El florecimiento del Iberá en Argentina: cómo el regreso de animales a través del rewilding busca recuperar su naturaleza salvaje
La recuperación de la naturaleza es urgente, más aún en una época marcada por la pérdida de biodiversidad, la extinción de especies, la crisis climática y las pandemias. Para algunos, ya no basta conservar lo que queda, sino que es necesario restaurar lo que se ha perdido a través de métodos «revolucionarios» como el rewilding. Esa es la misión de un programa pionero de Rewilding Argentina en el Gran Parque Iberá, que impulsa la reintroducción de animales que se han extinto a escala local o incluso nacional, como el yaguareté, la nutria gigante y el guacamayo rojo. De esa forma, buscan regenerar ecosistemas completos, funcionales y resilientes, además de promover la buena coexistencia entre el humano y las demás especies.
Luego de desaparecer por 70 años, el yaguareté volvió a caminar en libertad por los suelos de Iberá, en la Provincia de Corrientes (Argentina). Se trata en un hito mayúsculo, pues el felino silvestre más grande de América se extinguió en esa zona a mediados del siglo XX debido a la caza indiscriminada, la modificación de su hábitat y la pérdida de sus presas naturales. La esperanza volvió a principios del año 2021, cuando los cachorros Karai y Porã, junto a su madre Mariua, dejaron el centro de reintroducción para vivir, a sus anchas, en la extensa zona de humedales donde alguna vez reinó su especie.
Pero este gran felino no ha sido el único. Varias especies han desaparecido en Argentina, inclusive en áreas protegidas. Los esteros del Iberá no han sido la excepción, ya que la acción humana dejó a sus infinitos paisajes como un desolado escenario que bajó el telón al perder a sus protagonistas.
“El Iberá había sido muy impactado y defaunado en los últimos 100 o 150 años. Faltaban varias especies que se extinguieron localmente, y a veces regionalmente. Por ejemplo, el yaguareté, el pecarí y oso hormiguero habían desaparecido de toda la Provincia de Corrientes. El guacamayo rojo y la nutria gigante desaparecieron en toda Argentina, o sea, no solo en el Iberá y Corrientes. Entonces, en el caso de la nutria y guacamayo no se trataba de traerlos solo a Iberá, sino que de vuelta al país”, cuenta Sebastián di Martino, director de Conservación de Rewilding Argentina.
La fundación, que es heredera de Tompkins Conservation, busca revertir la crisis de extinción a través del rewilding, un método que en español podría traducirse como “reasilvestramiento” o “renaturalización”, y que posee varias definiciones. Para la organización argentina, “tiene que ver con regenerar ecosistemas completos y funcionales. Completos quiere decir que tenga a todas las especies propias, que lo habitaron en tiempos históricos. Y funcional tiene que ver con que esas especies estén en números suficientes para que cumplan sus roles ecológicos, porque eso es lo que buscamos en definitiva. Traer a la especie es importante, pero más importante es que empiece a cumplir el rol ecológico que le era propio en el ecosistema”, explica Di Martino.
De esa forma, la fundación ha trabajado en la creación y/o expansión de ocho parques nacionales. Uno de ellos es el Gran Parque Iberá, que en su superficie de 708.000 hectáreas está conformado por un parque nacional y un parque provincial del mismo nombre, que en conjunto protegen amplias áreas de humedales o esteros, albergando a su vez variados ambientes como la selva paranaense, el monte chaqueño, los pastizales abiertos y el espinal.
Allí reintroducen o han iniciado el proceso de reintroducción de especies claves como el yaguareté o jaguar (Panthera onca), la nutria gigante (Pteronura brasiliensis), el oso hormiguero (Myrmecophaga tridactyla), el pecarí de collar (Pecari tajacu), el muitú (Crax fasciolata) y el guacamayo rojo (Ara chloropterus), entre otros más.
Las piezas faltantes
Si bien la fundación fue creada en 2010 por conservacionistas argentinos, todo comenzó en 1997 cuando Douglas Tompkins visitó el Iberá. Cautivado por la naturaleza local, se interesó en el retorno del gran depredador que había desaparecido en la zona: el yaguareté.
“En Estados Unidos, los Tompkins estuvieron muy involucrados en los inicios del movimiento de rewilding, que surgió de un grupo que se llamaba The Wildlands Project, donde había científicos, activistas, filósofos, periodistas, etc. Veían la necesidad de sacudir el ambiente de la conservación, que para ellos era muy conservador, ya que se enfocaba mucho en conservar lo que queda, pero nada en restaurar lo que se había perdido. En esa época estaba también toda la efervescencia de la vuelta del lobo en Yellowstone que inspiró un poco el movimiento. Doug tenía la idea del rewilding y del rol de los depredadores topes en los ecosistemas, y vino a Iberá con esas dos ideas básicas: crear un parque nacional y generar una experiencia de rewilding, trayendo de vuelta al depredador tope”, relata Di Martino.
