Eduardo Pavez: una vida dedicada a la conservación del cóndor, águilas y otras aves rapaces
De niño tuvo sus primeros acercamientos a las aves y la naturaleza cerca de su casa en un sector rural, en ese entonces, de Las Condes. Con el tiempo, encuentros que marcaron su vida con algunas aves rapaces, llevarían a Eduardo Pavez a enfocarse en su rehabilitación. Primero en su casa y luego formando parte de la creación del Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces de Talagante. Sus pasos y amor por los plumíferos lo acercarían más adelante al cóndor, especie emblemática del país, y en la que ha enfocado gran parte de su trabajo, siendo actualmente el director del proyecto Manku y co-director del programa de conservación del cóndor andino Chile y Argentina. En esta entrevista, ahonda en los principales hitos que lo han llevado a “volar” con las aves rapaces, en especial con las águilas -escribiendo incluso un libro de memorias- y el cóndor, una importante especie que lo apasiona y con la que trabaja bajo la misión de poder devolverle una mano a la naturaleza.
En 1970, las cercanías del cerro Calán, en Las Condes (Santiago), conservaban todavía una esencia rural. En ese entonces, un pequeño Eduardo Pavez (56) conocía su nuevo hogar, rodeado de grandes sitios de terreno y de curiosos niños vecinos que él veía seguido. Su entretención estaba en el cerro. Iban con sus perros, ponían trampas de conejos y cazaban con hondas a los pájaros. Eso los llevó a observar, a conocer y a aprender de ellos: reconocían sus costumbres, cantos y cómo identificarlos. Esos fueron los primeros maestros de la naturaleza en la vida de Eduardo.
Con el tiempo, se dio cuenta de que no le hacía sentido cazar. A los 12 años, dejó su honda de lado, dedicándose a observar y a estudiar a los plumíferos que lo rodeaban. Su papá le regaló una pajarera y así les dio una segunda vida a los pájaros que obtenía de los conocidos viejos tramperos de la zona. “Sin darme cuenta estaba totalmente inmerso en la naturaleza. Mi vida giraba en torno en los animales, al cerro. Eso contrastaba con mi vida escolar, no me gustaba el colegio, no era sociable, odiaba el encierro. De pronto, «hubo un hecho que me llevó a las aves rapaces, específicamente a las águilas. Y desde ese momento, no he parado hasta el día de hoy”, recuerda.
Ese hecho fue el impulso que, de alguna manera, necesitó para ser parte de la creación del Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces (CRAR) de Talagante -el primero en Chile-, presidente de la Unión de Ornitólogos de Chile (UNORCH) durante seis años, co-director del programa de conservación del cóndor andino Chile-Argentina y actualmente director del Proyecto Manku para la rehabilitación y liberación de cóndores, entre otras cosas.
Ha sido una vida de vuelo entre garras, grandes plumas y carroñas.
El cernícalo y el águila
En un día de excursión al cerro, se encontró con un amigo que iba a cazar jilgueros y lo acompañó. Eduardo recuerda con precisión cómo cazaba. Una parte de ese proceso implicaba a un jilguero manso que atraía a otros pájaros con su llamado a un lugar donde antes se habían puesto semillas. Pero en el proceso, el “llamador” se quedó paralizado y los demás pájaros arrancaron. De la nada, como un rayo, un pájaro gris con rojizo cae y captura al pájaro manso. Eduardo observaba. Su amigo corría diciendo garabatos. Frente a ellos, en la red de caza, había quedado un cernícalo, un pequeño halcón. Y, convenciendo a su amigo de no matarlo por frustrar su caza, Eduardo decidió quedárselo. Fue la primera ave rapaz en su pajarera.
