La primera vez que Fernanda Romero (45) estuvo en Altos de Cantillana, no había nacido. Su madre, embarazada —aunque todavía no lo sabía—, montó un caballo por el bosque del ahora santuario de la naturaleza. Pero también, desde antes de nacer lleva el lugar en su sangre. Sus 16 tatarabuelos vivieron en Paine. Ella dice que nació incorporada a ese ambiente. No entendía por qué cuando era niña durante el año vivía en Santiago, si estaba toda la familia en ese lugar con “mucha más vida”. De hecho, apenas pudo, a sus 26 años, decidió volver a Aculeo.

No hubo vuelta atrás.

Trabajo en vivero de la reserva. Créditos Reserva Natural Altos de Cantillana
Trabajo en vivero de la reserva. Créditos Reserva Natural Altos de Cantillana

Hoy Fernanda es coordinadora de la Reserva Natural Altos de Cantillana, administrada por la Corporación Altos de Cantillana, que reúne una comunidad interdisciplinaria para la conservación de 12 mil hectáreas del extenso cordón de Cantillana.

Sus días, su trabajo y su vida se han enfocado a proteger y conservar esta gran zona de la Región Metropolitana que, prácticamente, la vio nacer y crecer.  

Las flores que plantaron sus semillas

Fernanda tenía cinco años recién cumplidos. La subieron al caballo para llevarla a la meseta Cantillana. Ella, con sus pequeños ojos curiosos, llevó su mirada a las flores. Las cortaba, dejaba en la montura del caballo y guardaba en su memoria. Es su primer recuerdo en el lugar. Dice que podría dibujar esas flores de colores burdeo, pétalos morados, azules, violetas o tan calipsos como la puya alpestre.

“Este lugar me motivó a estudiar las plantas. A entenderlas. A poder saber sus nombres. Yo desde chica tenía una enciclopedia en mi casa y vivía clasificando todo lo que veía, aunque sea con nombres europeos, porque antes no existían las guías de campo”, explica Fernanda.

Leucheria cantillanensis. Créditos Benjamín Cisternas
Leucheria cantillanensis. Créditos Benjamín Cisternas

Era una apasionada por la botánica, con habilidades para biología. Pero también para el arte. Un día, en su búsqueda de qué estudiar en la universidad, un panfleto cayó de un diario que tenía en sus manos. El papel era un folleto de la carrera de Ecología y Paisaje. Reunía todos sus gustos. No lo pensó dos veces.

“En segundo año, tuve clases con Sebastián Teillier, botánico. Fue mi mentor en esa disciplina. Fuimos a subir Cantillana con un equipo de otros botánicos. En ese punto él me decía que tenía que hacer mi tesis en flora andina de Cantillana. Así fue, hubo mucho nuevo registro en ese trabajo y hemos seguido descubriendo cosas. Mandé plantas al extranjero, clasifiqué plantas que estaban descritas hasta otras regiones, entre otras cosas. Después ha seguido el proceso de descubrimiento de especies del lugar”, comenta Fernanda.

Cuando hizo su tesis, pensó en esas flores que recordaba cuando tenía cinco años. Las buscó. Pensaba hasta cómo se clasificarían. Lo que buscó, en particular, fue ver la similitud entre la flora de la cordillera de Los Andes y de la Costa para probar que esta última ha sido un refugio para las comunidades de plantas después de la glaciación y que pueden recolonizar Los Andes. “Muchas personas pensaban que no volví a ver las flores porque se habían extinguido. Pero en realidad es parte de la distorsión del recuerdo. Encontré cosas insólitas en mi tesis, como especies indicadoras de mucha altura (…). Hay especies indicadoras de los 3.800 o 4.000 metros de altura en Los Andes que están comprimidas en Cantillana, que tiene 2.000 o 2.200 de altura”, explica.  

Créditos Fernanda Romero
Cuento para Cantillana en 100 palabras. Créditos Fernanda Romero

Pero todavía la conservación no estaba en su radar.

Cuando se tituló, trabajó como interna para una consultora. Duró un año ahí, haciendo estudios de línea base y planes de restauración. Con el tiempo, sintió que el sistema se hacía más robusto —dentro de lo débil que lo creía—, pidiendo medidas de mitigación, restauración y compensación. Trabajó viendo los impactos de proyectos entre Arica y Tierra del Fuego, siempre desde el diseño y planificación.

Le ayudó, dice, a conocer esa visión, esa perspectiva. Sin embargo, también le generó un debate interior. En ese entonces, ya vivía en Aculeo y participaba, junto a sus familiares y amigos, en una organización enfocada en educación ambiental. Hacían, hace 20 años atrás, talleres sobre especies a niños. Era lo que le llenaba el corazón, al contrario de su trabajo.

