El camino del salmón en Argentina: la reapertura de la discusión para el desarrollo de la industria en el país
En Argentina, la demanda por el salmón va en aumento. Ante esto, empresarios tienen la idea de establecer granjas submarinas para la cría de salmones. Así, la discusión está entre abrir las puertas a una industria millonaria que promete desarrollo económico, y el ambientalismo que busca proteger la salud de los océanos y de su ecosistema en general. ¿Hay alternativas? Algunos plantean el desarrollo de piscinas en tierra como solución. Otros son más descreídos. Conoce los detalles en esta nota de Emiliano Gullo, desde Buenos Aires.
Un turista argentino visita un supermercado cualquiera en Oslo. Lo guía un amigo local que también es argentino, pero de padre noruego. Vive acá hace suficientes años como para hablar fluido noruego, conocer sus costumbres y, sobre todas las cosas, diferenciar los tipos de salmones. A medida que avanzan entre las góndolas, el argento-noruego le puntualiza los usos. “Este tiene seis días fuera del agua, lo vamos a usar para el almuerzo. Este otro es de hoy, lo vamos a llevar para la cena. Y este, que tiene más de una semana, lo usamos con las tostadas del desayuno”. El argentino va a regresar a su país con una idea fija: la cultura -ya no sólo el consumo- del salmón es de los países desarrollados, de los países ricos.
En efecto, comer salmón en este país es, al menos, un gusto caro. Pero a diferencia de otros productos, el imaginario de salud en torno al consumo de pescados encuentra en el salmón un plus de sabor y complejidad que lo hacen particularmente atractivo. Incluso se presenta resistente a las escaladas inflacionarias. En Argentina, la producción es nula y la importación costosa. Y la demanda, a pesar de la crisis, sigue en aumento. El factor sushi arrastra más de lo pensado.
Por eso, los empresarios nacionales ven en el ejemplo chileno un camino a seguir. Los números de la industria del salmón en Chile son apabullantes: más de 6400 millones de dólares en exportación en 2023, además de abastecer al mercado interno. Es la segunda industria después del cobre. El doble de lo que exporta el mercado bovino de Argentina.
La idea del empresariado nacional -apoyada por las gobernaciones de distintas provincias- es construir islotes de granjas submarinas para la cría de salmones. No se trataría solamente de una empresa en particular sino de levantar clusters de empresas y arrasar con cientos de kilómetros del mar argentino. Entre otras cosas, la cría de salmones requiere un mar frío y las aguas argentinas se presentan perfectas para eso.
Pero detrás de todos esos millones de dólares se agazapa una industria que destruye los mares, produce pescados tóxicos en serie, con trabajadores en riesgo de vida constante, según apuntan diversos estudios, publicaciones y científicos. Es un esquema con cuestionamientos alrededor de todo el mundo.
Al igual que sucede en la superficie con la agricultura y los químicos usados para combatir las pestes, en la industria salmonera el principal contaminante es el uso de antibióticos y el alimento balanceado que les tiran a los salmones de criadero.
El mismo 2023 de las exportaciones multimillonarias de salmón, el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura de Chile detectó que se utilizaron más de 338 toneladas de antibióticos en las piscifactorías de salmón. Un artículo reciente del profesor chileno Felipe Cabello -miembro de la Academia Americana de Microbiología- advierte sobre los peligros que genera esta industria.
“La concentración geográfica de este colosal uso de antimicrobianos (antibióticos), y el hecho de que los fenicoles y otros se degradan lentamente, hace que se acumulen en el ambiente acuático por tiempo prolongado, seleccionando a bacterias con genes de resistencia y facilitando su diseminación, durante meses y años”.
Cabello, que también es profesor de Microbiología en la New York Medical College, dice además que “esta intensa y permanente presión selectiva, dada la organización física de los genes de resistencia, hace que además se seleccione por resistencia a antimicrobianos que nunca han sido usados en la salmonicultura, generando bacterias con resistencia múltiple a ellos (las llamadas «superbacterias»)”.