Como un fan del naturalista y divulgador español Félix Rodríguez de la Fuente, Eduardo se propuso adiestrar al ave con técnicas de cetrería, es decir, de caza de aves con halcones. “Yo había visto fotos, cosas de Félix, quien practicaba estas técnicas. Se me metió a la cabeza adiestrarlo, pero no lo conseguí porque faltaba mucha información, no sabía cómo hacerlo. Finalmente, el cernícalo murió”, recuerda. Pero, de alguna manera, esta experiencia le generó un vínculo con las aves rapaces.
Siguiendo ese camino, en 1982, acompañó como asistente de fotógrafo a un amigo que tenía contacto con un veterinario de un zoológico. Su misión era entrar a las jaulas de águilas y fotografiarlas sin rejas de por medio. Eduardo cargaba bolsos, lentes y herramientas de fotografía. Sintió un piquete en el pantalón. En sus pies, un águila tenía el protagonismo. El cuidador la sacaba. Ella insistía. “Se generó una conexión bien loca con esa águila”, recuerda. No dejó de pensar en ella. Había aprendido de Rodríguez de la Fuente que las águilas podían vivir más de 50 años.
“En una decisión extrema y de locura le pregunté al veterinario del zoológico si la podía comprar. En esa época se podían hacer esas cosas que hoy son inconcebibles. La conseguí con la idea de liberarla. Con ella conocí a las águilas y lo que se llama el fenómeno de la impronta de un animal silvestre con el ser humano. Me di cuenta de que esa ave probablemente fue robada cuando siendo un pichón. Que se acostumbró al humano. Que su relación conmigo era como si yo fuese su papá y, cuando llegó la madurez, me consideraba su pareja. Ahí me di cuenta de que la impronta imposibilitaba absolutamente al animal silvestre a ser reinserto en su mundo natural”, recuerda. Más adelante, escribiría su libro de memorias «Volando con las águilas», donde profundiza esta historia.
Esa águila recibió el nombre de Suri y, con ella, Eduardo entró con obsesión al mundo de la rehabilitación de fauna silvestre. Llegaron a su casa más águilas y otras aves rapaces, cada uno con sus historias, traumas y lesiones. Y, junto a un grupo de amigos, compañeros de la universidad y vecinos del barrio, se plantearon la misión de rehabilitar pájaros que encontraban. De esa forma, lograron uno de los grandes hitos a nivel nacional en cuanto a la rehabilitación de fauna silvestre.
De Las Condes a Talagante
Entre 1985 y 1987, Eduardo estudió licenciatura el Biología. En el 88, entró a Veterinaria. Por los ’90, trabajó como voluntario en la parcela de Jürgen Rottmann, un destacado ornitólogo chileno, en Talagante. En ese tiempo, él tenía un criadero de pájaros. En paralelo, Eduardo tenía un problema en casa: su jardín estaba lleno de aves rapaces y otros pájaros. Su refrigerador tenía más comida para ellos que para él. Y la verdad, ya era insostenible seguir ahí. Le preguntó a Jürgen si era posible trasladar el trabajo de su casa a la parcela donde vivía.
“Él tenía mucho espacio. Podíamos realizar ahí un trabajo de rehabilitación como hay que hacerlo, manteniendo las aves en relativo aislamiento del ser humano, en grandes jaulones y en contacto con su misma especie. En mi casa yo manejaba a las rapaces con técnicas de cetrería. Esto porque llegaban heridas sin haber volado nunca, en pésimas condiciones de salud, entonces las llevaba al cerro y les enseñaba a cazar. Las alimentábamos bien, pero el problema era el vínculo con el ser humano que no se desvanecía. En términos de rehabilitación solo se fortalecía y al, final, solo éramos un equipo cazando en el cerro. Eso lo podíamos solucionar en Talagante. Así empezó a nacer lo que es hoy el Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces de Talagante (CRAR)”, recuerda Eduardo.
Pero en ese entonces los Centros de Rehabilitación todavía no eran reconocidos por la ley chilena. Sin embargo, en 1991, tras una visita de Leopoldo Sánchez, entonces director del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), se creó una Alianza entre la UNORCH y el SAG, que dio paso al reconocimiento del CRAR. Fue así, un primer impulso para los establecimientos de rehabilitación de fauna silvestre en el país.