Monitoreo en Altos de Cantillana. Reserva Natural Altos de Cantillana
Monitoreo en Altos de Cantillana. Reserva Natural Altos de Cantillana

“Habíamos contratado una obra de teatro del lagarto gruñidor para niños y ese mismo día yo tenía una reunión con autoridades para presentar argumentos para defender un proyecto nefasto. Ese fue el gatillo con el que dije: no voy a terminar este año así”, dice, mientras en su voz se nota un entrecortado tono de emoción: “Tenía que dejar la vida por defender ese proyecto. Salí de la reunión y me pregunté cuál era el sentido. Claro, no había plata en esa época. No podía enfocarme en el amor el arte. Pero ahí es donde vienen las convicciones. Dije que prefería trabajar gratis antes que hacer lo otro, que iba en contra de los principios, en contra del país. Y, lamentablemente, el país sigue yendo hacia ese lugar”.

Sentía que sí, trabajaba con plantas, pero estudiaba muchos lugares que probablemente se iban a destruir. Cuando se dio cuenta de eso, pensó que “a su cerrito Cantillana” le podía pasar lo mismo que veía que sucedía en muchos valles del país. Eso la aterró. Poco después, renunció a la consultora.

El paraíso de Altos de Cantillana

Desde los 90’ ya existían estudios que hablaban de la importancia del cordón de Cantillana. Tal información logró que en 2002 naciera un proyecto conocido como “GEF Cantillana”, apoyado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con el objetivo de conservar la biodiversidad del lugar. Esos, fueron algunos de los antecedentes que llevaron a algunos propietarios de la zona a crear la Corporación Altos de Cantillana en 2008. El objetivo era, a través de la conservación privada, agrupar cuatro grandes predios y proteger 12 mil de las 205 mil hectáreas del cordón de Cantillana.

“La conservación privada es un grupo de locos, que se volvieron más locos, y se les ocurrió proteger el cerro. Es super duro porque dicen que quizás esto debería ser cuidado y este puede ser el camino. Pero la mayoría de las personas que parten en conservación privada no son técnicos, lo hacen desde el corazón, sintiendo que tienen que hacer algo”, explica Fernanda.

Ella, por su lado, veía todo esto muy de cerca. Tras dejar su trabajo como interna en la consultora, siguió haciendo trabajos esporádicos en la misma área para poder mantenerse, pero decidió expandir sus conocimientos más allá de la flora. En 2009 entró a un Magister de Áreas Silvestres y de Conservación de la Naturaleza. Creó la Corporación de Desarrollo Cultural y Patrimonial de Aculeo (Aculeufú) y una empresa de Ecoturismo. Luego, entró en conversaciones para ser parte de la Corporación Altos de Cantillana. Pero llegó un minuto en que, para que surgiera, había que dedicarle el 100% del tiempo.

En 2011 terminó el proyecto GEF. En 2012 se comenzaron a ejecutar tres Fondos de Protección Ambiental en la zona, además del primer Plan de Compensación de Emisiones. También se realizó la primera Feria Ambiental de Aculeo. “2012 fue un periodo provechoso, una vez que los financiamientos de los proyectos acabaron, la situación de la Reserva fue difícil”, se lee en la página web de la reserva.

 “Hubo un vacío de financiamiento. Y yo dije que ya no más. Dejaba mi trabajo en la consultora y me dedicaba a levantar recursos. Joaquín Solo de Zaldívar, que es el gestor de la reserva me preguntaba si estaba segura. Mi familia, en general, sentía que abandonaba el mundo por Cantillana. Finalmente, en 2016 logramos levantar un proyecto grande, fue duro, pero logamos armar el primer equipo de trabajo y empezamos el programa de educación a largo plazo”, explica Fernanda, apuntando a que lo que primero era entender las necesidades de este lugar.

La verdad, valía la pena el esfuerzo. Para Fernanda la reserva “es un lugar maravilloso”, lleno de magia. Parte desde los 400 metros de altitud y llega a los 2.200. Posee dos cumbres, que bautizan a los dos santuarios de la naturaleza del lugar: Altos de Cantillana y Horcón de Piedra. Sus terrenos están en Paine, Alhué y Melipilla, teniendo exposiciones de la ladera del cordón. Es un “museo vivo”, como dice Joaquín Solo de Zaldívar, donde se concentran cientos de especies. Gran parte de lo que habita en la zona central está aquí. No siempre es fácil de ver, pero hay mucha diversidad de ecosistemas. Pero no es al azar: se ubica en una de las cinco zonas del mundo con clima mediterráneo, siendo declarado como parte de uno de los 35 hotspots de la biodiverisdad mundial por su riqueza de especies, alto grado de endemismo y amenaza.

