Los grandes arquitectos, creadores y tejedores de la fauna chilena
El elegante nido del sietecolores que es tejido con juncos, las “botellitas” elaboradas por la avispa alfarera, los insectos con sus “casas ambulantes” y el cururo con su complejo sistema de madrigueras subterráneas, son algunos ejemplos de obras que son de la autoría de la fauna chilena. A través de sus creaciones, estos animales nos recuerdan la importancia de proteger la naturaleza y sus intrincadas relaciones, sobre todo en un mundo cada vez más transformado por el ser humano.
Al igual que nosotros, las demás especies animales crean y construyen para su supervivencia, ya sea con fines de refugio, alimento y reproducción. De ese modo, las obras no son al azar, pues tienen funciones, materiales y estructuras concretas, que obedecen a la (muchas veces desconocida) historia de las criaturas que son sus autoras.
Así se ha visto en libros como “Construido por animales: la historia natural de la arquitectura animal”, del zoólogo Mike Hansell y también en una serie de estudios. Uno reciente, por ejemplo, analizó un algoritmo en el comportamiento de las hormigas que les permite cavar túneles de acuerdo con las leyes de la física, logrando de esa manera construcciones más estables que pueden durar décadas sin colapsar, y que incluso serviría para crear robots destinados a la minería. También se suma la inspiración del arquitecto Mick Pearce que, luego de ver cómo las termitas africanas fabricaban sus nidos en una serie de la BBC, diseñó el centro Eastgate en Zimbabue. El edificio posee numerosos agujeros al igual que los termiteros, logrando así una «ventilación pasiva» que aprovecha los elementos del ambiente, en vez de depender del aire acondicionado y sistemas de calefacción.
Aunque en este tema salen a relucir seres de distintos rincones del mundo, en Chile también hay animales con obras dignas de destacar.
Tejidos, barro y mucho trabajo
Partimos con el picaflor gigante (Patagona gigas), ave que – pese a su envergadura y adjetivo – fabrica un nido con forma de copa que es pequeño en comparación a su talla. Aun así, la también denominada píngara teje con esmero, valiéndose de musgos, líquenes, fibras o “pelitos” de cactus, e inclusive de materiales blandos (como lana de oveja) para forrar su creación.
“Es llamativo el tamaño del nido que construye, que es notoriamente más pequeño que su cuerpo, quedando gran parte de éste fuera de los límites de su construcción. Al mismo tiempo es interesante pensar cómo esta especie aprovecha muchos materiales que tiene a disposición en su entorno para la construcción de su nido, como musgos, líquenes, pelos de animales y telas de araña”, señala Franco Villalobos, profesional de la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile (ROC).
Eso es lo que se ha observado en lugares como la zona costera, donde los picaflores acuden a los cactus para obtener materiales y un sitio apto para criar a su descendencia.
Se suma el colorido sietecolores (Tachuris rubrigastra), un hábil e inteligente constructor, cuyo nido con forma de taza se elabora “con juncos húmedos que, al secarse, dan consistencia y solidez a la estructura, la cual está unida a uno o más juncos de una manera que esta queda ‘colgando’, por lo que, ante un eventual incremento en el nivel del agua, se ‘eleva’ y no se sumerge”, señala el portavoz de la ROC. Aun así, podría usar otros materiales, como crin de caballo.
Este plumífero incluso ha inspirado la arquitectura humana, pues el Parque Humedal Río Maipo instaló el mirador Sietecolores, torre de tres pisos que imita la forma y el tejido del nido de esta especie, entregando una vista privilegiada en 360 grados del lugar donde habita.
Otro caso meritorio proviene del canastero chileno (Pseudasthenes humicola), un ave endémica – exclusiva – de nuestro país cuyo nombre deriva, precisamente, de la forma de su nido. Para hacerse una idea, éste es largo, vertical, cilíndrico y de 25 cm, aproximadamente, y cobra vida con una serie de materiales, donde destacan ramas de plantas nativas como el espino (Acacia caven) y el trevo (Trevoa trinervis).
“El nido es un verdadero canasto formado por cientos de pequeñas ramitas que generalmente cuentan con espinas, emplazado sobre arbustos, árboles e incluso cactus. El fondo de esta estructura es forrado con plumas y crines. También se ha descrito el uso de flores para estos efectos”, detalla Villalobos.