Desde entonces, han surgido varias interpretaciones sobre el rewilding, que varían alrededor del mundo, de acuerdo con las distintas realidades y necesidades de cada lugar. Tan así, que recientemente salió una publicación en la revista científica Conservation Biology, que realizó una exhaustiva revisión del concepto para elaborar una definición más consensuada de rewilding.
Así, la publicación describe al rewilding como el proceso de reconstrucción de un ecosistema natural – después de una gran perturbación humana – a través de la restauración de los procesos naturales y de la red alimentaria completa o casi completa, como un ecosistema autosuficiente y resiliente, utilizando la biodiversidad que habría estado presente si la perturbación no hubiera ocurrido.
Además, proponen 10 principios del rewilding, que aluden – en términos muy generales – al rol de la vida silvestre para restaurar las interacciones tróficas; la planificación a escala de paisaje; la participación y apoyo de la comunidad local; y un cambio de paradigma para la coexistencia de los seres humanos con el resto de la naturaleza.
Una de las autoras de ese trabajo fue Meredith Root-Bernstein, ecóloga e investigadora del laboratorio CESCO, CNRS y del Museo Nacional de Historia Natural de París (Francia), quien comenta a Ladera Sur que “en fondo, la definición más simple según yo es la ‘restauración por reintroducción’. Entonces es una forma de restauración ecológica, pero sin metas fijas, y en dónde las herramientas de restauración son las acciones o capacidades de las mismas especies”.
La investigadora detalla que el rewilding “se combina con la ‘reintroducción’ porque la naturaleza va perdiendo algo de dinamismo, o le faltan ciertos patrones y funciones cuando faltan ciertas especies. Entonces para tener ciertas ‘herramientas naturales’ o funciones ecológicas, hay que reintroducir a las especies correspondientes. Las especies modifican sus medios ambientes de diferentes maneras o en diferentes grados, no son simplemente para llenar una tabla de biodiversidad. Una idea típica del rewilding es enfocarse en las especies que modifican sus entornos de la manera que más hace falta, y de la manera más eficiente. Son típicamente animales grandes”.
Tal es el caso del Iberá, donde la iniciativa de la fundación se enfocó en especies claves que desempeñan un papel «desproporcionado» en su entorno. Por tanto, sin ellas, el ecosistema cojea o funciona mal. Sin embargo, al ser pionera en Argentina, no tenía muchas referencias cercanas en las cuales apoyarse. “Hay que írselas ingeniando, porque son proyectos que no tienen mucho en qué referenciarse. Este es el primer proyecto de reintroducción de yaguareté a nivel mundial, también con guacamayo rojo, y con oso hormiguero, es lo mismo. Siempre hay alguien que te puede dar consejos, pero también debemos probar y corregir sobre la marcha”.
Para ello cuentan no solo con equipos y recintos donde reproducen a las especies que se quieren reintroducir, sino también infraestructura para su rehabilitación física y etológica (conductual) que prepare a estos animales para volver a habitar el Iberá en libertad, como ocurría antaño.
Pese a lo anterior, traer de vuelta al yaguareté, como era el sueño de Tompkins, no era tarea sencilla, en especial por las reticencias y temor que solía despertar un depredador tope en las comunidades locales.
El esperado regreso y la escuela de vuelo
La caza y degradación de los ecosistemas en el Iberá también desencadenaron a mediados del siglo XX la desaparición del oso hormiguero en la Provincia de Corrientes. De hecho, en vez de comenzar con un gran carnívoro como el yaguareté, fue este mamífero de hocico alargado la primera especie del programa de reintroducción en el Iberá. En 2007 se liberó la primera pareja en la reserva Rincón del Socorro, donde ya existe una numerosa población que se sostiene por sí sola. La mayor parte de los animales liberados son crías huérfanas rescatadas en otras provincias del norte del país, cuyas madres fueron víctimas de la caza furtiva.
Además, el Iberá también era el hogar de un eximio depredador acuático, como es la nutria gigante, la que – con su longitud de hasta 1,8 m – encabeza el ranking como el mustélido más grande del mundo. Según distintas fuentes, se presumió extinto en Argentina ante la falta de reportes, por lo que su regreso al Iberá se logró con individuos provenientes de zoológicos de Hungría, Dinamarca y Suecia.
Otro caso notable es el del colorido guacamayo rojo, el cual desapareció en la vida silvestre no solo de Corrientes, sino también de Argentina. Al existir muchos individuos de esta especie en cautiverio, el equipo comenzó a trabajar con animales confinados para rehabilitarlos y enseñarles a vivir en libertad.