Hay bosque esclerófilo. Relictos de roble. Vegetación de quebrada. También lugares con especies como la palma chilena o el roble de Santiago. Está el tan característico lagarto gruñidor. O el sapito de Cantillana. Si se mira al cielo, vuelan las aves rapaces y, escondidos en la vegetación, puede haber algún gato colocolo y el puma. Incluso, antiguos relatos podrían hacer referencia al fantasma de los Andes, el gato andino. La lista suma y sigue; aquí hay hogar para especies amenazadas, endémicas y las que gusten encontrar su hogar único en la Región Metropolitana.

Leucheria cantillanensis. Créditos Benjamín Cisternas
Leucheria cantillanensis. Créditos Benjamín Cisternas

“Antes miraba una planta y esa era mi vida. A veces me pregunto: ¿en qué momento me desvié de solo mirar, prensar y criar plantas? Porque nos pasan cosas difíciles en conservación”, reflexiona Fernanda. Coloquialmente, para ella el objetivo de la reserva es “como tener una guagua con un montón de necesidades que cubrir”.

La estrella de Aculeo

Cuando Fernanda era niña, sus papás escondían los huevos de Pascua de Resurrección en los bosques que ahora están cerca de la administración de Altos de Cantillana. Recuerda que había canales de riego por todos lados, que escuchaba vocalizaciones de anfibios y se quejaba de las sanguijuelas y zancudos. Todo eso estaba presente en el ambiente de humedal que entregaba la laguna de Aculeo, que se secó por completo en 2018, lo que marcó un hito en el lugar. Si bien la laguna tuvo su “renacer” gracias a las lluvias de estos últimos dos años, no tiene su esplendor antiguo. Y podría ser que nunca lo recupere, debido a la sequía.

En 2016, ya había que meterse hasta la cintura en barro para poder andar en kayak por la laguna. La comunidad estaba preocupada: en torno a ella estaba el turismo, el emprendimiento y, claramente, siempre ha sido un símbolo local. Era una verdadera estrella en la Región Metropolitana. Por eso, cuando se secó, fue un gran choque para la comunidad.

Vista hacia la laguna de Aculeo desde la Reserva Natural Altos de Cantillana. Créditos Edgar Ibarra
Vista hacia la laguna de Aculeo desde la Reserva Natural Altos de Cantillana. Créditos Edgar Ibarra

“Todo el mundo veía el gran valor de Aculeo en la laguna. Nadie había pensado en mirar los cerros ni algo por el estilo. Fue todo un proceso de rearmar la idea de entender que hay otros valores de Aculeo, más allá de que la laguna tuviera o no agua. Hubo crisis social. Es como de libro, los conflictos pasan cuando se desaparece algo como una laguna completa. Y eso fue difícil. Yo creo que ahora estamos en otro escenario. En su minuto existía el rumor de que nosotros nos habíamos robado el agua. No entender las causas reales de las cosas te impide poner énfasis donde hay que hacerlo, porque le pasó a Aculeo en la peor sequía de todos los tiempos y ahora volvió a llover un par de años y la laguna ya ocupó casi todo su lecho. No tiene la profundidad de antes, pero en dos años recuperó todo lo que perdió durante 13 años”, dice Fernanda.

De hecho, según censos de especies realizados recientemente, se cuentan más de 70 especies en el lugar desde que resurgió el espejo de agua.

El caso de Aculeo fue icónico. Tanto que, para Fernanda, es un claro ejemplo de lo que puede pasar a nivel país si no se presta atención a las advertencias que van surgiendo con el calentamiento global, como la sequía o, por otro lado, las lluvias torrenciales. “Sabíamos que iban a reducir las precipitaciones o que serían más fuertes. En agosto pasado (2023) estábamos con aluvión y en diciembre con un incendio. Yo siento que, desde esa perspectiva, Aculeo es un modelo maravilloso para predecir muchas cosas”.

“Hemos tenido buenas precipitaciones, no normales. Fue un buen año de corriente del Niño, pero llegamos a los 600 mm rasguñando el año pasado y normalmente hay más de mil mm en años de corriente Niño. Es delicado, porque la gente tiene la sensación de que la sequía se fue y no es así. Hace 20 años, la napa freática estaba a nivel de superficie y hoy, a pesar de toda la lluvia, está ocho metros abajo. En fin, hay varios procesos importantes y Aculeo es un buen laboratorio para explorar esos procesos, entenderlo y, por lo mismo vienen muchas universidades a la reserva: es un lugar con temas agrícolas, con todo ese conflicto, y la interfaz hombre naturaleza con la expansión humana, por eso para nosotros es importante generar el aprendizaje”, explica Fernanda.