En humedales y lagos, en medio de juncos y carrizales, se encuentra también el trabajador (Phleocryptes melanops). Villalobos cuenta que este animal alado “debe su nombre justamente al empeño que pone en la construcción de su nido, que consiste en una elaborada esfera alargada hacia abajo, construida con juncos y otros elementos vegetales que son adheridos unos a otros con barro. Esta estructura cuenta con una entrada protegida por un pequeño alero. Esta entrada, según se ha descrito, tiene una orientación relacionada a las condiciones ambientales del lugar, como el viento y la lluvia. El interior, tiene un acabado con fibras vegetales más fina y el ‘fondo’ es forrado con plumas”.
Sin embargo, las tejedoras por excelencia son animales de ocho patas.
“Las arañas, en general, han evolucionado a lo largo de millones de años con la tela como principal ‘arma’ de cacería. Son los únicos arácnidos que usan la seda para cazar, y dependiendo de la especie o familia puede variar muchísimo la composición de la tela, la forma que tejen, el tamaño, disposición entre distintos elementos de la naturaleza (árboles, rocas, vegetación baja, tierra, etc.), y demás. La telaraña es un elemento muy fuerte, soporta gran peso y es muy elástica. Es, evolutivamente, uno de los mejores materiales que la naturaleza ha creado”, señala Pablo Núñez, macrofotógrafo de naturaleza aficionado y amante empedernido de estos arácnidos.
Ese es el caso de la araña del boldo (Molinaranea clymene), especie nativa de Chile y Argentina que, al igual que los demás miembros de su familia (Araneidae), “tejen telas orbiculares, las típicas redondas, y lo hacen al anochecer generalmente. Algunas consumen la tela para recuperar proteínas, otras las descartan y vuelven a tejer una nueva cada noche. Su esfuerzo y precisión es espectacular”, recalca Núñez.
La obra de la araña del género Metepeira también es orbicular, pero a diferencia de sus pares, este artrópodo se establece en un refugio cercano a la tela, en el que reposa hasta que atrapa alguna presa. Núñez puntualiza que “el refugio está compuesto por seda, hojas secas que colectan y restos de presas ya secas. El género Metepeira es reconocido fácilmente en terreno por esta particularidad en sus telas. Se pueden observar a lo largo de todo Chile, y al menos en la zona central, los bosques esclerófilos están llenos de ellas en estas fechas primaverales”.
Otro caso que destaca el macrofotógrafo es la araña de la familia Austrochilidae, cuyas grandes telas se extienden como verdaderas «sábanas» en los bosques nativos del centro y sur de Chile, ya sean esclerófilos o caducifolios. Núñez la define como “una tela desordenada, horizontal al suelo, y que de día se encuentra vacía, pues estas arañas salen en la noche” y añade que “cuando son iluminadas con la luz de una linterna, reflejan un brillo azulado”.
De Pomaire en miniatura a casas ambulantes
De regreso al mundo de las aves, hay algunas especies de poderoso taladrar que generan huecos en los troncos de los árboles, ya sea para anidar o encontrar larvas. Se trata de carpinteros como el magallánico (Campephilus magellanicus), que construye nidos con alrededor de 36 cm de profundidad, beneficiando de paso a otras criaturas que ocuparán su residencia en un futuro, como si prestara un servicio comunitario involuntario en el bosque.
Al respecto, Villalobos declara que “los carpinteros son grandes ingenieros. Para reproducirse excavan cavidades de distinto diámetro, dependiendo de la especie, para depositar sus huevos. Estas posteriormente quedan a disposición de otros animales como espacios de reproducción o refugio. En ese contexto, aves como los rayaditos, golondrinas chilenas, chercanes, chunchos y cachañas utilizan, entre otras cavidades, las generadas por carpinteros para reproducirse. A las aves, se le suman reptiles e incluso mamíferos como el monito del monte”.
También existen ejemplos notables en el diminuto y fascinante mundo de los insectos. Acá los casos abundan por montones, pero en aras del espacio destacaremos solo a algunos exponentes de la entomofauna.
Algunos son difíciles de identificar o derechamente desconocidos, pero si ampliamos la lupa, es posible ver criaturas como una larva de mosca que se camufla con lo que podría ser una “armadura” de liquen, o portadoras de casas ambulantes fabricadas con piedritas.
