“La hora de poner límites”: por qué la humanidad debe tomarse en serio los límites planetarios
El cambio climático, la biodiversidad y los ciclos biogeoquímicos son algunos de los 9 límites planetarios que serían fundamentales para mantener la estabilidad del planeta. Sin embargo, ya en 2022 la humanidad ha sobrepasado 5 de ellos, luego de que un estudio constatara que la contaminación química está transgrediendo masivamente los niveles seguros para la vida en la Tierra, sobre todo por la producción de plásticos, pesticidas, compuestos industriales y antibióticos. Estos últimos antecedentes han traído a la palestra este tema que, junto a publicaciones recientes como el lapidario informe del IPCC, apuntan a la urgencia de establecer una gobernanza global. Aunque existen cuestionamientos y obstáculos, de algo sí hay certeza: la transformación local también es clave para proteger al mundo tal como lo conocemos.
Uno para todos, y todos para uno. Esa fue una de las analogías que usó Johan Rockström durante una charla TED en alusión a los límites planetarios, los 9 procesos fundamentales para la estabilidad de la Tierra que, según decía, se comportan como los tres mosqueteros. Esto porque son interdependientes y, si uno es transgredido, los otros también se verán perjudicados, tal como ocurre cuando la tala de los bosques afecta no solo al límite planetario del uso de suelo, sino también al del sistema climático y biodiversidad.
Fue el mismo Rockström y sus colegas en 2009, y luego Will Steffen junto a otros investigadores en 2015, quienes identificaron los 9 problemas ambientales más críticos que debemos enfrentar como humanidad. A partir de ahí propusieron una serie de variables y límites que, en teoría, no se deberían sobrepasar, con el fin de que la Tierra y sus ecosistemas permanezcan dentro de la estabilidad que caracterizó al periodo en el que vivíamos hasta la Revolución Industrial, periodo a partir del cual se profundizaron los impactos humanos, desatando una crisis ambiental sin precedentes en el mundo.
Sin embargo, estos 9 procesos volvieron a la palestra recientemente, luego de que un nuevo estudio publicado en la revista Environmental Science & Technology advirtiera que los humanos traspasamos el límite planetario de la contaminación química, sobre todo por la producción de plásticos, pesticidas, compuestos industriales y antibióticos.
Así se sumó un importante antecedente ya que – originalmente – los límites incluían “al cambio climático, el agotamiento de la capa de ozono, la pérdida de biodiversidad y nuevos compuestos químicos. Sin embargo, años atrás no se pudo cuantificar cuál era límite para la incorporación de nuevos compuestos químicos o la contaminación química, debido a la falta de información de aquellos años. Ahora, esto ha cambiado”, explica Patricia Villarrubia-Gómez, una de las coautoras del reciente estudio y estudiante de doctorado en el Stockholm Resilience Centre, de la Universidad de Estocolmo.
Villarrubia cuenta que, en la investigación liderada por la Dra. Linn Persson, “nos centramos en documentar la preocupación por la seguridad planetaria como consecuencia de la sobreproducción y liberación de sustancias sintéticas tales como plásticos, pesticidas, retardantes de llamas y otros químicos industriales; así como de materiales naturales que son movilizados como consecuencia de las actividades humanas. Algunos de estos contaminantes pueden ser extremadamente persistentes, por lo que, al día de hoy, podemos encontrarlos por todo el planeta, desde el Ártico hasta la Antártica, y cuyas evidencias muestran impactos negativos en los sistemas de la Tierra, incluyendo la biodiversidad y los ciclos biogeoquímicos”.
Pero, ¿qué son los límites planetarios y por qué es necesario considerarlos en nuestras vidas?
Acercándonos a los límites
La historia de la Tierra tiene múltiples capítulos, marcados por fenómenos, extinciones masivas y paisajes que hoy difícilmente reconoceríamos.
Aun así, hace unos 10.000 años la Tierra al fin se había estabilizado, generando bondadosas condiciones para un sinnúmero de organismos, incluidos nosotros. Se trata del Holoceno, la época que permitió – entre otras cosas – el desarrollo de la agricultura y de las sociedades complejas.
Así lo explica Cristóbal Pizarro, investigador principal del Laboratorio de Estudios del Antropoceno: “El Holoceno, un periodo interglacial, es una época en la historia del planeta en la cual el ser humano y otras especies de la biósfera han florecido y desarrollado, por lo que sus condiciones se consideran como óptimas para el desarrollo de la vida”.