La importancia de hacer conservación con la comunidad

El 31 de octubre de 2022, las alertas de incendio llegaron a Paine. Las llamas habían empezado en el sector de Los Arenales, muy cerca de la reserva y del área urbana de Pintue. Fernanda lo recuerda muy bien: “Había mucho viento. Decían que a alguien se le ‘escapó una chispa’. Se quemaron ocho casas en los primeros 20 minutos de incendio. Llegaron bomberos, la brigada de la Corporación Nacional Forestal veía otros focos cerca”.

Ese día los bomberos estaban listos para darles dulces a los niños, porque sería una clásica tarde de Halloween. Capaz algunos estaban disfrazados, con sangre falsa en sus poleras. Después, con esa misma ropa, estarían combatiendo los incendios. Fernanda llegó a la localidad, ayudó a dirigir el tránsito para que los autos no bloquearan el paso de bomberos.

Rebrotes en zonas afectadas por el incendio del 10 de diciembre. Créditos Reserva Natural Altos de Cantillana
Rebrotes en zonas afectadas por el incendio del 10 de diciembre. Créditos Reserva Natural Altos de Cantillana

“Los primeros minutos fueron fuertes, pero me quedé. Me trajeron a una señora, a quien habían sacado a la fuera de su casa. Salió cuando se quemaba el living. El marido no salió con ella. Viví varios de sus shock. Mientras pasaba esto me di cuenta de que llegaba mucha gente con mangueras y los incendios, en general, no se apagan con mangueras, además que se corta el agua en estos pueblos (…). El razonamiento es que no estamos preparados en estos pueblos para incendios. Y lo más terrible es que la gente no sabe apagarlos o no tiene idea que vive en zonas de riesgo”, explica Fernanda.

Los incendios son la amenaza número uno de la reserva. Fernanda apunta a que su causa, muchas veces, se relaciona también al cambio de uso de suelo, producto de la expansión inmobiliaria. Ese tipo de construcciones trae consigo, por ejemplo, la amenaza de los perros a la fauna silvestre, los visitantes furtivos y, como ya se mencionó, los incendios.

“El incendio de 2022 me marcó, porque dije, claro, nosotros tenemos nuestros uniformes y cosas, pero sí se quema el pueblo, además se va a quemar la reserva. Siento que hasta Santa Olga o Santa Juana —megaincendios del 2017 y 2023, respectivamente— era algo que no pensábamos que podía pasar: que se queman pueblos enteros, avanzando kilómetros por día. Entonces, siento que el país no tiene la capacidad de respuesta para esos eventos. Es triste darse cuenta, y las autoridades no lo dicen, pero es necesario que la sociedad entienda para tomar acción y entender que hay responsabilidades que son nuestro norte y que tenemos que prepararnos”, asegura Fernanda.

Altos de Cantillana. Créditos Cristóbal Rivera
Altos de Cantillana. Créditos Cristóbal Rivera

Por ello, se inició un trabajo con la Red de Santuarios de la Naturaleza, que apunta a trabajar con las áreas de interfaz o cercanas a estas zonas para la educación, prevención y educación de incendios forestales. Su nombre es Comunidades Contra el Fuego. “Es importante compartir las herramientas con la comunidad y que no nos vean como fuerte de amenaza, sino como un apoyo, porque hay quieres dicen que sin bosque no habría incendios. Con el trauma aparecen las medidas desesperadas”, explica Fernanda.

Todo esto también sigue una de las premisas en el trabajo de Fernanda, que se basa en los mismos aprendizajes que le ha entregado la reserva: la conservación es humana. Tiene ciencia, sí. Pero no es lo único. Se trata de acciones de personas para enmendar, justamente, errores de personas. Es un trabajo de habilidades blandas, de llegar a las personas y generar cambios de conductas.

Fernanda Romero en área de restauración. Créditos Reserva Natural Altos de Cantillana
Fernanda Romero en área de restauración. Créditos Reserva Natural Altos de Cantillana

“Ahí es la importancia de los vínculos con la naturaleza. La crisis que vivimos a nivel global tiene que ver con la desconexión del humano con la naturaleza. Porque si nosotros sentimos los latidos de un árbol, es imposible que volvamos a accionar en desmedro de los seres que están ahí”, finaliza Fernanda. Además, aclara que todo el trabajo en Altos de Cantillana se ha logrado gracias a un gran equipo de apoyo, con universidades, organismos, familia y amigas que han ayudado a que el proyecto de conservación siga adelante: «Cantillana tiene una red de apoyo y un equipo maravilloso que ha permitido avanzar en todo este trabajo».

1 Comentario

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  1. Alvaro Concha

    Lindo trabajo, ee años, q va dando frutos, pero que tema lo frágil q es con lo de los incendios. Felicitaciones

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