“No teníamos recursos y cosechábamos los materiales en la misma parcela porque Jürgen tenía un bosque de bambú. A su vez, íbamos al Colegio Suizo con las águilas y hacíamos charlas a los niños para enseñarles sobre ellas. Estos mismos niños colectaban botellas y diarios, y conseguían recursos que nos llegaban a través de su profesor de biología, Guillermo Egli, un gran ornitólogo que fue el fundador de la Unión de Ornitólogos de Chile. Fuimos de a poquitito financiando el trabajo que se hacía cada vez más intenso porque, a medida que nos fuimos haciendo conocidos, llegaban más pájaros. Tuvimos que establecer una red de contactos en clínicas veterinarias para poder hacer los tratamientos médicos. Entonces fue toda una historia de pasión, de amor, de amistad entre un grupo de compañeros y de amigos que logramos levantar a pura pasión este centro de rehabilitación”, dice Eduardo.
– ¿Qué grandes hitos pudieron lograr en este centro de rehabilitación?
-El primero fue el reconocimiento oficial del Estado de Chile del trabajo que nosotros estábamos haciendo. En ese momento no implicó ningún beneficio de ayuda económica, pero el reconocimiento fue bastante importante. Antes, otro hito importante fue pasar desde mi casa a la parcela de Jürgen donde pudimos desarrollar todo nuestro potencial sin limitaciones de espacio gracias a su apoyo (…). Y bueno, otro momento importante fue cuando en 1992 llegó el primer cóndor al centro de rehabilitación. Desde ese momento empezamos a trabajar con cóndores.
La llegada de los cóndores
Entre el año 1990 y el 1991, un naturalista Francés llamado Michel Terrasse, destacado documentalista y conservacionista de aves rapaces, llegó a Chile con el desafío de hacer una película del cóndor andino. Viajaba por Perú, Argentina y Chile buscando cóndores y a personas locales que lo ayudaran en su trabajo. Pero en Chile no encontraba un experto. A Eduardo, el francés llegó por un amigo en común, y lo invitó a conversar.
“Sus días en Santiago estaban complicados porque no encontraba a nadie que lo pudiera orientar. Contactó a unos biólogos, pero no tenían conocimientos de lugares donde hubiese nidos de cóndores para filmarlos. Yo tampoco sabía de cóndores en ese entonces. Pero le mostré con fotos el trabajo que hacía con las águilas. Tuvimos sintonía, una conexión, y me ofreció ir a Torres del Paine a buscar nidos de cóndores como su ayudante. Eso me pareció maravilloso, era una oportunidad gigantesca. Imagínate, él fue amigo de juventud de Félix Rodríguez de la Fuente, quien ya había fallecido”.
Durante su estadía en Torres del Paine, el guía que los acompañó era Gastón Oyarzún, reconocido montañista chileno. Él era el encargado de meterse a los acantilados y clavar escondites para encontrar ángulos que permitieran filmar el interior de los nidos. Estuvieron más de un mes buscado y nunca los encontraron. Eduardo aprendió de pájaros, de aves rapaces, de lo que se hacía en Europa, de buitres y, sobre todo, de cóndores. Nunca los pudo dejar de lado. Pero también, entre los presentes surgió una amistad.
