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La carpa de la medusa: una experiencia de aprendizaje en la playa
Inspirada en la forma y sabiduría de las medusas, una instalación transformó por un día la playa Las Cruces en un espacio de encuentro comunitario, con espacios de cine y mesas de conversación. En este artículo escrito por Consuelo Pedraza y Carolina Castro, publicado en el Mes del Mar, se abarca la experiencia que es «La carpa de la medusa», que reúne arte, ciencia y educación para reflexionar sobre la resiliencia costera y promover una conexión más profunda con el territorio. Léelo aquí.
Llegó de madrugada, casi sin hacer ruido, como si hubiera salido del fondo del mar o de un sueño costero. El 20 de diciembre del 2024, justo cuando amanecía sobre la Playa Chica de Las Cruces, apareció ella: una medusa gigante, vaporosa y dadivosa. Venía a entregarnos algo—¿una ofrenda, quizás?—: un espacio de encuentro para las comunidades del litoral.
Pero no era precisamente el animal marino, sino una arquitectura leve. Hecha a partir de fierro, telas y cuerdas recicladas. La carpa de la medusa es una instalación efímera: un espacio imaginado y construido para reunir a las personas en torno al arte, la ciencia y las historias —y potencialidades— del territorio que la acoge. Un telón de fondo, o el escenario de un evento. Desde el amanecer hasta entrada la noche, ofreció talleres, conversaciones y exploraciones guiadas por artesanas, científicas y creadoras locales, transformando la playa en un aula viva y abierta.

Se levantó durante la noche, tras una extensa jornada de montaje que se prolongó hasta la madrugada. Hacia las seis de la mañana, ya había familias congregadas a su alrededor, intrigadas por su presencia misteriosa. A lo largo del día, la curiosidad se fue contagiando: personas que habían llegado a la playa solo a disfrutar del mar comenzaron a acercarse, instalando sus toallas cada vez más cerca de esta figura. Lo que ocurrió superó todas las expectativas. La instalación, concebida como una exploración sobre cómo el arte puede impulsar la resiliencia costera, se convirtió en un catalizador de encuentros. Personas desconocidas entre sí aprendieron juntas, compartieron y dialogaron, demostrando que el arte y la ciencia pueden revitalizar los lazos entre quienes cohabitan un mismo territorio.
Pero, ¿qué hizo que tantas personas quisieran participar y dejarse llevar por algo tan inusual como esta gran estructura flotante?

Con el escenario montado, comenzó la programación: la jornada se inauguró con la voz de la artesana María Elena Hidalgo, quien compartió sus memorias del paisaje: treinta años observando cómo cambia el mar y quienes lo habitan. Al mediodía, Constanza Allende nos invitó a explorar el mito de la medusa, comparando las perspectivas de la ciencia y la mitología, mostrando cómo ambos saberes poseen su propio modo de nombrar el mundo. Por la tarde, las biólogas marinas Celeste Kroeger y Eloísa Garrido, junto al artista Javier Otero, propusieron observar el mar como se observa una galaxia: con lupa, microscopio y asombro. Pequeñas criaturas marinas fueron descubiertas y luego reimaginadas en dibujos especulativos, fusionando ciencia e imaginación. La Mesa de Artesanos también se hizo presente, compartiendo obsequios confeccionados con sus propias técnicas e inspirados en el cuerpo fluido de la medusa. Y cuando cayó la noche, la carpa cambió de forma: se transformó en cine. La videoproyección creada por Ana Edwards, musicalizada por Aníbal Bley, iluminó el interior y exterior de esta criatura textil. Más de 50 personas se reunieron para ver cómo las imágenes envolvían el espacio, generando una atmósfera tan fascinante como observar medusas bailar en las profundidades del océano.

Detrás de esta escena onírica hubo un proceso profundo de trabajo colectivo. La carpa de la medusa es un proyecto liderado por la artista Paula de Solminihac, en coproducción con Nube Lab y bajo la curatoría de Carolina Castro Jorquera. Su origen se remonta a 2023, cuando de Solminihac -obsesionada con el imaginario que le evocaban las medusas- comenzó a imaginar una arquitectura efímera junto al arquitecto Vicente Donoso y la investigadora Consuelo Pedraza. A esta visión inicial se sumaron instituciones clave como la Estación Costera de Investigaciones Marinas UC (ECIM), a través de Celeste Kroeger, y el Departamento de Cultura de la Municipalidad de El Tabo, representado por Tatiana Orellana. Estas alianzas ampliaron el alcance del proyecto y arraigaron su desarrollo en el territorio.
Durante los meses previos al evento, se realizaron talleres colaborativos con científicas, artesanas, mariscadoras y escritoras locales. Juntas exploraron el comportamiento de las medusas y cómo podrían inspirar mejores condiciones para la vida costera, a través de conceptos como resiliencia, flexibilidad, adaptación, transparencia y sencillez. Fue allí donde comenzó todo, mucho antes de aparecer en la playa. Estos talleres vislumbraron los primeros “aprendizajes medusa” que luego se desplegarían el día del evento y fue también donde quienes habitan el territorio comenzaron a involucrarse activamente, gestando la programación del 20 de diciembre desde sus propias voces, saberes y experiencias.