Sin embargo, las bondades del Holoceno fueron – por decirlo de alguna forma – su condena, pues la humanidad intervino tanto en el entorno, que terminó convirtiéndose en “la principal fuerza geofísica” del planeta, sobre todo a partir de la Revolución Industrial. Esto ha inspirado conceptos como el Antropoceno, que propone una nueva era geológica marcada por el impacto de nuestra especie.
En ese sentido, los límites planetarios están pensados para mantener los procesos que regulan el sistema terrestre en un estado similar al Holoceno. Sin embargo, el conocimiento y las estimaciones actuales, en las cuales se basa esta propuesta, no escapan de la incertidumbre.
“Si es o no factible volver a las condiciones y parámetros del Holoceno, es incierto. El planeta es un sistema muy complejo, pero sí es absolutamente indispensable para nuestro destino, establecer direcciones y metas claras, hacia donde debemos apuntar nuestras acciones y nuestros impactos”, añade Pizarro, quien también es investigador asociado del Instituto de Ecología y Biodiversidad, y académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción.
Para acercarnos un poco a esa tremenda complejidad, basta con presentar a los 9 límites planetarios. De partida se encuentran el cambio climático, acelerado por las emisiones de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2); la integridad de la biosfera o pérdida de biodiversidad, alusiva a fenómenos como el declive y extinción de especies; y el cambio en el uso del suelo, derivado de la cubierta terrestre mundial que ha sido convertida en tierras para la agricultura y ganadería, entre otros.
Se suman el uso del agua dulce, marcado por la creciente presión de actividades humanas, como la agricultura intensiva; los ciclos biogeoquímicos del fósforo y nitrógeno, que determinan la salud y productividad de los ecosistemas terrestres y acuáticos; y la acidificación del océano, producto del intercambio de gases como el dióxido de carbono entre la atmósfera y los mares, lo que ha disminuido su pH. Le siguen la carga de aerosoles en la atmósfera, que no ha sido cuantificada; el agotamiento de la capa de ozono, debido a la liberación de sustancias que provocaron un «agujero» en la ozonosfera; y la contaminación química y nuevas entidades, como sustancias recientes y organismos modificados por los humanos, que van desde materiales radiactivos hasta los plásticos.
En 2009, cuando se publicó el primer estudio al respecto, la humanidad ya había traspasado tres fronteras, correspondientes a la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y el ciclo del nitrógeno. Luego se cruzó la barrera de los ciclos biogeoquímicos (incluyendo al fósforo) en 2015, mientras que en 2022 ya sobrepasamos los 5 límites planetarios con la contaminación química.
Dentro de este último límite destacan los plásticos de diversos tipos, los cuales producen impactos desde la extracción de sus materias primas hasta el uso de los productos y su posterior vertimiento como basura. “La cantidad de la masa total de plásticos que se ha producido ya excede a la cantidad total en masa de todos los mamíferos existentes. Los edificios e infraestructuras (los cuales contienen plásticos y miles de químicos sintéticos) exceden la masa de todos los árboles y arbustos existentes”, ejemplifica Villarrubia.
Y tal como los tres mosqueteros, todos estos fenómenos se relacionan e influyen entre sí. La investigadora puntualiza: “En el caso de los plásticos, sabemos que hay una conexión directa con el cambio climático, pues al menos 98% de los plásticos vírgenes se fabrican con un derivado de la producción de combustibles fósiles como la gasolina o el gas natural, lo que tiene asociado grandes emisiones de CO2 a la atmósfera, así como la contaminación de cuerpos de agua y suelos. También sabemos que estos nuevos químicos (incluyendo los plásticos y sus aditivos) tienen un impacto negativo sobre la biodiversidad, creando e incrementando aún más estresores sobre ecosistemas que ya están altamente presionados”.
La hora de poner límites
La transgresión de una o más fronteras planetarias sería perjudicial o incluso catastrófica debido al riesgo de cruzar umbrales que desencadenarían cambios ambientales abruptos, tanto a escala local, continental y planetaria.
