del mundo y con alto endemismo, es decir, muchas especies solo viven en Chile, en ningún otro lugar del planeta. Por lo mismo, es un punto caliente o hotspot de biodiversidad “dentro de ‘Los Andes Tropicales’, cuya conservación es vital para la sustentabilidad de los ecosistemas de montaña y quienes lo habitan. Para el caso de Chile, esto es especialmente relevante considerando las únicas condiciones biogeográficas del área, las que están dadas por su extremidad climática y de altura”, resalta Prieto.
El investigador de la Universidad de Tarapacá añade que “dentro de la reserva destacan especialmente los bofedales (ok’os o uqhu, en aymara). Estos últimos son humedales azonales dominados por plantas tipo cojines que producen turba. Estos cumplen un rol protagónico para la sostenibilidad de los ecosistemas montañosos andinos dado su alto grado de biodiversidad y endemismo, capacidad de regular el ciclo hídrico y servir de reservorios de agua”.
Además, todos estos ecosistemas son de especial relevancia por su gran capacidad de secuestrar carbono, contribuyendo – al igual que otras reservas de biosfera – a la mitigación de los efectos de la crisis climática y a la implementación de la Agenda 2030 de la Convención de la Diversidad Biológica.
Si nos vamos a la biodiversidad, destaca dentro de la flora la llareta, los bosques de queñoa, y diversos tipos de plantas arbustivas, de gramíneas y senecios. En cuanto a la fauna, se encuentran felinos nativos como el puma y el gato andino, los peces del género Orestias y variadas aves, como el icónico suri (avestruz altoandina), la “tagua gigante que destaca por construir unos nidos de barro en el agua; varios tipos de flamencos (conocidos como parinas); camélidos como el guanaco y la vicuña (esta última, estuvo al borde de la extinción debido a la caza indiscriminada), muchos tipos de roedores nativos como el ratón orejudo boliviano y la vizcacha. Por último, es necesario destacar a la taruca, un pequeño venado andino, y el quirquincho (conocido por ser utilizado para hacer charangos, lo que ha llevado a su caza indiscriminada)”, puntualiza Prieto.
Pero eso no es todo.
Desde tiempos prehispánicos, estas tierras han sido habitadas por pueblos originarios como el aymara. No en vano la región está clasificada como Zona de Desarrollo Indígena. Por eso, con la ampliación de la reserva de biosfera, ésta pasó a albergar a 4.734 residentes permanentes, incluidas 50 familias indígenas.
El académico agrega que los bofedales han sido utilizados hasta hoy “por sociedades pastoriles como fuente permanente y altamente nutritiva de forraje para llamas y alpacas, cómo de plantas para diversos usos tradicionales. Por lo mismo, pastores y pastoras han desarrollado técnicas de manejo para conservarlos, mejorarlos y expandirlos. Estas están acompañadas de prácticas rituales de alta significación cultural, en las que queda plasmada una relación de reciprocidad con la naturaleza. En definitiva, son espacios culturalmente vibrantes”.
Por este motivo, se estableció un comité de gestión de la reserva de la biosfera para avanzar en la gobernanza, articular el financiamiento público y privado, entre otras labores. Gálvez sostiene que, entre algunos beneficios, se pondrá en valor los productos y servicios otorgados por las comunidades locales, a través de una marca de certificación que tendrá ciertos estándares de sustentabilidad; la priorización del Gobierno Regional de Arica y Parinacota de iniciativas que buscan fomentar la economía campesina indígena, así como la “reforestación con queñoas y el manejo de bofedales, y la generación de empleos en mantenimiento y creación de infraestructura menor (senderos, miradores, señalética, etc.) y habilitamiento en general en el territorio”.
Desde minería hasta turismo irrespetuoso
Pese a su relevancia, la zona enfrenta varias presiones y amenazas.
De partida, está la minería. Gálvez señala que “se debe mencionar el potencial impacto que podría generarse a partir de nuevos proyectos mineros, los que pudieran ser aprobados en el territorio, ello por el posible uso de aguas provenientes de ecosistemas frágiles (superficial y subterránea) para sustentar el proceso productivo, así como la acción directa sobre los humedales sometidos a explotación minera no metálica. Además, en el proceso de transporte de material se generan impactos, como el polvo en suspensión, el atropello de fauna silvestre en carreteras y caminos secundarios. A esto se debe sumar el gran impacto potencial o pasivos ambientales que generan los procesos mineros y que pueden generar daño al hábitat, sobre todo por la contaminación, tanto por residuos líquidos o sustancias peligrosas (accidentales o intencionales), junto con las emisiones atmosféricas de gases y material particulado”.
Recordemos que el Parque Nacional Lauca fue creado en 1970, pero en 1983 se desafectaron 382.117 hectáreas del área protegida, creándose en esos terrenos la Reserva Nacional Las Vicuñas y el Monumento Natural Salar de Surire. Así se permitió durante años, tanto al interior como alrededor de estos lugares, las faenas mineras, algunas de las cuales persisten hasta la actualidad, como la operación de la empresa Quiborax en el Salar de Surire.