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Después del viaje, Gastón publicó un artículo en una revista de naturaleza sobre la experiencia. Ahí, Eduardo es mencionado como un chileno amante y conocedor de las aves rapaces. Y ese artículo lo leyó el encargado de medioambiente, en ese entonces, de la división Andina de Codelco. “En la mina tenían un problema con un relleno sanitario que se llenaba de cóndores, que debían cerrar por temas sanitarios y ambientales. A ellos les preocupaba qué iba a pasar con esos cóndores cuando ya no existiera el basural. Entonces me contactó y le dije que su problema se podía solucionar fácil, pero que tenía una oportunidad para desarrollar un proyecto que aportase al conocimiento de la especie y acercarla a la comunidad. Captó el mensaje, le presentamos el proyecto y lo desarrollamos por 3 años junto a Charif Tala, quien actualmente trabaja en el Ministerio de Medio Ambiente. Hicimos estudios de química sanguínea e investigamos. Desde ahí, nos llegó el primer cóndor al centro de rehabilitación. No paramos más con los cóndores. Trabajé a fondo con ellos, a hacer investigación y rehabilitación de cóndores”, recuerda.
Esto sucedió entre 1992 y 1994, años en los que realizaron los primeros estudios sistemáticos de cóndores en Chile, junto con una campaña de educación ambiental.
La majestuosa ave del escudo nacional
El cóndor es el ave rapaz más grande de todo el planeta. Volando en el cielo, sus oscuras alas, su collar de plumas blancas y su envergadura (de entre 280 y 320 cms.) hacen que sea un inconfundible. Ese es el cóndor ándino (Vultur gryphus), el ave que también marca los días y el trabajo de Eduardo Pavez.
“Es una especie tremendamente carismática. Con ella puedes llevar el mensaje conservación porque genera un sentimiento de belleza en el entorno en el que habita, en las montañas, que es difícilmente igualado por otras especies”, explica. Y, dando más características, agrega: “los machos son más grandes que las hembras, que es un hecho único (…). Son buitres, es decir, se alimentan de carroña, y por ello, cumplen un rol ecológico fundamental en los ecosistemas como limpiadores. Gracias a ellos las carroñas de los grandes animales de la cordillera y la costa son rápidamente consumidos y se evita la contaminación de los suelos, de los cursos de agua y del ecosistema en general (…). Imagínate que un grupo de cóndores puede consumir en 20 minutos una oveja y en una hora un caballo (…). El cóndor se asocia a la cordillera, pero en Chile hay una particularidad geográfica que es la proximidad de las cordilleras a las costas y con esa proximidad a los cóndores les resulta fácil aprovechar los recursos marinos o carroñas varadas en las costas, y nidificar en la cordillera (…)”.
“Pero también -se explaya Eduardo- es súper relevante desde el punto cultural, además del ecológico. Su protagonismo cultural, que ha tenido desde tiempos remotos en las culturas andinas, es producto de este carisma que genera, algo que se ha extendido hasta estos días, de hecho, el cóndor está en el escudo nacional junto al huemul, está como símbolo de fuerza y libertad en una serie de iconografías modernas”.
– ¿Cuáles son sus principales amenazas?
-Particularmente en el último tiempo y a nivel latinoamericano, el envenenamiento de carroña. Hemos tenido envenenamientos masivos en Argentina, Bolivia y Chile. Acá tuvimos un evento muy importante en 2014, en Camino Internacional a Los Andes, donde más de 30 individuos se intoxicaron. Esto es consecuencia del accionar de algunos ganaderos, que tratan de defenderse de depredadores y muy particularmente de perros asilvestrados o perros domésticos que no están siendo bien manejados y causan daño en el ganado. Entonces les ponen carroña envenenada y, junto con matar zorros, pumas y perros, matan una gran cantidad de carroñeros. El problema es que el cóndor es un carroñero muy sociable y busca alimento en grupos. Estamos hablando de que pueden llegar 30-40 cóndores y si esa carroña está envenenada, puedes tener decenas de cóndores muertos (…). La caza todavía es un factor que está operando a pesar de que hay un cambio cultural, pero todavía hay gente que se divierte disparándole a los cóndores. De hecho, de los que recibimos para rehabilitación, muchas veces tienen en el cuerpo perdigones que no necesariamente son la causa primaria por la cual nos llegaron (…). También la ubicación de líneas de transmisión eléctricas mal emplazadas, principalmente en zonas cordilleranas. Esto porque los cóndores tienen rutas de vuelo (…). Ahí lo importante es identificar sus corredores de vuelo y se pueden implementar medidas preventivas que son súper efectivas como dispositivos anticolisión (…). Sin embargo, esas son situaciones puntuales. En el último tiempo