Según Di Martino, la rehabilitación de esta ave es particularmente compleja “porque vienen de cautiverios muy prolongados, de años de estar en jaulas muy chicas, entonces hay que enseñarles a comer y alimentarse de frutos nativos, porque están habituados a dietas de girasol, maní, manzanas y bananas. Hay que enseñarles que la comida no se encuentra en un plato, sino que está colgando en los árboles. Hay que enseñarles que bajar al piso es peligroso y pueden ser depredados, porque tienen la costumbre de buscar la comida que se cae al piso de la jaula. Además, vienen con los músculos de vuelo totalmente atrofiados, a veces con las plumas de las alas cortadas. Nunca han volado, por lo que se caen al piso, y para ellos eso es una experiencia traumática”.
Frente a estos desafíos, en especial con aves adultas improntadas, existe lo que podríamos denominar una “escuela de vuelo”, que consiste en un jaulón lleno de perchas donde los guacamayos reciben sesiones diarias de entrenamiento, con el acompañamiento constante de sus cuidadores. Al principio se les hace volar distancias muy cortas, para luego avanzar largas distancias que pueden alcanzar 1 km diario. Luego se los lleva al campo, donde hacen lo suyo en un ambiente abierto.
De ese modo, fortalecen sus músculos y superan la barrera psicológica del miedo a volar, atravesando los cielos en libertad, como lo hicieron sus antepasados antes de extinguirse localmente. En los casos más extremos, donde un individuo no logra rehabilitarse, pasará a la posteridad como reproductor para fortalecer las poblaciones de su especie.
¿Y el gran felino de América?
“El yaguareté, aunque no está extinto en Argentina, está en tan malas condiciones que hemos tenido que traer de Brasil y Paraguay. Los proyectos de rewilding son muy ambiciosos y superan a una organización y a un país”, asevera Di Martino.
Por ello, se inició la construcción del centro de reintroducción de este felino en 2012. Recién en 2015 vino la primera hembra reproductora, llamada Tobuna, para ser acompañada en 2016 por el primer macho, Nahuel. Sin embargo, tardó tanto en aprobarse el traslado de Tobuna desde el Bioparque Batán para el proyecto, que cuando llegó al Iberá ya era una yaguareté mayor. Por lo mismo, no se pudo reproducir más. “Todos estos proyectos tuvieron que ir derribando barreras, porque eran los primeros en su tipo e implicaron unos atrasos administrativos terribles, y Tobuna es un ejemplo de eso”, recuerda el vocero de Rewilding Argentina.
Por este motivo, recurrieron a una hija que Tobuna tuvo años antes. Se trata de Tania, quien ha permitido fortalecer la población de su especie en el Parque Nacional El Impenetrable, en el Chaco argentino. En cuanto al Iberá, la primera descendencia que recorre sus parajes en libertad, tal como lo adelantamos en un principio, nacieron de Mariua, quien fue rescatada en Brasil cuando era una cachorra huérfana.
Obviamente, el trabajo con especies como el yaguareté no terminan allí, pues es fundamental incorporar en estos procesos a las comunidades locales, fomentando la coexistencia entre humanos y fauna silvestre.
En los alrededores del Gran Parque Iberá se desarrollan actividades como la ganadería, por lo que el trabajo entre los distintos actores consistió en convertir al yaguareté en una oportunidad para el desarrollo local. Una forma de lograrlo es a través de un cambio o diversificación de la economía, como el ecoturismo de observación de fauna, que trae consigo una serie de oportunidades, como los servicios de hospedaje, las expediciones, deportes al aire libre, artesanías inspiradas en la naturaleza local, entre otros.
“Algunos ya no hacen más ganadería, mientras otros lo siguen haciendo, pero comienzan con sus actividades de ecoturismo y ven que les deja más dinero que la ganadería. Ellos mismos terminan pidiendo por la vuelta del yaguareté”, asegura Di Martino, quien añade que, para minimizar la depredación al ganado, algunos productores locales toman medidas como los encierros nocturnos, además de utilizar alambrados eléctricos y luces que ahuyentan a los yaguaretés que se acercan demasiado.
De hecho, lo anterior es respaldado por un estudio que mostró que el 95% de los correntinos apoya el retorno de este gran felino al Iberá. Se suman también otros antecedentes sobre la contribución económica del avistamiento de fauna, como una investigación realizada en el Pantanal de Brasil que constató que el turismo del yaguareté lleva a la región 56 veces más dinero que las pérdidas ocasionadas por la depredación de este felino al ganado.