Un ejemplo de ello es la crisis climática, la misma que acaparó portadas en todo el mundo luego del reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), el cual advierte que las emisiones de gases de efecto invernadero deberían alcanzar su punto máximo a más tardar en 2025 y luego reducirse casi a la mitad para el año 2030, con el fin de limitar el calentamiento global a 1.5ºC. De lo contrario, las consecuencias para la Tierra serían (aún más) devastadoras.
No obstante, otros problemas ambientales no solo son desconocidos, sino también incomprendidos o subestudiados. Esto explica – en parte – por qué el enfoque de los límites planetarios no se ha librado de algunas críticas.
Por ejemplo, algunos han acusado que esta propuesta es limitada o que puede influir de manera inadecuada en políticas públicas, mientras los defensores de los límites planetarios señalan que se ha malentendido su enfoque, argumentando que es un marco global y no local, y que es complementario con otras medidas de distintas escalas.
Al respecto, Pizarro detalla que “las críticas a los límites planetarios circulan alrededor de tres temas. El primero es la complejidad y el poco conocimiento de las interrelaciones entre los procesos naturales entre sí, y los [factores] antropogénicos y promotores de cambio que estamos imponiendo al funcionamiento de la biósfera, la atmósfera y los océanos. Por lo que las interacciones entre los límites planetarios entre sí no están claramente dilucidados o considerados en la propuesta original”.
“Segundo” – prosigue – “tienen que ver con los llamados tipping points o umbrales de los parámetros (por ejemplo, niveles de CO2 atmosféricos, concentraciones de contaminantes y tasas de extinciones de especies) que estamos utilizando para fijar los límites planetarios. Esto de alguna forma ayuda a pensar en límites dinámicos y ‘espacios seguros’ en que la humanidad puede o podría operar sin sobrepasar las capacidades de la biosfera de sostener la vida como la conocemos. Lo tercero, y que nos atañe como científicos latinoamericanos, es cómo incorporar los efectos y causas locales de la crisis global, qué procesos entre responsabilidades nos atañen en cuanto a nuestras acciones individuales, colectivas, como naciones estados y regiones del planeta que sufren los impactos del cambio global”.
Desde lo local a lo global
Lejos de caer en la ecoansiedad, la idea es impulsar acciones locales para abordar los problemas globales, sin olvidar la perspectiva de la justicia socioambiental. Esto porque uno de los cuestionamientos que también se alzan en este contexto es que se deposita mucha “culpa” o “carga” en la ciudadanía, cuando hay grupos hegemónicos con poder económico y político, y países ricos como los del hemisferio norte, que tendrían una mayor cuota de responsabilidad en el deterioro ambiental y en la mayor emisión de gases de efecto invernadero.
“Ciertamente existe un desbalance en la responsabilidad del deterioro ambiental, ya que son unos pocos los que causan el mayor daño. Sin embargo, es necesario tomar medidas tanto desde lo local como lo global. Ambas acciones en conjunto serán necesarias para promover cambios. Si solo nos quedamos con acciones globales, quizás no avancemos mucho dado que generalmente las acciones globales no consideran factores de inequidad y pluralidad”, asegura Matías Barceló, investigador visitante del Stockholm Resilience Centre.
El también investigador doctoral del Centro de Ecología Aplicada (CAPES) y del Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS), añade que “como ciudadanía debemos ejercer presión a poderes políticos y económicos, pero también ejercer acción y promover procesos transformativos hacia un futuro más justo, equitativo y sostenible, integrando diversas fuentes de conocimiento”.
Para Pizarro, los límites planetarios ofrecen “una oportunidad de impulsar una fuerte gobernanza socioambiental global, en torno a prioridades específicas de lo que sí sabemos sobre las capacidades de la Tierra de sostener la vida. En informes regionales de plataformas globales como IPBES, han avanzado enormemente en hacer síntesis del conocimiento a escalas más pequeñas, y eso es un gran avance. Es imposible pensar en límites fijos, pero tampoco que no existan límites al crecimiento, la concentración de los perjuicios y beneficios del desarrollo en el Antropoceno. La transgresión de estos límites es lo que finalmente nos enfrenta a reconocer que ya no estamos viviendo en las condiciones del Holoceno”.