Por ello Prieto es bastante crítico al respecto. “La principal amenaza a la reserva está dada por el modelo extractivista que predomina en Chile y el marco institucional que lo protege (como el Código de Aguas y la ley de minería impuestas por la dictadura militar). A pesar de todas las cualidades únicas que presenta esta reserva, el Estado ha otorgado concesiones mineras a varias empresas (como el caso de Quiborax). Otra situación especialmente preocupante es la extracción de agua desde los bofedales para el desarrollo agrícola industrial. El desvío del río Lauca en 1962 hacia el Valle de Azapa para generar hidroelectricidad y asegurar riego ha afectado de manera significativa el bofedal de Parinacota, y los otros bofedales y ecosistemas que están en su cauce. Esto también ha generado tensiones diplomáticas con Bolivia, ya que este río llega hasta el salar de Coipasa, el que se ha afectado significativamente”, advierte.
Sigue en la lista el desarrollo de infraestructura vial cuando no considera la complejidad de los ecosistemas, como varios caminos que cortan los bofedales, impidiendo el flujo de agua.
Por otro lado, la biodiversidad local enfrenta los efectos de especies exóticas como la trucha, (Oncorhynchus mykissen), que fue introducida en el Lago Chungará, lo que ha generado un impacto negativo en el ecosistema acuático y en animales como el pequeño pez endémico Orestias chungarensis. También sale a la palestra la basura arrojada por algunas personas y el turismo no regulado, que no solo genera impactos sobre la naturaleza, como la compactación del suelo y vegetación en áreas no habilitadas, sino que también puede alterar el comportamiento de la fauna silvestre, e incluso invadir la intimidad de las familias residentes en el área.
Desde CONAF agregan la presión del sobrepastoreo de vegas y bofedales; la caza ilegal de vicuña (para la comercialización ilegal de su fibra), y de otros animales silvestres para consumo, como roedores, cérvidos y aves; y la cacería con fines rituales como el quirquincho, los felinos y los flamencos.
“Sin embargo en la actualidad, la cacería con fines rituales se presume prácticamente erradicada del territorio; aunque persiste la extracción de huevos de suri (Rhea pennata tarapacensis), la instalación de cercos con alambre de púas para el manejo del ganado doméstico y vicuñas en estado de semicautividad, además de la extracción de leña que en algunos casos puede afectar a especies con problemas de conservación como la llareta (Azorella compacta) y la queñoa, tanto de altura (Polylepis tarapacana), como de precordillera (Polylepis rugulosa)”, complementa Gálvez.
En ese sentido, el académico de la Universidad de Tarapacá menciona la creciente pérdida de prácticas basadas en conocimiento ecológico tradicional (por ejemplo, por el despoblamiento de la zona) y los riesgos “de reproducir lógicas colonialistas que, a pesar de las buenas intenciones, terminen perjudicando a la población local y a los mismos ecosistemas que se pretenden resguardar. De hecho, muchas políticas de conservación en la puna han generado conflicto, especialmente por ciertas diferencias que surgen con las prácticas de pastoreo y conocimiento ecológico tradicional. Por lo mismo la reserva de la biosfera tiene el desafío de pensarse y proyectarse como espacios de conservación de un territorio que no lo pertenece al Estado ni menos a todos los chilenos, sino que a las comunidades Aymara que los habitan. Esto requiere de pensar modelos de conservación que respete a la autonomía de los pueblos originarios”.
Para abordar este cóctel de factores, Gálvez indica que impulsan una serie de medidas, incluyendo programas de manejo y recuperación de bofedales, buenas prácticas ganaderas y enriquecimiento ecológico con la queñua. “Por otra parte, existen acuerdos de conservación y gestión sustentable con más de 40 propietarios dentro de la Reserva de Biosfera Lauca, junto con un acuerdo para el desarrollo de un Corredor de Conservación. Se espera que, en el corto plazo, a través del Comité de Gestión de la Reserva de Biosfera Lauca, las autoridades del territorio generen ordenanzas que permitan que el modelo Reserva de Biosfera se implemente y aplique efectivamente”, añade.
Por todo lo anterior, Prieto considera que “la verdadera oportunidad de la ampliación de la reserva es poder visibilizar la real importancia de esta zona. Ello debe ser considerando no como una invitación, sino como una exigencia para que se tomen medidas serias, concretas, sólidas, sin titubeo para asegurar la conservación de estos ecosistemas”.
El investigador concluye que “el futuro de la reserva lo visualizo como un espacio de integración entre la autonomía de las comunidades indígenas, el desarrollo del conocimiento ecológico tradicional, producción científica con compromiso político, presencia de servicios que permitan llevar una vida digna y vibrante en el altiplano y, por sobre todo, una zona libre de extractivismo”.