Por este motivo, Di Martino sostiene que “trabajamos mucho con las comunidades de estos parques para que pasen de unas economías que son de aprovechamiento básico, primario y extractivo de recursos naturales, a economías que son más de servicios. Entonces, mientras más fauna tenga el parque, mejor les va a ellos. Y cuando mejor les va a ellos, claman más por la restauración. Esa es la forma de ganar apoyo político y social, porque no es fácil traer especies, menos aún al yaguareté”.
Otra forma de recuperar la naturaleza
Actualmente, el mundo enfrenta crisis sin precedentes, como la estrepitosa pérdida de biodiversidad, la extinción de especies, el cambio climático y las pandemias (que también se relacionan con la degradación ambiental).
Por ello el rewilding como propuesta ha resonado con mayor fuerza en distintos sectores, aunque no se ha librado de críticas ni de las múltiples interpretaciones (o tergiversaciones) que comentamos previamente. Por ejemplo, un proyecto llamado Pleistocene Park busca repoblar Siberia (Rusia) con grandes herbívoros con el fin de mitigar el cambio climático, tratando de recrear las funciones del extinto mamut. La justificación es “que van a pisotear la nieve y el suelo para frenar su descongelación, es una idea interesante pero que sólo puede funcionar a escala muy grande”, puntualiza Root-Bernstein.
Otro caso viene de la granja Knepp Farm de Inglaterra, que maneja a las vacas y predios como espacios naturales bajo el concepto de rewilding, manteniendo y recuperando en cierta medida la biodiversidad local, aunque muchos cuestionan la idea de vincular la agricultura y ganadería – que involucra alto manejo humano y utiliza especies domésticas– con dicho concepto, al no considerarlo como algo realmente salvaje.
De hecho, uno de los primeros experimentos en Europa – que podría considerarse de rewilding – ha sido el polémico proyecto Oostvardersplassen, en Holanda, donde se introdujeron vacas, caballos y ciervos, dejándolos en ocasiones morir de hambre, ya que se consideraba como algo “natural” que controlaba la población. Sin embargo, los animales no tenían la posibilidad – por ejemplo – de migrar dado que el parque está cercado. “Además, no tienen la autorización para reintroducir lobos para cazar a los animales y controlar la población de esa manera. Entonces, el Oostvardersplassen nos hace cuestionar sobre qué es ético, qué es natural, qué relación queremos tener con animales, y qué es un animal salvaje”, cuenta la investigadora.
Por otro lado, en el sur del mundo se impulsan iniciativas inspiradas en el rewilding, como una estancia ganadera que se convirtió en el Parque Nacional Patagonia en Chile, y la reintroducción de guanacos en la zona central del territorio chileno, donde Root-Bernstein es una de sus impulsoras.
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Una crisis puede ser un buen momento para cambiar las maneras de hacer cosas, asegura la investigadora, quien alude también a temas que son controversiales dentro de la academia, cuando se impulsan este tipo de iniciativas.
“El rewilding es una gran oportunidad de aprender sobre la variación y la flexibilidad de la vida. Por ejemplo, hay una tendencia en reintroducciones de pensar que la genética de los animales va a determinar su capacidad de sobrevivencia, porque todas las adaptaciones son genéticas y todas las adaptaciones genéticas son actualmente exprimidas. Ni lo uno ni lo otro es verdad. En realidad, muchas adaptaciones consisten en un desarrollo o un comportamiento flexible, influenciados por factores medioambientales, lo que se llama epigenéticos. También estamos aprendiendo, en parte debido a experiencias de rewilding, que varias especies pueden comportarse de maneras que no teníamos idea. Pueden comer cosas y vivir en hábitats que pensamos que no eran posibles, porque durante décadas o siglos nunca hubo oportunidad de observar eso. Por eso, creo que con el rewilding vamos a aprender que la naturaleza no es tan torpe como pensamos, y que juntos podemos construir nuevos mundos”, afirma.
Pero nada de esto funcionaría si no se gesta un cambio profundo de paradigma para que los humanos aprendamos a coexistir con el resto de la naturaleza, tal como reza el principio 10 de rewilding. “La manera de vivir junto con una naturaleza dinámica que funcione mejor en comunidades mapuche será distinta que la solución en Santiago de Chile, en Corrientes en la Argentina, y distinta en las Amazonas”, subraya la ecóloga.
Mientras tanto, el Iberá sigue siendo el escenario de un ambicioso sueño, que busca recuperar a sus protagonistas originales, con el fin de que la vida silvestre vuelva al escenario, en su máxima expresión.
Para Di Martino, “el rewilding es revolucionario en el sentido de que propone una nueva forma de conservación. El nivel de degradación de los ecosistemas naturales es tal, que ya no alcanza con la fórmula tradicional de proteger lo que queda. Está muy bien, hay que seguir haciéndolo, pero ya no alcanza con conservar lo que queda, porque queda muy poco. Hay que recuperar lo que perdimos. Eso es el rewilding”.