Pero no son los únicos. Si levantar una fábrica en un barrio puede tener impacto negativo para los vecinos, levantar -o mejor dicho, hacer flotar- una fábrica gigante como varias canchas de fútbol de peces en el agua tiene un impacto multiplicado por mil. Las salmoneras tienen un avance de barrido en el mar. Una vez que agotan el sector, se trasladan hacia otro lugar -por lo general el sur- buscando aguas siempre frías. Atrás dejan toneladas de basura y restos de la estructura de celdas.
Montañas de alimentos balanceados en el fondo del mar porque los salmones solo comen el 25 por ciento de lo que se les arroja. El 75 restante se hunde entre hierros, plásticos, excrementos y pesticidas de la misma fábrica.
“Toda esa acumulación genera un cocktail que mata toda vida animal y vegetal y a largo plazo va a generar marea roja. Por donde pasa no queda nada, ni centolla, ni peces ni nada”, explica Lino Adillón, chef de Tierra del Fuego y activista de No a las Salmoneras.
El salmón es propio del Hemisferio Norte. En esta parte del mundo, de un lado y del otro de la cordillera, es una especie exótica. Por eso, los salmones silvestres que se pueden llegar a pescar no son otra cosa que fugados -o crías de los fugados- de las granjas submarinas. Al ser una especie exótica, los fugados ponen en riesgo a las especies locales y atentan contra el ecosistema local.
Adillón remarca que “ni siquiera el producto final es confiable, están llenos de porquerías, no son saludables, el color es artificial y tienen una cantidad de antibióticos increíbles”. Para graficar la diferencia entre los salvajes y los de criadero, el chef dice que “es como comparar un gordo tirado en el sillón y un atleta olímpico; Chile provee salmón para toda América Latina y es puro veneno”.
Esta industria también pone en riesgo al resto de los animales que suelen circular por las zonas donde se encuentran las jaulas. Los lobos marinos tienden a acercarse a los peces y a tratar de entrar en las jaulas. De esa manera se exponen a que los guardias salmoneros los consideren un peligro y los maten.
Además, es la que genera más buzos muertos de toda la actividad marina. Sólo en Chile, según la Dirección General del Territorio Marítimo y Marina Mercante (Directemar), de 2004 a 2023 murieron 44 buzos y hubo -al menos- 199 accidentes.
El panorama argentino y la propuesta de salmonicultura terrestre
Entre 2015 y 2016, Adillón encontró una información que le llamó la atención. Unos empresarios noruegos ya estaban haciendo prácticas para criar truchas dentro de jaulas en del mar. Le volvió a la cabeza la misma imagen que había conocido en 1999 en Chile al conocer las salmoneras. Como las salmoneras chilenas se fueron mudando cada vez más al sur, en 2018 intentaron instalar jaulas acuáticas en el canal de Beagle, compartido con Argentina.
La situación puso en alerta a los movimientos ambientalistas y ONG`s que llevaron una propuesta a la legislatura provincial. El chef se puso en contacto con biólogos marinos para averiguar bien qué se podía hacer. Los invitó a comer a su restaurante. Estaba por surgir un movimiento que pronto tendría un nombre y un mensaje claro: No a las salmoneras.
Tres años después, en junio de 2021, los diputados provinciales aprobaron la primera ley contra la industria de los salmones en el país y en el mundo.
Enseguida sumó voluntades de otros cocineros de la zona, científicos, académicos. Avanzó con la investigación y descubrió que la cría de truchas era una tapadera de una salmonera. El mensaje comenzó a masificarse. Crecía un movimiento La problemática llegó a un legislador de la provincia, Pablo Villegas, que llevó el proyecto al recinto provincial y finalmente fue aprobado por la mayoría. El movimiento ganó la primera batalla pero todavía sigue en alerta.
De todas maneras, la legislación no desalentó a los inversionistas argentinos, empecinados en no perderse el negoción de los salmones. Empresas como Newsan -dueños de la marca Sanyo y otras con grandes negocios en tecnología en Tierra del Fuego- adelantaron que quieren ir a la carga amparados en el nuevo gobierno de Javier Milei.