En esa línea se encuentran los tricópteros, insectos emparentados con mariposas y polillas (lepidópteros), aunque de seguro no protagonizan tatuajes ni prendas de vestir. Como sea, sus larvas son acuáticas, se encuentran en cursos de agua limpia y bien oxigenada, y construyen lo que podríamos concebir humanamente como una “casa ambulante”.
La entomóloga del Laboratorio de Sistemática y Evolución de la Universidad de Chile, Constanza Schapheer, detalla que “al igual que sus ‘primas’ presentan glándulas de seda que les permiten pegar pequeñas piedrecitas y ramitas alrededor de su cuerpo, construyendo así una especie de casa que las acompaña en su etapa larvaria y de pupa”.
Otro grupo insigne está conformado por las avispas, que son constructoras por excelencia.
Así lo asegura Schapheer: “Podríamos decir que ‘inventaron’ el papel para construir, incluso una leyenda china dice que ellas inspiraron a los humanos para comenzar a fabricar el papel. En nuestro país las avispas papeleras son especies introducidas, por ejemplo, del género Polistes y Polybia”.
En el caso de Chile, tenemos a las avispas alfareras, las cuales son nativas y pertenecen a la familia Eumeninae y viven en la zona centro-norte del país. La científica añade que “varias especies se caracterizan por construir una especie de ‘botellita’ de barro donde ponen sus huevos y aprovisionan a sus larvas con presas como orugas. Es común verlas haciendo viajes desde una fuente de agua hasta donde están haciendo su construcción. La gran mayoría son solitarias”.
No pueden faltar en este listado las termitas, insectos eusociales que viven en colonias con castas, integradas por una pareja real que puede reproducirse y algunos individuos estériles. En estas sociedades son las obreras las encargadas de las labores de construcción.
“En Chile hay algunas especies endémicas que nidifican en madera, donde se alimentan y reproducen. Este tipo de insectos, además de constructores, son arquitectos, ya que organizan los espacios de su nido de acuerdo a la función que este tendrá. Obviamente el grado de sofisticación de la estructura dependerá del linaje en cuestión. Por ejemplo, algunas especies de la sabana africana construyen verdaderas catedrales con sistemas de ventilación, que ayudan a mantener la temperatura en el termitero y que incluso han inspirado construcciones humanas”, asegura la entomóloga.
“En el personal me parece súper interesante, desde el punto de vista conductual, cómo generación tras generación se van manteniendo estos comportamientos, que en muchos casos son muy sofisticados, ya que implican un grado importante de manipulación de su entorno. Desde el punto de vista ecológico es relevante cómo muchas veces estas estructuras pueden ser habitadas por otros organismos también. En el caso de las termitas existe evidencia de hongos que habitan exclusivamente en sus nidos. Esto no se ha estudiado en Chile, sin embargo, en la selva del Amazonas se conoce bastante bien esta interacción”, subraya la investigadora.
Cururo city
Los mamíferos también están presentes en esta nómina, en especial uno muy sociable, que no supera los 10 cm y que vive en colonias bajo tierra. Nos referimos al cururo (Spalacopus cyanus), un roedor endémico de Chile central, que excava en distintos tipos de suelo para construir complejos sistemas de túneles interconectados.
Se ha descrito, por ejemplo, que sus túneles no tendrían patrón definido, y que su profundidad depende del terreno y de la presencia de bulbos vegetales de los cuales se alimenta. De esa forma, establecen una clase de vecindad subterránea que posee áreas distinguibles por sus montículos, como sectores donde almacenan alimentos o nidos donde cuidan a las crías.
De hecho, un estudio publicado en la revista científica Journal of Zoology analizó dos poblaciones costeras de esta especie, catalogándola como “una extremista en la construcción de túneles y en el almacenamiento de alimentos entre los mamíferos subterráneos”.
“Los cururos se diferencian de otros mamíferos subterráneos en que dejan las entradas de sus túneles abiertas, mientras que otras especies tapan sus túneles. Además, los cururos parecen pasar algún tiempo también sobre la superficie y observar a los alrededores desde la entrada del túnel, a diferencia de otras especies que permanecen completamente bajo tierra. De todos modos, los cururos son similares a otros mamíferos subterráneos en que sus sistemas de túneles muestran muchas ramificaciones y son realmente complejos, con cámaras de nido y de acopio de alimentos. Pareciera que almacenan una gran cantidad de comida”, cuenta a Ladera Sur Sabine Begall, zoóloga, profesora de la Universidad de Duisburg-Essen (Alemania), y autora del estudio publicado en la Journal of Zoology.
