La importancia de las chinitas nativas para los ecosistemas: mucho más que un insecto de buena suerte
Según la cultura popular, los coccinélidos, mejor conocidos como chinitas, atraen la buena suerte. Es posible que esta creencia se deba a que la mayoría de ellas se alimentan de las plagas que afectan a las siembras, de allí que su presencia sea agradecida por quienes cultivaban la tierra y con el tiempo este relato se expandió a las ciudades. Las chinitas están presentes tanto en hábitats silvestres como urbanos, y son de los más diversos colores y tamaños. En Chile existen más de 120 especies distintas, incluyendo las invasoras, una en particular, la chinita arlequín, la roja de puntos negros que probablemente todos conocemos, hoy está descontrolada y amenaza a las chinitas nativas. Queda aún mucho por saber de este pequeño insecto y su importancia para la salud de los ecosistemas, aquí en Ladera Sur te contamos más sobre ellas.
Los coccinélidos, mejor conocidos como chinitas, mariquitas o catitas en otros países, son una familia del orden de los coleópteros, de donde también pertenecen los escarabajos, por ejemplo. Existen más de 7000 tipos distintos en todo el mundo, lo que corresponde al 7% de los coleópteros, con los característicos tonos rojo y negro, pero también los hay blancos, anaranjados, amarillos y negros. De ellas, 1900 son nativas de América del Sur y 119 de Chile, de las cuales, sobre el 61% son endémicas. La mayoría tiene una dieta carnívora, se alimentan de otros pequeños insectos, como los pulgones, conchuelas y hasta otras chinitas. También existen algunas que se alimentan exclusivamente de cierto tipo de hongos. La diversidad es la principal característica de estos pequeños habitantes de nuestros territorios, pero hay mucho más que aún no todos conocemos.
En cuanto a su fisonomía, pueden medir entre uno u ocho milímetros, son de forma redonda u ovalada; tienen seis patas, tres a cada costado, dos antenas, una mandíbula con poderosos dientes para devorar a sus presas y un par de alas protegida por su característico caparazón. Por lo general habitan zonas donde hay abundante vegetación donde habitan otros insectos que les sirven de alimento.
Las chinitas gozan de bastante carisma entre las personas gracias a la cultura popular, y son grandes aliadas para la agricultura, ya que se les conoce como buenos controladores de plagas. Al igual que muchos insectos y artrópodos, son esenciales para los ecosistemas, de ellas dependen la salud de los bosques y hábitats silvestres ya que depredan otros insectos que pueden ser perjudiciales para algunas especies vegetales.
Existen en todo el mundo, y en el territorio chileno, desde Arica y Parinacota a Isla Navarino. Algunas son micófagas, o sea, se alimentan de hongos, como la Psyllobora picta, blanca con puntos negros, que se alimenta de exclusivamente de hongos del género Sphaerotheca, y habita desde la Región Metropolitana a Los Lagos; y otras son carnívoras o fitófagas, o sea éstas últimas se alimentan de plantas, pero de estas no existen en Chile.
El ciclo de vida: de larva a adulto
Como todos los coleópteros, las chinitas tienen un ciclo de vida muy largo y una adultez muy corta, pues pasan por un proceso de metamorfosis muy complejo, desde huevo al espécimen adulto que comúnmente conocemos, pasando por una pupa o crisálida igual que las mariposas.
Luego de aparearse, la hembra pone entre 300 y 500 huevos sobre hojas, cortezas o el suelo, 3 a 10 días después nacen las primeras larvas, que viven entre 10 y 20 días y crecen hasta alcanzar un tamaño mayor al adulto. En su primer estadio son grisáceas transparentes, y en los más avanzados de color negro con amarillo o naranjo. “Muchas de las larvas tienen prácticas de canibalismo y se comen los huevos que aún no han eclosionado. De adultos también se comen entre ellas”, comenta el entomólogo de la Sociedad Chilena de Entomología, Guillermo González.
Luego del periodo de larva, comienzan a pupar, tal como las orugas que pasan a mariposa a través de un capullos, las chinitas se envuelven en una capa llamada exuvia, un esqueleto externo que las protege y donde se lleva a cabo la transformación de sus órganos. Esta va pegada a una ramita o corteza, al cabo de entre 6 a 11 días emergen como adultos, al principio son algo amarillentos y transparentes, pero luego de de unas horas toman sus colores definitivos.