también hay un factor complejo que es consecuencia de una disminución importante en las fuentes de alimento para los cóndores. En el pasado, se alimentaban de carroñas derivadas de la relación guanaco y puma (…) Cuando llegan los europeos a Chile, se produce toda una sustitución de grandes poblaciones de guanacos por ganado doméstico, que es manejado de forma extensiva, es decir, en la cordillera en verano y en invierno se baja a los valles. Eso lo aprovecha bastante bien (…). Sin embargo, en las últimas décadas, y particularmente desde la década del 60’ – 70’, la ganadería extensiva, más transhumante, empieza disminuir por razones económicas y sociales (…). Y la guinda de la torta es la sequía que ha generado una disminución muy importante en el ganado, que es la fuente que genera las carroñas para los cóndores (…). La gran esperanza es que en la medida que van desapareciendo estas masas ganaderas extensivas, vayan siendo sustituidas en forma reversa a lo que ocurrió en el pasado por poblaciones de guanacos, afortunadamente todavía hay poblaciones de guanacos por el lado argentino en la zona central y eso de alguna manera es una garantía para que nuestros cóndores vayan y coman (…) El guanaco está tendiendo a volver, pero lentamente y la ganadería está tendiendo a desaparecer de forma mucho más rápida. Pero la amenaza es que, como consecuencia de la falta de alimento, los cóndores están recurriendo rellenos sanitarios, sobre todo en invierno, cuando el ganado es menos accesible en cordillera (…). Y pueden comer cosas que les generan un daño, de hecho, se han producido intoxicaciones complicadas.
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-Hace un tiempo salieron varias publicaciones que nos evidencian la coexistencia con esta especie. Por ejemplo, su aparición en las terrazas de departamentos en Vitacura o en el Mirador De Cóndores, con una masa de gente fotografiando un juvenil. ¿Qué falta aprender sobre la coexistencia que tenemos con el cóndor? ¿Cuáles indicaciones hay que dar a las personas si es que hay un encuentro más cercano con esta ave?
-La situación ha cambiado muchísimo en términos de las “incursiones” que puede tener la fauna silvestre en la ciudad. Sobre todo, vinculado a estos últimos años de sequía extrema, que hace que cóndores, zorros o pumas busquen alimento en la ciudad, que es como un oasis subsidiado hídricamente (…). Los cóndores han pasado hambre como consecuencia en las bajas en la oferta de alimentos, y los rellenos sanitarios y la ciudad pueden generar ciertos recursos atractivos, sobre todo cuando hay personas que les dan de comer a los cóndores, porque esta cuestión del arribo de cóndores a los departamentos y terrazas se generó a partir de cóndores que fueron alimentados por personas. Ellos son muy inteligentes, aprenden rápidamente nuevas opciones para conseguir alimentos y como imitan unos cóndores a otros, utilizan algunos recursos que no deberían. Uno podría pensar que se está ayudando al cóndor, pero no es así porque al generar una habituación del ser humano al cóndor puedes estar generando también situaciones de riesgo. Esto porque a no todos les simpatizan los cóndores y la presencia de los cóndores en la ciudad es riesgosa por los cables, torres, antenas y ventanales que eventualmente pueden generar accidentes. Además, producto de la expansión urbana a la precordillera se han generado riscos y acantilados artificiales que antes no existían y ellos los han utilizado súper bien porque les acomoda la brisa, les facilita el aterrizaje y despegue. Entonces, si a eso le sumas la gente que los alimenta, es la tormenta perfecta. Si bien es llamativo, puede ser incluso riesgoso para el humano. Al alimentarlos con la mano te pueden sacar un dedo, se generan situaciones con mascotas en las que se puede sentir acorralado y ser agresivo, entonces es preferible evitar y prevenir cualquier evento que pueda generarle mala prensa a los cóndores. Es una oportunidad para que la gente tenga una aproximación educada y positiva a la fauna silvestre. En el caso particular del Mirador de Cóndores, tengo una visión totalmente distinta de la situación, porque para mí ver esa fotografía de cientos de personas fotografiando con sus celulares y cámara fotográfica a esa condorita juvenil que estaba al borde del abismo, es una imagen esperanzadora porque crecí en una época donde la caza era una actividad frecuente y si alguien veía un cóndor lo bajaba como sea. La gente tiene una intención de proteger y esta imagen para mi reflejaba una emoción, mucha gente feliz de tener la “oportunidad” de compartir con un cóndor en la cordillera. Entonces lo que hay que hacer ahí, que la semilla ya está plantada, es educar a la gente y hacerlo en términos de que hay que respetar las distancias (…).