Así como se tejieron vínculos con la comunidad, también se sumaron empresas e instituciones que compartieron la visión de un proyecto sustentable y colaborativo. Patagonia, Toyota y Bureo juegan un papel clave al recolectar redes de pesca desechadas, que son transformadas en Netplus, un tejido de alto rendimiento con el que se vistió la carpa. Por su parte, los cabos reciclados donados por Recollect dieron forma a sus tentáculos. Estas colaboraciones hicieron posible una obra comprometida con la reducción de su impacto ambiental. Por último, el financiamiento fue posible gracias al Programa de Desarrollo Productivo Sostenible de CORFO, a través de su instrumento Factoría Creativa. Así se consolidó un ecosistema de colaboración entre personas, instituciones, comunidad y empresas, demostrando que es posible crear círculos virtuosos donde el arte, la ciencia y la sostenibilidad se entrelazan para fortalecer el vínculo con el territorio.
La carpa de la medusa es un dispositivo que articula arte, ciencia y educación para reflexionar colectivamente sobre el presente y el futuro del mar, sus habitantes y todas las formas de vida que lo rodean. En un contexto de creciente vulnerabilidad costera —donde el 86% de las playas chilenas está en riesgo de desaparecer, según un estudio del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile publicado en 2023 [1]— esta iniciativa busca abrir espacios de conversación y acción frente a las transformaciones socioecológicas que ya nos interpelan.

Inspirada en la medusa, criatura que habita los océanos desde hace más de 600 millones de años y que ha sobrevivido a enormes transformaciones planetarias, esta estructura invita a aprender de su capacidad de adaptación, su suavidad resistente y su forma de habitar el entorno sin dominarlo. Y es que quizás el futuro está justamente ahí: en lo que se transforma, en lo que se deja llevar, en lo que habita sin imponerse.
“Es como estar en el colegio, pero más divertido”, dijo un niño al finalizar uno de los talleres. Y es que la carpa logró transformar, por un día, la cotidianidad de la Playa Chica de Las Cruces. El espacio se convirtió en un aula abierta donde, con arena en los pies, se compartieron historias, se dibujaron criaturas marinas, se observaron organismos microscópicos y se tejieron lazos. Una experiencia que demuestra que el aprendizaje puede ocurrir en cualquier parte, especialmente cuando nace del mismo territorio que se quiere cuidar.

Precisamente por eso es que en mayo, mes del mar, el equipo detrás de la medusa —Nube Lab junto a la Estación Costera de Investigaciones Marinas ECIM UC— vuelve a Las Cruces. Esta vez, sin la carpa. Regresa con otro propósito: llevar a las escuelas las enseñanzas que dejó aquella experiencia efímera pero transformadora. Durante los meses posteriores al evento, ambos equipos han trabajado en traducir los aprendizajes de la medusa en propuestas concretas para el aula: actividades lúdicas, artísticas y sencillas que invitan a pensar con las manos, a apreciar las pequeñas cosas del entorno, a imaginar colectivamente —como un enjambre de medusas— y a dejarse llevar, confiando en el entorno y en los demás.

La carpa de la medusa fue una experiencia intensa, de un solo día, que convocó a la comunidad, la sorprendió y emocionó. Está demostrado que este tipo de experiencias despiertan la curiosidad, el deseo de aprender y el sentido de pertenencia. Para que ese impacto se transforme en posibilidad de cambio, hay que volver. Volver desde la educación para profundizar y sembrar. Por eso, Nube Lab y el equipo de educación de la ECIM UC implementarán cuatro talleres para distintos niveles de escuelas básicas de la comuna de El Tabo. Además, los materiales quedarán disponibles para que docentes puedan seguir utilizándolos. Así, lo vivido no se disolverá en la marea del tiempo, sino que dejará una huella —una actitud— en quienes participaron: una actitud medusa.
Al mismo tiempo, La carpa de la medusa seguirá su viaje por otras playas. Su arquitectura blanda y portátil se pone a disposición de las comunidades que deseen activarla como espacio de encuentro, aprendizaje y creación. Allí donde una comunidad quiera reflexionar colectivamente sobre su relación con el mar, imaginar formas más armoniosas de habitar su entorno o generar conocimiento desde y con su territorio, la carpa podrá adaptarse, instalarse y desplegarse. Cada emplazamiento será una nueva oportunidad para tejer alianzas, habitar los bordes costeros con atención y sumar nuevas lecciones a un compendio vivo de saberes situados.

Porque, a veces, para pensar un futuro distinto, solo hace falta una carpa con forma de medusa y muchas ganas de flotar juntas.