La amenaza del castor: los impactos de la especie exótica más dañina en el país
Fue hace 70 años que se introdujeron las primeras parejas de castores en Tierra del Fuego, y desde entonces el paisaje patagónico no ha vuelto a ser el mismo. El castor se ha convertido rápidamente en una de las mayores amenazas para los bosques nativos y biodiversidad de la Patagonia chilena y argentina, y en los últimos 20 años ha representado un gasto de más de 69 millones de dólares para el país. Aquí un completo informe del impacto del castor en Chile.
Fue en 1946 cuando por el lado argentino de la Isla de Tierra del Fuego se introdujeron 10 parejas de castores provenientes de América del Norte (Castor canadensis), con la intención de crear una progresiva industria peletera local y generar un recurso valioso para el desarrollo de la economía de la isla. Sin embargo, al introducir a la especie, desconocían los impactos que produciría en los ecosistemas más australes.
Con el pasar de los años, el castor comenzó a reproducirse sin ningún tipo de restricciones y, 73 años más tarde, esos 20 castores llegaron a convertirse en una población actual de cerca de 100 mil, de acuerdo a los últimos estudios realizados por el Gobierno chileno.
La ausencia de depredadores y competidores naturales, un hábitat favorable con una alta disponibilidad de recursos y la gran capacidad de estas especies para modificar el entorno en el que se encuentran, fueron algunos de los factores que influyeron en el rápido crecimiento poblacional de este animal cuya proyección de vida, alcanza un promedio de 12 años.
Los castores viven en represas o castoreras que construyen a lo largo de ríos y que pueden alcanzar hasta una hectárea de diámetro. Estas represas son el refugio de estos animales y el lugar donde mantienen a sus crías –que llegan a ser entre 3 a 7, pues como todo roedor se reproducen fácilmente–.
Recién luego de cuatro décadas desde su llegada, se realizaron en Chile los primeros estudios con respecto al desarrollo de la población de castores y de los daños que ha significado su avasallador paso en los ecosistemas del extremo sur del país. Se calcula que las pérdidas en bosque nativo debido al castor, alcanzan las 23 mil hectáreas lo que equivale a alrededor de 38 mil Estadios Nacionales.
Pero el castor americano no representa únicamente pérdidas en nuestro patrimonio natural, pues en 20 años se cree que Chile ha derrochado al menos US$69.606.555 por la presencia de esta especie en territorio nacional, de acuerdo al estudio “Valoración económica del impacto de un grupo de Especies Exóticas Invasoras sobre la biodiversidad en Chile”.
Los llamados ingenieros de la naturaleza
El castor es uno de los roedores más grandes del mundo, y su fama proviene de su habilidad para modificar los entornos a través de la tala de árboles y la construcción de represas y madrigueras de barros.
Por lo general, la construcción de estas represas se debe a distintas razones, siendo la principal la falta de un hábitat adecuado, pues cuando el entorno no cumple con los requisitos que se adecuen a sus necesidades –por ejemplo, cuando los niveles de agua no son suficientes– construyen estas edificaciones. Asimismo, las represas les proporcionan refugio para posibles ataques de sus depredadores.
En América del Norte, donde la especie es nativa, la construcción de estas presas trae consigo beneficios para la naturaleza, ya que ayudan con la restauración de los humedales y a su vez, generan un lugar propicio para la flora y fauna característica de este hábitat. De igual forma, funcionan como controladores de inundaciones, ya que ayudan a mantener los niveles de agua bajos. Sin embargo, en el hemisferio sur –donde la especie no es nativa– no ocurre lo mismo. Desde que llegó el castor, el bosque patagónico jamás volvió a ser el mismo.
Impacto del castor: la ausencia de una historia evolutiva
El castor ha sido declarado en Chile como una especie invasora dañina o perjudicial de acuerdo al Reglamento de la Ley de Caza 19.473. Esto por los graves impactos que causa en los ecosistemas locales. Sus represas pueden llegar a alcanzar cerca de 1,5 metros de altura y una longitud de 100 metros; cambian el régimen de descarga anual de los ríos, disminuyen la velocidad de las corrientes, expanden las superficies de los suelos inundados – afectando de sobremanera al bosque nativo– y aumentan la retención de sedimentos y materia orgánica, que a su vez crea el hábitat para otras especies exóticas.