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Nuevos vuelos para devolverle la mano a la naturaleza
El primero en volar fue Kalfuman (C38). A sus dos años, había nacido en cautiverio. Sus dos padres fueron cóndores rehabilitados que en 1997 y 2002 -la hembra y el macho, respectivamente- habían chocado con líneas de tensión eléctrica. Si bien ellos no pudieron ser liberados, su cría emprendía su primer vuelo en libertad, desde la Reserva Elemental Likandes, en el solsticio de verano de 2021. Eduardo lideró el trabajo, que continuaría con la liberación de Huenchuman (C36) y Huenuman (C37), en el marco del proyecto Manku.
Manku –“cóndor”, proveniente del mapuche Manque y quechua kuntur- es una red enfocada en la conservación y estudio del cóndor andino en Chile, en la que participa la Fundación Meri, la Unión de Ornitólogos de Chile, Rewilding Chile, el Zoológico Nacional, el SAG y la Corporación Nacional Forestal (Conaf). Y Eduardo la lidera. “Es un trabajo de conservación y estudio de cóndores, gran parte del tiempo desarrollado en la rehabilitación de cóndores dañados y la reproducción en cautiverio con miras a liberaciones que se han hecho en la Reserva Likandes, en el Cajón del Maipo, y en el Parque Nacional Patagonia”, explica.
Así, nacidos en cautiverio o llegados como pichones, son cuidados y trabajados con un plan de manejo que más adelante les da las herramientas para ser liberados cuando se den de alta: “Socializan con otros cóndores en el Centro de Rehabilitación de Talagante y, cuando ya están más desarrollados, a los dos o tres años, se trasladan a Likandes o la Patagonia, donde permanecen dos meses aislados en la montaña, monitoreados. Luego se liberan y se hace un seguimiento para supervisar su reinserción, porque no tienen conocimiento del territorio. Eso es gradual y nos da información muy valiosa sobre los patrones de movimiento donde se reúnen los cóndores a pasar la noche (…) La verdad es que es un trabajo muy hermoso, que no sería posible sin el compromiso de muchas personas que aportan en pro de la conservación cóndor andino”.
-¿Cuál es tu misión personal en este trabajo que realizas por el cóndor andino?
-Yo creo que devolverle la mano a la naturaleza y a la vida (…) Eres hijo y hermano de la naturaleza, podría dedicarme a disfrutarla, pero cuando se ve que hay un montón de problemas afectando a los ecosistemas, de alguna manera hay que devolver la mano y revertir la situación. He trabajado con muchas especies, fauna en general y los cóndores en particular. Los cóndores son una punta de flecha, son un caballo de batalla que te permite dar el mensaje de conservación de la naturaleza lo más amplio posible. Es una especie bandera y paraguas, es decir, cuando uno protege al cóndor, se protege a toda la naturaleza y el ambiente andino (…).