No es casualidad que en los últimos meses se haya sumado otro empresario. El CEO del laboratorio Tecnovax, Diego La Torre, aseguró que está dispuesto a invertir unos 400 millones de dólares para instaurar un complejo de celdas subacuáticas para la cría de salmones en Santa Cruz.
“Estamos trabajando para presentar a los grandes actores mundiales de la acuicultura las ventajas competitivas que tiene la provincia de Santa Cruz para producir salmones: kilómetros de costa disponible, acceso al agua dulce, energía, conocimiento y personal calificado”, dijo a mitad de septiembre La Torre al diario La Nación.
Por eso sonaron las alarmas de los ambientalistas en la provincia de Santa Cruz, contigua a Tierra del Fuego. En ambos lugares interviene con distintas campañas la Fundación Por el Mar, que trabaja por la conservación del mar, la creación de áreas marinas protegidas y ahora advierte de los peligros que podría tener la instalación de las salmoneras.
“Estamos preocupados por la posibilidad de que se introduzca la salmonicultura en el mar teniendo en cuenta el daño que ha hecho en otros países como Chile, donde hoy se están viendo las consecuencias de un modelo que lo único que busca es la rentabilidad inmediata. La salmonicultura en el mar es una industria que tiene impactos irreversibles en el ecosistema”, dice a Ladera Sur Mariano Bertinat, coordinador del proyecto Santa Cruz de la fundación.
Bertinat -Ingeniero en Recursos Naturales Renovables- trabaja en gestión de políticas públicas y evaluación de impacto ambiental desde 2016 y señala que “en los países más avanzados ya están desarrollando alternativas de acuicultura como el sistema de cultivo en tierra, que además de cuidar el ambiente, genera más puestos de trabajo y sueldos más altos. En Argentina estamos a tiempo de tomar el camino correcto, porque tenemos antecedentes sobre este tipo de cultivos y además gente que conoce mucho del tema”.
El activista se refiere a las prácticas de acuicultura terrestre. El sistema conocido como RAS -contracción en inglés del Sistema de Circulación Acuícola- permite el cultivo de peces en grandes tanques y favorecen la cría en altas densidades. Se trata de una crianza controlada y, sobre todas las cosas, no genera la contaminación de la salmonera subacuática.
El sistema comenzó a utilizarse en 2000 con peces muy pequeños. Hoy, gracias al desarrollo de la tecnología se pueden criar especies de poco más de 1 kilo. Los salmones pesan alrededor de 3.5 y 5 kilos. En ese caso, se los cría en los piletones y después se arrojan a un espacio de mar controlado hasta que tomen el tamaño para su comercialización. Germán Merino, profesor e investigador de la Universidad Católica del Norte, escribió una columna para el sitio Salmón Expert donde afirma que «las empresas que estaban usando RAS comienzan a reportar mejores resultados de producción en comparación a las operaciones con flujo abierto, entre los que se destacan mejores supervivencias, menor requerimiento de agua, mayor cantidad de ciclos productivos anuales, y menores costos de producción por animal producido».
Mientras tanto, el empresario La Torre dejaba en claro la dimensión de la batalla que deberán afrontar los ambientalistas y los ciudadanos para lograr que, al igual que en Tierra del Fuego, la provincia de Santa Cruz esté a salvo de la depredación submarina.
“Estamos apuntando a que en 2025 podría haber el desembarco de alguna de estas empresas. Seguramente van a ser inicialmente a título de prueba, porque hay una gran desconfianza en el mundo, especialmente de algunos grandes inversores de Japón y otros países”.
Noruega es el emperador del salmón. El país con mayor producción de salmón del mundo. Y también los responsables de introducir la producción de granjas acuáticas en Chile. Sucedió a principios de los 80s. Un grupo de empresarios noruegos, bancados por dirigentes de su país, se encontraron con un escenario ideal para extender su negocio: condiciones naturales perfectas, legislación endeble y legisladores flojos de escrúpulos.
No es casualidad que el chef Adillón advirtiera. “Una vez que se metió la salmonera, no la sacás más”.