En la zona de Tierra del Fuego, los castores construyen estos diques y se alimentan de material arbóreo extraído principalmente de la lenga (Nothofagus pumilio). Así como también de otras especies menos abundantes como el ñirre (Nothofagus antárctica) y en parte del coihue (Nothofagus betuloide), todas especies que se pueden encontrar cerca de los cursos de agua. Para tener en cuenta, se ha estimado que un solo castor puede consumir hasta 200 árboles al año.
Estos árboles cuando son cortados no logran sobrevivir, a diferencia de lo que ocurre en Norteamérica donde son más resistentes y más propensos a rebrotar. De acuerdo a un estudio, este impacto resulta relevante por la ausencia de una historia evolutiva entre castores y los bosques nativos de la Patagonia, pues estos últimos carecen de mecanismos defensivos y estrategias reproductivas que sí se encuentran en los bosques del ambiente natural del castor.
En Ladera Sur conversamos con el biólogo y vocero de GEF Castor, Felipe Guerra, quien nos explicó que en una primera instancia, la vegetación del hemisferio norte coevolucionó con el castor canadensis, adaptándose a las modificaciones que este generaba. “Cuando el castor inunda, los bosques y árboles entran en una especie de latencia que cuando se seca esa piscina, el árbol no muere, a diferencia de lo que ocurre en Chile, que no está adaptado a este tipo de impacto. También los árboles del hemisferio norte han desarrollado un compuesto químico que de alguna forma genera rechazo en el castor y que por ende no los corta. Por eso es una ecoevolución y una adaptación mutua entre castor y el ambiente en donde se encuentra originalmente”, comenta Guerra.
Modificación del entorno, el eje central del problema
Las alteraciones físicas que producen los castores en los ecosistemas tienen un efecto “cascada” lo que lo convierte en un problema de mayor escala. De acuerdo a Felipe Guerra, el castor canadensis modifica el flujo de nutrientes de los ecosistemas generando un cambio en el paisaje y propiciando el ingreso de otras especies invasoras que provocan el desplazamiento de aquellas que son nativas del lugar.
Juan Francisco Pizarro, director regional del proyecto GEF Castor, agrega al respecto que los bosques representan el hogar para muchas especies y cuando éste se ve afectado, existe un impacto indirecto hacia muchas de ellas –como ratones o zorros–, que viven naturalmente en estos ecosistemas. “El impacto es directo al árbol, como tú puedes ver, pero cuando tratas el tema con profundidad te das cuenta que hay otras especies que se ven afectadas. Por ejemplo, el proyecto GEF castor tiene un análisis respecto a la relación que existe con otras especies exóticas: el castor crea el hábitat para que también lleguen ratas almizcleras –que también son exóticas– y detrás de ella llega el visón, el cual a su vez arrasa con todos los pájaros que habitan el lugar. Ahí se puede observar cómo van interactuando estas especies”, explica.
De igual manera los especialistas agregaron que además de las especies arbóreas, las zonas de turbas se han visto afectadas. La turba está compuesta por material vegetal que se ha acumulado durante miles de años sin descomponerse del todo porque el ambiente está saturado de agua. “Las zonas de turberas representan un gran reservorio de carbono de forma natural. En la actualidad hay estudios que están analizando las implicancias que esto tiene, hacia lo que es el cambio climático, pues se está desajustando un tema dentro de lo que es el ciclo natural de los nutrientes de la turbera, por lo tanto se está incidiendo en lo que es el cambio climático”.
La implementación de pilotos para la gestión del castor
En Chile, el control del animal ha sido especialmente difícil debido a distintos factores que se presentan en la región como la escasez de recursos humanos o la geografía, que imposibilita el acceso a los lugares. “Es muy poca la gente que se puede dedicar al tema del castor, es muy caro. Desde el punto de vista económico no es viable; por el punto técnico, es complicado y difícil”, comenta Felipe Guerra.
En el 2008 el Gobierno de Chile firmó un acuerdo binacional con Argentina en el cual se estableció un marco de cooperación mutua para trabajar y cooperar con el control de los castores y restaurar los ecosistemas de la Patagonia. Más recientemente, en julio de 2016, se aprobó un proyecto con financiamiento internacional, ejecutado por el Ministerio del Medio Ambiente a través de la Seremi de Magallanes, y apoyado por el Global Environment Facility (GEF) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Se trata del “Proyecto Fortalecimiento y desarrollo de instrumentos para el manejo, prevención y control del castor (Castor canadensis), una especie exótica invasora en la Patagonia chilena” (también llamado GEF Castor), que tiene como socios principales al SAG, la Corporación Nacional Forestal (CONAF) y la ONG Wildlife Conservation Society (WCS).