De adultas, las chinitas se preocupan de alimentarse y reproducirse, en unos días ya adquieren habilidades de vuelo y alcanzan su madurez sexual. Viven desde un par de meses a un año y durante este periodo ponen huevos una o dos veces. Generalmente esto ocurre durante la primavera, que es cuando más se pueden ver por los jardines.
Los mayores depredadores de la chinita son pájaros, reptiles otros insectos, artrópodos, y un tipo de avispa que las parasita: estas colocan sus huevos en ellas, y quedan de huéspedes allí hasta que completan su ciclo y quienes las alojaban, mueren.
La invasora chinita arlequín
Si bien en Chile existe gran diversidad de especies de chinitas, actualmente existe un gran problema con una de las especies invasoras: la chinita arlequín, Harmonia axyridis, la cual amenaza y disminuye la biodiversidad nativa.
La académica de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la Universidad de Chile y directora del proyecto de ciencia ciudadana Chinita Arlequín, Audrey Grez, comenta que esta especie está muy bien adaptada a los ambientes urbanos: “por lo general las especies exóticas se adaptan muy bien a las ciudades y adquieren grandes ventajas por sobre las especies nativas”.
El problema es que empieza a competir con las especies nativas o directamente a comerlas, de allí la importancia de controlarla. Su ventaja es clara, ante una especie como la Eriopis chilensis (nativa), prácticamente la dobla en tamaño y puede llegar a medir hasta ocho milímetros, de hecho, es una más grande que habita en Chile. Otra forma de reconocerla es por sus colores, patrón de colores, y forma, la chinita arlequín es mucho más redonda, con puntos negros y de tono anaranjado, y una característica M negra en un segmento detrás de la cabeza, mientras que la Eriopis chilesis es ovalada, roja y de marcas cuadradas.
La Harmonia axyridis es originaria de Asia y ha sido introducida en distintos lugares del mundo como control biológico de plagas en la agricultura como pulgones o áfidos, sin embargo, en algunos lugares encuentra bastantes ventajas y al no tener depredadores naturales se reproduce sin límites. Pueden pasar inadvertidas, escondidas entre la madera o fruta. Así han llegado a Norteamérica, Europa, Sudamérica y hasta algunos lugares de África y Oceanía, amenazando no solo la biodiversidad y el equilibro de los ecosistemas, sino también, en algunos lugares, a la agricultura pues se refugian en frutos blancos como frutillas o arándanos causando daño en los cultivos. Sin embargo, en Chile no se ha observado este comportamiento, y han resultado inofensivas o buenas aliadas para estos.
“Son la única especie de chinita que durante el invierno se esconde en las casas, y esa es la mejor época para controlarlas”, comenta Grez, pues así se evita dañar el patrimonio natural y biodiversidad nativa. Actualmente, no existe un plan efectivo de control, por lo que eso es lo más recomendable según la investigadora.
La importancia de proteger a las chinitas nativas
A pesar de la irrupción de la chinita arlequín, el principal enemigo de las chinitas nativas durante muchos años ha sido el humano, pues con la degradación de sus hábitats y cambio en uso de suelo han disminuido considerablemente sus poblaciones.
La diversidad de coccinélidos es tan grande que incluso hay algunos que habitan a más de 4000 metros de altura. Son un grupo particular que se distribuye por Los Andes en Sudamérica, en total se conocen 50 y en Chile 4. Una de ellas es la Eriopsis mínima, Su característica principal es que son oscuras, pequeñas y a diferencia de las demás, no pueden volar.
En la Isla Juan Fernández habita la Eriopis opposita, la única especie endémica en una isla apartada del continente. Es negra con puntos blancos y solo se encuentra allí. “Como todas las especies endémicas, están especializadas en cierto tipo de suelos o vegetación y restringidas a un rango de territorio muy reducido, lo cual las hace particularmente vulnerables ante cualquier intervención humana”, explica González.
Por ello, ambos investigadores coinciden en la importancia de la educación tanto en la ciudadanía como en quienes trabajan en la agricultura, para proteger sus hábitats y convivir de la mejor forma posible con estos insectos indispensables para la salud de los ecosistemas.
Tomarlas en cuenta como aliadas, sobre todo en la agricultura, permitiría, por ejemplo, reducir el uso de pesticidas y mejorar la salud de los suelos. Por otro lado, conocer y valorar las especies nativas y endémicas permitiría proteger los pocos ambientes prístinos que quedan en el territorio, y de paso conservar toda la biodiversidad que les rodea. Así, este pequeño insecto, podría darnos la suerte e instarnos a proteger el planeta que habitamos.