En concreto, la investigación estimó que los sistemas de túneles tenían hasta 600 m de largo, una profundidad de 15 cm y un diámetro de 6 cm. Las aberturas, en tanto, solían estar desconectadas y, en su mayoría, con una marcada orientación hacia el norte, a diferencia de estudios previos en otras poblaciones que mostraban una preferencia hacia el sur. Además, la cantidad de alimento depositado superaba a lo reportado para otros mamíferos subterráneos del mundo.
Al igual que los depósitos de comida, los nidos poseían hasta cinco niveles y se encontraban a alrededor de 30 cm de profundidad, bajo las raíces de arbustos como el michay (Berberis actinacantha). Además, fueron fabricados en su mayoría con pastos, raíces e incluso con bolsas de plástico.
Como se desprende de lo anterior, la vecindad subterránea del cururo se ha visto influenciada por el humano, al igual que los anteriores representantes de la fauna chilena.
Sus obras en un mundo humano
La vida de muchos de estos animales se ha tornado desafiante, en especial en un planeta dominado por el humano. No se trata solo de ellos, sino también de las interacciones y asociaciones que sostienen con otras especies y los ecosistemas, que son fundamentales no solo para que florezcan sus obras, sino también para su propia supervivencia.
De partida, los cururos se han visto muy impactados por el cambio de uso de suelo, a través de actividades como la construcción de carreteras y el desarrollo inmobiliario, sobre todo en la zona costera. Aunque esta especie no está catalogada en alguna categoría de amenaza, madrigueras enteras han desaparecido en el mundo subterráneo para levantar edificios en la superficie.
Las tejedoras también enfrentarían dificultades. “El humano podría afectar sus construcciones mediante la deforestación de flora nativa, que es donde principalmente tejen sus redes. La fragmentación de cerros, plantación de monocultivos y presencia de ganado pueden afectar negativamente el correcto funcionamiento de sus telas, o directamente impedir que habiten”, advierte Núñez. Si nos centramos en la araña del género Metepeira, el macrofotógrafo añade que “la presencia de personas en senderos no habituales podría romper sus telas, ya que estas arañas ‘se toman’ el cerro, generando telas entre árbol y árbol”.
Esto explicaría, en parte, por qué muchos no ven sus telarañas con refugio o sus grandes telas irregulares en los senderos habituales.
En el caso de la entomofauna, los tricópteros son bastante sensibles a las perturbaciones de origen humano, en especial las larvas que solo se desarrollan en aguas limpias y bien oxigenadas. Como puede inferirse, “la contaminación de los ecosistemas acuáticos impide su supervivencia. Por otro lado, las termitas son activamente eliminadas por los humanos y es importante recalcar que las especies endémicas de Chile no causan daños importantes a las construcciones humanas. Con un par de manejos básicos como, por ejemplo, eliminación de vigas dañadas, el problema se mantiene bajo control. La que sí debe ser controlada, y sobre todo monitoreada, es la termita subterránea (Reticulitermes flavipes), especie cosmopolita e introducida”, asevera Schapheer.
¿Y las aves?
Al igual que toda la fauna nativa, se ven perjudicadas por la pérdida de hábitat. Villalobos señala que “los humedales, por ejemplo, son ecosistemas bajo la constante amenaza del cambio de uso de suelo para proyectos inmobiliarios, industriales o agropecuarios, así como también por la escasez de agua o el desvío de esta. En ese sentido, el trabajador y el siete colores podrían verse afectados. Los carpinteros, en general, necesitan de árboles viejos para poder alimentarse y excavar sus nidos, por lo que la tala de bosques nativos y particularmente de árboles grandes y añosos va en directo perjuicio de este grupo, sobre todo de especies como el carpintero negro, el de mayor tamaño en nuestro país”.
Respecto al canastero, el integrante de la ROC complementa que “su distribución coincide con los grandes asentamientos humanos y productivos de nuestro país, por lo que ha visto su hábitat reducido considerablemente, el que a grandes rasgos corresponde al bosque y matorral esclerófilo y xerófito”.
Por todo lo anterior, es preciso recordar la relevancia de conservar la biodiversidad nativa y sus complejas relaciones. Solo así podremos coexistir con estas criaturas que, de distintas maneras, reflejan la creatividad de la naturaleza en todo su esplendor.