Y aunque lo de la gobernanza global suene a “misión imposible”, uno de los pocos ejemplos exitosos de cooperación internacional se relaciona con el agotamiento de la capa de ozono, el mismo que constituye un límite planetario que – por ahora – se encuentra dentro de la zona segura. Hace décadas, los países lograron ponerse de acuerdo en plena Guerra Fría para adoptar el Protocolo de Montreal que impulsó la prohibición de productos químicos que deterioraban dicha capa de la estratosfera. Para ello fue clave la asesoría de la comunidad científica y la acción de distintos sectores de la sociedad. Si bien la ozonosfera sigue expuesta a estas sustancias, el problema logró controlarse en gran medida, encaminándose hacia una solución.
Por ello, muchos destacan el caso de la capa de ozono como un ejemplo digno de imitar en otro tipo de discusiones, como aquellas relacionadas con la crisis climática.
Sin embargo, todo apunta a que avanzamos lento. Mientras los gobiernos de diversos países intentan ponerse de acuerdo, se han erigido varias iniciativas, enfoques y propuestas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el decrecimiento, entre tantos otros. La investigadora postdoctoral del Stockholm Resilience Centre opina que, “para volver a estar dentro de un espacio de seguridad de los límites planetarios, necesitamos cambios radicales en todo el sistema, no solo de consumo. Nosotros no vemos esto como un límite al crecimiento o a la economía, sino que es una necesidad de que haya un cambio sistémico en la manera de obtener recursos, producir bienes, de consumo y gestión de residuos. Y esto no tiene por qué ser un límite para la economía. Esto puede ser una oportunidad de innovación y creación productos, y de nuevos modelos de mercado”.
En el caso concreto de la contaminación química, la científica apuesta por la implementación de cuotas fijas para la producción y liberación de estos elementos, un mayor control de seguridad y sostenibilidad, y la transición “hacia una economía circular real mediante el cambio en el diseño de materiales y productos, diseñar nuevos químicos y materiales que puedan ser reciclables”.
Otro aspecto relevante es construir sociedades resilientes que se adapten a estos tiempos de cambio e incertidumbre.
Es muy probable que no recuperemos las benévolas condiciones del Holoceno, pero desde una perspectiva socioecológica, existen ciertos principios para vivir con resiliencia en estos contextos. Barceló detalla que éstos consisten “primero, en mantener la diversidad y redundancia de los sistemas. Mientras más componentes, más resiliente es el sistema. Segundo, en mantener la conectividad entre distintos sistemas, con el fin de contribuir a mantener la biodiversidad. Tercero, en manejar y entender la retroalimentación de los sistemas, es decir, comprender cómo los componentes están conectados entre sí y entender el efecto de uno sobre otro”.
Lo anterior incluye también otros elementos, como los sistemas policéntricos y locales que permitan la acción colectiva y redes sólidas. Además, el investigador del Instituto SECOS rescata como ejemplo la creación de las Áreas de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB) y el caso del loco, un molusco típico de las costas de Chile. “Luego del colapso del loco a fines de los 80, dado que era un recurso de libre acceso, se abrió una ventana de oportunidad, donde a través de la regulación y manejo, en base a evidencia científica, se logró implementar las AMERB. Sus resultados fueron positivos, dado que la abundancia del loco aumentó. De este caso podemos aprender cómo a través de cambios con ideas innovadoras y profundas a nivel institucional pueden traer beneficios”.
De todos modos, Barceló acentúa la necesidad de “contar con diversas fuentes de conocimiento para promover cambios transformadores y escalar hacia arriba, desde lo local”.
La resiliencia cimentada desde lo local no es banal, si consideramos la frecuente desidia de la política que entrampa la acción climática y ambiental, tal como lo refleja el mencionado informe del IPCC que fue publicado este 4 de abril. Como espetó el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres: “El último informe del @IPCC_CH es una letanía de promesas climáticas incumplidas. Algunos líderes gubernamentales y empresariales dicen una cosa, pero hacen otra. Están mintiendo. Es hora de dejar de quemar nuestro planeta”.
Por ello, los límites planetarios cobran total sentido, como una forma de establecer metas y gobernanza a nivel global, siempre que no se pierdan de vista las acciones locales de las y los terrícolas.
En esa línea, Pizarro recuerda las palabras del ex presidente de Uruguay, José Mujica, quien “habla de desatar solidaridades planetarias, que parten a escalas mucho más pequeñas, pero que requieren de conducción consciente y participación continua que no se acaba jamás. En lo técnico tenemos la ciencia y tecnología. En lo moral y ético, tenemos un largo camino que avanzar. Contra el tiempo”.