El proyecto GEF Castor busca mejorar los marcos institucionales para el control, la prevención y la gestión efectiva de las especies exóticas invasoras en los ecosistemas de alto valor para la biodiversidad en la Región de Magallanes y de la Antártica chilena. Para ello cuentan con el apoyo de diversos actores territoriales como pescadores, operadores turísticos y el sector ganadero, que corresponden a una parte fundamental para el monitoreo de la dispersión del castor en la región, así como la colaboración e integración de la ciudadanía.
Desde hace dos años y hasta el 2020, han trabajado en la implementación de cuatro pilotos ubicados en la Reserva Nacional Parrillar, Parque Karukinka, río Marazzi de Tierra del Fuego y el Sudeste de la Provincia de Última Esperanza. Con los pilotos se busca restablecer planes que alimentarán las estrategias finales o técnicas que identificarán con precisión cuál es la manera más efectiva de poder gestionar la especie o las zonas donde esta se encuentra, todo esto a través de una gestión que implica cuatro etapas:
- En una primera instancia se realiza una línea base que determinará el número de animales en el área y la cantidad de represas construidas, lo cual permitirá ver el escenario al cual se están enfrentando las entidades.
- Una vez que se tiene claro el escenario, entra en juego el procedimiento de trampeo el cual busca probar la eficiencia y eficacia del uso de trampas. “Más que la efectividad de la trampa se busca optimizar la logística del trampeo, como por ejemplo, cuántas trampas se necesitan para instalar en el lugar y poder asegurar que esa colonia de castores será erradicada de la zona. En general el promedio es entre ocho o doce, y se instalan en lugares específicos que de alguna manera aseguren que no se capture otro tipo de especies como una nutria o coipo”, comenta Guerra. Cabe destacar que las trampas utilizadas están probadas por estándares éticos internacionales, que aseguran el menor sufrimiento al animal al ser capturado.
- Luego del procedimiento de trampeo propiamente tal, se debe proseguir con el monitoreo de reinvasión o de recolonización, en caso de que la especie vuelva o no hayan sido capturados todos los ejemplares.
- Una vez comprobada su erradicación, se evalúan los indicadores de recuperación ambiental de los ecosistemas afectados. La serie de indicadores –activos y pasivos– determinarán cuál es la acción o el grado de intervención que hay que realizar para lograr la reparación de los entornos.
“Los indicadores activos tienen que ver con el trampeo y la erradicación local de ese castor, porque inmediatamente tú al sacar los castores de ahí estás, de alguna manera, recuperando el ambiente. El curso del agua es otro indicador: si rompemos el dique se vuelve a restituir el cauce del río natural y por ende, el flujo de nutrientes que viene del agua vuelve a distribuirse de una forma natural –entendiendo que no vamos a llegar a las mismas condiciones que antes de la llegada del castor–”, agrega el vocero de GEF Castor.
De esta manera, con la implementación de los pilotos, se busca realizar un manual de buenas prácticas en relación a la gestión del castor.
En la actualidad, se teme que la especie siga avanzando por el continente hacia el norte y que en su expansión conquiste la Región de Aysén a través de sus fiordos. “Sabemos que la especie cruzó el Estrecho de Magallanes y si pudo navegar por ahí, fácilmente podrá navegar por un fiordo pequeño. Hay un estudio que plantea que el castor podría llegar a la Región del Maule si es que no se hace nada y si se propicia el tránsito del castor hacia el norte”.
Por este mismo hecho, el vocero de GEF añade que en el Sudeste de la Provincia de Última Esperanza se está llevando a cabo un piloto que consiste en la implementación de monitoreos satelitales con la finalidad de mantener un sistema integrado de plataformas de seguimientos y alerta temprana para que, de esta forma, se sepa las localizaciones de la especie y su desplazamiento. En el piloto se capacitará a diferentes actores involucrados en el tema castor –como pescadores artesanales, empresas del sector turístico, entes privados e instituciones públicas vinculadas al medio ambiente–. “Estas personas, que son las que están en el territorio, se capacitarán para que aprendan a utilizar el canal de denuncias en caso de que se encuentre un hallazgo de castor y se puedan comunicar a este sistema coordinado de información de monitoreo y alerta temprana”, agrega.